El amigo de la Villa de La Orotava JOSUHA RODRÍGUEZ ÁLVAREZ, remitió entonces (06/04/2025) el PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE LA VILLA DE LA OROTAVA 2025, que leyó en el Templo Parroquial de San Juan Bautista de la Villa Arriba el domingo 23 de marzo del 2025: “…MUY NOBLE Y LEAL VILLA DE LA OROTAVA
MISERICORDIA
Mirad si existe historia de amor más grande
Impedid que quede oculta en esta tierra;
Sed justos y abrid el corazón a su experiencia
Ricos somos por esta historia que de nuevo llega,
Corazón traspasado es la evidencia
Días para abrazarlo empiezan…
Dime tú que escuchas, si alguien puede amarnos más
que aquel que en pollino entra,
desde la sencillez de un colegio, donde los predilectos de Dios juegan.
Dime sí, si existe alma más grande
Que la da de Aquel que mira a los que nadie mira
Que convierte a la adúltera, que perdona hasta a Judas,
Dime si hay locura de amor mayor que la de
ese cordero golpeado que en silencio te busca
agarrado a la cañita, por los fríos senderos de la Villa Arriba…
Dime, si es que puedes, cómo querer al amigo
como ese apresado quiere a quien lo ha negado en la esquina de Monteverde…
HERMANO, HERMANA…
Cómo no anunciar que el sencillo, que el humilde y paciente que espera la Cruz en San Agustín, el que despojaron de todo en Santo Domingo, a quien azotaron desde San Juan hasta el Ayuntamiento para regar con su preciosísima Sangre cada adoquín de su Villa, vuelve a acercarse para ser levantado ante todos en el Gólgota de la Concepción…
Cómo no pregonar a los cuatro vientos que esta historia no es pasado, sino que es presente, es el hoy de un amor que penderá del mejor árbol de la Hijuela en la tarde del Jueves Santo, que romperá la ruidosa losa del sepulcro de San Juan transformando la Tosca en Triunfal, para que no tengamos miedo nunca más, para ver más allá de lo que ven nuestros ojos, como María lo vio ya en lo alto del Calvario villero, levantando la mano de su niño muerto, segura de su victoria… Aquella que retirada, en silencio, aguardó el triunfo anunciado por los profetas.
A Ella, a TÍ María Santísima, que riges el navío de este Pueblo desde esta parroquia del farrobo, que eres auxilio de los villeros como nos lo mostró Don Bosco. A ti, la siempre Purísima, desde el mismo momento de tu Inmaculada Concepción, me acojo, para poder pregonar a esta Villa que tu bendito Hijo, el Nazareno, vuelve a salir a nuestro encuentro, para transformarlo todo, para derramar su misericordia sobre cada uno de nosotros.
Haznos ser como el globo terráqueo donde Cristo apoya su rodilla en San Agustín, para que su perdón se extienda bien sobre nosotros, y abiertos a Él cale su amor hasta lo más hondo de lo que somos.
A ÉL, sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos. AMEN.
Reverendo Señor Delegado del Administrador Diocesano para la Vicaría Episcopal del Norte de Tenerife, párroco de Nuestra Señora de la Concepción y de San Isidro Labrador de esta Villa, Reverendo Señor cura-párroco de San Juan Bautista y de San Antonio María Claret de esta Villa.
Reverendo Señor cura-párroco de Santo Domingo de Guzmán y San Diego de Alcalá de esta Villa.
Reverendos Señores curas-párrocos de las diferentes comunidades parroquiales y capellanes de La Orotava.
Reverendos sacerdotes hijos de esta Villa.
Queridos miembros de la Vida Consagrada. Presidentes, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de las cofradías, Hermandades, archicofradía y esclavitud de esta Villa. Señor Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías de San Cristóbal de La Laguna. Ilustrísimo Señor Alcalde-Presidente del Excmo. Ayuntamiento de esta Muy Noble y Leal Villa de La Orotava y miembros de la corporación municipal. Excma. Señora Diputada de las Cortes Generales. Dignísimas autoridades. Señores representantes de las entidades culturales de la Villa, directivas y directores de la Banda de Cornetas y Tambores de San Juan Bautista, de la Agrupación Musical Orotava, de la Coral Liceo de Taoro, del Coro Polifonía Villa de la Orotava, de los coros parroquiales. Querida familia, queridos amigos…
Queridos villeros, queridos monaguillos, queridos cofrades…
En primer lugar, deseo expresar mi más profunda y sincera gratitud por haber pensado en mí para asumir esta hermosa, pero tan compleja, labor de pregonar la que para mí es la Semana más grande, la Semana Mayor villera. Sin duda alguna, esta misión que me han encomendado es un reto, a la par que un privilegio, que intentaré cumplir poniendo en ello, y parafraseando la canción, “todo lo que sé y todo lo que soy”, más aun habiendo pasado por este mismo atril tantas personas de intachable trayectoria, a quienes respeto profundamente, y de las que me veo a años luz en cuanto a historia vital se refiere.
En el transcurso de la redacción de este pregón he podido experimentar, una vez más, la providencia de Dios. El anuncio de mi elección por parte de la Comisión Mixta de la Semana Santa, en la voz de Narciso Pérez, en pleno Congreso de Museos en Fuerteventura, junto a algún que otro pregonero, con quien expresé mi sorpresa, me hizo plantearme la trascendencia de este acto.
Días más tarde, me indicaban el lugar del pregón de este año: “será en la parroquia de San Juan Bautista”, me afirmaron. Para mi sorpresa, pues a nadie le extrañará que para un concepcionista recalcitrante como quien les habla, pregonar en la parroquia de San Juan era, cuanto menos, inesperado… y aquí comencé, realmente a ver lo que hoy narraré, pues bastante años atrás, en las habituales bromas entre amigos, alguien profetizó muy bien que este sería el lugar donde pregonaría, si alguna vez me tocase hacerlo. Como siempre, tuvo razón y hoy me imagino a mi querido Iván riéndose a boca llena, como era su estilo, en el palco en el que sé que goza todas y cada una de las celebraciones de esta Villa a la que tanto ama. Y es que, ese pique Concepción- San Juan es el entrañable reducto de una historia, por la que hoy me siento muy feliz de pregonar en este querido templo, pues La Orotava de verdad es esta, la de sabernos Iglesia de Cristo independientemente de los límites jurisdiccionales, sentir esta como mi propia casa: ¿Acaso no es eso a lo que el Señor nos exhorta en su Palabra? Ser todos, un mismo cuerpo, Iglesia que peregrina unida, anunciando otra manera de ver la vida. Providencia que ha sabido también mostrarme, más que nunca, a Cristo Crucificado durante la creación de este pregón, pues nunca imaginé que tuviese que hacerlo entre hospitales, algo que suscitó no pocas reflexiones que, de otra manera, muy probablemente no hubiesen aflorado. Pues todo ello me ha hecho ver que no estoy aquí por mis méritos, sino por la respuesta a una llamada, aquella a la que mis padres, un 24 de septiembre de 1989, quisieron regalarme y plantarme en el corazón gracias a las aguas bautismales. ¡Qué importancia tiene este sacramento que nos introduce en la Iglesia de Cristo!
En definitiva, gracias a quienes han servido de medio para hoy estar aquí y espero, al menos, cumplir con el cometido que se me ha encomendado. ****
¿Lo escuchas? ¿De verdad que no lo escuchas? ¿Tampoco lo sientes? No te creo. Imposible… pero si se nota… se nota en todo, se percibe, hasta se respira… Este silencio no es el mismo de hace unos meses, este silencio tiene algo, guarda una especie de tensión distinta, como de quien espera… Mira la luz de la vidriera de la sacristía de la Concepción encendida, y es de noche ya; mira el banco atravesado en la puerta de San Juan abierta de par en par, y siente cómo llega ese olor a limpio, hasta la misma esquina de la calle Pescote. Sigue mirando a todos esos que discretamente entran y salen por el callejón de Santo Domingo, y fíjate cómo hay relevo generacional también en lo escondido, mira cómo las luces de San Francisco siguen encendidas y casi es de madrugada, observa vaya tropel de mesas de redomas están saliendo esta tarde por el pequeño templo del Calvario y cómo tantas manos generosas cuñan vela a vela, mira cómo san Agustín parece dejar de ser frío y cómo van llegando orejitas de burro blancas… y mientras todo, por calles y plazas, parece callado, quieto…
¿No ves que este silencio es distinto? Este silencio es distinto porque guarda ilusión, esa ilusión que une, que hace pueblo, que hace llegar de trabajar, de estudiar y acudir a seguir dando todo y más… Este silencio es distinto, porque nos lleva al recuerdo, a la añoranza de quienes ya no están, pero que sabemos siguen estando, este silencio que nos hace reír y llorar, que nos hace ver que lo divino ha querido hacerse humano, que el Cielo y la tierra los ha unido una escalera llamada Cruz… Este silencio es distinto, sí, porque nos hace no perder la esperanza, porque nos lleva a ser más humanos y a enlazar con la esencia de lo que somos, con lo que otros vivieron y sembraron en nosotros, con una fe que está más viva que nunca, aunque los poderes de turno deseen acallarla.
Saboreemos este silencio de la Cuaresma, porque es donde comenzamos a gustar la misericordia del Señor, que se hace encontradizo en lo cotidiano, en las conversaciones cofrades, en el encuentro con los de siempre pero también en el descubrir de los nuevos; en el esfuerzo compartido y también en los enfados que surgen del roce, de la convivencia o de la tensión, pues todo ello nos lleva a priorizar a quien únicamente es el centro de lo que vivimos, a darnos cuenta de que nos equivocamos y necesitamos el abrazo de Cristo, que todo lo reconstruye, que todo lo hace nuevo. Y es que ahí está la clave: cómo algo tan antiguo es a la vez tan nuevo…
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Te invito a dejarte llevar, aquí, en este mismo momento, hacia un viaje en el tiempo… Vayamos a aquella Orotava del siglo XVI, allá por 1560 aproximadamente y pensemos que ya en ese momento existían orotavenses trabajando como lo hacemos muchos de nosotros estos días. ¿Cómo serían esas conversaciones, esos momentos compartidos de preparación para la Semana Santa? ¿Cómo serían esas vivencias cuaresmales? Permítanme que me tome la licencia de imaginar que tampoco debían ser tan distintas en esencia… personas de diferentes clases sociales, con variadas misiones en la vida, más ricos y más pobres, unos aportando lo que saben, otros los que tienen, aquellos esforzándose tras un día duro de trabajo físico, y los otros haciendo el trabajo manual que quizás en sus labores profesionales no necesitan… todos con un objetivo común pese a las aparentes diferencias: que todo esté previsto para celebrar dignamente el sacro misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Ayer, como hoy, irían cargando la cruz de sus preocupaciones, de sus miedos, de sus sinsabores; ayer, como hoy, compartirían tiempo y conversaciones, al igual que unas realidades sociales y políticas concretas. Y ayer como hoy, una mirada cargada de amor que mana del ajusticiado, del lacerado, del coronado con espinas, despojado y crucificado.
Cuan necesario resulta caer en la cuenta de lo siguiente: desde aquella primera procesión de la primitiva cofradía de la Vera Cruz y Misericordia en la tarde del Jueves Santo de 1585 hasta hoy, 2025, han pasado más de cuatro siglos de villeros que, ininterrumpidamente han repetido las mismas acciones que hoy desarrollamos nosotros, ni siquiera pandemias como la vivida en 2020, han hecho caer este centenario compromiso generacional. Y es que, esta larga historia es importante asumirla para entender la relevancia de lo que hacemos hoy y su trascendencia de cara al futuro, pero también para caer en la cuenta de que la Semana Santa villera no tiene propietarios únicos, es de todos, es del pueblo cristiano que peregrina. Es la Semana Santa de Ortiz de Zárate, de las Doce Casas, pero también es la Semana Santa de Antonio de Monterverde y Rivas, de los labriegos de la Casa de Franchi, o de las planchadoras de los palacetes de la Villa; Es la Semana Santa barroca, pero también la del reformismo ilustrado; Es la Semana Santa del XX, la que resistió a los vaivenes políticos de uno y otro color y hasta a una guerra entre hermanos, es la Semana Santa de D. Leandro, de D. Jacinto, de D. Sotero, de D. Domingo, de D. Antonio Jiménez y D. Víctor, pero también es la Semana Santa de Doña Chana, Don Ventura, la de D. Amadeo, D. Félix, D. Luis, es la Semana de Doña Fina Salazar o Doña María Candelaria Perdigón. Es la semana de Doña Gloria Rodríguez, la de D. Demetrio, D. Antonio Baéz o D. Isaac Valencia. Es la Semana Santa de Ángel, de Paco, de Ventura, de Domingo, de Víctor, de Valencia, es la Semana Santa de los hilos de Manuela y Pilar, de Carmita, de Elvirita y de Dionisio, de Lala Valencia y Antonio Santos, de Antonio Expósito, de D. Agustín, de D. Isabelino y de D. Antonio Portocarrero… es la Semana Santa de los rizos de Pili, de los palmitos de Fefi, Paca, Nena o Cita, de los cantos de Germán, es la Semana Santa de mis abuelos, de mis abuelas, pero también la de mis padres y la de tantísimos nombres de todos y cada uno de los villeros que están aquí sentados en esta noche, de todos ustedes, absolutamente todos, porque esta es también la Semana Santa de todos los que contemplo ante mis ojos, es la Semana Santa de los chicos de San Juan, de Santo Domingo, de San Francisco, del Calvario, de los Salesianos, de la Concepción: Es la Semana Santa de los jóvenes de nuestras parroquias de hoy… Y es que aquí radica la grandeza de esta historia: que es fruto evidente de lo sembrado por siglos de villeros que anteriormente consideraron importante velar por nuestra Semana Mayor, pero que no es una realidad inerte, un simple recuerdo o conmemoración distante en los sentimientos de las gentes de hoy, sino todo lo contrario, es un hecho vivo y actual.
Qué buenas son las siembras
que en el tiempo dan fruto
como evidencia y tributo
del amor puesto en aquellas
Qué valiosa la era
que aquellos corazones
cargados de amores
dispusieron para trillar
el grano a brillar
de la fe verdadera
Cuán grande la acción del Señor
que tomando la Villa
quiso cuan maravilla
hacerla bastión de su presencia
para que el villero halle su esencia
de sus amores su amor
No habrá gesto que agradezca
a quienes escuchando la llamada
aún con sus manos llagadas
por estas calles sembraran
sin guardarse lo que amaran
para que esta Sacra Semana acontezca
Bendito seas Señor de la Villa
que desde antaño suscitas
impulsas, levantas, transitas
desde el calor del Sagrario
un ardor comunitario
que hace florecer tu semilla
Y es que, el fruto de esa siembra amplia, extensa, casi infinita de nuestros antepasados es la base por la que hoy podemos enorgullecernos de afirmar que tenemos una vida cofrade y parroquial rejuvenecida, que debemos continuar cuidando con mucho mimo, diariamente, pues la desidia, la comodidad y el conformismo no son herramientas válidas para alentar las ansias de los más jóvenes. Es momento de querer mucho a la juventud, para que persevere en la fe como hasta ahora, y sepan luego continuar pregonando, a los futuros villeros, la grandeza de los misterios que vivimos en nuestra Semana Mayor villera.
Hace unos años, se hablaba con cierto temor del relevo generacional, pensando en futuro: y Dios nos ha respondido categóricamente, pues ese traspaso de mayores a jóvenes no es ya una entelequia sino una realidad fehaciente, ya ha ocurrido, no hay más que contemplar nuestras procesiones, nuestros cultos… En algunos casos incluso siendo mayoritaria la presencia de los jóvenes, y eso es motivo de alegría grande, pero también de acción de gracias; Un GRACIAS enorme a nuestros mayores, que han sabido comunicar y transmitir la fe por medio de la piedad popular.
Joven, tienes por delante una responsabilidad enorme, cargada de ilusión: aprovéchala, sigue saboreando cada uno de los momentos que el Señor te regala a través de nuestras cofradías y hermandades, por medio de la vida celebrativa de nuestras comunidades parroquiales. Tienes ya en tus manos el mejor tesoro que cientos de villeros antes guardaron con celo para llegar hasta hoy, muchos dieron su vida por ello, días y noches, esfuerzos y desvelos, y ahora te toca a tí vivirlo y transmitirlo con la misma dignidad o mejor que como lo recibiste. No hay que tener miedo, pero sí escuchar mucho a los que ya peinan algunas canas, a aquellos que han dado mucho sin recibir nada a cambio, aprendiendo a saberse medio y no fin, a comprender que nadie es imprescindible pero sí todos necesarios, a tener como itinerario de acción el respeto a los mayores, con un espíritu de apertura a sus enseñanzas.
Es loable también la postura que siempre han tenido los mayores de nuestra Villa, pues pese al transitar de los años habitualmente nunca pierden la paciencia con los jóvenes y para ello, en algunos momentos, es necesaria una dosis extra, unida a mucha comprensión y cariño. El natural ímpetu del adolescente es fuerte, y va unido a muchas ganas por hacer cosas nuevas, y siempre nuestros mayores recibiendo sus propuestas con apertura y con mucha paz, llevando todo siempre a la oración para discernir aquello que desea el Señor, pero nunca cerrando puertas, en el conservadurismo del “siempre se ha hecho así”. No dejen de cultivar estas actitudes, porque nos han traído a muchos hasta hoy, deseando ser parte de esta historia propia de la Fe de La Orotava. Los jóvenes tienen mucho que aportar y de la mano de la experiencia de los mayores están dando lugar a un auténtico resurgir de la piedad popular de nuestro municipio, no tenemos más que observar cuál es la realidad de otros pueblos y ciudades de nuestra geografía. La Iglesia nos llama a abrir nuestras puertas para acoger a todos sin excepción, esto choca con el conservadurismo de las acciones, que nada tiene que ver con la defensa de la Verdad de los dogmas, del Catecismo y de la tradición litúrgica de la Iglesia Católica, que fueron, son y serán siempre los mismos que Dios ha revelado, ni tampoco significa la ruptura con las esencias y los estilos propios que han conformado el patrimonio cultural de la Villa.
Jóvenes, no dejen nunca de trabajar dos cualidades que forman parte también de la identidad cofrade de nuestra Villa en este ámbito: la obediencia y la humildad. Son dos armas preciosas para respetar el legado de los mayores, para amarlos, para evitar los protagonismos que matan cualquier realidad y para conocer exactamente el lugar que nos corresponde, como eslabones de una cadena enorme que conforma la historia de Fe de La Orotava.
Esta es otra de las características de este tiempo de gracia en la Villa, la fusión de edades, el trabajo compartido y la enseñanza constante de unos a otros. Y lo digo de primera mano…
Recuerdo, aún siendo un niño, las veces en que Paco, Ángel o Yaya venían a casa y… al momento, comenzaba, junto a la solana, un aroma especial, el de aquel almidón de antes, que se calentaba y removía con grandes cucharas con el particular gesto de mi abuela Juana. Allí, ella me explicaba cada una de las enaguas de los santos de la parroquia de San Juan o de San Francisco. Y el proceso siempre era el mismo: yo me acercaba como niño curioso, señalaba las letritas bordadas en una u otra esquina y mi abuela, tomando mi dedo con su mano me hacía leer cada uno de los nombres: Dolorosa, Magdalena, San Juan… y con suma delicadeza iba planchando luego cada una de ellas. Qué fascinante era aquello para mí, y qué privilegio me resultaba. Una acción tan normal y ordinaria, como almidonar y planchar, se convertiría casi en un ritual sagrado. Aquella atmósfera indescriptible, reconozco que me gustaba mucho. Ese respeto, incluso en estas pequeñas cosas, es el germen de esa ilusión que permanece en nosotros para vivir la Semana Santa.
Las indicaciones de D. Demetrio, el eterno sacristán de la Concepción, o las tan necesarias reprimendas de Manuela a los monaguillos para llevar siempre las albas bien planchadas, zapatos y calcetines negros, aumentaban en estos previos. Todo se preparaba para algo grande y esa situación me producía nervios… Nervios que, aunque de otra manera, continúan aflorando en mi estómago estos días, como un canon que se repite sin importar los años que vayan sumándose. Y creo que será así siempre, o eso espero, porque es lo mismo que veo en el rostro y en las palabras de muchos referentes que suman bastante más edad que yo, una ilusión y un nerviosismo que es permanente al llegar cada Cuaresma y que no entiende de edad. Qué importante es percibir “ESO”, aunque no tengamos palabras con las que saber y poder definir lo que sentimos, porque “ESO” nos impulsa, nos anima, nos hace añorar y actuar, pero sobretodo nos une en un mismo objetivo común: amar con fuerza al amor primero.
Quizás sea incisivo en este ámbito de los previos a la Semana Santa, pero es que desde mi humilde perspectiva, ya estos días forman parte del TODO que conforma nuestra Semana Mayor. Ese cuidado queda reflejado también en los gestos de cariño, de familiaridad… Es el caso de los bocadillos de Doña María Teresa Cólogan, con su particular salsa y que con tantas ansias esperamos anualmente cada lunes y sábado santo; son las bandejas de dulces de Egon de Doña Lourdes Oliva entre el lunes y el miércoles santo, acción que bien han sabido continuar sus hijas Malule y Maite; son los sandwiches cubiertos de aquellas servilletas húmedas de tela a cuadros, para que aguantasen sin secarse mientras trabajábamos, que cada año preparaba Doña María del Hoyo; son las visitas de Doña Lala Martín siempre preocupada por si habíamos comido “hay que comer chicos, que aún queda trabajo, si falta algo me lo dicen eh”. Es también la cercanía y discreción que tenía Antonio Santos y que tiene Lala Valencia, “tomen para que se echen un chocolate, no me digan que no” y lo que es mejor: esa frase de aliento, de ánimo, de reconocimiento que te llevaba a continuar con más ganas: qué bien supieron sembrar esa semilla, ese ejemplo, en el corazón de sus hijos, gracias. Qué bueno es sentirse querido, sí, como también ocurre con las viandas preparadas cada noche del Jueves Santo por Sabas, entre el Mandato y el Columna, para aguantar el ritmo de la jornada; qué añoradas las arepas de resurrección de Angélica con las que entrábamos de lleno en los gozos pascuales, o los manjares de Nena la de Germán para sobrellevar las noches de vigilia. Y cómo no referir aquella organización perfecta de madres de los monaguillos que preparaban calderos de macarrones con atún para el tránsito entre el Calvario y el Santo Entierro el Viernes Santo, madres que lo daban todo y más, algunas ya premiadas por el Señor de la Vida en el Cielo, que sacrificaban horas y horas tras las carreras imparables de sus hijos, en una sucesión de celebraciones, procesiones y reuniones de formación: nunca existirán palabras de agradecimiento suficientes para ellas, pues gracias a su predisposición contamos hoy en la Villa con el amplio repertorio de jóvenes, y no tan jóvenes, implicados plenamente en nuestra vida pastoral y cofrade.
Podemos sumar aquí a Ucho y a Mari, hoy Abraham y Deli, con tantos almuerzos en la Duquesa buscándonos hueco hasta donde no había, o los NO horarios de Esteban y Milagros en la ferretería, que viene a ser un “24 horas” cofrade, como también podría decir Domingo en la calle Nueva. Pues todo esto que viví en la Concepción, habría ahora que extenderlo a todas y cada una de las parroquias e iglesias de la Villa… Imagínense la extensión de esta red de trabajo, de la que seguro, cualquiera de ustedes, podría hablar con más conocimiento que yo. ¡Cuánta gente sumando! ¡Cuánta gente queriendo! ¡Cuánta gente haciendo Iglesia! ¡Cómo no referir este ámbito en el pregón! si es que es esencia misma de lo que Cristo llama a su Iglesia, el servicio al otro, como familia, entendiendo aquello que Santa Teresa de Jesús dejó claro a sus hermanas “[...] entended que, si es en la cocina, entre los pucheros también anda el Señor” Fundaciones (5,8)
Y hablando ahora de pucheros, no sólo a incienso y flores huele la Villa estos días, y no es cuestión baladí, pues en el ideario general de la sociedad villera cobra especial relevancia y contribuye a crear ese ambiente que envuelve a las fechas principales del año la cuestión gastronómica: desde los menús de los viernes de cuaresma o de vigilia, donde la abstinencia de comer carne marca de forma central las propuestas culinarias de los hogares de La Orotava, pasando por las torrijas que comienzan a hacerse presente desde las carnestolendas y que endulzan, pero con cierta austeridad, la penitencia de la Cuaresma, siempre sin dejar de lado las insustituibles milhojas, cruces o tambores de Egon. No menos importante resulta el bacalao encebollado y las arvejas del Viernes Santo, o el huevo duro y el vaso de vino que los más longevos brindaban en la trasera de la Concepción a la entrada del Mandato, cuan pócima para subir a San Juan y aguantar hasta la madrugada. (SIGUE).
Nada de esto deja de ser importante, porque cada elemento, por pequeño que pueda resultar, conforma la identidad, el contexto, y las esencias de estos días santos donde también se refuerzan los lazos de confraternidad de la ciudadanía.
Si es que… Cuánto nos ama el Señor de la Vida. No sólo se nos ofrece y sale al encuentro, sino que nos lleva a cruzar lazos, a disfrutar de la compañía y el buen hacer de los vecinos, a enlazar lo roto y a ensalzar lo pequeño…
Qué grande eres Señor de la vida, que en esa misericordia que derramas por estos templos, calles, plazas zurces con sutiles hilos de perdón los miles de matices en hondón que guarda nuestra alma descosida
Qué grande eres Señor de la vida
que en el plato de vigilia
o en la mesa que nos invita
en los dulces y mistelas
hasta en los manteles de telas
alimentas la fraternidad malnutrida
Qué grande eres Señor de la vida
que hablas también en los varales
donde aquellos enfadados chavales
vuelven a cruzar la palabra
Sin ningún abracadabra
Devolviendo la amistad adormecida
Qué grande eres Señor de la Villa
qué grande eres en cada esquina
en cada casa, patio u oficina
qué grande eres para hacerte chico
y en mi pobreza hacerme rico
Qué grande eres Señor de la vida.
Pero villeros, esa grandeza, la Grandeza, se rebajó hasta el mismísimo suelo… y la preciosísima sangre del Redentor se entremezcló con el barro del camino, con las aguas sucias, con el salivazo del delincuente, con lo más bajo del ser humano…
Mira bien la rodilla derecha del Señor del Perdón, mira bien la rodilla del Señor del Perdón en la tarde del Domingo de Pasión; clava tus ojos en ella, obsérvala bien, sin prisas, que el recorrido no es corto… pon tu mirada en esa rodilla escarnecida cuando el sol de la tarde la besa como queriendo sanar la maldad que abrió su herida… Abre bien los ojos, sí, y mira, mira cómo su sangre, o lo que es lo mismo, su vida, cae sobre el mundo como una fuente que va regando la tierra. (SIGUE)
Así es el Perdón del Señor que nos ofrece cada día, una fuente inagotable de la que podemos beber todos sin excepción, que es salud para nuestra alma, que tan necesitada de paz está en un mundo acelerado que no nos permite, siquiera, priorizar lo importante. Es imposible describirlo con palabras, pero esa bendita sangre que derrama el Señor del Perdón sobre la tierra, es la sangre de Dios, un Dios que nos perdona siempre; un Dios que nos busca en la Villa Arriba para ofrecernos salud de verdad, no sólo de cuerpo, sino también de espíritu y que nos enseña a abrazar gozosos la cruz que llevará, en el tiempo que el Padre quiera, a la Buena Muerte que ansiamos y que ya rogamos para aquellos a quienes hemos llevado al camposanto de San Francisco.
Muchos son los cultos de la Cuaresma, pero sin lugar a duda, el Señor del Perdón marca un hito en el calendario de los previos de la Semana Santa, no hay más que ver las caras de los más pequeños. La ilusión del Domingo de Pasión no tiene descriptores, pero todos la sentimos, y reconocemos que ya no hay vuelta atrás, que el Señor nos quiere atentos, junto a Él. Se acerca la semana más grande del año, aquella que nos invita a abrazar la cruz, a dejarnos rebozar por la salud de Cristo a través de su Perdón, único camino para una Buena Muerte como bien nos enseñaron nuestros abuelos.
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Esta Orotava Eucarística es también muy mariana, pues no en vano, Ella fue el primer sagrario, las primeras andas del Corpus Christi que llevaron la real presencia de Su Divina Majestad hasta Ain Karem para llenar de gozo a Isabel, como nos colma de gozo a nosotros cada Jueves de la Octava en el mes de junio... María, es quien mejor nos puede acompañar en este camino tortuoso hasta el Gólgota. Para los villeros, en esta época, la Madre de Dios es la Dolorosa, pues incluso la Virgen de la Soledad, en el ideario colectivo del municipio es “la dolorosa” ... Y es que este es otro ejemplo más de la unidad eclesial de La Orotava.
Pero volvamos al tema, no nos vayamos por las nubes, ni tampoco nos entretengamos en contar las cientos de orejas de burro blancas que rodean a María Santísima en San Agustín. La luna ya ha crecido, y parece querer iluminar el camino de una señora enlutada en una noche muy fría… Cómo una plaza tan pequeña puede resultar tan larga, ¿pero por qué tanto tiempo cogiendo frío? pues muy fácil: porque a la Madre La Orotava no la quiere sola, y La Orotava sabe que donde mejor se puede estar es junto a la Madre, junto a su regazo, en su escucha, explotando al máximo cada segundo de su testimonio de mujer capaz de todo… Que no corran, que por lo menos esté una horita en la plaza, que si no esta oscuridad se hace muy complicada. Anda, déjala, déjala que esté un poco más… que consuele tantos dolores que padecen sus hijos e hijas, que nos mire y que nos dejemos mirar…
No se ustedes, pero para mí, la plaza del Kiosco esa noche es una delicia… Y aunque la vida haya cambiado mucho, este viernes tiene siempre un acento femenino, un sabor a mujer, una atmósfera de maternidad. La delicada música de las hojas de los árboles de la alameda se funde con los suaves acordes de la Agrupación Musical Orotava y se crea un todo, envuelto por las nubes de incienso que los monaguillos queman, con la intensidad del entusiasmo de los primeros días de Pasión. Que vaya lenta, con tranquilidad, porque necesitamos que, en su paseo, vaya recogiendo de ese suelo de basalto las preocupaciones de tantas madres villeras que diariamente transitan sobre él: hace frío sí, pero ve más allá y mira el calor que infunde la Virgen de los Dolores en el alma de tantas mujeres de la Villa que cruzan su mirada con la de la Madre Buena, porque aunque lo intentemos, nadie más que la Madre comprende la procesión que cada una de ellas guarda en su corazón. Continúa su paso, y comienza a subir la escalinata de San Agustín, mientras ese manto negro se va fundiendo de nuevo con la oscuridad de la noche, regalándole sus estrellas a la luna… todo calla de nuevo, pero no, ya nada sigue igual en La Orotava…
Las madres, y con respeto a los padres presentes, tienen esa cualidad de acelerar las cosas para que todo esté previsto, para que nada quede a la improvisación, para que todo esté perfecto, y María hace lo mismo con las cosas del Señor. Tras el Viernes de Dolores ya la Villa es otra, y si antes todos andábamos afanados con los previos, ahora la intensidad de los preparativos es, como dirían los más jóvenes, nivel “pro”. Jarras, flores, velas, paseos cofrades, murmullo en los templos, gente y más gente que camina, y va y viene, y Cristo que se despoja de todo mientras nosotros continuamos con nuestras carreras, hasta que en medio de las estrecheces de la calle Juan Padrón y del barranquillo de Araujo, comienzan a brillar los bordados de la túnica de Sebastián Marchante con el reflejo de las velas y, de repente, el despreciado se cruza ante nuestro caminar, y parece indicarnos que para entrar en la Jerusalén villera hay primero que desnudarse de lo artificioso que nos envuelve, y abrirnos a la esencialidad de la verdad profunda.
Justamente esa verdad ha sido la que ha ido construyendo la bellísima Semana Santa con la que cuenta La Orotava. Muchos comentan que está desordenada, sin pensar muy bien lo que dicen, simplemente desde una mirada superficial. La Semana Mayor villera está ordenada por la Fe y es reflejo del respeto de La Orotava por la tradición religiosa que ha heredado cada generación de la anterior ¡Qué gran cualidad esta! pues para aquellos que acuden a nuestras procesiones simplemente desde una perspectiva cultural, pueden leer nuestra historia de forma clara, desde los orígenes del siglo XVI hasta los cambios de la desamortización, pasando por la multiplicación de salidas procesionales de los siglos XVII y XVIII… Los mismos días, en algunos casos casi los mismos horarios, amplias partes de los trayectos o gestos, muchos de ellos llevan siglos celebrándose prácticamente iguales y si nos paramos a leerlos también con la mirada de la fe, podemos encontrar aún más belleza, aquella que es la matriz de la que surge el resto: comenzar la Semana Santa con la conversión de la Magdalena, celebrar a Cristo partido y atravesado en la Cruz el Jueves Santo como se parte en el pan eucarístico, o realizar el Vía
Crucis el Viernes Santo pero a los pies de Jesús Nazareno, pueden ser algunos de los singulares momentos que nuestra Villa vive en un perfecto orden místico, como veremos.
Pero volvamos a la belleza pues, sin cuestionamientos, puede ser la palabra que englobe todo lo que experimentamos sensorialmente en estas jornadas que se acercan… ¿o existe alguien que pueda afirmar que no resulta bello el amanecer del Domingo de Ramos? Creo que, con total seguridad, madrugar ese domingo es de las cosas que se hacen con gusto, y esa actitud también marca todo lo acontecerá esa jornada sublime. Comienzan a revolotear los pájaros, parece que hoy han amanecido más cantarines que de costumbre, quizás por esos cientos de carreras de los más pequeños hacia la querida Casa Salesiana de la Villa, en búsqueda de los palmos y olivos, más los palmos que los olivos, a decir verdad, porque los palmitos en esta mañana dan para mucho: los más detallistas los trenzan, los más inquietos los abren, y los más pillines… ya conocemos lo molestas que pueden resultar las puntitas de los palmitos.
En medio de ese contexto de bulla, de jolgorio, en la Plaza del Llano, la tensión aumenta: se escucha niño tras niño exclamando con voz potente el tan recurrente: “Mamá, Papá: ¡Ya viene!” (Que perdurará toda la semana), apareciendo la manga de oro de la Concepción enfundada en su característico forro de terciopelo de seda rojo, con su terno entero y la cola de acólitos conformando el tan característico Beneficio Parroquial. Una masa de villeros comienza su camino de alabanza a un Rey de Reyes que no va en carroza, ni en cabalgaduras de caballo, sino en un sencillo burrito.
Hay fiesta, todo es alegría y júbilo, pero… entre el murmullo hay gente que dice que la cara del Señor en el puente ha cambiado, algunos me han comentado que lo han visto llorar al vislumbrar a lo lejos las torres de la Jerusalén villera danzando sus campanas… y la brisa fría de la mañana reparte entre algunos que lo escuchan un triste lamento: ¡Ay Orotava, como desearía que en este día reconocieras lo que conduce a la paz!” Lc. 19, 42
Parece que hasta el sol calienta menos, y las nubes comienzan a acariciar las cumbres… ¿Por qué ha dicho esa frase el Señor de los Salesianos? ¿A qué paz se refiere? Ya en la misa de la Concepción hay algo que no es igual, tan sólo han pasado unas horas y la alegría se ha ido disipando junto al salmo que canta “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, quizás el lamento más duro exclamado…
¡Cuántos hombres y mujeres que claman diariamente: ¿Dios mío, por qué me has abandonado? ante tantas realidades! cuántos que, perdidos, pasan a nuestro lado, sintiendo que nadie les ama… Cuántos como María Magdalena sienten que su vida no vale nada, que todo es demasiado pesado, complicado, que la existencia se ha vuelto insoportable para seguir caminando…
Cuánta falta de paz
clama la gente
sin poner remedio
cuando tienen medio
para decir detente
de frente, sin disfraz
Cuánta falta de paz
teniendo al lado
clavado en el madero
el estandarte verdadero
Cristo amado
única respuesta veraz
Y vaya ejemplo directo,
nos da el modelo
de aquella mujer burlada
bajo la túnica bordada
postrada en el suelo
ofreciendo su defecto
Aquella de Magdala
de la vida extenuada
encontró en la mirada
del Señor Predicador
el ansiado amor
que convirtiera su escala.
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Y es que lo que ocurre en el fondo estos días, es un toque en el corazón que nos hace modificar, o al menos intentarlo, la escala de prioridades de nuestra vida, poner en el centro a Cristo mismo para mirar lo cotidiano a su estilo… Pero claro, en lugar de aprovechar la belleza y la gracia de estas jornadas, nos auto-torturamos continuamente haciéndonos creer que, como nos equivocamos de forma habitual, no estamos hechos para ser discípulos del Señor, que nada de lo que celebramos nos puede cambiar, que somos demasiado pecadores para ser santos. ¿Y si María Magdalena hubiese pensado igual que nosotros? ¿Si ella se hubiera mantenido en la creencia de no poder cambiar? Seguramente el Domingo de Ramos no se hubiera postrado a los pies del Señor Predicador. Muy probablemente ella tomó la iniciativa de ir a su encuentro cargada de las dudas que hoy podemos tener nosotros, pero lo que sí tenía claro es que quería cambiar y ponerlo a Él en el lugar que le correspondía en su vida. A nosotros quizás nos hace falta un poco de realidad para entender que Cristo busca precisamente al pecador, al que se equivoca, en su debilidad, porque el único perfecto es ÉL. Somos débiles, pero así nos busca el Señor.
Y si tienes dudas, no tardes con la sobremesa del almuerzo de Ramos y sube hasta San Francisco… espera en la plaza, donde te encontrarás con tu gente de siempre, a las puertas de ese diminuto templo que tanto ha supuesto en la historia de esta Villa, y sobre todo: no tengas prisa, porque las grandes reflexiones se hacen de rogar. De primeras, para ir volviendo a entrar en materia: mira a tu alrededor y observa cuánta gente diferente abarrota la plaza y la calle hasta llegar a la esquina de Hermano Apolinar: todos distintos, pero esperando a una misma persona. Y… como cada año, en medio de ese aire solemne de la tarde del Domingo de Ramos villero, comienza a asomar la primera de las hojas del olivo que se mece de un lado a otro junto al hispalense Señor del Huerto. No te asustes, la salida es compleja, pero disfrútala y… justo cuando gire del todo ese barco lignario tallado por Don Manuel Martín, fíjate en quiénes van detrás, durmiendo, como si con ellos no fuese la cosa… Aquí es a donde quería llegar: si esto lo hicieron los discípulos más cercanos del Señor y son modelos de santidad hoy: ¿Qué no haremos nosotros? pues en lo humano la debilidad se nos apega sí, pero al dudar no entremos en agonía, pongamos nuestros ojos en el Señor, como María Santísima, quien pese a verse atravesada por esos 7 dolores en su alma, confió siempre en que los planes de Dios son los mejores.
Es posible transformar nuestro corazón y amar más al Señor que agoniza en Getsemaní, ya lo vimos en la mañana con María Magdalena, ahora volvemos a verlo con Pedro, Santiago y Juan y… por si aún no ves que la llamada a la conversión y a la santidad es para todos, incluído tú, levanta un poco más la mirada, mientras la procesión desciende calle abajo… Sé que es difícil, que ese suntuoso cortejo de la Hermandad del Huerto avanzando hacia la calle de la Hoya, es como un polo de atracción pero… levanta la mirada, hacia la izquierda y mira aquella azotea de la calle Salazar repleta de esas santas mujeres, hijas espirituales de Sor Ángela, que abrazadas a la Cruz del sufrimiento de tantos mayores, enfermos y solos, siembran el amor del Señor en esos particulares huertos de Getsemaní donde agonizan tantas almas de nuestro pueblo… La santidad es una llamada para todos, y esta tarde, desde San Francisco, cerramos las invitaciones que cada año actualiza Cristo orante por las calles y plazas de La Orotava en la primera jornada de la Semana Mayor.
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De pequeño, cuando no me comportaba de la manera más conveniente, mi abuela tenía una forma muy peculiar de hacerme ver la afección del mal acto cometido, una afirmación que con el tiempo he visto que no era única en la Villa, sino que estaba bastante bien extendida por las abuelas orotavenses. Y su reprimenda era simplemente una reflexión pronunciada en un tono de voz sutil pero recio: “con eso que has hecho mal le estás clavando una espinita más al Señor en su cabeza”. (SIGUE)
Esta sentencia en abstracto podría resultar más o menos efectiva, pero les aseguro que ante el rostro del Señor de la Cañita no quedaba en saco roto. No sé cómo se concebiría hoy a nivel didáctico este recurso visual como corrección, lo que sí sé, pasado el tiempo, es que a mí me ha servido para entender algunas cuestiones teológicas, tan grandes, como que Cristo está en el hermano y que lo que hacemos a los demás lo comentemos sobre el mismo Señor. Yo creo que esta forma de mirar al Señor de la Cañita me ha llevado a quererlo tanto, y me da la sensación que ese sentimiento es compartido por una amplio grupo de vecinos de la Villa, especialmente en la feligresía de esta parroquia del farrobo… Esa soledad, esa oscuridad en la que camina, con ese rostro terriblemente destruído, en medio del frío… y esos ojos… esos ojos que, con el iluminar de las velas, vemos cuajados de lágrimas: Dios omnipotente llorando de pena. Cruzar la mirada con Él sea en Cantillo, Nueva o por los molinos, es sentir en lo más hondo el ¿por qué? del cordero llevado al matadero..
Es en esta soledad, en este silencio, donde mejor se puede hablar de tú
a tú con Él, es en esa atmósfera mística y recogida, donde las letras del poeta Antonio Machado resuenan como reflexión de cada alma que le contempla:
Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta ronca
de gritar sobre los mares,
la voz de la mar me asorda.
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.
O tú y yo jugando estamos
al escondite, Señor,
o la voz con que te llamo
es tu voz
Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás
y en todas partes te encuentro
sólo con irte a buscar…
Me comentaba un día un amigo natural de Sevilla, muy cofrade él, tras vivir unas celebraciones en nuestra Villa, que se respiraba un contexto espiritual muy fuerte, profundo, que lo abarcaba todo. El propio Cardenal-Arzobispo Fray Carlos Amigo Vallejo, que en la gloria esté, reconocía en una conversación, en la sacristía de la Concepción, que la vida celebrativa sacramental de La Orotava era muy profunda, repetía. Desde mi humilde punto de vista, esto se percibe de forma aún más clara estos días: En las jornadas previas al Triduo Pascual, tiene lugar siempre algo bellamente típico y cargado de esa profundidad que refería anteriormente: las colas interminables de personas a la espera de celebrar el sacramento de la penitencia. Son jornadas maratonianas de confesiones, mañana, tarde y hasta noche… Qué cosa tan propia y a la par tan significativa en lo espiritual.
La noche del alma avanza y me han contado que en el zaguán de Monteverde estaba Pedro, junto a algunos que no simpatizaban con Jesús… mientras, en nuestro particular Sanedrín, juzgan al Señor. Ha terminado el juicio y la turba que se encuentra en la Plaza de Casañas, sobre las ruinas del antiguo Palacio de Celada, señala al arrestado sin motivo, mientras lo conduce hacia la estrechez de la calle Colegio para ir al Pretorio… La omnipotencia de Dios parece desvanecerse al verle maniatado, conducido por el mal que quiere destruirlo. Mientras Pedro, su amigo, continúa negándolo, y tan sólo la sublime túnica bordada en oro por Columba de Franchy hace entrever su divinidad del Señor a los ojos del mundo. Pero no, la omnipotencia de Dios no se acota con un cordón trenzado en sus muñecas, cuando el gallo canta, Cristo fija su mirada en Pedro, él avergonzado llora, pero Cristo en su corazón ya lo ha perdonado… porque su amor es más fuerte que nuestra limitación.
Y el Señor Preso, continúa bajando la Carrera mirando a tantos “Pedro” que negamos nuestra identidad cristiana en tantos momentos cotidianos; sigue cruzando su mirada contigo y conmigo, derramando su misericordia a raudales…
Y conocedores de esa misericordia ilimitada, unas filas silenciosas de túnicas y capas, siguiendo a la Cruz Verdadera, explotan, más aún si cabe, esa fuente de perdón…
Quizás pase desapercibido, pero cuánta belleza encierra esa invocación histórica de la Iglesia al Espíritu Santo, que interpretaran antiguamente el coro Veni Creator y que, aún hoy, en el órgano de la Concepción, y de manos de Juan Luis Bardón, resuena a tan altas horas de la noche del Martes Santo. Estremece el alma ese ruego de la presencia del Espíritu de Dios en el inicio de este particular ritual penitencial.
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Haciendo alusión a la música también hay que pregonar la riqueza de estas jornadas en cuanto a los sonidos se refiere, pues muchas son las personas que dedican meses, horas y horas de trabajo callado y mayoritariamente altruista, para dignificar nuestras celebraciones, tanto dentro como fuera del templo. La dilatada trayectoria de la Agrupación Musical Orotava y de la Banda de Cornetas y Tambores de San Juan Bautista es ejemplo de ello, pero no lo es menos la labor de las corales de la Villa, de las capillas musicales, de los organistas y de los coros parroquiales. Ojalá llegue el día en que seamos realmente conscientes de la importancia de estos colectivos en nuestra Semana Mayor, pues su generosidad y buen hacer, contribuyen a vivir algunos de los momentos más sobresalientes de estas jornadas que nos disponemos a celebrar.
La música puede servir también como herramienta para vivir estos días más pausadamente. Vivimos muy ajetreados, en medio de mil acciones, mañana, tarde y noche; está prisa que nos han metido en el cuerpo nos desgasta y nos lleva a no esperar bien nada y a no saborear nada… Perdemos la paciencia rápidamente, porque nos desespera esperar: todo debe ser inmediato. Además, no se ve bien esperar porque YO me merezco todo ya, porque YO deseo esto aquí, porque YO tengo derecho: Quiérete mucho a tí mismo, y luego, si eso, al final de la lista de MIS prioridades, a los demás. La humildad de servir, dedicar tiempo al otro, pensar en sacrificar algo para que otro pueda estar mejor no vende. Todo es: aquí y ahora, tú por delante, valórate tú, empodérate, no te hace falta nadie… Y en ese contexto, va y de frente, en el mismo lugar de la cervecita de toda la vida, nos topamos con Él de nuevo, atravesando la puerta de San Agustín. Qué paradójico, en medio de esta sociedad en la que vivimos, Cristo de la Humildad y la Paciencia… Humildad y Paciencia nos presenta el Señor en vísperas ya del Triduo Pascual en la Villa como manifestación de principios… Y justo hablando de paciencia, llega el momento de la pregunta de siempre…
¿Por qué la calle verde no acaba?
¿Por qué la calle verde no acaba?
por doquier comentan, susurran, hablan
las redomas y hasta los que cargan
como duda del villero, y cuestionaba
¿Y Por qué la calle verde no acaba?
Sí es la misma de ayer, y será
también mañana, la que estará
como cuando D. Enrique andaba
El barranquillo baja y no calla
aunque encerrada su agua habla
lo que Padre Dios le enseña allá
arriba, en la montaña blanca:
Que desde “el Suizo” no son calles,
no, sino un ejercicio divino
para de tus rocas crear sus valles
sembrar su amor, cosechar su vino
Interior provecho ofrece Cristo
de las frías vías de esta Villa;
de tu humildad hacer su capilla
con paciencia ensanchar tu corazón.
Reconozco que hay algo que me gusta hacer cuando se acerca la Cuaresma: ir paseando cuando cae la noche por los recorridos de las procesiones de nuestra Semana Santa, traer a mi mente y a mí corazón aquellas sagradas imágenes que cada año penetran hasta lo más hondo del corazón de cada villero, recrearme en tantos lugares bellísimos que nuestro pueblo tiene, llenos de instantes vividos y que conforman no sólo el Patrimonio Cultural villero, sino algo mucho más fuerte: nuestra propia identidad.
¿Cuántas súplicas silenciosas habrá escuchado esta plaza de San Juan cada tarde del Viernes Santo? ¿O cuántas lágrimas habrá bebido el suelo del ayuntamiento cada medianoche del Jueves? Y las casas de la Carrera.. ¿cuánto incienso guardan en el alma sus paredes? Me imagino incluso cuántos árboles de la Hijuela habrán querido ser leño donde se clavase el cuerpo de la Misericordia cada tarde del Jueves Santo, o cuántas flores del Calvario habrán querido subir desde el jardín al regazo de la Madre desolada para intentar suavizar su dolor en el mediodía del Viernes Santo… Simplemente pensar cuántos pasos del Nazareno, dados por tantos villeros, han recibido los adoquines de la calle del Seguro estremece el alma, porque este año, hermanos, hermanas, si Dios lo quiere, volveremos nosotros a pisar esos mismos suelos, a transitar esas mismas calles, a abrir esas mismas ventanas, actualizando una historia propia de casi medio milenio.
La Semana Santa villera lo tiene todo, y disculpen que lo afirme así de claro, pero es que si se tiene lo mejor, hay que decirlo, con sencillez, pero sin quitarle verdad. Nuestra Villa cuenta con un completísimo catálogo de escultura procesional de primer nivel. En nuestras procesiones disfrutamos gratuitamente, ante nuestros ojos, obras que abarcan un período temporal desde 1585 hasta prácticamente la actualidad, pasando por los más reconocidos autores de cada época: Ruy Díaz, Blas García Ravelo, Pedro Roldán, Luján, Estévez o Ezequiel de León, entre otros muchos. Podemos contemplar las características esenciales de la escuela sevillana del siglo XVII, de los talleres de los imagineros canarios de cada una de las centurias, de los cambios propiciados por la Ilustración, o del resurgir de las influencias barroquizantes del siglo XX. Pero además, este ingente patrimonio escultórico transita por un trazado urbano con entidad propia, un conjunto de singular belleza, donde han acontecido hechos trascendentales de nuestra historia.
Esta fusión de elementos crea un contenido y un continente sin igual, que para los amantes de la cultura supone un hito anual, pero que también desde el ámbito de la fe supone un aliciente: No cabe duda que lo bello siempre eleva el alma hacia la belleza primera. Como hablamos de historia, de arte y de belleza, permítanme que haga otra afirmación, que creo compartiremos todos los orotavenses: La Villa es de jueves y concretando más aún: la Villa es EUCARISTÍA… Si el Jueves de la Octava del Corpus Christi es el centro del año para el villero, ese jueves va unido a este otro jueves, el Jueves Santo, donde los villeros expresamos, una vez más, nuestro amor a la viva, sacratísima, divina y real presencia de Jesucristo hecho alimento de Salvación. No es menos cierto que el Jueves Santo tiene lugar La Misa, esa celebración de la Eucaristía que saboreamos tan profundamente, quizás por haber preparado mejor el corazón, tal vez porque esa es la manera para acercarnos mejor cada día al Banquete del Señor.
Esa tarde, la Villa realmente se sienta a la mesa con el Maestro, a compartir su última cena antes del suplicio y a experimentar de primera mano, el Mandamiento del Amor. Qué grande es esta tarde del Jueves Santo, y qué paradójica a la vez: aires de fiesta, de gloria y campanas, de ternos blancos repletos de oro, pero también de matraca ante su Divina Majestad, de silencio y de tiniebla…
Qué siente mi corazón, oh Señor si reboso de gozo y al tiempo lloro Qué gran misterio vivo, Señor si soy capaz de verte en ese pan y en ese vino, que ya no lo son, sino divino Cuerpo, divina Sangre como aquella que derramaste en Jerusalén. ¿Cómo encauzar este sentimiento al sentirte presente, al tiempo que te veo clavado en el madero de tanto sufriente, para que me hagas exclamar tu mandato de amor? ¿Cómo amarte más en quienes menos ama el mundo para pregonarles que la medida de tu amor por ellos es amar sin medidas?
Porque si de algo habla el Jueves Santo es precisamente de amar… Un amor hecho flor, como le gusta, le encanta a esta Villa, porque el villero ha entendido siempre que con la belleza de las flores también se ama al Señor. Mira más allá y lo verás, verás amor oferente detrás de esa carrera desde el 16 de la playita hasta la Concepción, para enramar con una sensibilidad que no encontrarás en su carácter; y verás amor también cuando te asomes al Calvario y veas aquel alto, dejándose la espalda en la estrechez de este templo mientras clava flor tras flor en las jarras. Verás amor cuando la paciencia de aquel que está enramando en San Juan como si no tuviese más tronos que arreglar, contenga la impaciencia de quienes enraman con él a mayor velocidad porque lo esperan en Santo Domingo. Verás amor cuando hasta de la Cruz del Teide lleguen las flores, entre lágrimas, a los pies de Cristo en la Concepción. Verás amor villero, verás amor eucarístico, verás autenticidad, cuando visites cada monumento de nuestras parroquias, porque cada flor puesta por los enramadores viene a ser corazón de cada orotavense que, con los pétalos que regala Dios para decorar la naturaleza, pretende hacer almohada que acomode al herido Cuerpo del Salvador. En la exuberancia de nuestros altares de reserva, seña de identidad de La Orotava, está reflejada la devoción al Señor de la Villa, Cristo Eucaristía que, en la mesa del altar mayor, se parte como partió su divino cuerpo en lo alto de la Cruz.
Pero en la mañana del Jueves Santo (incluso desde la tarde del miércoles) hay algo que siempre pasa desapercibido y que me gustaría señalar porque me parece más que una simple anécdota. Si nos paramos a ver bien, podemos contemplar también algo típico: las correcciones de los más jóvenes de las parroquias, preocupados por ver a la gente rezar ante el monumento cuando aún no está reservado en ellos el Señor. “Señora, disculpe, es que aquí aún no está el Santísimo, está en la capilla lateral”, “Perdone, es para indicarle que todavía no está el Señor aquí”, “es que el monumento se utiliza tras la consagración de la misa de esta tarde”, esta preocupación por aclarar habla muy bien de nuestros más pequeños y jóvenes, pues muestra el profundo conocimiento de la Fe que profesan y el gusto por llevar a los demás la Verdad, en definitiva, más que anécdotas de cada mañana del Jueves Santo vienen a ser pequeñas catequesis que siempre llevan a cabo los adolescentes villeros que transitan esta mañana los templos, cargados de un nerviosismo también característico.
La tarde del Jueves Santo viene como apresurada, entre carreras, pero esa tensión nos pone el alma como en vigilia, para gozar profundamente de la Cena del Señor. Vivir este banquete en primera persona, como sé que lo vive la inmensa mayoría de esta Villa, es el mayor regalo de esta jornada central. Y ello se ve en las hermanas de peineta y mantilla, en los trajes y corbatas de los señores y en el atavío elegante de las señoras, es tarde de olor a las mejores colonias de cada casa, de camisas perfectamente planchadas, de las joyas que se guardan durante el año para contadas veces, e incluso es momento de estrenos, y eso también nos habla de amor, de la importancia que para este Pueblo tiene la presencia del Señor.
Y es que Dios no da puntada sin hilo, nos ha venido preparando todos estos días, nos ha llevado a vestirnos con nuestras mejores galas, y sacar lo mejor de cada hogar, para luego, en medio de la celebración, quitarse sus ropajes, ceñirse una toalla, pedir un lebrillo y nada más y nada menos que arrodillarse ante nosotros para lavarnos los pies…
¡Vaya con el objetivo del Señor! Nos ha preparado durante cuarenta días, para abrirnos el corazón de par en par, y lo primero que nos dice en esta tarde es que amar pasa por servir, por rebajar los muros de nuestro ego para ser canal de su amor servicial: ¡nos ha entrado a bocajarro eh! pero no sólo ocurre eso… Sabiendo que es algo que nos cuesta mucho, se nos regala como alimento de Vida, como Pan y Vino de Eternidad, se nos dona como celestial combustible que mantenga encendida nuestra alma para amar a todos. Y como remate, por si quedaba algo, una receta para nuestra vida cotidiana: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Y con estas tres claves, el Señor encierra su omnipotencia en la reserva
del monumento… se apagan las luces… y en la Concepción el anaranjado sol de la tarde parece ser ese fuego del amor de Dios que nunca se va, que siempre queda prendido. Es ahora, cuando la tradición de la Villa grita a lo más hondo del corazón, sale a la calle Cristo Crucificado, siendo aún Jueves Santo… No sale el viernes, la Villa lo saca el día del Amor Fraterno, y encima, ha venido a darle nombre a su procesión: El Mandato. El Crucificado atraviesa el dintel del pétreo pórtico entre las nubes de incienso y comienza a gritar, aunque parezca que calla, que está en silencio. Grita, como lleva exclamando durante 440 años, cuál es la medida de su amor. En la calle de la Biblioteca el discípulo amado que esculpiera Luján Pérez, ha escuchado la voz de una señora que ha repetido el mandato que ha dado el Señor “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, y aunque parezca muy erguido y abstraído de lo que ocurre, San Juan reafirma, sin bajar la mirada: “Sí, amaos los unos a los otros como Él nos ha amado”. La joven de al lado ha escuchado la conversación y se introduce en ella preguntando: “¿y cómo nos ha amado el Señor para saber cómo amar?”, la rapidez del andar del cortejo no ha permitido que Juan responda, pero llega el Señor y mientras ellas elevan la mirada, se escucha su grito: “te he amado así”. Y lo que ha ocurrido con estas mujeres, lo sigue escuchando otra familia en las Cuatro Esquinas, los hermanos que lo han cargado subiendo la Carrera, lo han sentido ya aquellos cuyos restos guarda el camposanto… y ese grito en el corazón lo siguen escuchando por La Hoya, por el Ayuntamiento, al llegar a la calle del agua e incluso al entrar por la calle de la Iglesia. Porque cada vez que pisa nuestras calles, grita en el silencio de nuestro corazón: “ama como yo te amo”.
Esa tarde los pájaros que revolotean entre los árboles de la Hijuela han quedado prendados de otro árbol, y mientras las ranas callan ante la música de las bandas, se escucha al drago, a la palmera, a la araucaria, se escucha de cada una de las verdes hojas y de los hermosos frutos, un susurro a una sola voz, adelantando el himno que la Iglesia proclamará al día siguiente:
¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos, dulce árbol donde la vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza.
Tú solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
Tú, el arca que nos salva, tú el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.
Y la Villa conocedora de tu amor inmerecido quiso llamarte Misericordia, porque misericordia significa poner el corazón en la miseria, y durante siglos así lo hemos experimentado. Porque cuando el Señor de la Misericordia llega a esas cuatro esquinas abarrotadas y avanza por la Carrera donde no cabe un alma, va abrazando con su misericordia cada una de las realidades en las que vive cada persona que eleva a él su mirada, que pone a sus pies tantas cruces cotidianas.
Comienza a vencer la noche al día, en silencio entra, con el habitual respeto de sus fieles hermanos de la Vera Cruz, los mayores, los de siempre, aquellos que responden con fidelidad a la fidelidad del Señor con ellos y gracias a los que, algunos como yo, sentimos ese vínculo tan especial con el Crucificado villero.
***
El silencio de la entrada en la Concepción se entremezcla rápidamente con el bullicio de la calle, donde miles de personas corren de un lado a otro, donde las mesas de los hogares se comparten, haciendo realidad aquello de “donde caben dos, caben tres… o cuatro, o seis o quince…”, es el momento de tomar algo, de picar unos trocitos de tortilla y echarse una cerveza rapidito, que hay que aguantar hasta la madrugada. Es el ratito de compartir lo vivido hasta el momento, de ensayar por última vez las malagueñas que se entonarán en unas horas y, con las mismas, salir corriendo al farrobo, a este templo que se convierte, sin dudarlo, en centro neurálgico de la Semana Santa de Canarias en esa noche. La calle de los Tostones se hace canal para una masa de personas que, como quien les habla, sube casi sin aire, aún con el último bocadillo de Sabas en la garganta…
Parecerá una tontería, pero ese tránsito del Mandato al Columna, para mí, es de los momentos más especiales y característicos de la Semana Santa, porque es el necesario instante de las amistades, de los encuentros, de las risas, del sentir que todos vamos con un mismo objetivo. O lo que es lo mismo: esa necesidad que tiene la sociedad de hoy de encontrar objetivos comunes, de tener puntos de identidad que la unan frente a tanto individualismo.
Esta noche suena a la Tosca de Puccini, esta noche suena a gargantas desgarradas que rompen el silencio con sus oraciones hechas malagueñas, esta noche los adoquines ya saben lo que va a ocurrir y tiemblan de pena, porque el frío de la noche no les permite calentar si quiera, la planta de los pies del Salvador que esculpiera Roldán en Sevilla. Las cuelgas rojas de las ventanas y balcones no paran quietas, intentando soltarse de sus amarres para hacer de capa para el Señor cuya piel brilla como diamante bajo la luna de Nisán. Y la Villa contiene la respiración porque sabe que la Preciosísima Sangre del Redentor, volverá a regar cada rincón, porque cuando el Columna descienda San Juan, Cantillo y León, la fuente de Gracia que estará llegando ya a la Villa Abajo no tendrá nada que la pueda frenar y de esa sangre empapando la tierra orotavense manarán frutos de victoria, frutos del amor de Dios, como bien lo conoce la Madre Buena que mira a la inmensidad del Cielo porque ve en la espalda golpeada de su Hijo estrellas que iluminan el sendero de tantos que se ven perdidos en los mares de la vida. El Señor llega para entrar en el Convento de las Clarisas de la Villa, y sí, no me he equivocado, el Columna, acompañado del discípulo amado, de María Magdalena y de su Santísima Madre entra en la iglesia del convento de San José, porque para La Orotava, este punto concreto de la desamortización no terminó de fraguarse en el ideario, y pese a que se derruye el monasterio para la Villa esa plaza y ese ayuntamiento sigue siendo prácticamente un espacio sagrado, y una vez más, el balcón del salón noble se transforma en púlpito, el atrio en coro… Y se para el tiempo un año más, mientras las miradas no pueden ir a otro sitio que al bendito cuerpo de Cristo flagelado… Habría que estudiar la capacidad que tiene el Señor a la Columna de atraer a todos hacia sí. Cuando Él pasa, nada queda igual…
En este mismo lugar, y en este mismo acto, en 2011 el sacerdote villero D. Santiago González Hernández compartía una frase que he llevado siempre conmigo desde entonces, referida a esto mismo que intento compartir. Él hacía alusión a un momento intenso que vivió junto al Señor a la Columna, cuando en la acera inferior de la calle Cantillo llegaba a la unión con la calle de los Tostones y que justo en ese momento, al elevar su mirada, coincidió con el punto exacto donde el Señor le miró, afirmaba: “en este instante experimenté lo que reza la canción: me has seducido Señor con tu mirada, me has hablado al corazón y me has querido, es imposible conocer y no amarte, es imposible amarte y no seguirte: me has seducido Señor”.
¡Cuántos corazones habrá seducido Cristo atado a la columna cada noche del Jueves Santo! ¿Cuántos rezos están escondidos en lo hondo de su corazón? Eso sólo lo conoce Él, pero lo que sí sabemos es la locura que ha sentido la Villa por su presencia desde su llegada, historia devocional que guarda con celo su esclavitud. Y si la entrada a la plaza a todos nos marca, esta noche deseo pregonar la otra parte de la procesión, su salida desde el Ayuntamiento y su regreso a San Juan, esa parte donde el transitar del Señor parece aún más de la Villa, donde ya todo es menos aparente y mucho más profundo, donde se escucha el silencio, donde la luna vuelve a parecer que ilumina más la subida por San Francisco, justo cuando la brisa fría del inicio de la madrugada se cuela en los huesos y juega con el fuego de las velas de las redomas y los fanales… y al canto ofrecido por la iglesia de San Francisco le sigue otro canto, el del corazón servicial, entregado de las Hermanas de la Cruz que esperan discretamente en la esquina de la calle Salazar enfundadas en sus capas pardas… ¡Cómo brillan sus ojos cuando pasa el azotado ante ellas! quizás porque estas mujeres conocen bastante bien el dolor de tantos flagelados de nuestras calles: muy especialmente los azotados por la enfermedad, por la ancianidad y la soledad… Ellas son bálsamo para las heridas del Columna en el baño dado a la anciana que no puede asearse, ellas son beso de amor en la espalda del Señor cuando llevan su presencia eucarística al abuelo que vive solo porque no tiene ya familia y sus amigos han partido a la Casa del Padre, sus ojos brillan porque conocen el sufrimiento de Cristo en tantas personas que ni siquiera nosotros miramos… Y ellas, al igual que las Hermanas de Marta y María, la familia vicenciana, los salesianos, o la fraternidad de la Divina Providencia, son manto de la Virgen de Gloria para proteger a tantos hermanos en riesgo de exclusión, para mostrarles, como María, que el Cielo es nuestra patria, y que esa patria no entiende fronteras humanas, que el amor del lacerado los ha amado primero y que nunca les dejará en la cuneta de la vida.
Sigue el Señor subiendo a San Juan con una brisa que ahora trae aromas a gofio, porque Él también pasa por lo cotidiano, y conoce los esfuerzos de cada jornada, y en cada llaga acoge también tu sufrimiento diario.
La unción con que te talló Roldán, es imán que atrapa las almas y en ella contemplamos la mansedumbre del Cordero pero no quiero Señor quedarme sólo en ello Quiero ver realmente lo que aconteció imaginarme como todo un Dios se abajó y hecho diana de las ansias del mal se revolvía en el suelo
Quiero Señor que me duelan tus azotes
para no flagelarte más
pues en la crítica y el señalamiento al hermano
tomo en mis manos el látigo que se clava en tu piel
Clavando mis ojos en tí,
hazme poner la espalda de mi pecado
para remediar el mal que sufren tantos
atados a la sinrazón del hombre
Que no dejemos nunca de mirarte Señor,
para levantar de la postración a los desesperanzados,
para defender a tus discípulos de hoy que son fustigados
por el señalamiento de seguir tu Buena Nueva de amor
Señor de la Columna, siente mi beso en tus llagas
Dame tus manos para desatarlas
en la liberación que podemos dar a los hermanos sufrientes
con nuestra cercanía, con tu amor derramado a través de nuestras
manos.
Que cuando entres por la plaza de San Juan
esta Villa sea más tuya
y rompa los látigos de las injusticias
y se transforme en campo fértil donde florezca tu amor para todos
con el riego sublime de tu preciosa sangre.
La Semana Santa de la Villa es también familia, legado de abuelos a nietos, de padres a hijos, de generación en generación. En cada esquina surgen los recuerdos de los momentos vividos, en cada mirada al Señor, a la Virgen, los rostros de aquellos que ya están en el Cielo, en cada hogar unos preparativos concretos: hábitos colgados en las puertas, trajes perfectamente limpios, insignias, sotanas y roquetes, procesiones en las casas de los más pequeños, y hasta en las plazas y callejones del municipio. Este sentido de familia es de las cosas más bonitas que tenemos, pues en ello vemos cómo se transmite la Fe desde el amor del hogar. Pero también comprobamos cómo Dios llama en cualquier circunstancia y es donde aparece la familia de Fe, la de los amigos de la Iglesia, de la cofradía, de las procesiones, por las que otros se suman. Familia es sinónimo siempre de Nazareno de Santo Domingo y Encuentro, sin niños correteando por el entorno de la plaza Patricio García el amanecer del Viernes Santo no sería lo mismo. Y esa vida de los pequeños de la casa es básica, pues muchos de los que se enfundan el hábito de nazareno llevan consigo apenas un par de horas de sueño, en el mejor de los casos. Los niños dan la chispa necesaria para encender de nuevo a tantos padres y madres que ante el reclamo de sus retoños, madrugan aunque prácticamente hayan empatado del jueves al viernes sin opción a descanso. Esos recuerdos también son importantes, porque crean tradiciones familiares imborrables, que nos acompañan toda la vida, y hacen que La Orotava cuente con esta idiosincrasia. Este teatro sacro siempre ha sido un punto de encuentro, y nunca mejor dicho, de familias enteras no sólo de La Orotava, sino de los municipios colindantes que tras el desayuno sin nada de carne (porque en la Villa el ayuno no se cumple del todo, pero la abstinencia sí), continúan viendo la salida del Calvario. Es un día en el que el pueblo está en la calle hasta el sábado.
Pero como todos sabemos, cada familia cuenta con su propia y concreta procesión interior… El Nazareno ha salido, pero si te fijas, va más lento que su Madre, que Juan el evangelista, que la Santa Mujer Verónica y que María la de Magdala: su cruz pesa mucho, y tras todo lo pasado se hace complejo caminar y mantenerse en pie… Ese madero pesa mucho, porque en la cruz de nácar y carey del Nazareno van todas nuestras cruces. No ha llegado aún a salir de la placita de la iglesia y ya ha caído por primera vez, pues la desesperación de Martín por no encontrar trabajo pesa, en esa cruz va la desesperanza y la decepción de tantos jóvenes que, tras realizar sus estudios se ven sin posibilidad de trabajar, sin opciones para independizarse porque no pueden hacer frente a unos costes tan elevados; en esa cruz por la calle Viera va también la tristeza de una madre con un sueldo que no le da para llegar a fin de mes y donde cada jornada es un camino de ansiedad.
Cae Cristo de nuevo al llegar al arco de Franchi, cae por la tristeza de la abuela que hace meses que no recibe la visita de su familia. Se levanta el Nazareno de nuevo, y continúa a trompicones hasta llegar al final de la calle Cólogan, donde al mirar a su derecha, vuelve a caer, al contemplar las historias que encierran dentro de sí los jóvenes migrantes, a los que el sistema los lanza a un pozo oscuro donde no se habla de la Verdad del amor de Dios. Porque en esa cruz carga Cristo todos los sufrimientos del hombre y de la mujer de nuestro tiempo.
La Madrugá pone la banda sonora para un momento terrible… María bajando la calle Colegio encuentra de frente a su hijo, a quien amó desde antes de nacer, a quien cuidó con mimo, a quien hizo carantoñas, a aquel que es la paz y el amor, con su rostro destrozado, agotado bajo el madero donde va a ser clavado… y parece que retira la mirada hacia la tierra, lamentándose de ella…
Suelo de la Villa, que has visto pasear al redentor cómo soportas sentir sus pasos rotos sobre ti sin convertirte en alfombra como el Jueves de Corpus que suavice su maltrecho andar…
Torres de la Concepción, por qué callais viendo al justo apaleado por la injusticia y no convocáis a los que dicen amarle para liberarlo del dolor para alabarle como el domingo en la mañana…
Y los niños de la plaza, al ver a la Madre salen tras ella, pues en su inocencia son capaces de entender la profundidad de este momento mejor que los adultos, porque ellos viven en primera persona lo que significa mamá.
Los gestos de los menudos, que se entreven cuando pasa la Virgen y se acerca al Señor, no tienen precio: Desde el que mira cómo avanza la Dolorosa meciéndose como si fuera el trono, siguiendo los acordes de Abel Moreno, hasta el que se agarra sus manos contra el pecho, como conmovido, pasando por la eterna pregunta del “¿por qué le han clavado un cuchillo a la Virgen?”. Ya el propio Cristo lo decía: “dejad que los niños se acerquen”, porque sus preguntas y su sensibilidad rompen la pasividad en la que nos anclamos los adultos, y nos hacen volver a la verdad de los momentos que contemplamos.
La Semana Santa de La Orotava es de emociones fuertes, no juega a medias tintas, son días de vivencias muy profundas que cada uno percibe y vive a su manera, pero que se comparten en comunidad. La vida en sí lo es también, es una aventura apasionante, unos días te pone muy arriba y otros en el mismo suelo, pero en medio de todo ello, Cristo al pie de la Cruz nos hizo un regalo, cuando ya no le quedaba nada más: nos regaló a su madre, la hizo nuestra en lo alto del Calvario… Y con la Madre todo se ve desde otra perspectiva, siempre con la esperanza de aquella que confía plenamente en el plan de Dios.
Y nuestro Pueblo lo ha querido siempre tener muy claro, ofreciéndola desde que entramos por la puerta principal del Ramal.
La plaza de la Paz nos regala el modelo de confianza de la Madre. Desde el siglo XVII hasta hoy, en el Calvario, nos recibe una madre mostrándonos a su hijo muerto en su regazo. Primero el óleo de Gaspar de Quevedo, luego el Señor del Calvario de Fernando Estévez. Desde que llegamos a nuestra Villa, la Virgen parece que quisiera mostrarnos al Señor, quizás por ello, aquí no le digamos “la piedad”, sino “el Señor del Calvario”, algo muy muy característico de nuestra Villa. Esta visión ha calado tanto, que podemos reconocer a un villero cuando sea el lugar que sea, llama Calvario a un grupo escultórico de la Piedad. Ante el Calvario pasamos continuamente, y forma parte de la identidad de La Orotava, ese vínculo de costumbre, emocional, lo ha hecho un hito devocional incuestionable durante siglos.
El Calvario viene a reflejar el mismo espíritu de la existencia, donde vida y muerte van unidas. Mientras el Viernes Santo lloramos la muerte del Señor y abrazamos a la Santísima Virgen en su dolor, en el mismo lugar, en el mes de junio, cantamos y reímos junto a San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza. En el Calvario los villeros tenemos una de las páginas más relevantes de nuestra manera de ver este camino por el mundo y siempre, María, la Madre que nos espera en las alegrías y en las tristezas, mostrándonos a Cristo como camino de Salvación.
La Virgen, en este rincón de nuestro pueblo, nos presenta a Cristo aparentemente muerto, vencido, pero Ella levanta su mano derecha como claro signo de victoria, y mirando de frente a quien la busca… Busca a quienes se encuentran sumidos en la tristeza de la pérdida de un ser querido, para mostrarles que pese a tener el cuerpo inerte de su hijo sobre sus rodillas, en su pecho, confía plenamente que ese silencio no tendrá la última palabra, que en aquella aparente derrota se esconde la esperanza, la vida. Cómo podrían hablar algunos de la manera en que María les ha mostrado que la muerte no tiene la última palabra; Cómo podrían hablarnos de ejemplos en los que el Señor del Calvario ha supuesto el baluarte ante los golpes más duros de la vida, de la despedida de la gente a la que aman, pero también el núcleo que rubrica y hace permanecer ese mismo amor… algunos de quienes ocupan hoy estos bancos podrían decirlo en primera persona.
El calor del mediodía pega fuerte sobre La Orotava, pero la Villa, cansada, aguanta y saborea cada segundo de estar con el Señor. Él nunca va solo, porque le debemos la paz que respiramos cuando sentimos que llegamos a nuestro Pueblo, porque nos bendice y nos protege cuando nos vamos.
Cruces, cruces y más cruces,
Besos, besos y más besos,
velas rojas, miradas, flores…
Cuánto significado espiritual en estos signos visibles que día tras día contempla el Calvario Cuánto se encierra en ese santiguarse de la señora que viene de trabajar en la guagua, cuánta carga hereditaria lleva esa cruz trazada con la mano de ese joven que corre para llegar al entrenamiento de la tarde, cuántas generaciones de villeros van en ese gesto de fe del abuelo que lleva a su nieto ante la capillita y le dice: “mira al Señor del Calvario, dale un beso volado”.
Cómo encoge el alma llegar a La Orotava, cualquier día del año, entrar a la Villa y ver las velas encendidas a los pies del santuario. El Señor del Calvario es esencia de nuestro pueblo y esa esencia se percibe con el discurrir del cortejo de su hermandad al mediodía del Viernes Santo. Va bajando la calle de su nombre, llega a su templo y contemplando la belleza que Estévez plasmó con tanta gracia divina, me viene a la mente esa canción que tanto he escuchado en la voz de mi madre:
“Parece mentira
que te hayan clavado
que seas el pequeño
al que he acunado
y que se dormía
tan pronto en mis brazos.
Ya cae la tarde
se nublan los cielos
pronto volverás
a tu Padre Eterno
Duérmete pequeño
Duérmete mi niño
que yo te he entregado
todo mi cariño
Como en Nazareth
aquella mañana
he aquí tu sierva
he aquí tu esclava
“El Señor ha muerto” ... A las tres de la tarde el silencio se impone en la Villa y una sensación que sobrecoge lo marca todo. Los acólitos almorzábamos este día juntos, para poder empatar con los oficios de la Muerte del Señor, y todo era un continuo: shhhhh, el Señor ha muerto. “Chicos, hablen bajito que ha muerto el Señor” y así se extendía es silencio propio del luto que se mantendría el resto de la jornada. La tarde del Viernes Santo, para mí era de las más impactantes del año, y lo era por tantas cosas como veía y sentía desde pequeño. Una de ellas, sin duda, era contemplar a los sacerdotes postrados en el suelo. Aún hoy en día me parece un signo de una carga simbólica tremendamente fuerte: ver al clero tirado por los suelos, rostro en tierra, es tan elocuente que no hace falta preguntar qué ocurre. La oscuridad en la que queda sumida cada parroquia tras la adoración de la Cruz, los improperios… “Pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido ¡respóndeme!” y nosotros, cabizbajos, no sabemos siquiera responder…
Pero en este contexto, también existen anécdotas, que en el fondo forman parte de esta historia de fe, de piedad hecha cultura. Hubo unos años, en los que el uso del color negro no estuvo bien visto por parte del clero, sin embargo, en el ideario general de la sacristía, no sacar el negro como color litúrgico para la Muerte del Señor no entraba en la mente de ninguno, pues si no se usaba para el Señor ¿Con quién si no se iba a usar? y los más jóvenes, los monaguillos de la Concepción, en el tránsito del final de los oficios y el comienzo del traslado del beneficio parroquial para subir al Santo Entierro iban sacando, discretamente, los ternos negros para acompañar al Señor Muerto, pues cuando el sol comenzaba a ocultarse, el negro no se sabía si era morado.
