lunes, 14 de junio de 2021

PREGÓN 2021, FIESTAS DE LA OROTAVA



 

Fotografías colección particular tomadas de mi cámara el martes 8 de Junio del 2021.

 

Eva M. Fariña López del gabinete de Prensa y Comunicación del Ayuntamiento de la Villa de La Orotava, me remite entonces (14/06/2021) PREGÓN 2021, FIESTAS DE LA OROTAVA

Lectura que este año 2021 se realizó con un estricto protocolo sanitario, en el Auditorio Teobaldo Power el martes 8 de junio a las 19:00 horas. Por el orotavense y compañero de docencia SEBASTIÁN ESTÉVEZ PÉREZ.

Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Enseñanzas Medias. Máster en Gestión Cultural por la Universidad de La Laguna, ha realizado gran cantidad de cursos y seminarios relacionados con su especialidad; de gestión ambiental y de restauración patrimonial, entre otras. Asimismo, es comisario-curador y crítico de exposiciones artísticas, campo en el que ha realizado un sinfín de muestras para la Asociación Alisios, Sociedad Liceo de Taoro y otras instituciones.

Es un villero muy activo y participa de manera habitual en la vida cultural de su ciudad natal. Actualmente está jubilado y es asesor cultural de la mencionada sociedad cultural, una institución señera en el campo de la cultura canaria con una trayectoria histórica que supera los 150 años de existencia.

Estévez, además, ha sido director de varios institutos de enseñanza media como el I.E.S Garcilaso de la Vega en Villacañas y el I.E.S Los Navalmorales, de la localidad del mismo nombre, ambos de la provincia de Toledo y del I.E.S Villalba Hervás de La Orotava. Ha colaborado en la redacción de varios libros editados por la Asociación Alisios, el Ayuntamiento de La Orotava y editores privados. Es autor, conjuntamente con Miguel Castro Muñiz del libro “La Suerte echada al cuarto voto”, presentado en el X Encuentro Canarias-América, organizado por la Asociación Alisios en junio de 2018. También ha escrito artículos en revistas especializadas en educación, periódicas y participadas en catálogos de arte y libros de la especialidad: “…Ilustres autoridades, señoras y señores, distinguido público, querida familia y amigos.

Hace unos meses, mientras laboraba en mi huerto, recibí la llamada del señor alcalde para invitarme, en su nombre y en el de la corporación que preside, a ser el pregonero de nuestras Fiestas Mayores. Todavía hoy ―ante ustedes, en este escenario adaptado para la ocasión― sigo un poco inquieto, preocupado, por tener el atrevimiento de aceptar tan honorable propuesta y me cuestiono si mi mérito es suficiente para ocupar esta tribuna de excepción por la que han pasado personajes distinguidos, in­telectuales de gran renombre, así como protagonistas de primer orden de la vida social, cultural y política de Canarias y de allende el océano que nos rodea.

Me siento muy feliz, ―honradísimo, diría― con este reto que me plantean el señor alcalde y sus concejales, porque el honor, como dijo el poeta: "Consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar".

Soy consciente de la enorme responsabilidad de la empresa, sobre todo por la categoría intelectual de las personalidades que me han precedido, pero el reconocimiento que tal gesto supone hacia mi persona, el amor, el respeto y la admiración que siento por La Orotava y sus gentes, me obligan a aceptar este hermoso desafío a sabiendas del riesgo que corro.

Al margen de matices políticos, comparto en su totalidad el concepto de patria que expresa el historiador británico Sir John Huxtable Elliott, para quien la patria es ante todo un lugar de nacimiento, la ciudad natal o la región donde uno nace. Algo que se define por la geografía, la belleza natural y prosperidad del lugar donde vivimos, y por la historia común, las costumbres y las características colectivas que no son exclusivas ni específicas de un sitio concreto, sino más bien común a toda sociedad.

En el caso de los naturales de las islas, la devoción por la "patria chica" ―quizá por nuestra lejanía con la "patria grande"― es un rasgo distintivo de la canariedad. Presumimos de nuestro lugar de nacimiento, de nuestro apego al terruño y de un alto sentido de pertenencia. De tal manera, vivir fuera de nuestro pequeño universo, lejos del espacio relacional que dominamos al dedillo, supone una limitación para nuestra existencia cotidiana y buscamos de forma consciente o inconsciente volver a nuestro espacio originario al precio que fuere. En el caso de los villeros y parodiando a Milton, nuestro pueblo en lugar del "paraíso perdido" es el "paraíso encontrado", y es raro hallar a quien no desee pasar aquí toda o buena parte de su vida.

Me considero orotavense hasta la médula. A La Orotava debo casi todo lo que soy. Aquí nací y aquí he vivido la mayor parte de mi existencia. Me reconozco en cada una de sus calles, plazas, rincones y lugares más recónditos, y pateando sus fértiles huertas, campos y montes. No hay sitio en este municipio, por el que no haya pasado alguna vez.

Por mis estudios y ejercicio profesional residí durante un buen número de años en la península. Madrid y Toledo fueron lugares donde estudié y ejercí como enseñante. Los cuales tengo en alta estima, pues la convivencia con peninsulares fue decisiva para mi formación académica, docente y como persona. Allí fui capaz de romper con mi perfil psicológico de hombre canario, de cambiar el concepto de "mi mismo", en el que me infravaloraba respecto a los peninsulares ―nos pasa[ba] mucho―. Despejé dudas acerca de mis capacidades y me sentí competente para aspirar a empresas mayores. Gracias a mi trato con los naturales de la península, ajusté mis mecanismos vitales, superé titubeos y afronté mis relaciones sociales desde una perspectiva diferente a la que mostraba en los primeros años de estudiante. Me sentí muy a gusto en ambas ciudades, tuve a dos de mis hijos y me adapté muy bien.

No obstante, siempre soñé con volver a Tenerife. En el fondo de mi corazón añoraba regresar a la Villa de mis amores en cuanto tuviera oportunidad y la vida familiar y laboral lo permitieran. Así sucedió en el verano de 1992, cuando retorné a mis orígenes, a nuestro pueblo, por el que siento una suerte de fascinación que no me producen otros lugares vividos.

Nuestra Villa es un sitio pequeño donde cada quien reco­noce su lugar y el del otro al mismo tiempo. Es donde están nuestras referencias familiares, sociales, históricas y culturales. Aquí los espacios públicos son recoletos, manejables. Es muy fácil integrarse. Las relaciones de vecindad son intensas, ricas y todo el mundo se conoce. La cortesía es un ritual que practicamos a diario. Nos saludamos por nuestro propio nombre y es común detenernos a hablar con el otro sin importarnos mucho las prisas de quien venga detrás.Por todas esas cosas quería volver.

La Orotava es y será para siempre mi ciudad, en ella tengo mi "base de operaciones", pero quiero aclarar que soy hombre de biografía transeúnte y, además, como afirmaba Diógenes de Sínope ―un extranjero en Atenas―, me siento "ciudadano del mundo", cosmopolita, y como él, habito en dos comunidades: la local de mi nacimiento (el municipio de La Orotava y sus aledaños) y la de la discusión humana y la aspiración.

Estimados conciudadanos, desde este atril, esta noche, me siento estimulado a glosar sobre las bellezas de La Orotava, sobre sus esencias, su pasado espléndido, su esperanzador presente y, ¿cómo no?, impulsado a no rehuir de los problemas acuciantes de este bienio aciago, de pandemia vírica que nos trae por el camino de la amargura y nos remonta a épocas pretéritas, a tiempos donde plagas de langosta,  erupciones, terremotos y catástrofes naturales amenazaban un bienestar colectivo que oportunistas agoreros aprovechaban para anunciar, a bombo y platillo, terribles hipótesis sobre el fin de la humanidad.

Ante realidades negativas los humanos buscamos armas que nos permitan luchar y, aparte de preguntarnos porqué pasan estas desgracias y encomendarnos al Dios correspondiente, recurrimos a la fiesta como forma de expresar que, pese a todo, la vida continúa y debe ser celebrada.

Queridos convecinos e invitados, aunque el Covid-19 suponga un cambio radical en nuestras vidas, haya impuesto, como llaman ahora, "una nueva realidad" y se ha entrometido, con no poco protagonismo, en nuestra cotidianidad, les invito a participar activamente en los actos programados y, pese a las limitaciones y mutilaciones del calendario festivo, les convido a que asuman, con ejemplar deportividad, este período sombrío, y cada uno de ustedes se convierta en anunciador puntual de nuestras queridas Fiestas, para que de esta forma, no pierdan ni un ápice de brillantez y originalidad.

Acepto el reto y me presento ante ustedes para que, en virtud de este encargo otorgado por la Corporación Municipal y como corresponde a todo pregonero que se precie, les convoque a enaltecer los festejos de nuestro querido pueblo, a ser protagonistas y espectadores del testimonio vivo de una celebración singular, única, la cual mezcla la solemnidad religiosa del Corpus Christi y sus majestuosas alfombras, con el famoso Baile de Magos, la exposición de ganado y la romería chica. Todo ello aderezado con un sinfín de actividades culminadas con el ritual excelso de la tradicional Romería. Manifestaciones que, siendo expresión notoria de nuestras señas culturales de identidad colectiva son, sobre todo, cantos a la diversión, al jolgorio, a la amistad, a la alegría, a la convivencia, en las que nuestro folclore canario adquiere un papel de protagonista esencial.

Llega el momento de dar contenido, sentido, a este pregón, que no discurso, en el que cabe plantearse: ¿por dónde empezar?, ¿qué aspectos abordar para no aburrirles y decir algo que tenga algún sentido sobre un municipio que ya ha recibido toda alabanza posible?

Me gustaría hacer un ejercicio poético a la altura de mis predecesores. He invocado a las musas en diversas ocasiones, pero éstas han sido esquivas, no han querido abandonar el Parnaso por unas horas, ni seguirme en esta aventura para estimular mi imaginación, hasta llegar a la articulación de una propuesta concreta. Ni siquiera Clío, musa de la historia y la épica ―a quien creía proclive por mis estudios―, fue capaz de susurrarme o inspirarme la más mínima idea. Emprenderé pues, esta travesía, en solitario, esperando que la naturaleza villera, las características de las fiestas, su colorido, originalidad y distinción, me motiven para alcanzar el objetivo deseado. Al final, el talento es el que es y no da para más.

Reitero mi declaración de que no hay nada más entrañable y emocionante para un orotavense que tener el privilegio de ser el pregonero de sus Fiestas. Condición que no nos capacita para escribir un texto notable ni garantiza el éxito, pero nos da energía y la fuerza vital necesaria para afrontar tamaña empresa.

Por consiguiente, sin tener una idea predeterminada y abandonado por las musas a mi suerte, he tenido que ir rebuscando aquí y allá para que, como aseguraba Goethe: "La inspiración me llegará con el trabajo de todos los días".

Apelo a la comprensión y benevolencia de todos en el "juicio final" sobre mi intervención, pues mucho temo que sólo podré hablar de cosas sabidas y no descubriré nada nuevo porque, aunque no todo está dicho, han sido tantos los adjetivos y de tal calidad los epítetos otrora adjudicados, que resulta muy difícil ser original y creativo.

Después de dar bastantes vueltas al asunto y hacer un pequeño guion en el que anoté los aspectos más interesantes de la celebración, decidí titular este pregón como Loores y olores de las Fiestas de La Orotava.

Comenzaré por el apartado loas. Loor, entre muchos otros sinónimos, acoge los de alabanza, elogio, aclamación, enaltecimiento, engrandecer, ensalzar, hablar bien de algo o de alguien en público. Es un término, como dicen ahora, viejuno, en desuso, pero que a una gran mayoría de los que estudiamos el bachillerato del Plan 1957, nos remite inevitablemente a los poemas medievales de la lengua castellana y a Gonzalo de Berceo, autor de Loores de Nuestra Señora, un poemario extenso en el que no escatima elogios a la virgen y destaca el papel central de María en la redención del género humano.

No se asusten, no voy a hablarles del Mester de clerecía ni de poesía medieval, sólo quiero contaminarles con sensaciones causadas en mí, por la lectura de los anteriores pregoneros de nuestras Fiestas y otros autores clásicos.

Hallé discursos laudatorios que no sólo exaltan a nuestro municipio, con verbo rico y original de aquellos avezados oradores, sino que, paralelamente y quizás sin pretenderlo, han creado una literatura peculiar, de prominente calidad, que define lo orotavense por excelencia. Si esos textos tuvieran trascendencia mayor, bien podrían constituir nuestros más exclusivos cantares de gesta, pues, aunque creo que algunos se pasan un poco, nos otorgan una saga de heroicidades cercanas a la epopeya.

La segunda parte del título es la de los olores. Mis recuerdos de las fiestas están asociados también a sensaciones muy con­cretas, aromas que cuando los aborde, con seguridad también estarán en la memoria de ustedes.

Cito a Liliana Jamaica Silva, una antropóloga mexicana para quien los pregones:

"[...] son la música de fondo de los pueblos. Cuando se aleja uno de ellos por mucho tiempo, aquel canto breve, pero de largas cadencias, lastimero a veces, resuena aún en nuestros oídos como algo inseparable del paisaje, como un sonido mágico que nos hiciera revivir intensamente los recuerdos que ya parecían disolverse entre las brumas del tiempo".

 

Proclamo este bando, aún a riesgo de repetirme en tópicos y alabanzas, porque es un pregón sentimental, basado en recuerdos, en vivencias de un chico de pueblo para quien las fiestas de San Isidro suponían un acontecimiento feliz, señalado de forma especial en el calendario porque significaban un paréntesis especial en su tediosa vida.

Las fiestas constituían el único intervalo en que toda actividad ajena a las mismas quedaba suspendida. Las normas de control familiar se relajaban, los prejuicios y el qué dirán dejaban paso a un clima de convivencia más armónico, tolerante y abierto, en el que la única preocupación de jóvenes ―y mayores, por supuesto― era pasárnoslo bien, divertirnos al máximo sin pensar en otra cosa. ¡Ya teníamos bastante el resto del año!

Nos desinhibíamos por un corto espacio de tiempo en el que todo estaba predeterminado y cada quien sabía que el lunes siguiente todo volvería al tradicional aburrimiento. Como afirman los jóvenes de hoy: "Aspirábamos a darlo todo en esos días especiales y únicos". Al terminar los festejos, nuestro sueño recurrente era que el tiempo corriera muy deprisa y volvieran otra vez los feriantes para darnos un poco de libertad y felicidad, porque el amor a las tradiciones y a nuestra historia no era incompatible con el sano divertimento.

Como cualquier adolescente de mi época, soñaba con las fiestas hasta que llegó la modernidad e irrumpió en nuestra existencia el rock y el pop, la música de los Beatles y los Rollings. Bandas que admirábamos como encarnación de ideales progresistas y cuyas influencias sociales (junto a las del mayo francés del 68) se consideraron revolucionarias, hacia el final del pasado decenio de los 60. Fueron un suceso revelación. Cambiaron todo con tal enorme impacto, que trastocó el panorama social, político y cultural. Y entonces, como otros muchos,  me apunté a la beatlemanía.

Los jóvenes olvidamos momentáneamente nuestras raíces y, como aquellos músicos, adoptamos esa actitud transgresora en la que identificábamos el pasado y las tradiciones como impedimentos del progreso.

Pasados los años, comprobamos que la reivindicación política de los Beatles era secundaria respecto al consumo de LSD y otros temas, y fuimos adquiriendo compromisos más tangibles.

Después vinieron la matrícula en La Laguna y en la Complutense de Madrid (estudiar fuera te reconcilia mucho con tu tierra y sus costumbres), la muerte de Franco y el posterior cambio político. Topamos con una nueva situación que nos animaba a conocer, de verdad, nuestro presente y nuestro pasado, a adquirir conciencia real de quiénes somos.

Mi cultura, compatible con las demás, es como se afirma en Natura y Cultura de las Islas Canarias:

"Natura o naturaleza, que es lo que nace, lo que es dado, lo que está ahí sin el concurso del hombre. Natura es la isla, el mar, los dragos, el clima. La cultura es lo cultivado, la agricultura, el gofio, la extracción del agua, lo conquistado por el hombre…Cultura es el lenguaje silbado, las romerías, [...] el arte de Manrique, los cuadros de Aguiar, las poesías de Quesada, la folía [...]"

 

Comprendí que cada cultura da respuestas adecuadas a la realidad que vive el grupo social, que Canarias no era Inglaterra y que nuestra cosmovisión era tan válida como las demás.

Fue un proceso de toma de conciencia que llevó su tiempo, pero en ese intervalo, quien les habla no dejó de asistir a los festejos del Corpus y la Romería siempre que pudo. (De mi hermano Emiliano recibía puntualmente el programa de festejos y mi madre y hermanas siempre mantenían el traje de mago impecable para la ocasión). Resultaba difícil encajar fechas pues normalmente, la semana festiva casi siempre coincidía con el calendario de evaluaciones de fin de curso. Y ya se sabe que primero las obligaciones y luego las devociones.

Estaba fuera, pero mi imaginario no olvidaba nunca ese acontecimiento pintoresco e inigualable que representaban nuestras Fiestas. En honor a la verdad, nunca imaginé que un día como hoy, un 8 de junio de otro año cualquiera, estaría ante ustedes, exaltando las excelencias del Corpus Christi y la Romería de San Isidro, en calidad de pregonero.

Para cumplir este compromiso de honor tuve que dedicarme a poner ideas en claro y profundizar al respecto.

Leí argumentos tan hermosos, tan bien escritos, que consideré no poder igualar lo que con tanto acierto expresaron aquellos artistas en sus panegíricos a nuestra amada Villa. Localicé todo tipo de textos, legajos y sonidos, desde líricos y descriptivos, hasta administrativos, expositivos, informativos y científicos. Algo tan completo, tan exquisito en contenidos, que la lectura me atrapó no sólo por las cualidades sublimes sino también porque, como afirmé antes, revelan un compendio insuperable sobre nuestra gente, su espacio vital, y sobre su rica historia.

Generosos en su verbo, los pregoneros producen deleites espirituales de difícil clasificación pues al mismo tiempo tocan nuestra inteligencia y sensibilidad moral. Pusieron tan alto el listón que resulta muy difícil imitarlos. Por eso no he querido correr el riesgo de aburrirles con tópicos y alabanzas de sobra conocidas, ya que no he descubierto nada nuevo.

Sigo la máxima de mis insignes profesores de Historia del Arte que nos decían siempre aquello de que una buena reproducción suele ser mejor que un mal cuadro. [Citar algún profesor].

La intención inicial era evocar alguno de esos fragmentos excepcionales, mezclados con otros no relacionados con los pregoneros, porque como diría Lope de Vega son: "de belleza singular, ingenio raro / fuera del natural curso del cielo..."

Podría ilustrarles con un sinfín de citas de personajes encantados con la configuración de nuestro pueblo, su paisaje único, sus edificios, calles empinadas, sus jardines, pero creo que será suficiente con que mencione a dos figuras excepcionales que quedaron deslumbradas con la belleza de La Orotava. El naturalista alemán Alejandro Von Humboldt y la escritora cubana Dulce María Loynaz. El primero, en un texto citado numerosas veces, compara el verdor de nuestro Valle con la vegetación de las regiones equinocciales del Orinoco, Perú y México. La poetisa “prendada de la isla”, hizo aquí varias estancias y pronunció una frase memorablesobre las alfombras digna de enmarcar: Y sabemos también que aquella espiritual idea, hija de mentes femeninas, dio más interés a La Orotava que todos sus marquesados y fueros.

En mis lecturas descubrí que Juan del Castillo León es considerado pregonero mayor de La Villa. Su epítome expone ideas fundamentales sobre el tema, pues hay absoluto consenso en considerarle creador de una metódica. Autor de un marco teórico que explicita las coordenadas básicas, las opiniones y el procedimiento para que el "cronista" de los fastos tenga asegurado el éxito. Su pregón del año 1980, es una delicia para los sentidos, un relato soberbio de la intrahistoria orotavense de aquellos años.Juan nos regala, con su excelsa prosa, una fotografía magistral en la que desfilan los personajes más destacados del panorama doméstico, sin distinción social de ricos o pobres, aristócratas o artesanos, comerciantes o agricultores. Instantánea insuperable, cuya descripción costumbrista, amable y fresca, contiene todas las esencias del "ser de aquí"y su significado.

De su pregón, ejemplar en toda su extensión, tomo un párrafo especialmente significativo porque reivindica La Orotava como es en realidad: una suma de diversas partes llamadas barrios.

El impacto de las celebraciones de San Isidro en los barrios periféricos no es una cosa menor, porque las fiestas, como todo el mundo sabe, conectan con las emociones y las identidades, y el santo patrón y las alfombras son de todos los villeros sin excepción.

"La Orotava también es periferia. Por eso se desparrama en lecho de viñas y tabacos, por la Perdoma, asciende hacia La Florida y Camino Chasna, sube como un vuelo de águilas hasta Aguaman­sa, y baja hasta el Rincón, para irse a jugar con el mar en los acan­tilados de Bollullo y Los Patos. Porque la vieja Arautápala tiene hoy su corazón, siempre gozoso y alado, partido en tantos y tantos pedazos. Paradójicamente sedienta en El Bebedero; con murmullo de bosques en Pinoleris, Pino Alto y El Sauce; sabrosa en El Durazno, campesina en Las Dehesas. Permanentemente adoradora del Corpus, en San Antonio, San Jerónimo y San Miguel; con morriña griega en La Candia y extremeña en Montijos. Con florilegio de cuarteles, con veinte mayorazgos, y con nombres tan sonoros para torneos como Benijos, La Luz, Los Rechazos"…

Hermoso testimonio que acaba con la inquietud expresada por Pedro García Cabrera en su poema Vuelta a la isla, acerca de la división social de La Orotava. Estas palabras de Juan nos demuestran que en los pasados años 80: "La Orotava, parodiando a Gabriel Celaya, ya es una, porque muchas es ninguna".

 

Los olores y los días

La segunda parte del pregón, la de los olores, más personal, conecta con emociones, con el olfato, el sentido más asociado a la memoria.

Un olor es capaz de producir sensaciones que te tocan las fibras más sensibles: las del recuerdo. Conocemos la referencia constante de Proust a las magdalenas mojadas en té, cuyo aroma, le recordaba, de inmediato, veranos en casa de su tía y vivencias del pasado. En mi caso, como afirmé antes, los recuerdos de las fiestas están asociados también a olores muy concretos.

Hablar de vivencias en las fiestas es como destapar una colección de tarros con diferentes y excelsos perfumes. Se dan cita todas las fragancias imaginables, pero, dadas las condicio­nes de vida en mis tiempos jóvenes, los primeros aromas que evoco son los de la buena comida: conejo en salmorejo, garban­zas, tollos y otros deliciosos guisos. Huele a pan recién hornea­do, a las brasas del asado, a carne frita, a huevos duros, a pan con chorizo, a exquisito vino.

Los olores que visten nuestras fiestas son variados, ele­gantes. Todas las jornadas están llenas de perfumes muy especiales ―evocadores diría― y los percibíamos desde la semana anterior cuando comenzaban los preparativos.

Era un tiempo esperado con ansiedad. Vivíamos con gran agitación y alegría, la llegada de los feriantes con sus atracciones a cuestas, sus camiones y caravanas. El aterrizaje de cochitos, caballitos, montaña rusa, coches “chocones”, tómbolas, casetas de tiro… Los tomábamos como gran acontecimiento. El montaje de los aparatos de recreo nos traía olores a industria, de trabajo duro, sin horario de entrada ni de salida, de sudores compartidos, solidarios; de deber que se lleva en la sangre. Su arribo era el anuncio previo de una etapa corta, grata y anticipaba emociones no vividas en todo el año. Detrás llegaban las turroneras, los ventorrillos, los churros y las golosinas.

Durante años el lugar de la feria era el espacio situado entre la Avenida de Emilio Luque y el colegio La Milagrosa. La recuerdo "sin empichar" y, dependiendo del clima, transitábamos entre nubes de polvo o barrizal. Poco importaba, éramos tan felices con su desembarco, que los efluvios inconfundibles de la gasolina, del gasoil, de cables quemados y de las pinturas con que retocaban las atracciones, nos sonaban a música celestial, a aromas casi divinos.

Tras una semana de arreglos y montajes, empiezan las fiestas. Las actividades han ido cambiando con los años. No obstante, en los últimos la secuencia ha variado poco.

Lunes. Suele ser una noche primaveral. Huele a música de la buena, a homenaje a la gente del campo y sus costumbres. Otra vez Los Sabandeños; no, no es un conjunto cualquiera. Esta­mos hablando del grupo referencia del folclore tradicional cana­rio; representan lo mejor de nuestra música. Ellos son los encar­gados de abrir la semana. ¿Y van? Aires de lima, folías, isas, saltonas y malagueñas. Perfumes exquisitos del alma canaria. La noche avanza entre notas de nostalgia y alegría. De repente, empiezan a sonar otros ritmos: boleros, sones, merengues y hasta algún tango. Música de aires tropicales, vibra el público, se entrega. El éxtasis llega con El cuarto de Tula. "En el barrio de La Cachimba se ha formado la corredera. Tula se quedó dormida y no apagó la vela". Con el denso humo de la cera y el ruido de la llegada de los bomberos emprendemos nuestro camino a casa, sin que se nos revele, después de tantos años, las causas de tan "misterioso fuego" en el cuarto de la protagonista.

Martes. Olores de mercado. El pregonero oferta a gritos su preciada mercancía. Ensalza valores del pueblo y pone al día sus recuerdos y vivencias. Homenajeamos hoy otra faceta de la cultura. Esta vez la música clásica es la protagonista. Toca hablar de tradiciones, de cosas que importan a todos. La gente ya ha sacado sus vestidos del armario. Sensaciones diversas. Los trajes, los zapatos y acce­sorios huelen a bolas de naftalina, "a cerrado", a húmedo, pero es una humedad limpia, de tiempo empaquetado. Toda la vestimenta se tiende al sol para que pierda ese olor rancio, recupere su prestancia y luzca, a partir del viernes, renovados perfumes.

Miércoles. Comienza la liturgia. Es, por excelencia, la no­che de las noches, una suerte de oscuridad preclara que anticipa, por unas horas, el día mágico. Desaparecen por fin los toldos de la plaza. ¿Habrán terminado ya el gran tapiz? nos preguntamos mientras subimos por la calle de La Carrera. El corazón late de una manera especial y nos sentimos más orotavenses, si cabe, que cualquier otro día del año. La incertidumbre forma parte del ritual. Aunque cada cierto tiempo examinamos el proceso y hacemos un seguimiento de la evolución de la alfombra, la visión del gran tapiz desde los balcones del Ayuntamiento es el momento más esperado. Nos da una perspectiva insólita; tiene duende. Es como subir a la cúpula del Vaticano y contemplar desde allá arriba, la obra perfecta de Bernini en la Plaza de San Pedro. Una vez más nuestros artistas han conseguido la cuadratura del círculo. Abajo, en los aledaños de la iglesia Mayor, sigue oliendo a primavera, pero el perfume dominante de esta noche sorprendente es el de las tierras y piedras multicolores del Teide que, como cada año, nos regalan, para felicidad de propios y extraños, su telúrico alimento. Comprobamos, aliviados, que, con las apreturas de siempre, una vez más nuestro tapiz principal es puntual en su cita con la historia.

Jueves. Huele a jardín, a ropa y a zapatos nuevos; a es­treno. Todo está preparado para el gran día. El brezo picado y tostado en distintos tonos; las cajas repletas de flores de mil colores y variedades: geranios, margaritas, hortensias, ro­sas, jazmines, siemprevivas. Especies raras que casi acaban de llegar y así, hasta un listado infinito.

Es madrugada, el amanecer empieza a desperezarse con cierta premura ―nos hemos acostado muy tarde la noche ante­rior―, aún está por aclarar el día. Se escucha cierto alboroto, un runrún cercano a la Iglesia de la Concepción donde confluyen personas de toda condición y edad: mayores, adultos, jóvenes, también pequeños. Son los alfombristas que desde la alborada corren diestros a provisionarse del material necesario para escribir un nuevo capítulo floral. El Sol empieza a hacer su aparición como señal, como indicación de salida para que los artistas co­miencen sus obras. Sutiles fragancias empiezan a desparramarse por el jardín inmenso que recorrerá la procesión. A esta hora del día el aroma de la estación floral es más intenso, más halagüeño y esperanzador que nunca.

La Orotava este día se convierte en capital mundial del arte. Por sus alfombras desfila todo estilo artístico conocido: desde el Egipto faraónico hasta la Antigüedad clásica; desde la Roma Imperial hasta el Medievo; desde la Era Moderna hasta la actualidad, con escalas en el Renacimiento y el Barroco.

Los hallazgos plásticos de nuestros artistas no han sido pocos. Se dice que Giotto inventó la perspectiva di sotto in su, de abajo hacia arriba, perspectiva vertical, no horizontal, sin embargo, Felipe Machado y Pedro Méndez, le dieron la vuelta para que todos nosotros pudiéramos admirar los espacios, volúmenes y detalles, por el contrario, desde arriba hacia abajo.

Tampoco son desdeñables las aportaciones José González, Ezequiel León y Domingo Expósito.

En estos tiempos se ha vuelto normal que los protagonis­tas de los cuadros salgan por la noche a deambular con sus co­legas, se niegan a estar encerrados en sus marcos eternamente. No les importa saltarse épocas y vidas para relacionarse entre sí. Lo mismo ha ocurrido con grandes artistas, cuyas existencias estuvieron dominadas por el estudio, el trabajo agotador y sueldos de miseria, hasta alcanzar la gloria que, en la mayoría de los casos duró muy poco. A la vista de las cantidades astronómicas que alcanzan sus obras en las salas de subasta y las migajas que recibieron en vida, han decidido transmutarse y reclamar sus derechos para que, al menos sus familiares, recojan parte de ese dinero y no quede todo entre marchantes y galeristas.

Me llega la confidencia de que años atrás vieron pa­seándose por el recorrido de las alfombras a Da Vinci, Miguel Ángel, Velázquez y Caravaggio, con los insignes Pedro Méndez y José González, ejerciendo de anfitriones. Hicieron sesudas valoraciones de lo expuesto, deslumbrados con las obras ―todavía a media ejecución―, pero el gentío que deambulaba por las calles les impresionó aún más. Caravaggio, quien no andaba precisamente sobrado de dinero, al pasar delante de la casa de don Isabelino Martín, observa la representación de su Vocación de San Mateo y al instante pregunta a Pedro Méndez: ¿quién controla las entradas y cuánto recaudan? Aquel contestó que todo es gratis, pues costea el Ayuntamiento. Michelangelo, nombre real de Caravaggio, en desacuerdo, entró en cólera y daba gritos pidiendo convocar una reunión urgente con todos los presentes, alcalde incluido, porque quería cobrar, sí o sí, sus derechos de autor.

Reunidos en la biblioteca, ya cercana la hora de la comi­da, y resuelto el entuerto, Caravaggio sólo quedó satisfecho cuando le demostraron que no se habían vendido entradas y que tampoco existía Internet, y Leonardo, quien tenía buena nariz, asomó por una de las ventanas y miró hacia arriba, dudó un segundo, por lo complejo de la mixtura, pero captó, al instante, olores de muy diferentes matices: mil flores variadas, brezos, eucalipto, romero, perfumes de mujer y hombre, incienso de la vecina iglesia y otros más terrenales, pero, al igual que sus compañeros italianos, fue incapaz de identificarlos.

Sin levantarse de su silla, Pedro Méndez enarcó una de sus cejas y sentenció: "Es el aroma divino de la carne de conejo y de la comida de Casa de La Mereja".

El alcalde, encandilado por la visita de dichas eminencias y todavía con el corazón en un puño, por lo chocante del in­cidente, aprovechó para tomar iniciativa e invitarles a comer.

Cuentan, los que compartieron espacio, que, además de ponerse al día en lo relativo al Corpus, hablaron de historias personales, tocaron aspectos cotidianos, deleitaron suculentos platos que olían a gloria bendita, libaron deliciosos vinos de La Orotava y, como colofón, disfrutaron del increíble e inimitable suflé de la casa.

Velázquez, más moderno, filosofó sobre las relaciones entre pintura y comida, tuvo intención de que La Mereja le facilitara la receta para pintarla en un nuevo bodegón -según dijo-, pero fracasó.

Por la tarde, los invitados de honor del señor alcalde, ocuparon un lugar privilegiado en las ventanas del Consistorio. Recuerden que estaban transmutados y nadie los veía. Esta vez los sorprendidos fueron ellos, que no daban crédito al espectáculo inenarrable de la procesión del Corpus, con el palio de oro y púrpura avanzando sobre bellísimos tapices, envuelto en perfumes que despedían olores penetrantes: nubes de incienso, cirios, romero y otros más sutiles, peculiares, adecuados para la ocasión. Los aromas predisponen a los dioses a favorecer lo implorado por los hombres en sus plegarias.

Antes de marcharse, Caravaggio, quien estaba exultante con su tapiz, planteó la duda de porqué destrozaban las alfombras al paso de la procesión con lo difícil que era elaborarlas. Pepe, con timidez, le dijo que era arte perecedero, fugaz, y no tenía sentido que durara. No convencido, el italiano, se marchó con la idea de que nuestros alfombristas manejaban conceptos artísticos muy avanzados, ya que destruían obras de mucho valor, a pocas horas de elaboradas. Para sus adentros, porque no lo comentó con nadie, llegó al convencimiento de que Bansky, ese artista contemporáneo que destruye sus obras después de venderlas, había nacido aquí.

Viernes.

En la mañana del Baile de Magos, aún hue­le a brezo en algunos rincones. La conversación, monotemática, gira en torno a las viandas de la cena, a si están controlados el lugar y la hora, o en qué momento nos incorporamos al baile. En fin, todo muy trascendente. El trasiego vendrá por la tarde con la preparación de la vestimenta típica y sus complementos, y lograr que todo esté en el lugar que corresponde a la hora de arreglarnos.

