lunes, 14 de agosto de 2017

CLUB DE FÚTBOL JUVENIL PLUS ULTRA DE LA OROTAVA EN LANZAROTE, AGOSTO DE 1959



Fotografía del amigo de la infancia en la calle El Calvario de La Villa de La Orotava; ISIDORO SÁNCHEZ GARCÍA. Correspondiente a la visita del entonces Juvenil Plus Ultras de La Orotava a Lanzarote, agosto de 1959.
De pie de izquierda a derecha; Yeyo, José Antonio, Manolito Yánez, Isidoro Sánchez, Leonardo Ruiz, Reyes y Seven.
Agachado de izquierda a derecha; Tomás García, Angelito García, Arzola, Francisco Sánchez García, Isidoro Hernández Sánchez (El Buje II), y Ramón Hernández Fariña.
  
El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; ÁNGEL GARCÍA GONZÁLEZ remitió entonces (09/12/2013) estas notas: “…Corrían los primeros días del mes de julio de 1959. Los componentes del equipo de fútbol Juvenil Plus Ultra ya no podían correr más; había transcurri­do una temporada agotadora: Campeonato del Norte, Copa Federación Insular, Trofeo Martini-Rossi y Torneo de Campeones de Tenerife. Y eso que se había quedado por dilucidar el Campeonato de Canarias, al existir un triple empate entre Estrella (La Laguna), Real Unión (Santa Cruz) y Plus Ultra (La Orotava). El fallo de la Federación Nacional favoreció al Plus Ultra y como campeón juvenil de Tenerife, fue invitado al Torneo de San Ginés, a celebrar en Arrecife de Lanzarote. Otra vez a entrenar. Otra nueva ilusión: la de viajar por primera vez fuera de la isla con el equipo. Y además, dentro de un torneo y unas fiestas de renombre en el Archipiélago. La primera tarea sería la de reunir dinero para los «gastos de guerra», me­diante ahorros semanales, trabajillos extras y algún que otro premio, urgen­temente establecido con carácter retroactivo, por los pasados exámenes. A la Directiva, poco acostumbrada a manejar sumas milenarias, tampoco le salían las cuentas y tuvo que organizar varios partidos amistosos para cubrir el presupuesto, meta que se logró en Garachico con un taquillón de mil quinientas pesetas, gracias a la inestimable colaboración de Lorenzo Dorta, que todavía no era alcalde. Por mediación de Mo­desto Torréns, que iba de jefe de expedición por sus raíces lanzaroteñas, se había conseguido el re­fuerzo para estos partidos de Colo y Joseíto Rivero, que pertenecían al Tene­rife.
Por fin llegó la tan an­siada hora de la partida. Con algunas maletas de madera, como los quintos, nos hicimos a la mar el martes 18 de agosto, en el vapor «Ciudad de Mahón», rumbo a Las Palmas. Llevábamos como grumete a Modestito Torréns, un zagalote con panta­lón corto, del que su padre decía que era un bergantín porque estudiaba poco, pero que sabía mucho de fútbol ya que había hecho las «prácticas» en la sorriba del Campo de Los Cuartos. El barco hizo escala de un día en Las Palmas. No desaprovechamos ni una hora. Con el bañador enrollado en la toalla bajo el brazo, saltamos a tierra a las nueve de la mañana. Nos había venido a recibir un señor periodista llama­do Antonio Lemus, por recomendación de su colega Mínguez; nos atendió amablemente y nos sirvió de guía por la ciudad. Así fuimos conociendo el Parque San Telmo, la calle Triana, la Plaza de Santa Ana, el Ayuntamiento, la Catedral, el Mercado al otro lado del barranco... En el Mercado nos mandamos un medio de­sayuno y cogimos una guagua perrera, que nos dejó en la Playa de las Alcaravarenas. Se había elegido esta playa porque tenía unos modernos ves­tuarios con duchas y todo, y porque además decía Modesto Torréns, que de eso sabía un rato, que la de las Canteras pronto la tendríamos en Tenerife, pues las autoridades de Las Palmas pretendían cambiarla por el Obispo Pérez Cáceres. La tarde la empleamos en ir al cine y andar de noveleros por los escapara­tes, tentación que no pudo resistir Yeyo, que como le gustaba vestir bien y percha tenía para ello, entró en una tienda a por una corbata blanca, des­pués una camisa negra y terminó con un traje todo blanco, que era la moda. Claro está, que por todo el lote le hicieron un buen descuento, que él empleó en ponerle una conferen­cia a Madre Juana para que le mandara un giro verde. De vuelta al barco, Modesto Torréns, entera­do del negocio, nos mandó una filípica con la advertencia general de que cualquier gasto que hiciéramos superior a diez duros, tendría que tener su consentimiento, pues aunque su familia en Lanzarote tenía grandes exten­siones de terreno, no pensaba hipotécalas para cubrir nuestros excesos pecuniarios. Después de una travesía de once horas, llegamos contentos y nerviosillos al Puerto de Naos en Arrecife de Lanzarote. Tras dejar los bártulos en el local que iba a servir de residencia, visitamos la iglesia parroquial, que nos cogía de paso hacia la fonda «El Refugio», don­de desayunamos. Modesto Torréns nos llevó más tarde al casino, donde nos presentó en general a dos directivos muy amables, quienes al comprobar que todos te­níamos pantalón bajo, nos regalaron un pase para entrar gratis a todos los bailes de las fiestas de San Ginés. Por algo el casino tenía un nombre inusual para la época: La Democracia. Desde allí escribimos las primeras postales a la familia. Luego nos meti­mos casi todos al mismo tiempo en un pequeño estanco que estaba enfren­te; el sello con la cabeza de Franco costaba cuarenta céntimos, pero algu­nos que ya habían viajado, dijeron que era mejor ponerle dos, porque la
Postal no iba directa, sino que hacía escala en Las Palmas. Y tuvieron razón, porque a mi padre le llegó. La primera impresión que nos dio Arrecife no fue muy buena, por el exce­sivo calor; con más de cuarenta grados. Menos mal que las calles eran todas llanas, que si llegan a ser como las de la Villa... Pero en cambio tenía empa­que de ciudad, quizás por el movimiento que daba ser puerto de mar; la amplitud del Paseo Marítimo con el Parque y el Parador Nacional al fondo, los numerosos comercios de todo tipo en la calle principal que era larga, larguísima, quizás por ser León y Castillo, los dos juntos uno detrás de otro. Dimos un paseo has­ta el castillo de San Gabriel, contemplando diblusados en el Puente de las Bolas el paso de las bogas bajo nuestros pies. Nos encantó el Charco de San Ginés con el agua del mar llegando a las puer­tas de las casas e imaginando las bogas saltando directamente del agua a la sartén, y de la sartén al plato. Cerca del mediodía, una vez acondicionado el cuarto, nos cambiamos de ropa y nos fuimos a la Playa del Reducto. En el cruce del paseo con la calle principal, subido a una tarima, un fornido guardia, que después supi­mos que era Heraclio Niz «Pollo de Arrecife», tocaba insistentemente el pito. Primer tropiezo: Yeyo y Seve, morenos ellos, venían sin camisa, contravinien­do las normas de la moral pildainiana. Al regresar de la playa, segundo tropiezo. Había llegado en avión el en­trenador don Chile, que por aquel entonces era un alto cargo de la FAST y le fastidiaba viajar en barco, y por lo visto también le fastidiaba que estuviéra­mos en la playa con aquel solajero. No se les puede dejar solos a estos chicos, comentó. El cuarto que nos servía de hotel era una escuela de aproximadamente diez metros de largo por cinco de ancho. Estaba ubicado en una callejuela entre el charco de San Ginés y la calle principal. Por mano del capitán Cabre­ra, la autoridad militar nos facilitó diecisiete camas metálicas totalmente equipadas, que se colocaron en dos literas quedando la del entrenador fren­te a la puerta por si las moscas... Que las hubo. A continuación los directi­vos Juan Hernández Sánchez y Manolo R. Mesa, siguiendo los más veteranos hasta los más jóvenes, que nos colocaron al fondo, en la sana creencia de que eran los primeros que se iban a la cama. Encima de los cabeceros colocamos unos clavos para sostener dos per­chas para la ropa, que a su vez se cubría con una sábana clavada un poco más alto, por lo que cada uno tenía su ventorrillo propio. Entre la puerta de entrada y la cama del entrenador había un espejo tamaño folio con tres clavos separados y a distinta altura, para facilitar los afeitados y peinados según estaturas. Entre el espejo y la puerta de entrada, se abría otra puerta que daba a un patio de losas de piedra, con una letrina a la intemperie y un compartimento junto a un muro, que tenía un refleje y que nos servía de ducha. Esta última función se realizaba por parejas: uno sacaba el agua del aljibe con un cubo atado a una soga y se la daba al que estaba en el muro: agua, jabón yagua y cambio de posición. Que pase el siguiente. Como es de suponer hubo algún que otro conflicto, cómo el de los hermanos Sánchez, pero no llegó la sangre, que ya bastante turbio que estaba. El horario del hotel era de lo más anárquico. Cómo no había quien pisara la calle a esas horas, se dormía de 3 a 6 de la tarde, a veces directamente sobre el somier para tocar algo fresco. Luego ducha, empaquetado y salida cuando caía el sol. Por las noches, horas para coger el sueño. Empezaba la función cuando subíamos a la cama para colgar la ropa y se disparaban las bromas con el tamaño de los calzoncillos. Seguía la coña con las comparaciones, que empezaban siempre con la más suave: no es lo mismo Manolo Mesa que la mesa de Manolo, y risotada de Yeyo que contagiaba a los demás. Cuando la cosa parecía calmarse, comenzaba el concierto de tuba y trombón, conse­cuencia del exceso de sandía. A veces, de madrugada, alguien sigilosamente visitaba el bar de enfrente, que abría de tres a cinco de la mañana para atender a los pescadores que iban o venían de faenar y el entrenador sin enterarse. El mercado lindaba con el patio. Era una instalación medio destartalada, pero con productos de gran calidad. El fuerte calor nos llevó hasta un pues­to de sandías; eran enormes, como las bolas del puente. Don Chile, que nos quería invitar; pero sin pasarse, por lo de la Ley Torrens para inversiones en el exterior; le preguntó educadamente al tendero: «oiga, cristiano, ¿cuántas sandías de éstas entran en un kilo? «Diez o doce», respondió sin inmutarse el tendero. «Entonces, pónganos medio kilo». En tendero esbozó una media sonrisa y le dio un machetazo a la sandía que tenía a mano, invitándonos con una rodaja a cada uno. La mejor que he comido en mi vida. Fue tanta la que comimos, que a uno de los Sánchez le entro una cagalera, que casi se le afilian los bujes. Ni que decir tiene, que nos hicimos clientes de aquel pues­to. La fonda «El Refugio» estaba al otro lado de la calle principal. Nuestros directivos habían pactado con la dueña, a un módico precio, el abono por las tres comidas diarias durante nuestra estancia en Arrecife. Pongo en duda que haya hecho buen negocio con nosotros. Al cotidiano buen apetito de unos jóvenes deportistas, reforzado con la presencia de cuatro Sánchez en el equipo, cuyo apellido goza de reconocida fama por no padecer de la garganta, se le unió la esplendidez de un mozo andaluz llamado Sevilla. Algunos le conocíamos de La Orotava, por haber actuado con la compañía de teatro María Teresa Pozón, en el dulcificado papel de vender almendras garrapiñadas al lloroso público.           Sevilla fue como una madre para nosotros. Sacaba de donde no había, jugándose continuamente el puesto. Nuestro plato predilecto era el cordero estofado, y Sevilla tenía la habilidad de conseguir en la cocina las raciones más grandes para el equipo, ante la recelosa mirada del resto de los comen­sales, algunos de ellos huéspedes de la casa. En contrapartida, le dábamos alegre conversación, bromas, chistes, com­paraciones de su tierra con la nuestra, en fin, un trato tan cariñoso que empezó a querer a Tenerife, donde se establecería años más tarde. Tras el cabreo de don Chile, al vernos regresar de la playa encarnados como turistas suecos, estableció unas normas más severas de convivencia, basado en que por primera vez estábamos comiendo, bebiendo, (agua por supuesto) y durmiendo a costillas del fútbol, por lo que tendríamos que comportarnos como auténticos profesionales hasta que se jugaran los par­tidos que teníamos apalabrados. Así las cosas, a las seis de la mañana se tocaban diana y tras asearnos de sobaco para arriba, marchábamos al entrenamiento, con la fresca. En el campo nos duchábamos con duchas de verdad y regresábamos a la fonda para el desayuno. Mientras iban bajando los churros con café con leche, nos leía la cartilla de racionamiento de horas de sol... y de luna. La estancia en la playa del Reducto, se redujo a hora y media, y el baño hasta donde se hiciera pie. En casos excepcionales, como el de correspon­der a algún saludo femenino, se podía llegar hasta el Islote del Amor; pero sin hacer uso de él. Después del almuerzo, siesta con sordina, salvo para los que tenían asig­naturas pendientes, que tenían que ir a estudiar a una casa de la familia Torréns Velázquez. En este menester; a Tomás se le unió su inseparable Re­yes, que le escribía dos cartas diarias a la novia. Asombrado por su fecundi­dad, Tomás le preguntó a su compañero de medias cómo se las arreglaba. Realmente es fácil, le reveló Reyes: «en la carta de la mañana, me enojo ligeramente con ella, y en la de la tarde, me reconcilio: Así voy deshojando la Margarita día a día». Al atardecer podíamos salir hasta la hora de la cena, eso sÍ, bien arreglados, duchados, afeitados y encoloniados. A mí, que era casi barbilampiño, me afeitó Seve por primera vez, y lo hizo con tanto esmero que ya no me volvió a salir el pelo. Algunos íbamos al baloncesto, donde las «pibas» se volvían locas por un base de Las Palmas, llamado Mario Naya, que años más tarde sería compa­ñero nuestro en La Laguna. Por cierto, que la respuesta habitual de las chicas cuando le dedicabas algún requiebro era: Qué célebre, el chico, lo cual te dejaba medio mosca, porque sonaba a bacilón. Ramón Fariña se estableció por su cuenta y se iba todas las tardes al cine, merced a un pase que al parecer había con­seguido en el casino. Se man­daba hasta dos sesiones segui­das y alguna que otra