martes, 27 de septiembre de 2022

CELESTINO GONZÁLEZ HERREROS, PRACTICANTE SANITARIO RANILLERO Y VILLERO

Nació en Puerto de la Cruz, en el año 1931 muy cerca del popular barrio de la Ranilla y falleció en la misma ciudad turística el 27 de septiembre del 2021.

Durante su jubilación laboral aseguraba que su relativa libertad le permitía integrarse a sus aficiones más comunes, que eran: escribir prosa y poesía; y pintar en las modalidades del óleo y la acuarela.

Con ello, y ante todo –añadió-  sus obligaciones hogareñas. Así pasó los días entretenido, aunque cada vez, con más apego a la vida y todo lo bueno que nos brinda. Tuvo un elevado concepto de la amistad y lo que ella representa para la convivencia en la sociedad que compartimos.

Perteneció a los antiguos Practicantes en Medicina y Cirugía Auxiliar, también lo fue su padre.

Fue Funcionario de la Seguridad Social y Sanidad, en Tenerife, hasta su jubilación.

Emigró muy joven a Venezuela y allí, a la vez que trabajaba siguió estudiando. Trabajó los ocho últimos años de estancia allá, en Sanidad, en Dermatología Sanitaria, en los Servicios de Lepra del Estado Lara, en calidad de Sub-Inspector del mismo. Fue una experiencia apasionante. En dicho país no es permitido escalar puestos superiores a los extranjeros que no se hayan nacionalizado, trabajos que están reservados para los nacionales.

Colabora con el Periódico El Día desde el año 1989, cuyos artículos y poemas publicados, por sus respectivos temas sentimentales, en su mayoría, le han permitido saborear de sus lectores la aprobación de los mismos; y ha hecho ingente cantidad de amigos de ambos sexos y hasta le llaman y le escriben entusiasmados para hacérselo saber.

Ha publicado muchos artículos suyos en el Boletín Informativo del vecino Municipio de Los Realejos. También, desde Puerto de la Cruz, ha enviado a Venezuela algunos artículos y han sido publicados sin más. Tiene mucho que agradecerle a la Editorial Leoncio Rodríguez S.A. y a su ejemplar Editor – Director.

Su padre Don Enrique González Matos, fue Practicante en Medicina y Cirugía Auxiliar en Puerto de la Cruz. Un señor muy querido, respetado y conocidísimo de quien quiso imitar todas sus amplias virtudes su hijo y nunca lo logró plenamente pese haberlo, ser tan perfecto como él, ya que fue imposible imitarle por sus cualidades humanas ante todo y luego su capacidad teórica y práctica en su trabajo, habiéndosele otorgado por El Consejo Nacional de Auxiliares Sanitarios (Sección Practicantes) el Título de Honor, como testimonio de gratitud y reconocimiento por la valiosa cooperación prestada a esa Organización, en beneficio de los Practicantes Españoles. Dado en Madrid el 8 de marzo de 1971.

De ese señor me han hablado mucho en su ciudad natal, Puerto de la Cruz (Tenerife) y todos coinciden al decir lo bueno que era. Fue el Practicante de los pobres y Funcionarios Municipales adscritos en su zona sanitaria, también de los que más “tenían”. Lo que ganaba con ellos, los que estaban bien económicamente, no sólo lo repartía con su familia, sino con los más desfavorecidos. Cosa paradójica, dicen, muchos descendientes de aquellos indigentes, los desaparecidos y descendientes, han salido adelante, con la ayuda de Dios y su constancia en el trabajo, algunos tienen, hoy día,  tanto o más que algunos ricos de los de antes y de los de hoy. Las cosas de la vida.

Tenía don Enrique una cuenta reservada en la antigua tienda de don Paco Gómez Ibáñez, cliente asiduo suyo, y todo lo que reunía lo dejaba pendiente para comprar periódicamente, ropas, calzados, cacharros de cocina, etc. Y llevárselo a los pobres que iba atender por prescripción facultativa, más de las veces. Si veía que no tenían calderos, en la próxima visita aparecía con un caldero sin estrenar, recién comprado. Una vez, una señora le dijo: ¡Ay!, don Enrique, no le esperaba tan temprano, las ropas de la cama las quité esta mañana para lavarlas y me pilló sin ellas. ¡Qué vergüenza! Perdone UD. La próxima visita aparecía el bueno de don Enrique con un hermoso paquete con muda completa para que no pasara tantos apuros. Y así, muchos casos anecdóticos. Era puntual como nadie.

Su hijo Celestino, cuando va por las calles de su ciudad, si va caminando lo paran mucha gente y todos nombran a su viejo como si de alguien especial se tratara y dice su hijo: Era su forma de ser, lo mismo sentía por todo aquél que lo necesitara. Sentía un gran respeto por las gentes y nunca esquivaba a nadie.

A los sesenta años de edad, aproximadamente, se fue quedando ciego, luego el glaucoma acabó por completo con su vista. Más, aún estando ciego, iban a buscarlo a su casa, bien buscando sus servicios profesionales o para lo que fuera, allí estaba él. Escuchar su dulce voz tranquilizaba al más desesperado de sus clientes o amigos, como les llamaba. En sus horas negras solía componer preciosos poemas acompañado de una grabadora corriente y luego los mentalizaba, poemas que llegan al alma. No acabaríamos de hablar de don Enrique, que Dios lo tenga en La Gloria.

Celestino nos relata sus viajes a ultramar  y algo más.  Sin ocultar su emoción por aquello del tiempo transcurrido, algo más de cincuenta y ocho años, nuestro protagonista de hoy va desgranando cada una de sus vivencias, desde la párvula edad, evocando aquellos inolvidables años de inocentes travesuras y cándidas ternuras, las que tan lejos han quedado; luego su primera juventud interrumpida por el acontecer ilusionado de su primer viaje a Venezuela antes que culminara la época de su floreciente progreso y precipitada renovación social. Entonces Venezuela era la “tierra de promisión”, donde, no sin grandes esfuerzos, sacrificios y mucha constancia, el hombre se iba a ella por si sus sueños alguna vez se realizaban. Ventana abierta a las distintas culturas y posibilidad única  de progresar económicamente. En aquella época, la década de los cincuentas, hubo esperanzadores horizontes para multitud de hombres, no sólo los nuestros,  también para los de otros países. hombres, mujeres y adolescentes capaces de  aventurarse en esa incierta travesía en busca de una vida mejor, desde el punto de vista económico, y así acabar con la lamentable situación en que vivían muchos de ellos, después de la guerra civil española. De hecho, nuestros pueblos fueron transformándose con las ayudas llegadas de aquellos emigrantes para sacar a las familias adelante y con ello mejorar sus condiciones de vida y embellecer el entorno y las distintas infraestructuras existentes. Mas, todo hay que decirlo, también nuestros aventajados hombres y mujeres, aportaron a esos países de promisión todo un valioso caudal de elementos culturales que a la postre legalmente han sido reconocidos e imitados por sus gentes. <<...Lamentablemente, aquello ya no existe, en el caso concreto de Venezuela, fue como un grato sueño que bien podría repetirse y hasta mejorarse, con las experiencias sufridas en los últimos años.  Aquel país sólo depende de un rotundo si para volver a resurgir…>>

Oyéndole, ambos parados en mitad de una de las calles de Puerto de la Cruz, su ciudad natal, no sé por qué razón, hablándome, se animó considerablemente nuestra conversación y me gustó su forma de narrar tantos acontecimientos vividos en Venezuela y con el entusiasmo y nostalgia con que lo hacía. Cruzó por mi mente la idea, nada descabellada, de honrar con sus memorias y espontáneas narraciones, también, a todos aquellos que como él, dejándolo todo atrás y a los seres que más querían, familiares y amigos, se aventuraron sin saber qué suerte les esperaba, pero sí con la ilusión más grande jamás vivida. Y emigraron muchos de ellos a sus locos albedrío

Tal como hemos expresado en su biografía, Celestino González Herreros, nació en Puerto de la Cruz, en el año 1931 y falleció en la misma ciudad turística el 27 de septiembre del 2022. Donde a pesar de vivir cómodamente con sus padres, una fuerza extraña lo llevó mar adentro hasta Venezuela, donde, dice muy complacido, recibió las lecciones más hermosas de su vida, todas ellas para nunca olvidar. Al regresar y en mal estado de salud, después de cuatro años de ausencia, fue requerido y declarado prófugo del servicio militar por no haberse presentado a filas aquí en Tenerife. Fue penalizado durante los próximos cuatro años sin poder salir de España, tiempo que aprovechó para estudiar la carrera de practicante en medicina y cirugía auxiliar. Cumplido el plazo sancionador, regresa nuevamente a Venezuela y al hallarse allá, mientras trabajaba por el día, por las noches estudiaba en el liceo  Lisandro Alvarado (Barquisimeto, Estado Lara) para revalidar  el bachillerato y superar las materias nacionales. Posteriormente, ya casado con una dama villera y con dos hijos, un niño y una niña, trató de ir a la universidad a ver si conseguía estudiar la carrera de médico, pero era muy duro y sacrificado, teniendo que atender al trabajo y la familia, lo que no le permitió realizar ese deseo y tuvo que dejarlo. Entonces trabajaba en la unidad sanitaria del Estado Lara, en Barquisimeto, en dermatología sanitaria, servicio de lepra, y ello le obligaba  a estar fuera de su casa, hasta quince días consecutivos, periódicamente, en las distintas incursiones sanitarias encomendadas. Mencionó varias anécdotas suyas en ese especial trabajo, realmente conmovedoras y lo que más me impactó de este hombre es que mientras me hablaba sus ojos se iluminaban de placer y a la vez de nostalgia. Decía que fueron las horas más hermosas vividas al lado de esa pobre gente a los que se entregó en cuerpo y alma. Que no se sentía más importante que hoy que tengo la suerte de poder contarlo y revivir aquellos entrañables momentos.  Recordó, asimismo, un gravísimo accidente de tráfico que sufrió yendo en un jeep con su jefe, el dermatólogo médico titular del servicio antihanseniano, hijo también del Puerto de la Cruz, el Dr. Felipe Hernández y Hernández y del que salieron vivos.

Celestino escribió un libro cuyos temas hablan de esas y de cuantas más experiencias suyas desde que llegó a Venezuela. La primera vez que llegó, desembarcando por Puerto Cabello y se dio la circunstancia de que, como habían decretado un “toque de queda” que prohíbe a las gentes andar por las calles, fue apresado junto con los demás pasajeros y encarcelado durante tres días y sus respectivas noches. Imaginémosle, en plena adolescencia, con tantas ilusiones que partió desde aquí y ser recibido tan accidentalmente. El capitán del barco que les llevó los soltó en tierra y que se las arreglen como puedan. para colmo de males, la misma policía y algunos funcionarios más, le quitaron el dinero que llevaba para desenvolverse los primeros días… y dio de comer durante todo el trayecto de dicho viaje, a un polizonte… indocumentado, que cuando llegó allá le estaban esperando unos familiares y escapó bajando por la escalera del barco disfrazado de camarero. ¡Vaya suerte amigo!

Nada más llegar a Tenerife, se puso a trabajar interinamente  en la Casa de Socorro de la Villa de La Orotava  dependiendo de Sanidad y haciendo sustituciones extras y oficiales en los centros de zona y urgencias de la seguridad social del Valle, hasta su reglamentaria jubilación laboral. Además fue diplomado en psiquiatría auxiliar y de medicina del trabajo en calidad de practicante, lo que le valió para tener derecho, por escalafón, a elegir plaza en propiedad donde mejor le conviniera por derechos propios, según la numeración alcanzada, eligiendo La Villa de la Orotava. Simultáneamente trabajó en cinco hoteles importantes como practicante en los servicios médicos de empresa.

Amigo Celestino descansa en el paraíso eterno, como se te merece.

Un abrazo, hasta siempre.

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario