En el mes de
abril de 1956, se le rindió un homenaje al Padre Teodosio (ex -profesor
lasaliano del colegio San Isidro de la Orotava). En un espléndido banquete, en
el que resplandeció la hospitalidad e intimidad. A los postres hicieron uso de
la palabra: los ex-alumnos Don Alonso Hernández García, Don Álvaro Martín Díaz
(Almadi), el entonces director del colegio de San Isidro Don Pacifico Medina
Sevillano, de la Congregación Salesiana y agradeciendo el homenaje lo hizo el
Director del Colegio de San Idelfonso de la Capital Tinerfeña, hermano Martín
Rueda.
Todos los
presentes revivieron estampas de un ayer, unido inconmoviblemente a los mejores
recuerdos de los mejores años. Un ayer precioso, que para los asistentes era la
infancia y para el maestro, la iniciación en los caminos de apostolado, tal
como lo deseaba San Juan Bautista de la Salle, el cual tuvo que desvelar muchos
caminos para que sus ex – alumnos pudieran mirasen cara a cara, tratando de
identificar en cada uno de ellos, a aquellos que jugaban con pelotas de trapo,
o aquellos otros que el hermano Teodosio hacia poner de cara a la pared.
El padre
Teodosio no concretaba, porque imaginar este acto, que le jugó muchas
ilusiones, con innúmeros recuerdos. Una mezcla de paisaje y anécdotas se
amontonaba en su imaginación. Tejadillo enano de la calle Verde, cajitas
redondas de cartón, rojas y amarillas que se abrían el embrujo negro del
regaliz, barbas venerables del Hermano Andrés, húmedas sonrisas del Hermano
Cirilo, y entre todo esto, los alumnos, alborotando, aprendiendo las primeras
limitaciones y empezando a soñar en los primeros actos propios.
Sabía el
Hermano Teodosio - y todos aquellos imborrables maestros - hacer la
siembra necesaria para el rendimiento de tantos hombres honrados, de tantos
nuevos padres de familia que, en esos momentos se sentían, otra vez, bajo el
paternal mandato de su sonrisa, de su bondad y de su ejemplo. Esa fue la
expresión alegre y profana, de merecidos homenajes a los padres, porque nadie
pudo ver los altares levantado en sus corazones. Mirándose a los ojos, apuntalaron
las columnas de su orgullo. El padre Teodosio fue el abanderado en él ejercito
de hombres sencillos que no querían ir a ninguna parte, que no tenían más
ambición que la de formar grupo en unas legiones que antes, en el
Colegio, llamaban Hombres de Provecho. En el homenaje se consagró algo de
brujería, porque se sentía el rubor a pregonarse hombres de provecho. Se
sentían unos escolares bulliciosos. Querían ser por el momento los ocupantes de
aquellos pupitres. Los que iban de la mano, dos a dos, por la calle Verde, a
las novenas de Santo Domingo. Querían rescatar los ecos. El padre Teodosio se
emocionó ante el examen oral. Mientras sus alumnos rebosaban la ilusión
para que siguiera siendo el maestro, quien los calificara como hombre de
provecho.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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