Huele a jolgorio, a diversión sana, a convivencia pacífica pocas veces alterada, pese a la multitud asistente, porque nuestra Villa es una ciudad orgullosa que recibe a sus visitantes con los brazos abiertos, invitándoles a compartir con nosotros estos días inolvidables.

Acaban los banquetes y un río de gente se dirige hacia la plaza acompañada de olores de siempre, pero ahora se mezclarán con otros menos sutiles de fritos, hamburguesas, salchichas, bocadillos diversos y comidas rápidas. Es el tributo a la modernidad y las nuevas costumbres, pero el baile apenas acaba de empezar.

Sábado. Desde el campo nos llegan, aunque sea una vez al año, tufos menos fragantes que los del jueves, pero todos re­conocibles. Lo más granado del ritual agrícola entra en escena en homenaje al Santo Patrón hasta culminar el domingo en la Romería. Es el día de la Exposición de Ganado. Todo el protagonismo para la gente del agro con sus ritos ances­trales. Los campesinos nos muestran el valor de la agricultura y la ganadería, su esfuerzo titánico por mantener cultivos y animales básicos.

Otra vez la huerta y sus esencias. Los típicos olores de la tierra, cada vez más extraños y desconocidos, son desde esta mañana los protagonistas. Se hacen notablemente visibles los excrementos de caballos, vacas, cabras, ovejas y otro ganado menor. Aromas menos agradables a nuestro olfato, pero vitales para la continuidad de los cultivos y responsables de la fertili­zación de la tierra. Tufillos naturales, intensos, que se agudizan si el día es caluroso, pero que percibimos con agrado el estar li­gados a elementos positivos. Cuando huele a sudor humano, a estiércol, a humilde albarda y a bestias, simientes y promesa de buena cosecha, huele a tierra fértil.

El crepúsculo está reservado para la Romería Chica. Efluvios de gente joven con ganas de divertirse razonablemente. Hasta donde mi memoria alcanza, recuerdo una ro­mería modesta, sin multitudes ni alharacas. Asistían los labra­dores, vestidos con sus trajes típicos y portando sus varas de cintas multicolores. Eran los encargados de llevar en andas a los santos patronos, acompañados de las au­toridades locales, la banda de música y un grupo de romeros tocando y bailando nuestra música tradicional. El tiempo ha ido incorporando miles de romeros, parrandas, chácaras y tambores. La juventud villera ha irrumpido con fuerza en este otro acontecimiento, que deja de ser "chico", para convertirse en una manifestación armónica, cargada de belleza simbólica y pujante. Los fuegos artificiales que rematan la noche, nos anuncian el día grande, el de la Famosa Romería de San Isidro y Santa María de la Cabeza.

¡Hace ya mucho tiempo que huele Romería¡

Imposible describir el abanico de elixires que evocamos. Pero mejor que yo cuente es que ustedes cierren los ojos, hagan uso de la memoria olfativa y se dejen atrapar por los exquisitos perfumes que circulan en esta manifestación simpar de fusiones de sabor, olor y tiempo.

Seguro que, en su analogía entre buenos y malos olores, percibirán el más auténtico de todos, el que desprende desde hace 85 años, ¡la Fiesta más bonita que hay en Canarias¡. Casi un siglo de solemnidad siendo fieles a la tradición, a nuestro pasado, a la memoria y a la historia a la vez, para confirmar que podemos avanzar con confianza hacia el futuro.

Concluyo aquí, donde terminan tantas y tan sutiles fra­gancias, tan gratos recuerdos, admirando ―y amando― más si cabe, este pequeño trozo del universo donde hemos visto nues­tras primeras luces. Si ustedes lo permiten, me gustaría hacerlo con la frase siguiente:

Y aunque a veces todo el valle es una nube y sólo se ve La Orotava….

los villeros no podemos vivir en la auto­complacencia, ni cegados por nuestra propia hermosura u ocupados eternamente en contemplarnos.

El hecho de vivir en una naturaleza pródiga no nos ase­gura nada si no somos capaces de enfrentarnos a los retos y de­safíos que se nos presentan. Lejos de eso, nuestro municipio tie­ne cada día una cita con la historia, un compromiso vital con sus hijos que lo obliga a afrontar con decisión sus problemas, pero debe hacerlo con optimismo, pensando en vencer todas las dificultades y conseguir nuestros objetivos sólo será una cuestión de tiempo.

Creo que, en esta hora crítica, a la vista de las defi­ciencias del modelo económico ―dependiente en exceso del tu­rismo― es necesario redoblar nuestros esfuerzos para potenciar la educación, impulsar la agricultura alternativa, apoyar la cul­tura como fuente generadora de riqueza y, en general, dar res­puestas innovadoras que nos permitan creer en nosotros mis­mos y en nuestro potencial como comunidad de vida.[final]…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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