vez llegó tarde a la cena, con los ojos en blanco, seguramente por cul­pa del largometraje. Los ayudantes de don Chi­le, Juan Hernández Sánchez y Manolo R. Mesa se dedicaron a divulgar los adelantos técnicos del Mun­dial de Brasil y en una de éstas por fuera del campo, intenta­ron convencer a un campesino de que en el fútbol moderno, la defensa de zona ya no se hacía con perro. El pobre hombre casi les suelta el bardino. Desde el viernes hasta el martes fueron los días grandes de las fiestas de San Ginés. Se jugaron los dos partidos concertados, con suerte diversa, pues perdimos uno y ganamos otro. Aceptable balance si tenemos en cuenta que en la Selección de Lanzarote casi todos los jugadores eran mayores de die­ciocho años, entre los que destacaba Cedrés, que semanas más tarde se incorporó a la UD. Orotava. Aparte del fútbol se celebraron otras competiciones de­portivas con equipos que venían de Las Pal­mas, como balonces­to, atletismo y nata­ción. Entre esta dis­ciplina invitaron a Je­sús Domínguez, que era campeón de Es­paña y natural de Los Cristianos (Tenerife). De la mano de Darío Mesa, estuvimos en el Parque presenciando una exhibición de parrandas típicas llegadas de varios puntos de la isla, sorprendiéndonos la abundancia de laúdes y bandurrias y la original entonación de los aires lanzaroteños. Entre las atracciones de feria, destacaba el Pozo de la Muerte, donde unos motoristas portugueses giraban en torno a las paredes de un enorme cilindro metálico, desafiando la ley de la gravedad. Era un espectáculo emo­cionante y peligroso a la vez. Francisco Sánchez y yo lo presenciamos acom­pañando a dos bellas arrecifeñas, Matilde y Enriqueta, que era la primera vez que aceptaban una invitación de elementos forasteros; bien es verdad, que ya llevábamos casi una semana a la rueda de ellas, que por ser chicas bien, tenían bicicleta propia. El lunes veinticuatro era el día del pa­trón San Ginés. Pero el santo no salió a la calle. Le echaron una gran cantidad de fue­gos artificiales, pero el santo ni los vio. Ese día, según una vieja tradición, es cuando el diablo está suelto; o agarrado, según se mire, porque el diablo, en aquellos tiem­pos, representaba los bailes. Y el señor Obispo había dicho que eligieran: el santo o el diablo. Como el santo salía una sola vez a la calle y bailes habían todos los días de las fiestas, los «conejeros» hacía tiempo que lo tenían claro. La actuación fuera de programa que cerró las fiestas, fue la del conjunto «Dos Islas», compuesto por Manolo Mesa y Gerardo Cabrera un amigote lanzaroteño que conocimos durante nuestra estadía y que trabajaba, cuan­do podía, en el Juzgado. Junto al Puente de las Bolas, casi aclarando el día, se metieron entre pecho y espalda un duetino de Vivaldi para flauta y clarine­te, que hasta las bogas que cruzaban el puente se pararon para oírlo. Tras el concierto, Cabrera se despojó de sus ropas y se lanzó al agua. Y de ahí para el trabajo, pues ya pronto empezaba su jornada laboral. Creo no equivocarme si digo que eran lo mejor de las fiestas. Tanto en La Democracia como en el Club Torrelavega, se celebraban unos bailes de rechupete, teniendo en cuenta que en esa época los bailes establecían la frontera de lo permisible, en lo que a moral se refiere. Los bailes de La Democracia eran elegantes y refinados, a lo que se pres­taban sus suntuosos salones y su selecta concurrencia. Este año amenizaba una famosa orquesta de Las Palmas capital, con diez o doce componentes finamente uniformados y con un repertorio de los más moderno, entre cuyos títulos recuerdo Serenella y el Telegrama. Cuando me disponía a entrar al primer baile, mi sorpresa fue que el porte­ro era Del Toro, el árbitro de fútbol con el que había tenido un encontronazo, al parecer casual, y que me había chafado un posible gol. Al mirarnos me quedé colorado como un tomate e intenté dar media vuelta, pero la manaza de aquel hombretón se posó cariñosamente en mi hombro y me metió para dentro. En la pista de baile destacaban los que más horas de verbenas tenían: Arzola, Yeyo, José Antonio, Yanes... pero me sorprendió Domingo, que en la vida civil parecía que no mataba una mosca y allí era un zafado sacando chicas a bailar. Isidoro, por su estatura, ya alternaba con las altas esferas, con el respaldo de Domingo Ortega, central del equipo contrario, que hacía de interlocutor. Entre los caballeros predominaba el traje totalmente blanco y entre las damas, el estampado de IIamativos colores. Precisamente, andaba yo ensi­mismado contando de abajo a arriba los colores del traje de una hembra de bandera, cuando al llegar a la cintura, me percato que la mano que la rodea­ba era la de don Chile, a la que o le faltaba un dedo o le faltaba la alianza. Miré para los lados a ver si me había sorprendido alguien mirando y salí como un tiro para la barra. Siguieron los bailes y siguió la misma mano ro­deando la misma cintura. Cuando terminaron las fiestas y el asunto ya era un secreto a voces, nos reunió el entrenador para damos una explicación que nadie había pedido. Se trataba, dijo, de una cuestión de estrategia, pues la  joven era la hermana del entrenador del equipo contrario y su intención era la de sacarle poquito a poco las «tácticas», cosa que sabía la dama porque su hermano solía ha­blar en alto mientras dormía... Hombre, visto así, estaba más que justifica­da la insistencia, porque al fin y al cabo, se ahorraba el trabajo de irse a la cama con ella, para oír en directo al hermano. Los bailes del Torrelavega eran más modestos, pero mucho más popula­res. Con orquestas de menos fuste, pero con mayor promedio de piezas bailadas. Algo parecido a lo que en Tenerife decía Marichal, cuando compa­raba Los Llanos con el Toscal. Además eran más prolongados y tenía la can­tina más animada. Solíamos encontrarnos con algunos jugadores del equi­po de Lanzarote, con los que charlábamos y tomábamos copas y además nos presentaban a las chicas. Aunque el local quedaba más retirado del hotel-escuela, al final casi todos iban a parar allí y regresábamos juntos. Un gran chasco me llevé en el Torrelavega. Estaba con otros en la cantina cuando observé a una chica, muy mona por cierto, sentada en una silla, a corta distancia de un grupito de señoras. Pero la chica no salía a bailar con nadie. Así que me animé con medio vasito de malvasía y me fui junto a ella. La saludé, empezamos a dialogar; al poco rato cogí una silla, me senté y dale que te pego. La chica no paraba de reírse con las bromas, pero en cuanto le pedía bailar; me decía que no. Así llevábamos un rato hasta que en una de las peticiones, me oyó la que al parecer era su madre, se levantó de donde estaba con las amigas, vino hacia mí y me espetó: «Pero hombre de Dios, todavía no se ha dado cuenta de que la chica es cojita de un pie». Esa noche no esperé a que terminara el baile y regresé solo.
En la fonda desayunamos tempranito ese día. Íbamos de gira para el inte­rior de la isla y nos entregaron a cada uno fruta y un bistec empanado para el almuerzo. Montamos en una destartalada guagua, en compañía de otros deportistas que habían venido a las fiestas, entre ellos Jesús Domínguez, el campeón. Nada más salir de Arrecife, se terminó el piche y empezó una pista de tierra que hacía traquetear el viejo vehículo y varios prefirieron ir de pie. El polvo se colaba por todas partes pero la mayoría íbamos más contentos que unas pascuas, pues aquello nos parecía una diligencia en el lejano Oeste. La parada de Tiagua nos vino al pelo. Modesto Torréns nos presentó a sus familiares que vivían en un caserón de alto y bajo, rodeado de viñedos que apenas se veían porque estaban enterrados en el picón. En la bodega nos invitaron a un par de vasos de vino blanco: el primero para limpiar el polvo del gaznate y el segundo para paladear el excelente caldo, aunque de alta gra­duación. Por si fuera poco, nos regalaron un garrafón de dieciséis litros, para alegrar la excursión. Reanudamos la marcha y con el calorcito del vino empezaron las bromas, el confianceo y hasta le perdimos el respeto al campeón, que también se dejaba querer; contándole una coplilla adulterada: «Jesús Domínguez, campeón de España, se limpia el cutis, con una caña». Casi una hora más tarde, pasamos por las Montañas del Fuego pero sin bajarnos, pues el chófer; que parecía un hombre serio, nos dijo que era muy peligroso andar por aquellos te­rrenos, porque de debajo de la tierra salían unas lenguas de fuego que nos dejarían fritos como chicharros. La siguiente parada se hizo casi al borde mismo del acantilado, sobre El Golfo. La baja­da, hasta aquella hermosa laguna verde de agua marina, se ha­cía por un pronuncia­do y resbaladizo sen­dero. Don Chile dis­puso que dos hom­bres de respeto, Re­yes y Leonardo, fue­ran los porteadores y guardianes del garra­fón de vino. Pero los muy ladinos se quedaron atrás, y de tramo en tramo, se mandaban un bu­che para aligerar el peso. Cuando llegamos abajo, se guardaron las viandas y el vino en una cueva para que no se calentaran. Allí estuvimos un par de horas, bañándonos por dentro y por fuera. El agua picaba mucho en los ojos por la concentración de sal y además imponía mucho por la profundidad repentina, por lo que nos bañamos cerca de la orilla. El campeón hizo una exhibición, atravesando la laguna de punta a pun­ta, y según Modesto Torréns, que además de boticario era hombre de puerto, «el confiscado nada como una falúa». Terminado el almuerzo y con el garrafón tocando fondo, iniciamos la penosa subida hasta donde esta­ba la guagua. En el trayecto de re­greso paramos en las Salinas de Janubio y nos sacamos una foto en la que salió todo al revés: el mar parecía el cielo, la sal era la nie­ve en la montaña y el molino salió repetido, con las aspas para abajo. Algo de esto se esperaba, cuando vimos que al fotógrafo lo subían entre cuatro a la guagua. La llegada al hotel-escuela fue catastrófica. Unos cantando, otros abraza­dos y en medio de la algarabía, la llave del cuarto que no aparecía. Don Chile se fue calentando, mientras que nadie soltaba prenda. Hasta que pegaron conmigo; siempre pasaba lo mismo, se terminaba abusando de los más chi­cos. Menos mal que Leonardo, hombre justo e imparcial salió en mi defensa y balbuceando un medio inglés-tiagüero descubrió el pastel. Resultó que Reyes, el discípulo predilecto, que venía «abrumado», por la custodia del vino y cabreado por no haberle podido escribir a la novia en todo el día, había cogido la llave, la había metido en un sobre y se disponía a enviársela a la novia con una simple nota: «Ahí te mando la llave de mi corazón. Haz de mí lo que quieras». Los dos últimos días los pasamos con mayor soltura de movimientos, pero amarrando las pocas perras que nos quedaban. Comenzaron los présta­mos, los trapicheos y casi terminamos pidiendo a cuenta de futuros fichajes. Pasábamos gran parte del día en la playa, que era donde menos se gastaba. Mi buen amigo Enrique Sánchez, portero rival, me prestó cinco duros y des­de entonces no le he visto más el pelo, ya que al poco tiempo marchó a estudiar a Cádiz ahí ha quedado esa deuda pendiente. Por su parte, los directivos se afanaban en recontar el dinero para la liqui­dación de la cuenta de la fonda, en conseguir los billetes prometidos para el viaje de regreso y en darnos las órdenes oportunas para dejar el cuarto en perfecto estado de revista, apilando las camas y doblando la ropa. Con tanto trasiego y tanta penuria nos olvidamos de traerle un recuerdo a nuestro presidente don Pedro Toste. Con razón se lamentaría días más tarde en la tertulia de su barbería: «Fueron a la Isla de los volcanes, y precisamente, no me trajeron ni fuego para encender el puro». La comida de despedida en la fonda fue extraordinaria. La dueña sabía de nuestra predilección por el cordero estofado y nos preparó uno para chupase los dedos. Además con derecho a repetir y con una botella de vino por mesa. Tanto ella como el mozo Sevilla, nos habían cogido cariño y seguro que tardarían mucho tiempo en volver a tener una familia tan numerosa. La alegría de la prolongada sobremesa se nubló con el rumor de la impo­sibilidad de que el encargado de la Comisión de Deportes entregara los bille­tes para embarcar. Por lo visto tenían preferencia los deportistas de Las Pal­mas, y por si fuera poco, el barco iba hasta los topes de gente que había venido a las fiestas. Modesto Torréns tomó la decisión de presentamos con los equipajes en el muelle, para agotar la última posibilidad. Allí, a pie de barco, mantuvo una acalorada entrevista con el capitán y con el encargado de deportes, al que amenazó con tirarlo al agua, por su irresponsabilidad. Al final el capitán cedió y nos habilitó una pequeña salita en la cubierta de proa, donde nos arregla­mos como pudimos, unos en sillones y otros en el suelo de madera con el bolso como almohada, para pasar la primera noche de la travesía. Al llegar a Tenerife, este percance ya estaba olvidado, y sólo se hablaba de lo bien que lo habíamos pasado en Lanzarote. En las siguientes Navidades, muchas postales, con un solo sello, se cruzaron en el mar que nos separa, portando sentimientos de cariño y amistad que aún perduran. Antes de regresar a nuestras casas, don Chile nos hizo una última adver­tencia: al referimos al viaje a Lanzarote, deberíamos hablar exclusivamente de los partidos, pero sin mencionar para nada La Democracia y menos aún lo que se gestó dentro de ella. Es por ello que nuestro silencio, como en cualquier régimen que se pre­cie, ha durado más de cuarenta años. Hoy, viernes once de febrero del año dos mil, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de rotos y descosidos, verá la luz de la imprenta, si la censura familiar no lo impide…”
El amigo desde la infancia de la calle del Calvario de la Villa de La Orotava; FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ GARCÍA remitió entonces (09/12/2013) estas notas: “…Volver atrás recordando las batallitas juveniles, normalmente lo hace­mos para encontrarnos con la juventud que ya vivimos, y tratar de tomar de ella algo de su optimismo para seguir adelante. Pero hoy. Intencionadamen­te retrocedemos a los años 1955-1959, para hacer público el agradecimien­to de unos amigos deportistas a CHILE. A un hombre, que, por su singular carácter y notable personalidad, nos supo inculcar; a través de su Juvenil Plus Ultra, unas enseñanzas deportivas y humanas Ilenas de optimismo y amistad, que nos permitieron afrontar con éxito las competiciones deporti­vas, y nos han ayudado después, a capear; con la mejor suerte, las ideas humanas que nos han seguido viniendo. Nos basta con un examen detenido de las fotos y crónicas del Ju­venil Plus Ultra que nos han recopilado con acierto y cariño, Reyes y su hijo, para comprender que aquella etapa fue única. Se nos ve todos con caras de felicidad y responsabilidad. Se nos lee competencia y espíritu deportivo. To­das las virtudes que CHILE nos supo implantar con eficacia y facilidad, por­que de él manaban con toda naturalidad, y nos resulta cómodo y sencillo recogerlas y captarlas. Ángel García, en un ejercicio deslumbrante de memoria, nos hace pre­sente, en diez espléndidos capítulos, el broche de oro y despedida del Juve­nil Plus Ultra: el viaje a Lanzarote en Agosto de 1959 para participar en su Trofeo San Ginés. Su narración, con un estilo literario excelente y ameno, abrillanta el recuerdo del Juvenil Plus Ultra, para dejar prueba del compañe­rismo, amistad y entendimiento que hoy aún seguimos manteniendo sus componentes, directivos o jugadores. Con estos detalles retrospectivos a los que se ha sumado mi hermano el ex eurodiputa­do Isidoro con sus vivencias particulares juveniles, hemos logrado atraer tam­bién a los amigos que se nos fueron demasiado temprano, para decirte simplemente, en armonía y en equipo, GRACIAS CHILE, por habernos con­cedido el privilegio de formar parte de tu JUVENIL PLUS ULTRA, Y por el espíritu deportivo que nos enseñaste…”
El amigo desde la infancia de la calle El Calvario de la Villa de La Orotava; ISIDORO SÁNCHEZ GARCÍA, remitió entonces (09/12/2013) estas notas que tituló “LOS CHICOS DEL PLUS ULTRA”: “…que la sociedad civil, en general, gusta de organizarse alrededor del deporte, en el caso de La Orotava, allá por los finales de la década de los años 50, un grupo de entusiastas villeros decidieron crear un equipo de fútbol, al frente, un peluquero singular, don Pedro Toste. En su staff, en el cogollo de la Junta Directiva, personajes como don José Bravo, don Modesto Torréns, don Gaspar Álvarez, don Hugo Machado, don Manuel Rodríguez Mesa, don Juan Her­nández Sánchez y don José Hernández Fariña. Algunos de ellos ya no nos acompañan. Le pusieron de nombre Plus Ultra, con el objetivo de militar en la categoría de Juveniles. Quizás el recuerdo de las columnas de Hércules les animó a dar este nombre al Club aunque es justo reconocer que ya existía una compañía de seguros de igual titularidad. Lo cierto es que en la temporada 1956-1957, precisamente, saltamos a los campos de fútbol de la isla, con una vestimenta normal: camisa blanca y pantalón azul, así de sencillo. Pero claro, este equipo tenía que tener lógicamente un entrenador, pero no podía ser cualquiera, tenía que ser peculiar, tenía que ser Chile, el seudó­nimo de Nazario Hernández García. Era hijo de don Lorenzo Castro, el de la imprenta y hermano de un amigo de la infancia, Francisco, a quien le expli­qué durante algunos veranos las matemáticas que nos había enseñado don Leovigildo, y que con el paso de los años nos encontramos en el mundo del montañismo y de la casa de Rómulo Betancourt, en el barrio del Farrobo. Pero volviendo a Chile, a Nazario, hemos de decir que será y sigue siendo un personaje singular, enamorado de su imprenta y de doña Lourdes, gusta­ba de enseñar la estrategia, la logística y la estética del fútbol, a unos mucha­chos, a los que luego serían los chicos del Plus Ultra. Por eso no se me olvida la táctica del 3-3-4 que siempre utilizó en las tres temporadas de aquel inolvidable Plus Ultra que tanto significó para el fútbol de la Villa, del Valle y de la Isla. Sin olvidar nuestra proyección archipielágica con motivo de nuestra visita a las calurosas fiestas de San Ginés, en Lanzaro­te, con el Torrelavega de fondo. Como tampoco la estrategia peripatética de don Nazario por la carretera de Las Cañadas, antes de los partidos decisivos, que nos hacía reflexionar de la importancia de la autoestima en los jugadores de fútbol. Ahora que acabo de regresar de Chile, de la Isla de Pascua, que no del entrenador; me viene a la memoria algunas anécdotas relacionadas con el equipo: en primer lugar la goleada (12 a O) que nos metió el Atlético Tinerfeño en el Estadio Heliodoro, antes de un partido oficial del Tenerife, y en el que tuve la oportunidad de estrenarme como jugador juvenil. El portero nuestro era Rafael, que después fue guardia civil, el entrenador del Tenerife era Loza­no, el que fuera defensa del Atlético Madrid. Se quedó impresionado de mi aspecto físico y de mi edad haciéndome un reconocimiento y examen pero vieron que mi físico no se correspondía con mi calidad técnica. Otros recuerdos agradables fueron los partidos que jugábamos con el Once Piratas al que casi siempre le ganábamos. Histórico el partido que jugamos en el Peñón en el que Alfonso Rivero le metió un gol en el último minuto, con gran desesperación de Roberto Hernández Illada, a la sazón presidente del club portuense. Del trofeo San Ginés de Lanzarote, recuerdo anécdotas vivas y calurosas así como mañaneras, donde el fuerte calor nos obligaba a entrenar a las 6 de la mañana después de unas noches muy animadas, hasta salimos en el «Ca­narias Semanal» de don Isaac Cabrera. Actuaba como periodista el compañero de colegio Justo Expósito. Las vivencias en la isla conejera fueron de película, los bailes conejeros, la vendimia en Tiagua con la familia de Modesto Torréns, la excursión al Golfo, la gira por los Jameos del Agua a ver los cangrejos blancos y ciegos, fueron inolvidables. A los amigos Reyes y Leonardo le gustaba llevar el garrafón de vino blanco de Tiagua. Tampoco será fácil olvidar el partido de entrenamiento que jugamos contra el Orotava de Hernández Coronado, cuando llegamos a empatarle al que fuera campeón de la Liga Inter.-regional en el estadio Los Cuartos. Perdíamos 1-4, en el primer tiempo, pero la mano de Chile se notó tras el descanso y le empatamos 4-4 con gran calentura del entrenador orotavense que mandó suspender el encuentro. Era cronista deportivo el profesor Pedro Rodríguez Prieto, que nos daba a algunos de nosotros clase de física en los salesianos. Como tampoco será fácil de olvidar el partido de la Manzanilla contra el Es­trella, cuando se produjo la famosa tangana, donde Graciano Hernández Sánchez encontró un reloj en el césped lagunero e Isidro Hernández enseñó el «filo» de una navaja. Y eso que no había sido declarado partido de alto riesgo. No quisiera terminar sin recordar a algunos compañeros ya desaparecidos como el medio izquierdo, Chucho Ruiz, y el extremo derecho Arzola. En la misma época surgía también el Iberia de la mano de don Chano y de directivos vehementes como Toribio Quintero. Así Francisco y Angelito se pudieron incorporar a los chicos del Plus Ultra y disfrutar del juego colectivo preciosista que practicábamos, cada uno a su manera, de la mano de Nazario Hernández, alias Chile, a quien se le rinde homenaje sincero y reconocido por su labor deportiva como técnico excepcional en la historia del fútbol de la Villa, en unos momentos no muy fáciles para la práctica del deporte. De todas maneras, precisamente, muchos de nosotros podemos disfrutar hoy día recordando aquellas magníficas lecciones futbolísticas que nos im­partiera el amigo Chile, en un club que en mi opinión un momento álgido de la historia de La Orotava y que sirvió de ejemplo en la política deportiva a seguir con la cantera local. Gracias Chile por tu «sapiencia» y tus enseñanzas y también por la genero­sidad y entrega de los dirigentes de entonces entre los que destacaría tam­bién a mi primo Juan Hernández Sánchez, por haberme descubierto como defensa central, en unos momentos en que Chile se ausentó de la villa por culpa de su luna de miel. Gracias a Ángel García por los goles que pude marcar de cabeza en los corners que sacaba magistralmente. También a Tomás García por dejarme jugar de central, ya todos unos fuertes abrazos desde la Europa Comunitaria por haberme permitido disfrutar tres años de mi vida jugando al fútbol con todos ustedes en las filas del Plus Ultra, precisamente con Chile como entrenador….”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

2 comentarios:

  1. Buenas tardes seria posible conseguir foto del escudo del juvenil plus ultra siento las molestias saludos ...Sergio Hdz

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  2. EMOCIONANTE Y COINVOLGENTE ESTE INCREÍBLE RECUERDO DEL EQUIPO DE FÚTBOL JUVENIL PLUS ULTRA.
    GRACIAS POR ESTAS PERLAS DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA QUE PERMITEN CONOCER EN DETALLE LA VIDA DEPORTIVA DE ESTE EQUIPO INOLVIDABLE.
    enzo cutini ungaro

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