viernes, 4 de junio de 2021

PEDRO CHÁVEZ TRUJILLO EL ULTIMO ZAPATERO DE LA VILLA DE LA OROTAVA QUE HIZO ESCUELA, EN EL RECUERDO (II)

El amigo de la Villa de la Orotava, de mi calle El Calvario; CARMELO SANTOS VILLAR remitió entonces (29/05/2021) esta fotografía expuesta en la plaza de la Constitución en las Fiestas Mayores 2021, por el GRUPO CULTURAL LA ESCALERA, referente a “PEDRO CHÁVEZ TRUJILLO EL ULTIMO ZAPATERO DE LA VILLA DE LA OROTAVA QUE HIZO ESCUELA, EN EL RECUERDO”.

Tomada en su zapatería de San Francisco en los cincuenta del siglo XX. Desconozco la identidad de los dos productores que le acompañan.

Cada vez que visito el taller de zapatería de “San Francisco” de la Villa de La Orotava, se me ponen los pelos de punta, puesto que en ese clásico rincón ARTESANAL – CÁTEDRA orotavense, se conserva una de las maquinas de coser de origen alemán de la ciudad de Hamburgo (siglo XIX), que fue propiedad de mi abuelo materno; Bruno Abréu Rodríguez.

Es para mí una gozada la visita a esa catedral orotavense del zapato, esa máquina que me llama la atención de origen austriaco (juntamente con otra que le vendió al también zapatero villero Saturnino Hernández Díaz “Nino”, son únicas que quedan activas).

Se la vendió mi abuelo a Pedro Chávez Trujillo (fundador de la mencionada zapatería) al principio de la década de los cincuenta del siglo XX, cuando empezó a trabajar por su cuenta, por un montante de 1.000 pesetas. A mi abuelo le costó 30 pesetas, y subirla desde el Puerto de la Cruz hasta La Villa de La Orotava en una mula, le costó 35 pesetas. Cinco pesetas más que el coste de la maquina.  

Me alegro que sus herederos, sus actuales propietarios del taller, sus hijos y amigos; Juan Pedro y Tomás Chávez Méndez, la conserven con cariño, la siguen utilizando e incluso todos los años la expone en la feria de Pinolere.

En fin esa máquina se la adquirió mi abuelo Materno; Bruno Abreu Rodríguez al principio del siglo XX al abuelo de los hermanos orotavenses; Pedro, Juan José, Domingo, Camilo y Antonio Pérez Betancourt.

Fue transportada desde el Puerto de la Cruz a la Villa de La Orotava a lomo de mula.

Le pedí a los amigos; Juan Pedro y Tomás Chávez Méndez actuales propietarios y gerentes del taller que me facilitaran material de su padre.

Solo poseían un recorte de un artículo del periódico tinerfeño encuadernado y colgando en las paredes del mencionado taller.

Trata de un interesante e ilustrado artículo periodístico, firmado por MANUEL ACOSTA GONZÁLEZ, en la sección de “RETAZO DE TRADICIONES”, pero se desconoce a qué periódico pertenece, pagina y fecha: “…En  la plaza de San Francis­co, número 15, de la Villa de La Orotava, se encuentra en la actualidad la zapatería de los herederos de don Pedro Chávez Trujillo. La casa es terrera, con una sola puerta, de aspecto muy antigua y de color avellana, donde se puede apreciar el veteado de la Riga, que la acción del tiempo nos deja ver al desnudo.

Poniendo los pies en el escalón de piedra pasé al interior, y lo pri­mero que se puede contemplar es ­la figura del maestro zapatero sen­tado en su taburete, donde realiza sus labores de artesano. Me recibe con un saludo afectuoso y una sonrisa amplia. En el ambiente se respira un olor penetrante de suelas, pieles. Betún y tintes; característico de estos talleres. El primer gesto del maestro fue: «Tome asiento» para luego, pro­seguir: « ¿Qué le trae por aquí?». «Don Pedro, con su permiso: ¿desde cuándo practica este oficio de la zapatería en general?». Después de una pequeña reflexión, me decía el maestro que todo empezó allá en su infancia, cuando aún andaba con pantalón ­corto y su grupo de amigos que iba de un lado para otro en busca de aventuras con sus doce años de niño adolescente que tenía que orientar su vida dentro de un Valle donde predominaba el verde esme­ralda de sus plataneras y los gran­des ojos de las charcas repletas de agua, desde donde salían las atar­jeas que transportaban el preciado liquido para apagar la  sed de los cultivos de la idílica Orotava.

Don Pedro Chávez es natural de La Orotava y vivió en el barrio de Los Cuartos. Comenzó a traba­jar a los doce años en el taller del maestro zapatero don Antonio Luis  Domínguez, que vivía cerca de su casa. Este maestro supo enseñar día tras día al joven Pedro, trasmitiéndole los conocimientos con los trucos del oficio y los dife­rentes tipos de zapatos que se hacían por aquel entonces, tanto los de hombre corno los de mujer y, sobre todo, los botines de tacón carrete que tanto uso tuvo en aque­lla época, no pasando por alto las polainas decoradas a dos colores y las de un color entero con hebillas de metal en la parte de afuera, que pueden ser negras o canelas Como las que usan en la actualidad los hombres que visten el traje típico y van cargando al Santo Patrón, San Isidro Labrador, en la famosa romería del Valle de La Orotava,

En el año de 1951 tomó una decisión y dejó el taller donde había aprendido lo suficiente, para establecerse por su cuenta, dispo­niendo su propio taller de «zapate­ría en general» en el mismo lugar que se encuentra en la actualidad.

