El amigo JAVIER ESTÉVEZ LIMA, Graduado en Historia por la
Universidad de la Laguna remitió entonces (16/03/2020) esta fotografía,
referente a los Fielatos de antaño, que estaban ubicados en las entradas a los
pueblos y ciudades, para el cobro de
arbitrios municipales por las entradas de mercancías.
Colocados en los anexos de las carreteras de entradas a las
ciudades por donde llegaban las mercancías foráneas desde la capital tinerfeña,
en casetas construidas de madera y pintadas de verde.
Conocí el de la plaza de la Paz en el Calvario de la Villa
de la Orotava, ubicado al lado del chorro y la cruz que perteneció a la
destruida y primitiva ermita El Calvario para realizar la carretera del Pinito
que enlazaba La Villa de La Orotava con Vilaflor a través de Las Cañadas.
Posteriormente se ubico en el lugar que conocemos por Las
Cuevas. Recuerdo ver trabajar en ella a Juan Ramos padre de mi amigo y
compañero del bachillerato en el Colegio de San Isidro; Juan Ramos Amaro y a
Clemente Álvarez que después fue agente municipal, más tarde portero del hotel Florida
donde se jubiló, pero antes tuvo un comercio en la calle Nicandro González
Borges - Verde.
Muchos empresarios de la villa, entraban las mercancías en
las madrugadas para escapar de los arbitrios. Para ello poseían salones en la
Cuesta de la Villa como depósitos.
Conocí el de Barranco
de Larena. Y el del Barranco La Raya que separa los municipios de la Villa de
La Orotava con la Villa de Los Realejos, entonces Realejo Alto.
Muchas fueron sus anecdotarios. Que me cuentan los amigos:
Una muy simpática, la protagonizaron un
grupo de orotavenses, que fueron a echarse unas perras de vino a Santa Úrsula y de vuelta
venían con el automóvil lleno fuera de la norma de circulación. Para escapar de
los agentes del Fielato, uno de ellos se puso en la cara una cabeza de un
cochino, a pasar por el fielato, los agentes dijeron mira este que lleva la
cara de un cerdo.
Don Federico Ríos párroco entonces de Icod el Alto y
natural del Puerto de la Cruz. Un día se desplazó a la capital tinerfeña. En el
trayecto le acompañaban varias féminas con cestas llenas de pollos y huevos para
vender en la capital. A pasar por el fielato de la entrada a Santa Cruz de Tenerife,
las señoras apuradas por que no tenían dinero para pagar. Alarmadas le pidieron
clemencia celestial a don Federico su párroco. Don Federico acostumbrado a sus
simpáticas características de humor que utilizaba en los celebres sermones de
las fiestas populares, se lo pensó y le dijo a las señoras que le pusiera las
mencionadas mercancías bajo su sotana. Cuando llegó el inspector, le preguntó a
don Federico si tenía algo que declarar, irónicamente le contesta que debajo de
la sotana, llevaba unos huevos y unas
pollitas. El inspector sin pensárselo y después del golpe sarcástico le da
orden al conductor del vehículo que siguiera.
Así pues las recordadas casetas del Fielato, que prestaron
servicios de ingresos a los municipios por entradas de mercancías, realizaron
una labor de mucho valor y muchísimas anécdotas, que casi siempre quedaban en
la nada.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL