martes, 1 de noviembre de 2022

LAS COSTUMBRES DE MI MADRE POR FINADO

Fotografía colección particular tomada de mi cámara.

 

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “LAS COSTUMBRES DE MI MADRE POR FINADO: “…Recuerdo de ver a mi madre por el día de todos Los Santos (finados), después de haber llevado unos claveles al cementerio a sus familiares, encender a las animas benditas. Lo hacía poniendo en una ondilla el aceite, y luego unos pavilos (lamparitas). La primera era para las animas, luego para sus padres, familiares, amigos, y le ponía una por los que no tenían quien le encendieran; y me llamo la atención cuando le puso una a una viejita, y yo por curiosidad le pregunté: “¿quién es esa viejita?”. Me comentó que ella siendo una niña iba a su casa a ver una muñeca de trapo que tenía en un aparador, y la viejita al notar como la miraba, se la prestaba un ratito y luego la volvía a poner en su sitio, y a ella le encantaba. Cuando ella la veía por la casa, ya sabía a lo que iba y se la volvía aprestar; se alegraba viendo lo contenta que estaba.

Yo nunca tuve una muñeca me pareció muy hermoso y conmovedor el detalle por parte de mi madre, que después de tantos años la tuviera presente en este día. Mi madre creía mucho en las animas benditas, y decía que eran muy golozas, que cuando les pedía algo se lo concedía, y le encendía una lamparita de aceite. En aquel tiempo las misas de las animas que les decían en la Iglesia de San Juan era la primera a las seis de la mañana, y a continuación tres seguidas, y ella se quedaba; se las gozaba todas.

Todo el día las campanas estaban doblando, y ella hacía para doblar lo siguiente: en el poyo del patio de mi casa, tostaba unas castañas las ponía en un cesto de mano con una piedra y las tapaba; al rato las sacudía y se pelaban solas, después en las brazas asaba un trozo de pescado blanco salado, y unas sardinas de barril. Luego las hervía, le ponía aceite, vinagre, y una pimienta verde de esas que llaman de la puta la madre, que la tenía plantada en una maceta y acompañadas con unas batatas llamadas patas de gallina, que las íbamos a comprar al camino polo a la finca de brasluis, cuyo dueño era conocido cómo Luis el del níspero y las comíamos con un mojo de cilantro, que te chupabas los dedos; el vino era nuevo medio asifonado de la bodega de mi padre.

Esa era la comida para ese día; era el preludio gastronómico de lo que nos espera este mes, por algo lo llaman el mes de la poca vergüenza.

Yo en su memoria, sido encendiendo las lamparitas tal como ella lo hacía, y sigo poniendo la de la viejita. Hoy en día se ha perdido la tradición. La gente enciende con velones, también en estos días venía los clientes de Benijo a enramar, y en mi casa tenía unas redomas guardadas. Traían unos crisantemos de aquella época de un olor horrible, y mi madre cogiendo unas varas de una enredadera que teníamos en el patio, les hacía las coronas, y desde mi casa iban al cementerio. Después pasado finado volvían a traer las redomas a mi madre que se la volvía a guardar para el año siguiente. Se daba el caso que si sobraban crisantemos, los votábamos, porque nadie ponía un ramo en la casa, ya que decían que esas flores eran solamente para el cementerio…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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