Cuatro años más tarde contrae matrimonio Con doña Cecilia Méndez Hernández, formando un nuevo hogar que daría sus frutos con los seis hijos que tuvieron, cuatro hembras y dos varones.

El taller de don Pedro es muy singular y, a la vez, repleto de cosas que resaltan a la vista, como la colección de llaveros que penden por todas partes, al igual que los aperos de labranza, utensillos de las casas antiguas, junto con unas tenazas de herrería que guarda con gran cariño y respeto, porque eran de su padre, cuyo oficio desarrolló durante toda su vida. Sería impo­sible enumerar tantas cosas curio­sas y objetos de todo tipo, pero lo más que me llamó la atención es una silla de hierro y cuero, de un modelo castellano, conocido como «CAMUJA», cuyo uso en la antigüe­dad era silla de viaje en cabalgadu­ra que, por la forma que tiene de arco de medio punto, se adaptaba al lomo de las mulas.

---Don Pedro, ¿cuántas perso­nas se habrán sentado en este sitio'? «Figúrese, no solamente los Clientes, sino los amigos, que son muchos». Es fácil adivinar las entreteni­das charlas de las tardes lentas y pesadas, donde se habrá hablado de lo divino y lo humano, sentando cátedra la sabiduría popular, según usos y costumbres de nues­tra tierra. Ya que este mismo caso se da en los talleres de otros oficios, como: el sastre, peluquero, herre­ro, carpintero y en más de una taberna donde a veces, por razón del vino, los alegatos toman un tono más bravío y fogoso pero en casa del maestro zapatero las cosas, son normales porque él tiene, a modo de juez un martillo en la mano para majar la suela y poder dar la forma a los zapatos por cuya razón, si las discusiones se desman­dan pone orden dando cuatro mar­tillazos en la cesárea por el bien de la casa.

Muchas cosas curiosas me contó el maestro del calzado, como, por ejemplo, una tenería que hubo de antiguo en La Orotava donde se curtían todo tipo de cueros, pero al desaparece¡ ésta, los zapateros y albarderos recurrieron él la rúbrica Dorta en Santa Cruz, que vendía todo lo que hacía falta para estos menesteres. Pero, en la actualidad, don Pedro trae los materiales de la Península, concretamente de Valencia: para las botas de muga de cuero virado en beige, y de Madrid para las negras lisas satina­das, al igual que los zapatos de hombre y toda clase de suelas de Igualada, Barcelona. Es una gran suerte contar con este hombre entrañable, enamora­do de su oficio, que nos resuelve una parte tan importante del resca­te del calzado que se usaba en el pasado, y tan necesario es para completar vestimenta y calzado tradicional: por lo que contamos con él, ya que ha sabido guardar los moldes y patrones antiguos de los zapatos de mujer de La Palma, como los que llevan hebillas de pla­ta, botines de tacón carrete de Tenerife, La Gomera, El Hierro, y las conocidas polainas que realiza enteramente a mano, con esas hor­mas de madera que conserva junto con el gancho para sacar las mis­mas; la linasa o cáñamo, la cera para fortalecer el hilo, las manijas de cuero que le protege, las manos del paso de los hilos en el cocido, con las leznas y las correas de tira pie, los martillos tan característicos, pero la pieza más curiosa por su nombre es la cesárea, que viene él ser una pieza de hierro, formando tres ángulosunidos al mismo vértice con unos salientes en for­ma de planta de pie de dos tamaños, con un talón que, según con­venga, se introduce en el interiordel calzado para realizar las labo­res artesanas. Por este taller han pasado tres o cuatro aprendices a lo largo de los años: pero en realidad los que ver­daderamente se han quedado son sus dos hijos: Juan Pedro y Tomás Chávez Méndez, que no quisieron seguir estudiando y se dedican de pleno a la zapatería en el taller de su padre. Que me dice lo bueno que son sus hijos realizando los traba­jos artesanos de la zapatería en general. A don Pedro Chávez se le ve muy contento y feliz al contem­plar a sus dos hijos trabajando con él, y sobre todo que puede contem­plar cómo sus conocimientos no se perderán ya que estos dos jóvenes realizan este oficio a la perfección, con un buen ánimo de la continua­ción. Estos tres maestros del callado tradicional se merecen más que un artículo, por la dedicación y la entrega a un oficio tan singular: por lo que les dedicaré dos coplas populares. Tírate poquito a poco / no te tires a matar / que dicen los zapateros / que esta caro el material. / El zapatero y el sastre / fueron al infierno juntos / el sastre por los recortes / y el zapatero por puntos…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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