Recuerdo un año, ver a distancia como el párroco estaba en un conocido balcón de la Carrera y justo nos mandan a parar con la manga y los ciriales ante la farola anexa a la vivienda… Sudar frío era poco. Con el ojo bien percatado, desde el balcón me llamó y me dijo (señalando a la manga de oro): ¿eso de qué color es? ¿Negro? Mi respuesta, fue ¡qué va! es morado pero muy muy oscuro… No quedando del todo convencido, pero queriendo el Espíritu Santo que el cortejo continuase avanzando… Y así año tras año. En realidad, todos sabían el color que era, y viendo el ímpetu de la Villa en no retirarlo, lo dejaban pasar. Esta y seguro que otras muchas anécdotas podrán contar muchos monaguillos de los que hoy están sentados aquí, pero sirva como ejemplo del compromiso generacional con la conservación del patrimonio de nuestros jóvenes, gracias al legado de los mayores.
Este año es lustral y en la Villa también se vive de manera especial. Y es que el próximo Viernes Santo el Señor Muerto, que nos preside esta noche, esta bella obra sevillana atribuida a Francisco de Ocampo y que lleva entre nosotros desde antes de 1620, volverá a descender desde lo alto de su cruz como cae el sol en la tarde. Todo ha sido consumado, Cristo cuelga muerto en la cruz, y Jose de Arimatea y a Nicodemo le han salido ayudantes sanjuaneros para poder bajar al Señor y darle digno enterramiento. El discípulo amado lo mira, como no creyendo lo que ve, abstraído al estilo de Estévez: ¿cómo ha podido acabar todo así? ¿Cómo no ha existido compasión por aquel que andaba sembrando el amor y la verdad? María Magdalena rota, pero María, su madre tiene el pecho atravesado de dolor, ahora en una calma extraña, la calma que da el saber que Dios tiene un plan mejor y que el mal no tendrá la última palabra, la calma de estar al lado de su hijo hasta el final, sin miedo, de saber que ha muerto acompañado por su amor y el de los suyos…
Cuántos ancianos que mueren hoy sin compañía, cuánta agonía sin amor humano, cuánta tristeza en el alma de aquellos que lo dieron todo porque estemos nosotros hoy aquí. Miremos bien el Santo Entierro del Señor, su Madre a su lado, su mejor amigo a su lado, María la Magdalena, los Santos Varones… En estos meses he contemplado con tristeza cómo se llenan nuestros hospitales de mayores que llegados a su última etapa de vida, son extirpados de sus contextos y sobre ello viven en la más absoluta soledad: días, semanas, meses, en los que su familia no pasa a verles, a darles un beso, a agradecerles el amor que primero sembraron en ellos.
No podemos olvidarnos que el Señor nos llama a ello y quizás sea este uno de los mayores problemas que tengamos en el hoy de nuestra sociedad: un ritmo, una productividad deshumanizada que nos hace priorizar lo que no es prioritario. La vida y el amor están por encima de todo lo demás, y sacrificar nuestro tiempo por acompañar a los que se encuentran enfermos es una obligación cristiana que nos ayuda también a nosotros. El Señor Muerto atravesando la Villa de un extremo a otro con su largo cortejo debe ser un cuestionamiento a nuestra forma de vivir, en la que sacamos de la sociedad la realidad de la muerte, pensando que viviremos siempre en este mundo, y además jóvenes y perfectos. No, la muerte es tan real como que estamos hoy aquí y asumirla es clave para la sociedad en general, porque desde la esperanza cristiana el corazón puede centrarse en lo importante, aprovechar el tiempo para dedicarlo más a los demás, entendiendo que los vacíos de nuestra sociedad contemporánea vienen precisamente por no atender la llamada del Señor a ser misericordia suya.
Ojalá este año de descendimiento, bajemos al sepulcro y contemplemos realmente al Señor Muerto, y en ese rostro pongamos los rostros de tantos hermanos y hermanas que entrados en edad o enfermos buscan amor para cerrar esta etapa en el mundo, para experimentar la presencia de Cristo por medio de nuestro cariño y acompañamiento…
Porque el Señor muerto, a todos nos toca el alma porque esa losa pesada cuando cae bruscamente parece que nos rompe por dentro porque ver esos dedos que parecen querer aún vivir nos llevan a seguirle hasta por la dura calle León
Porque el Señor muerto nos cuestiona
y nos hace ver que todo en este mundo es caduco
todo menos su amor, porque su amor es el grano de trigo
que cayó en la tierra de una vez para siempre
y que tras morir, tras romperse ha dado fruto
Dio fruto en el convento de San Lorenzo, con los hijos de San Francisco
dio fruto en San Juan, cada vez que atraviesa esa puerta del fondo
y el redoble hace estremecer el corazón de la Villa
y ha dado fruto en cada altar, de cada parroquia, en cada Eucaristía
Haznos mantener la esperanza como María,
para que no pensemos que todo concluye
al terminar la calle Fernando Fuentes,
sino que esta oscuridad que ahora nos invade es tan solo el último
escalón para abrir la puerta de la luz que llenará de alegría los
campanarios
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La Villa queda en las tinieblas una vez Cristo ha sido depositado en el sepulcro, y el Pueblo busca a la Madre para no dejarla sola, respondiendo al regalo que nos ha hecho el Señor antes de morir. Y tan sólo Ella encumbrando el altar de la Matriz villera, doliente pero erguida. El Sol ha muerto, ya la luna no brilla ilumina, pues no puede reflejarlo, y a los pies de la Dolorosa de Luján el sacerdote retira la luna de plata ante todos los fieles… La profecía de Ana en el templo de Jerusalén en la purificación se ha cumplido: “A ti una espada te atravesará el alma”, ya se ha consumado, y ante la mirada atónita de los devotos se retira el puñal del corazón de la Virgen… Todo ha acontecido ya… y con Ella continúa la Villa el sábado, a la manera de Estévez.
Detrás del velo oscuro comienza a florecer la rosa, el clavel, las orquídeas y los anturios, la luz parece contenida, pero ya nada puede contenerla: La losa del sepulcro está retirada y la tumba vacía. Nunca una noche ha tenido tanta luz. El Señor vive, y se nos acerca de nuevo en el Pan de la Vida, en el Vino de la Salvación, y su presencia es tan real que el gozo estalla, y aun siendo de madrugada las campanas cantan de júbilo anunciando a los cuatro vientos que esta historia no es la de un perdedor, la de un antisistema que vendía historias irreales, sino que es la de un Dios que nos ama, que vive y está con nosotros.
La primavera ha llegado, la Pascua lo llena todo de alegría, y la gracia del Señor llueve sobre la Villa como los pétalos que cada Domingo de Resurrección caen desde los balcones de la familia Zárate-Salazar, como bien enseñó Doña Fina.
Todo habla de vida, de nuevas oportunidades, de amor que vence absolutamente a todo, incluida la muerte y este es el mensaje más grande de la Semana Santa, no hay otra cuestión: todo tiene sentido por este domingo de vida. Cristo ha resucitado y es lo que da sentido a cada esfuerzo realizado durante la cuaresma, a cada sacrificio, a cada morado en el hombro, a cada llaga del pie, a cada trabajo en el seno de nuestras hermandades y cofradías, a las horas y horas pasadas en nuestras iglesias y parroquias.
Ver la hilera de estandartes y mangas bajando la calle de la Carrera en la mañana del Domingo de Resurrección no es un broche de oro, es justo lo contrario: es la apertura del tiempo más gozoso del año.
Y sí villeros, esta es la grandeza de la impresionante historia que vamos a vivir
Que no es una historia de muerte, sino de vida
que no somos locos apegados al dolor
sino un pueblo que quiere vivir de verdad: SU VERDAD
que la unidad es nuestra seña, como miembros de un mismo cuerpo
como mostraremos este año de la Esperanza con ese Vía Crucis
Magno, que la vida merece la pena vivirla, pero no a medias, sino con
todo y más.
Corre muchacho, que se nos hace tarde
coge tus zapatos y tus guantes, que esto ya está aquí,
plancha tu hábito y busca la camisa blanca, que esa va mejor
no esperes a mañana, que esto está que arde.
Arde de un amor por dentro que te levanta
que te lanza a la calle, que te aguanta hasta con sueño,
un amor que todo lo hace nuevo,
Arde y se ensancha con el sonido de una banda
Corre muchacha que hay que arreglar el vuelto,
no olvides el rosario, para orar por tanto que llevas dentro
y siente esa brisa, que es caricia de Dios en el incienso,
que camina por la Villa y va a tu encuentro
Villero, que la Salud se acerca aferrada a un madero,
que con su gracia la Buena Muerte es puerta
al Paraíso del costado del Señor abierto
Siente como baja por tu alma el perdón y cala
para transformar con su gracia tu yo
y el de tu casa, y el de tu vecina
y hasta a aquel de la parada.
Escucha que te grita: Levántate y anda
para cruzar contigo la mirada,
ya sea mostrando la cañita o con sus manos apresadas,
te busca, por estas calles y plazas
Anda, no tardes, que esto avanza
que en nada está el Columna en la plaza
que en la Cruz Verdadera ya está la Verdad clavada
que su misericordia se derrama
Anda, no dejes de lado el mensaje del amigo
nos echas una manita y luego una caña
porque en ello puedes encontrar el amor que falta
quizás recuperar la esperanza
¡Que esto viene ya y se nos pasa!
Que he visto el Humildad en su basa
y el patio está lleno de calas
que el Señor te espera, no rehúyas: ama
Ama a Cristo en tantas citas que te manda
que no escatima, que son para tí, anda.
que espera en el sagrario,
en el confesionario, en su Palabra
Villero, que la mesa está puesta y
es el celestial Cordero
manjar que todo lo sacia
que llena de vida, la única que no acaba
No tardes, que el Nazareno madruga
que el Calvario no para en la parroquia
que hay que llevar a todos su semilla
pa que esta tierra sea más de Dios: sagrada.
Orotava ábrete de par en par
deja el Señor te arrebate el corazón
y te haga custodia viva
que pregone a todos su amor
Hermano que no hay vuelta atrás,
que aquí está el Señor
abre tus ojos, dale tu corazón
que en la Villa se encuentra
porque esta Villa es de Dios.
He dicho.
Josuha Rodríguez Álvarez. 23 de marzo de 2025.
Año Santo de la Esperanza…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL