jueves, 19 de junio de 2025

PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS CHRISTI, SAN ISIDRO LABRADOR Y SANTA MARÍA DE LA CABEZA. LA OROTAVA 2025

Fotografía compartida con la página digital del Excelentísimo Ayuntamiento de la Villa de La Orotava.

 

EVA FARIÑA LÓPEZ, Jefa de Prensa y Comunicación del Excelentísimo Ayuntamiento de la Villa de La Orotava, remitió entonces (19/06/2025), EL PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS CHRISTI, SAN ISIDRO LABRADOR Y SANTA MARÍA DE LA CABEZA. LA OROTAVA 2025, leído en el Salón de Pleno del Excelentísimo Ayuntamiento de la Villa el jueves 19 de Junio del 2025, por la amiga, GRACIELA PÉREZ-VALENCIA DÍAZ, Magistrada del Juzgado de Instrucción número 4 de San Cristóbal de La Laguna: “…¡Señor alcalde, miembros de la Corporación, autoridades, compañeros magistrados, querida familia, villeros y villeras!

Hoy, al encontrarme en este majestuoso salón de plenos que tantas veces ha sido testigo del inicio de nuestras fiestas, siento el peso y el honor de representar a nuestro pueblo en este pregón. Un pueblo que ha sabido bordar su historia con la paciencia de los alfombristas, la destreza de los artesanos y el empeño de las generaciones que nos precedieron.


Porque La Orotava no es solo un lugar en el mapa. Es una herencia viva, un crisol de cultura, fe y tradición que ha sabido mantener intacta su esencia a lo largo de los siglos.

Y como los cardos y las espigas que adornan nuestros justillos, así quiero bordar mis palabras hoy: con el orgullo de quien sabe que pertenece a un pueblo con historia, con raíces profundas y con una identidad que trasciende el tiempo.

Cuando me propusieron el privilegio de ser su pregonera, lo primero que sentí fue una inmensa gratitud. Gratitud por haber nacido en este pueblo nuestro, con una historia que nos abraza, con raíces profundas y con unas tradiciones que palpitan, que están más vivas que nunca. Un pueblo que, como bien saben, borda su identidad con el mismo mimo y la misma dedicación con la que nuestras abuelas, esas artistas, bordaban nuestros justillos de maga.

Y así, entre la fuerza de los cardos y la promesa de las espigas, quiero hoy, con mis palabras, bordarles el amor infinito y el orgullo que siento por nuestra Orotava. Por sus gentes, por sus calles, por su historia, ¡y cómo no, por sus fiestas!


La Orotava: Una Historia que Late en Cada Rincón

La Orotava es mucho más que sus fiestas, amigos. Es un testimonio vivo de nuestro pasado. Solo hay que pasear por sus calles adoquinadas, contemplar esas casonas con sus balcones de madera tallada que son pura filigrana, o sentarse un rato en nuestras plazas centenarias, para sentir que estamos en un lugar único. Es el reflejo de una villa que nació grande y que, generación tras generación, ha sabido mantenerse fiel a sí misma, a su esencia y a su grandeza.

Cuando los castellanos llegaron a este lugar allá por el año 1494, se quedaron con la boca abierta ante la fertilidad de nuestro valle. Un valle al que nuestros ancestros, los guanches, llamaban Arautava. Aquí, en estas mismas tierras, vivió el valiente Mencey Bencomo, liderando el menceyato de Taoro. Y aquí, con una bravura que aún hoy nos inspira, resistieron los antiguos habitantes de Tenerife hasta la llegada definitiva de una nueva civilización.

Con el paso de los siglos, nuestra Villa se convirtió en el faro de la aristocracia canaria. Familias como los Monteverde, los Ascanio o los Ponte dejaron una huella imborrable en nuestra arquitectura, en nuestra cultura, en esas tradiciones que hoy, con tanto cariño, seguimos celebrando.

Y es que esta tierra ha dado frutos increíbles. Son incalculables las personalidades que a lo largo de los siglos han nacido y han vivido en esta Villa.

Nuestra Orotava, es un pueblo de historia, de sabiduría, de esfuerzo. Y todo ese legado, todo ese espíritu, se hace visible, se palpa, se siente, ¡cada año en nuestras fiestas!


Mis Raíces Villeras: Un Corazón Orotavense Innegable

De pequeña, mis padres, un villero de pura cepa y una santacrucera a la que hemos concedido el pasaporte villero por méritos propios, tuvieron que irse a vivir a Madrid por trabajo. Y allá que nos fuimos.  Pero, aunque estuviera lejos, mi corazón siempre fue de aquí. Recuerdo perfectamente que, en el colegio, cuando mis compañeras me preguntaban de dónde era, debido a mi acento canario, extraño para ellas, yo respondía sin dudarlo: “¡De La Orotava!”. Y si alguien insistía: “Pero ¿dónde queda eso?”, yo solo podía contestar con la verdad más simple: “No sé, pero yo soy de La Orotava”.

Porque hay cosas que no necesitan explicación, ¿verdad? Ni siquiera para una niña de cinco años. Se sienten, se saben en lo más profundo del alma. Como el perfume inconfundible de las flores deshojadas la víspera de Corpus, o el sonido de una isa bien cantada en la plaza. Son cosas que se te quedan grabadas.

Al regresar de Madrid, mi infancia transcurrió por las calles de esta Villa, entre el colegio de La Milagrosa y mi casa en la Calle Calvario, y de ahí, corriendo, a casa de mis bisabuelos y de mi abuela. Justo en la esquina donde confluyen la Carrera del Escultor Esteves con Tomás Zerolo, o lo que es lo mismo, “La Carrera con la Calle del Agua”. ¡Qué recuerdos! Y, claro, nuestras visitas a Santa Cruz para ver a mi abuelo Lolo y a mi abuela Amparo y al resto de mi familia materna, donde siempre nos recibían con un cariñoso: “¡Ya llegaron los villeros!”. Y mi tío Juanjo Matesanz, que le encantaba picarme, me decía: “Pero Gracielita, ¿tú eres villera de la Villa o Vallera del Valle?”. Y yo, con la seguridad de la verdad, siempre le respondía: “¡Las dos cosas!”. Porque eso somos, ¿a que sí?


El Alma de Nuestras Fiestas: Artesanos y Tradiciones Vivas

No les voy a contar en este pregón lo que ya todos saben, porque el saber popular de La Orotava es inmenso. No les voy a decir que el origen de nuestras alfombras se remonta a mediados del siglo XIX, en los años 40 del 1.800, cuando doña Leonor del Castillo y Bethencourt decidió hacer una alfombra de flores frente a su casa para celebrar el paso de la procesión del Corpus Christi.

Ni el año desde el que se confecciona el gigantesco tapiz con arenas volcánicas del Teide en la Plaza del Ayuntamiento, ni que la plaza ya se había engalanado para la visita de la Marina Española o del mismísimo Rey Alfonso XIII.  Ni que debido a la iniciativa del publicista y musicólogo Francisco Miranda el cortejo procesional entró por vez primera en la plaza del Ayuntamiento.

Son muchas las alfombras, mucho los años y muchos los artistas que han dirigido el tapiz de la plaza siendo los cuatro últimos alfombristas: Pedro Hernández Méndez, José González Alonso, Ezequiel de León Domínguez y Domingo Expósito González, su actual director.

Hoy quiero recordar a don Pedro Hernández Méndez, pero no por haber sido el máximo responsable de la confección del tapiz desde 1948 hasta 1976, realizando en la plaza una labor impresionante, ni por haberse trasladado a Londres con un equipo de alfombristas conocidos por todos y haber embarcado en un vapor 1.800 kilos de tierras naturales distribuidos en 45 sacos y tres cajones el día 22 de febrero de 1973 con lo que se elaboró un tapiz de arenas orotavenses en el Hall del Olimpia Center de Londres con ocasión del 50 aniversario del Daily Mail.

Yo lo quiero nombrar porque ha estado estrechamente ligado a mi familia y, pasaba largas tardes con mi bisabuelo Isaac. Amigos y vecinos, entre charla y charla Pedro siempre conseguía que mi bisabuelo (que era ebanista) le enmarcara algún cuadro de los que él pintaba. Yo no lo conocí, pero conservamos algunas obras que Pedro regaló a mi familia, así como algún boceto inicial de la alfombra de La Plaza y algún cartel original de Las Fiestas diseñado por él.

En cualquier caso, la alfombra de la plaza se ha superado con su actual director, Domingo González Expósito, quien cada año aporta de manera magistral, un estilo contemporáneo a ese proceso artístico centenario.

Con respecto a la romería, tampoco es mi intención decirles lo que ya saben, que se remonta al siglo XVI con la devoción a San Benito Abad, y que luego, con la canonización de San Isidro Labrador, tomó su forma actual. Ni les detallaré cómo la celebración religiosa fue incorporando grupos folclóricos, carretas y parrandas. Y, por supuesto, todos sabemos que, a finales de 1800, el Corpus Christi y la Romería de San Isidro Labrador se unieron, honrando también a Santa María de la Cabeza.

Con este pregón, pretendo que cada villero y villera se sienta identificado, y quiero, de corazón, resaltar el trabajo de todos los que se dejan la piel en las fiestas y especialmente de los artesanos y sobre todo de los actuales. Porque ellos son el presente, aunque dentro de muchos, pero que muchos pregones, se les recordará como parte de la historia. Humildemente, creo que no hay que esperar tanto para que eso suceda.

Como bisnieta de un ebanista y de una costurera, el trabajo de las manos, el esmero y la dedicación, nunca ha pasado desapercibido para mí. Y hoy, quiero que sea reconocido con honores, porque es lo justo y de justicia un poquito sí que sé.

Tampoco quiero contarles que el traje de maga ha evolucionado de los iniciales que lucía doña Catalina Monteverde, ni que los justillos inicialmente eran rectos y no en curva, y estaban bordados exclusivamente con cardos, espigas y alguna zarza y no con claveles y amapolas como los vemos ahora.  Ni que antiguamente el traje no llevaba capa verde, complemento que se incorporó más tarde.

Ustedes, villeras y villeros, ya saben todo esto. Lo que quiero es que sientan conmigo la magia de lo que vivimos.


El Día Mágico: Corpus Christi y las Alfombras de Arena

Y sale el sol. Los primeros rayos acarician nuestro valle. Las campanas de la Iglesia de la Concepción resuenan, alegres, llenando el aire. Y el casco histórico, desde hace semanas, huele a brezo quemado. Hombres y mujeres de todas las edades, con ese entusiasmo que nos caracteriza, cargan cajas de flores y moldes de madera por nuestras empedradas e inclinadas calles. Los balcones, las farolas, los escaparates de nuestros comercios… ¡todo se viste de fiesta! El heladero ya tiene listos sus cucuruchos de galleta, y los puestos de turrones exhiben sus tradicionales dulces. Los medios de comunicación hacen sus pruebas de sonido e imagen… y los primeros curiosos, con los ojos llenos de expectación, empiezan a llegar. Hoy no es un día cualquiera, se nota en cada sonrisa, en cada mirada. ¡Hoy celebramos la festividad del Corpus de La Orotava, conocida por todos como el día de las Alfombras!

La Orotava se llena de peregrinos. Todos quieren contemplar esa obra de arte efímera, el extraordinario tapiz creado exclusivamente con arenas naturales del Parque Nacional del Teide, que cubre los 900 metros cuadrados de la plaza. ¡Es una obra fantástica, hechizante! Tan inmensa que desde 2007 está en el libro Guinness de los Récords por ser la mayor alfombra de arenas naturales del mundo. ¡Qué orgullo!

Pero hay un trabajo inmenso que a veces pasa desapercibido. Junto a la entrega y el esmero de los alfombristas, está la labor, callada pero fundamental, de los recolectores de flores y las deshojadoras, sin las que la creación de estas maravillas que hacemos en las calles sería, sencillamente, imposible. ¡Y no nos olvidemos de los aguadores! Que con sus máquinas pulverizadoras, rocían agua a las alfombras durante toda la jornada para que la brisa no se lleve los pétalos ni se marchiten las flores. ¡Más de uno, con el calor de mañana, les pedimos un pequeño chapuzón! ¡Es una larguísima cadena humana que transforma un día normal en un día mágico!


La Pasión del Corpus: Noches en Vela y Manos a la Obra

Desde el jueves, cuando la Villa empieza a oler a brezo y a flores deshojadas, arranca un verdadero maratón en el que los villeros damos lo mejor de nosotros mismos. Los alfombristas pasan la noche en vela, ultimando ese proyecto que plasmarán para transformar nuestras calles en una obra de arte.

Recuerdo, como si fuera ayer, acompañar a mi tío Tato y a mis primas Ana, Carmen y Mauxi al Ayuntamiento. Allí, cada año, presentaban el boceto y hacían a mano alzada el dibujo para el molde de nuestro “corrido” o “zaragata”. Y recuerdo, esa misma mañana de las alfombras, recoger las cajas de flores para bajarlas a pie hasta el trozo de calle que tenemos asignado, ¡justo enfrente de Correos!

Recuerdo el patio del Ayuntamiento, con esas larguísimas mesas donde las deshojadoras trabajaban sin parar. Y cómo, al amanecer, nos poníamos, y nos ponemos, manos a la obra para comenzar la alfombra. Con el mismo palito de madera y el cordel de siempre que nos orienta el dibujo para no torcer las “moldadas”. Y todo el día trabajando en la alfombra, casi sin levantar la cabeza, ¡cuando aún no éramos tantos en la familia! Para dibujar con brezo y flores esos patrones que nuestras manos convertirían en belleza, y que se ofrecerían al Santísimo por la tarde. ¡Y corriendo para terminar antes de que saliera la procesión! Aunque, tengo que decirles, y que quede entre nosotros, que nunca somos los últimos. Mi primo Liborio, que realiza un minucioso tapiz junto a sus colaboradores justo en la esquina del monumento al alfombrista, ¡tiene ese Récord!

Y, como en todo buen grupo de alfombras, en la mía también había una antigua lata de galletas inglesa llena de bocadillos, cortesía de mi tía Rosani. ¡Que a día de hoy, sigue haciendo aparición a media mañana, para darnos fuerzas y aguantar la jornada!

Apenas terminamos la alfombra, ¡a correr a casa! A prepararse para la procesión del Corpus Christi, para que las andas del Santísimo pisen lo que nos ha llevado todo el día. Pero es que para eso se hace, ¿verdad? Es un gesto de devoción y de fe, ¡un honor que el Santísimo Sacramento pise y desdibuje nuestro esmerado trabajo!

Y empleando las palabras de José Miguel de Salamanca de la Peña (alfombrista), al que tuve el honor de conocer y con el que coincidíamos cada año en el patio del Ayuntamiento la mañana de las alfombras, quiero añadir a este pregón un trozo del prólogo que escribió para el libro de José Manuel Rodríguez Maza y que dice así: “Ser alfombrista en La Orotava es mucho; es tanto como un privilegio que te permite, por lo menos, una vez al año tutear a Dios, sentirlo tan cerca que hablas a susurros con Él en cada pétalo que colocas”. 

Como tantos recuerdos que tengo de pequeña, me viene a la mente el momento de entrar en la Iglesia de la Concepción y ver a todos los hermanos corriendo de un lado para otro de las naves para preparar la procesión. Con esas túnicas de seda carmesí que parecían bailar con el movimiento y que, a mí, siendo una niña, me parecían propias de superhéroes. ¡Y no estaba equivocada en mi apreciación, porque lo eran y lo son! Y el momento más impresionante, el que te encoge el alma, cuando las andas y el Cuerpo de Cristo entran junto a los hermanos y hermanas, junto a las autoridades y a los niños vestidos de comunión, a la Plaza del Ayuntamiento. Y el Obispo sube al balcón con la custodia mientras toda la Villa, a coro, canta “Al amor de los amores”.

Recuerdo con desconsuelo que el año que hice la Primera Comunión no pude participar en la procesión y pisar las alfombras. ¡Estuve trabajando en nuestra alfombra familiar que ese año acabamos in extremis y no le dio tiempo a mi madre de prepararme con mi vestido blanco ni de sacarme el color negro del brezo quemado de las manos! Supongo que esto fue una consecuencia de vivir con tanta responsabilidad e intensidad nuestras fiestas.

¡Pero la fiesta no termina ahí, en realidad, acabamos de empezar! ¿Ven por qué les digo que la gente de esta Villa es altamente resistente?


De Baile de Magos a Romería: El Espíritu Indomable de La Orotava

Y llega el viernes, ¡y toca almidonar! Enaguas, delantales, blusas, camisas, calzoncillos… ¡para llegar a todo! Preparar los trajes, adobar la carne que habrá que freír y componer el sábado para el gran festín del domingo. Y todo corriendo, sin perder el tiempo, porque el viernes por la noche nos espera el Baile de Magos. ¡Esa noche mágica donde nos encontramos con los amigos, comemos, cantamos y bailamos en las casonas del casco y por las calles de la Villa! Esa noche parece que las calles adoquinadas se desdibujan bajo la luz tenue de las antiguas farolas y el sereno de la noche.

A mi abuela Margarita, que hoy nos acompaña en este salón, le debo lo que soy ahora. Ella ha sabido inculcarme la importancia de nuestras tradiciones. Me ha enseñado todo lo que sé.  Desde bajar el casco de una falda de maga, hasta saber que no me puedo ir al baile de magos sin meter la carne en el adobo.  Ha sido mi maestra de las fiestas, incluso ha intentado enseñarme a cantar isas y folías sin mucho éxito, todo sea dicho.   Ella trabajaba sin descanso, preparándonos la ropa a todos, preparando los tollos, los conejos y el adobo para la romería, dando las órdenes en el taller para la reparación de la carreta. Y siempre tenía, siempre, en la entrada de su casa, un jarrón repleto de claveles y espigas. Para, en el último momento, justo antes de que bajáramos la escalera para salir a la calle ya vestidos de magos, adornar nuestros sombreros. Aún recuerdo el olor a adobo y almidón al subir la escalera de la entrada.  Esa comida exquisita que por mucho que me esmero nunca me sale como la de ella. Y recuerdo especialmente cómo, al llegar del Baile de Magos a altas horas de la noche o primeras de la mañana, según se mire, la encontraba dándole cera al piso de la casa para prepararla para la romería, ya que esperaba invitados para que ocuparan las ventanas y todo tenía que estar perfecto. Mi abuela, como las de ustedes, es ejemplo de fortaleza y resistencia. Y gracias a estas personas hemos llegado hasta aquí con las tradiciones intactas.

Y llega el sábado. Y el que se siente con fuerzas, va al Ganado, donde se bendicen los animales y los labradores hacen sus ofrendas a los Santos. Esos dos santos chiquititos, pero tan grandes a la vez que acompañamos esa noche en la Subida, bailando entre chácaras y tambores con inmenso orgullo y alegría, desde su casa en la ermita de El Calvario hasta la Iglesia de La Concepción. Allí pasarán la noche hasta la misa de Los Labradores el domingo por la mañana, tras la que San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza serán colocados como grandes anfitriones frente a la Casa de Los Balcones. ¡Momento justo en el que arrancará nuestra esperada Romería!

Y por fin, la Romería nos espera como cada domingo de fiestas. Con sus carretas engalanadas, sus cantos que nos elevan el alma y su alegría desbordante. Donde lucimos nuestras mejores enaguas, esas tiras bordadas y puntillas que siempre reservamos para ese gran día, ¡y que llevamos más almidonadas que nunca! Mientras cantamos y bailamos, bajando desde San Francisco hasta El Calvario, mientras las cintas de Los Labradores vuelan con el viento y llenan nuestras calles de color.


La Carreta Familiar: Un Legado de Alegría y Picardía

En mi familia, la carreta ha sido, y sigue siendo, un legado. La misma carreta en la que mi abuela y mis tíos abuelos vivieron sus romerías es la que seguimos sacando hoy. Me viene a la mente fotos antiguas donde todos sonreían, jovencitos, subidos a la carreta. Especialmente a mi tío Antonio Santos, que ese día la disfrutaba como un niño con zapatos nuevos. Y una foto en blanco y negro de mi tía Dolores “Yoyo” con mi padre muy pequeñito, y detrás la esquina de la escuela de música con la Iglesia de San Agustín. Yo no entendía la perspectiva, ¡pero es que antiguamente la romería daba la vuelta a la Plaza de la Constitución! Hecho que se recordó con un cambio de recorrido hace algunos años.

Ahora somos mi hermano y yo, con María y Juanmi, Emilio y Ana y nuestros primos Cande, Clemente, Dore, Emilio, Esther, Isaac, Ana María, Carmen, Mauxi y Liborio, quienes, junto a nuestros hijos, y llevando en el corazón y en el recuerdo a nuestro querido Toño, sacamos la carreta cada año. Y ya, en algún tramo sencillo del recorrido, le toca a mi hijo Guillermo, bajo la dirección de su padre y de su tío, llevar la retenida, y este año se estrenará mi hijo Jaime ¡para que vaya aprendiendo! Nuestra carreta, como las de todos ustedes, se ha convertido en punto de unión para nuestra familia. Es donde se forjan los recuerdos y se transmiten las tradiciones.

Tengo que reconocerles que, en mi familia, y en contra de lo que pone el programa del Ayuntamiento, se declaran oficialmente iniciadas las fiestas con el tradicional sorteo de número de carreta que celebra cada año el Liceo de Taoro. Como todos saben, ¡es un momento de mucha tensión! Nadie quiere que su carreta salga ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Mi padre cuenta infinidad de anécdotas de los tiempos en los que no se hacía sorteo, sino que a primerísima hora de la mañana del domingo las grúas iban subiendo las carretas a San Francisco y comenzaba allá arriba un eterno conflicto de familias por el orden de colocación de sus carretas, ante la desesperación de los gruistas que no sabían dónde dejarlas. ¡Y es que ahí no había amigos ni vecinos, ni Cristo que los salvara! Solo había una misión: que no te colocaran tu carreta la primera, porque si no, el emisario familiar se llevaría una buena reprimenda al llegar a su casa.

El sorteo ha eliminado estas tensiones, ya que al margen del número que nos toque, luego siempre hacemos cambios consensuados y al final todo el mundo se va contento al Bar del Liceo. Y entonces lo que empieza, entre cervezas y vinos, ¡es el pique para ver quién dejará mejor decorada su carreta o su carro ese año! Para conseguir el ansiado premio que es, fundamentalmente, elegir el número de salida del siguiente año.

Como les decía, para nosotros ese día es el comienzo de las fiestas. Una vez comunicado el número a toda la familia, que este año salimos con el 57 para alegría de todos, mi tía “Tata” se encarga de recordarnos que, como cada año, tiene preparados los adornos, las flores y las helechas para engalanar la carreta. ¡Y que no nos olvidemos de realizar los encargos de costumbre, que luego nos ponemos a beber sin comer lo suficiente y nos ponemos muy pero que muy feos!

Y, como buenos villeros, sabemos que no hay percance que nos detenga. ¡Y créanme si les digo que hemos tenido más de uno!

Pero si a alguien le tenemos que agradecer que la carreta nos haya unido de nuevo es a mi hermano Enrique quien con gran empeño consiguió que un artesano de Tegueste nos reparar las antiguas ruedas.  Si bien ese primer año fue muy duro ya que una de las ruedas de nuestra carreta se rompió justo al final del proceso al ser metida en la prensa del artesano, el jueves de las alfombras. Y mi hermano Enrique, con la ayuda de Domingo, el Presidente de la Asociación de Carreteros, logró repararla in extremis justo cuando salían los Santos del Calvario el sábado. Porque en La Orotava, cuando queremos algo, ¡lo conseguimos!


Las Guardianas del Legado: Nuestras Mujeres y Artesanos

Pero si hay algo que nos ha permitido mantener viva nuestra esencia, es el trabajo incansable, la dedicación y el amor de nuestras mujeres. Nuestras madres y abuelas han sido, y siguen siendo, las guardianas de este legado. Fueron ellas quienes bordaron con esmero esos justillos y esos chalecos que aún hoy lucimos con tanto orgullo y en los que apenas queda un espacio de la tela roja.

Los bordados de cardos y espigas en nuestro traje de La Orotava no son simples adornos. Representan la esencia misma de la vida campesina, la identidad de nuestra zona. Las espigas simbolizan la fertilidad, la abundancia y el fruto del trabajo del campo. Y los cardos, presentes en nuestro paisaje canario, simbolizan la resistencia y la adaptación de nuestra comunidad a su entorno. El cardo es fortaleza, es resistencia, cualidades necesarias para el trabajo rural y para sobrevivir en el duro, pero hermoso, entorno volcánico de Tenerife, y en especial, de este Valle.

Y es que las fiestas de La Orotava no son solo una celebración. Son una prueba de resistencia, de entrega, de fe y de amor incondicional a la tradición.

Ellas, las bordadoras, las caladoras, las costureras y las planchadoras han sido el hilo invisible que ha tejido nuestra identidad. Mi bisabuela Carmen Domínguez bordó y bordó justillos de maga, asegurándose de que cada hija, nieta y bisnieta tuviera el suyo. Gracias a ella, yo llevo mi justillo bordado con cardos y espigas, igual que mi hija Emma que lo luce con la misma alegría. ¡Ese mismo justillo que luego repliqué y bordé con muchos defectos para mi sobrina Manuela!

Porque ser villera no es solo vestir el traje con orgullo. Es saber que detrás de cada puntada hay una historia, una devoción y un sacrificio.

Son muchas las bordadoras y todas tienen nuestro reconocimiento pero yo quisiera nombrar a una persona muy especial que hoy nos acompaña en este salón: Elvira Sosa Hernández. ¿Y quién no tiene en su casa un justillo o un chaleco bordado por Elvirita? ¡Levanten la mano los que sí! Elvirita estudió en el colegio de La Milagrosa y empezó a bordar punto de cruz con Sor María Felisa, igual que yo y que muchas de las presentes. Elvirita, a los 12 años, ¡se hizo su propio traje de maga! Y desde entonces no ha parado de bordar, llegando a confeccionar en un solo año hasta 77 trajes completos.

Cuando le pregunté qué mensaje quería que transmitiera en este pregón, solo me dijo que estaba muy preocupada por el futuro de los bordados, ya que cada vez hay menos bordadoras y que ella no nos va a durar toda la vida... Y que le dijera al señor Alcalde que hace falta una escuela municipal para enseñar a bordar, que ella se ofrecía voluntaria como profesora, ¡sin cobrar salario alguno!

Y con ayuda de un bastidor, una madeja de hilo, una aguja y unas tijeras las caladoras se dejan los ojos contando, cortando y sacando hilos, de la fina tela de lino y logran esos dibujos preciosos que lucimos en nuestras blusas y delantales cada año. En la Casa de Los Balcones allá por 1940 doña Eladia Machado-Méndez y Fernández de Lugo emprendió un pequeño negocio de venta de calados que en pocos años empleó a más de 300 caladoras, convirtiendo a La Orotava en cuna de grandes artesanas.

Yo tengo la suerte de lucir en cada Romería, porque lo reservo para ese día tan especial, una blusa, enagua y delantal calado con una puntilla de croché regalo de doña Lola Murillo, una persona que muchos de ustedes recordarán y a la que con cariño llamábamos “Coca”. Fue una artista en todos los sentidos. Casada con Pedro Hernández Méndez, al que ya he nombrado por haber sido un gran alfombrista, doña Lola Murillo era telegrafista de profesión, pero artista de corazón. No había bordado ni punto que se le resistiera.

Siguiendo la estela de esta visionaria mujer, que me hizo este regalo cuando yo aún era una niña, ya que imaginaba que al llegar a mi edad adulta ella ya no estaría para hacerlo, mi suegra Carmencita caló una ropa blanca para mi hija Emma que estoy confeccionando con la gran ayuda de mi profesora Carmen. Y como no puede ser de otra manera, porque en La Orotava somos así, mi amiga Lali ha empezado a tejerle la puntilla de croché para adornar la enagua y el delantal, con la esperanza de que mi hija se acuerde de nosotras cuando sea mayor y ella también reserve esta muda para el domingo de romería.

Y quiero mandar un beso desde aquí y que llegue allá donde esté a Pilar la costurera, prima de mi abuela, que tantos trajes de magos nos hizo y a la que justo hoy esta Villa ha dado su último adiós.


Los Héroes Desconocidos: De Zapateros a Carreteros

Tampoco puedo olvidar a otros artesanos imprescindibles, como nuestros zapateros. Los hermanos Chávez, hijos de don Pedro Chávez Trujillo, han continuado los pasos de su padre y siguen haciendo botas y polainas en San Francisco, como se hacían desde 1951. Cierto es que también estaba Santiago, el zapatero de la villa arriba, si bien que me perdone quien corresponda, pero mi edad no me permite tener recuerdos de él. Pedro Chávez empezó a ayudar a su padre en el oficio a los 14 años y Tomás a los 15. Es muy singular verlos trabajar en esa pequeña casita repleta de historia y anécdotas que continúa exactamente igual a pesar del transcurso de los años.

Para este pregón pasé una mañana con ellos viéndolos trabajar y presencié el final de la elaboración de una bota de maga realizada por Pedro. Él me explicó todo el proceso desde un trozo de piel de vaca, en concreto serraje. Y créanme si les digo que es un proceso completamente manual y muy laborioso.  ¡Este experimentado artesano es capaz de terminar unas botas en un tiempo récord!

Los hermanos Chávez están muy orgullosos de su trabajo, que además realizan con muy buen humor, teniendo siempre una broma para cada cliente.  Aseguran que si les dieran solo un céntimo por cada agujero que han troquelado para hacer el dibujo de las polainas, ¡serían los más ricos del Valle!

Gracias a ellos podemos bajar la romería bailando y pisando con seguridad los adoquines de nuestras calles, aunque mirando bien dónde lo hacemos para no ensuciarlas con lo que ustedes ya saben… ¡jajaja!

Igual de importantes son los herreros, carpinteros, ruederos y carreteros, que reparan las retenidas, pértigos, tentetiesos y ruedas de nuestras carretas para poder sacarlas en la Romería con absoluta seguridad y que pasen la inspección técnica del Liceo y estén a la altura de la Asociación de Carreteros. ¡Un trabajo vital para que la Romería siga siendo lo que es!


Un Recuerdo Especial: La Ley del Corazón Villero

No quiero terminar este pregón sin recordar a alguien que vivió intensamente estas fiestas y que hoy nos acompaña en el recuerdo: Manuel Ángel Martín Marrero. Fiscal, villero de corazón y amante de nuestras tradiciones como el que más. Como tantos de nosotros, cada año dejaba los expedientes judiciales y las guardias en manos de compañeros para entregarse de lleno a estas celebraciones.

Porque en La Orotava, hasta los que trabajamos en justicia sabemos que, por unos días, la verdadera ley es la que dicta nuestro corazón villero.


La Orotava: Un Sentimiento, un Orgullo

Hoy, cuando vuelvo a casa después de trabajar en La Laguna, respiro mejor al llegar a La Orotava. Siento que el aire aquí tiene otra esencia.

Porque ser villera no es solo vestir el traje con orgullo. Es saber que detrás de cada puntada hay una historia, detrás de cada alfombra hay una devoción, y detrás de cada carreta hay un sacrificio. Es la suma de todo eso lo que nos hace únicos.

Porque ser de La Orotava no es solo haber nacido aquí. Es llevar sus calles en la memoria, sus olores en la piel y sus tradiciones en el alma.

Así que, villeros y villeras, ¡que estas sean unas fiestas para recordar! Que nuestras alfombras sigan vistiendo las calles de color, que nuestras carretas sigan recorriendo los caminos con orgullo, y que los cardos y las espigas, esos símbolos tan nuestros, sigan bordando nuestra identidad en cada justillo, en cada paso de baile y en cada canción que entonemos.

¡Felices fiestas a todos! ¡Que las disfruten y que las vivan con la misma intensidad de siempre!


¡Y que VIVA LA OROTAVA!...”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL


 

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