Según notas que remitió entonces (30/08/2013) el amigo desde la infancia de
la Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ: “…Natural de La Orotava, fue
ayudante de Milicias del Regimiento provincial de La Orotava. Casó en la
parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, en el año de 1738, con Josefa
Francisca Díaz de Ocampo, de igual naturaleza, hija de Simón Lorenzo de Ocampo
y Hernández y de Florencia Díaz de Olivera, ambos de La Orotava. Durante su
matrimonio fabricó, en la calle Viera, dos viviendas contiguas de alto y bajo,
y adquirió otra inmediata con huerta propia, y al otro lado de la calle
construyó una amplia bodega, que «linda con ella por el frente, con la viña de
doña Beatriz de Mesa por la parte del mar, con el poniente con casas altas de
los mismos, y con casas de la misma construcción por el naciente propias de
doña Andrea Alzola y Monteverde, viuda del teniente coronel don José Rafael
Benítez». El exterior de la casa principal conserva su traza y su solera, tiene
una fachada alargada de dos plantas, huecos simétricos y cornisa de
mampostería. En el piso bajo distribuye tres puertas de cojinetes y en medio,
dos ventanas de guillotina, con antepecho de cojinete. En el alto los vanos
corresponden a cinco ventanas de dos hojas, con postigos, antepecho de
cuarterones y cristales en la parte superior, aquí llamadas de cojinetes lisos.
La edificación interior ha sido muy modificada. La puerta del zaguán, de
madera, es del siglo XIX. El patio alargado en forma de L, hacia el poniente.
La antigua escalera, que arranca a la derecha del vestíbulo, conduce a la
antesala y al salón principal situado sobre la entrada.
Vicente de Montenegro testó en su casa de la calle Viera y en ella falleció
en el año 1777. Josefa de acampo, que otorgó testamento ante el escribano José
Domingo Perdomo el 12 de enero de 1798, murió a la edad aproximada de ochenta
años y fue sepultada en el convento de San Benito de la Orden de predicadores
de la Villa de La Orotava, el 14 de marzo de 1798. Tuvieron la dilatada
sucesión de siete hijos, que fueron: Juan Nepomuceno de Montenegro y Ocampo,
natural de la Villa de La Orotava. Abrazó la carrera eclesiástica desde sus
años más tiernos y se graduó de doctor por la Universidad de Sevilla; fue
abogado de los Reales Consejos. Nombrado beneficiado rector de la parroquia
matriz de Nuestra Señora de la Concepción de la Villa de La Orotava y examinador
sinodal de este obispado de Canarias, desde el mes de enero de 1782 hasta su
fallecimiento en abril de 1808, demostró, en el desempeño de ese honroso cargo,
su fervor, el desinterés y la generosidad de su carácter, sembrando
constantemente el bien con generosa mano. Se destacó, además, por su admirable
entusiasmo en la construcción de la nueva parroquia de La Concepción, que fue
bendecida personalmente por el doctor Antonio Martínez de la Plaza, obispo de
Canarias, el día 7 de diciembre de 1788. El doctor Juan Nepomuceno de
Montenegro, su párroco, tuvo el honor de presidir la celebración de la primera
misa en ese magnífico templo.
Por su testamento, sabemos que Montenegro gastó importantes sumas de
dinero en la mejora y decoración de su espaciosa morada: Un desagradable suceso
trastornó los últimos años de vida del beneficiado Montenegro. Conservaba este
sacerdote muchas piezas de oro, pesos y medios pesos fuertes, algunas perlas,
algunas onzas de oro, en un cofre colocado sobre un escritorio que tenía en su
cuarto de dormir. Esos valores eran el producto de su talento y del esfuerzo de
toda una vida. Los guardaba para su seguridad, por algún lance que pudiera
ofrecérsele y como garantía de una tranquila vejez. En esa misma caja también
estaba depositada una importante suma perteneciente al patronato de Huérfanas,
cantidad comprobada en el último balance rendido en la visita general del
obispo Manuel Verdugo. Así que tenía guardados, con todo el cuidado que exigían
sus cosas, bastante más de mil pesos. Una aciaga medianoche entraron
ladrones en el dormitorio del sacerdote y, con el mayor sigilo, robaron todo
ese caudal. A punto estuvieron de matarle del susto; la acción confundió
verdaderamente al beneficiado, porque en ese aposento se encontraba profusión de
muebles y los malhechores fueron directamente a esa arca, no registraron
ninguna de las ocho gavetas de los dos escritorios, ni las otras cajas de tapa,
ni tampoco los cofres que estaban en dicha habitación, a pesar que el cofre
inglés con color verde, por ser más rico de aspecto, podía parecer más a
propósito para custodiar riquezas. Pese a que dicha arca estaba colocada sobre
un escritorio en el que se encontraba un bastón con puño de oro, una azucarera
de plata y tenía encima una salvilla, también de plata, de estos objetos los
ladrones no hicieron ningún caso, por lo que desde el primer momento se
sospechó que la acción había sido obra de una persona de mucha confianza,
alguien conocedor de las interioridades de la casa, práctico en entrar y salir
de ella. Ya que a la medianoche se hallaban las puertas cerradas, todos
recogidos y en plena oscuridad, los ladrones necesitaron llevar una luz hasta
el zaguán y abrir la puerta de la calle. Ese último manejo fue presenciado por
Ana Alzola y Monteverde y sus hijos, Bernardo y José Benítez de Lugo, sus
vecinos, cuando a la medianoche regresaban a su casa, pero no les causó
extrañeza ya que pensaron que se trataba de alguna persona en solicitud de los
Sacramentos, y así lo declararon en los autos que obran en el Juzgado. A pesar
de la gravedad del robo, el beneficiado Montenegro, hombre de honor, logró
entregar el total depósito perteneciente al patronato de Huérfanas y, también,
legó una importante suma de dinero a «los pobres del Hospital de esta Villa, la
otra a los comunes y de la Cárcel, y la otra, se daría al Patronato de las
Huérfanas establecido por el Venerable Gaspar González Monroy y Marta López».
Montenegro otorgó testamento cerrado el 10 de abril de 1808, ante Domingo
González Regalado, y murió en su casa de la calle Viera el 20 de abril de 1808.
En ese documento instituyó por único y universal heredero a su hermano el
presbítero Pedro Ruperto de Montenegro, «por haberle acompañado en todo el
tiempo desde la vida de sus padres y por haberle servido en todo cuanto se le
ha ofrecido en el tiempo de su Beneficio, con la circunstancia de que trate
designar a su muerte o antes, a persona de los nuestros para la sucesión de mis
bienes y que no los enajene conservándolos con aumento y encargándose a este
mismo el cuidado que debe tener con ellos, entendiéndose de los raíces porque
de los muebles podrá usar como guste el dicho mi hermano, que ésta es mi última
y deliberada voluntad». En su testamento Juan Nepomuceno asegura que había
entregado a sus hermanos Secundino y Críspulo la parte que les correspondía de
la herencia paterna y expresa igualmente el deseo de ser amortajado con las
vestiduras sacerdotales y, sobre ellas, el hábito de santo Domingo, y de que se
le dé sepultura en la nueva y monumental iglesia de La Concepción, por él
inaugurada, en la tumba situada en las gradas del presbiterio, al Iado del
Evangelio, con lápida propia, en la que había sido enterrado el cadáver del
doctor Francisco Domingo Román y Machado, su compañero en el presbiterio y beneficiado
de dicho templo. Benigno de Montenegro y Ocampo, alférez de Milicias y
subteniente del Regimiento provincial de Güimar, por Real Despacho 16 de julio
de 1791. Casó con María de Guía de Torres, hija de Cristóbal Hernández de
Torres, capitán y síndico personero de la Villa de La Orotava, y de Catalina
Álvarez. En 1768 viajó a La Habana como escribano del navío La Perla, para lo
cual hizo una escritura de riesgo. De esta unión nacieron: Antonio de
Montenegro y Torres, procurador en los Tribunales. Contrajo matrimonio en la
parroquia matriz de La Orotava, el 23 de junio de 1805, con Francisca
Bethencourt y Martín, natural y vecina de Villa, hija de Bartolomé Betancourt y
de María Josefa Martín. María Candelaria, que casó con Rafael de Frías, hijo de
Juan Pedro Frías, subteniente de Milicias, y de María Josefa Cruz Alayón. De
quienes procedieron la numerosa descendencia que a continuación se relaciona:
Antonio Frías y Montenegro. Buenaventura Frías y Montenegro.
En la obra Estancia en Tenerife 1866-1867, Ricardo Ruiz y Aguilar
dice: «Don Ventura Frías,
jugador de ajedrez, y hombre callado como deben serlo aquéllos que a semejante
juego dedican sus ocios, era un archivo cerrado en el que yo conseguí entrar
entre jaques al rey, saltos de caballo y avances desgraciados de algún alfil
que se comía sin avisarme. Esos cuentos o historias, porque de todo tenían,
referidos por hombre sin pretensiones de causar efecto porque eran confidencias
arrancadas en momentos breves a quien hablaba muy poco; y escuchadas por mí
solo, desconocedor de las personas que figuraban en ellas, tenían un interés
que yo no aprecié sino más tarde, al leer «El Tisón de Canarias», que vino a
recordármelas. Conoció a don Ventura cuando era mozo y los vio partir sin pena
siendo ya hombre maduro. Sonríase cuando yo le decía que volverían y su sonrisa
me hacía dudar. ¡Ah si don Ventura resucitara!».
Cipriano Frías y Montenegro, que se unió sacramentalmente en la parroquia
matriz de La Concepción, el 6 de marzo de 1851, con María Manuela Pérez Valladares,
que estaba viuda de Bartolomé Betancourt y era hija de Antonio Pérez Valladares
y González de Cháves y de María Díaz de Lugo y Hernández fue su hija
Matilde Frías y Pérez Valladares, que contrajo matrimonio en 1869 con
Fernando Monteverde y Castillo, nieto de los condes de la Vega Grande de
Guadalupe, segundogénito de la ilustre Casa de Monteverde Rivas y alcalde que
fue de La Orotava, y cuya numerosa descendencia, aparece historiada en el
Nobiliario de Canarias (tomo III, pp. 560- 562). Fulgencio Frías y Montenegro.
Juana María Frías y Montenegro.
Sebastiana Frías y Montenegro. Petronila Frías y Montenegro. María
Frías y Montenegro, que, como sus anteriores hermanos, no tomó estado. Catalina
de Montenegro, que casó con Martín González del Castillo, hijo del
teniente-capitán Antonio González del Castillo y de Manuela Saravia. Joaquina
de Montenegro, esposa de Francisco de Cala y Ugarte, natural de Puerto de
Orotava, fallecido en Caracas, Venezuela. Doña Joaquina, viuda desde 1808,
murió en la Villa de su nacimiento el 11 de marzo de 1810, a los 70 años de
edad, y fue sepultada en la iglesia del convento agustino de Nuestra Señora de
Gracia. Sus hijos: Dámaso de Cala, esposo de Catalina Melo. Don Dámaso testó el
6 de enero de 1851. De este enlace procedieron: Dolores. Joaquín
Juana de Cala y Melo.
Peregrina de Cala y Montenegro, natural de La Orotava, donde falleció
soltera, a consecuencias de una pulmonía, el 16 de julio de 1822, a los 54 años
de edad. Domingo de Cala y Montenegro nació en La Orotava y casó en La
Concepción el 8 de octubre de 1814 con Candelaria Acosta y Camacho, natural de
la isla de La Palma, hija de Félix de la Concepción y Josefa Lorenzo Camacho.
Fue albacea testamentario de su tío, el beneficiado Juan Nepomuceno, conjuntamente
con Pedro y Críspulo de Montenegro, los tres hermanos de su madre. Pedro
Ruperto de Montenegro y acampo, natural de La Orotava, presbítero, notario
público y de número del partido de Taoro. Albacea y universal heredero de su
hermano mayor, el doctor Juan Nepomuceno de Montenegro. El 12 de marzo de 1822
murió, «de vejez», a los 81 años poco más o menos, después de haber consagrado
su vida al culto de la virtud y al servicio de la Iglesia.
Demetrio de Montenegro y Ocampo. Se encargó del gabinete de su padre y de
los papeles que en él se custodiaban, y por descuido o por otras circunstancias
que no indagó - dice en su última voluntad su hermano el beneficiado Juan
Nepomuceno la memoria testamentaria de su padre se extrapapeló o confundió, lo
que declaró para que constase y obrase a los efectos que hubiere lugar en
derecho. Don Demetrio no casó y falleció soltero.
Secundino de Montenegro y acampo, que se unió en matrimonio con Mariana
Orange, natural de Francia. Don Secundino murió en La Orotava, a los 76 años de
edad, el 8 de octubre de 1825. Juan Nepomuceno de Montenegro y acampo cuenta en
su última voluntad el desastroso negocio que emprendió este hermano suyo con
Bernardo de Ascanio y Llarena, señor de La Gomera, capitán comandante del
Regimiento Provincial y gobernador de Armas de esta Villa, y con la esposa de
éste, Juana Nepomuceno de Franchi Alfaro y Mesa. Todo empezó en el momento que
don Secundino ajustó comprar, a los señores de Ascanio, a crédito, una
importante cantidad de vinos para llevados y revenderos en el Puerto y Plaza de
Santa Cruz, pero incumplió el trato, por lo que se incoó un procedimiento
judicial. Entonces, su hermano mayor intentó ayudar a Secundino y para ello
gastó mucho dinero en alguaciles y peritos; luego, para evitar mayores males,
trató saldar el débito y entregó al capitán Ascanio ciento cuarenta pesos de su
bolsillo, al tiempo que, conjuntamente con sus hermanos, don Pedro y don
Críspulo, se constituía en fiador del resto de la deuda. Por carecer de
efectivo acordaron enajenar la bodega que sus padres habían fabricado en la
calle Viera. La compradora fue Andrea Alzola, quien se hizo cargo de
desembolsar a Ascanio el remanente, para posteriormente liquidar con los
Montenegro la diferencia. Así quedó la bodega en poder de la señora Alzola,
quien cumplió su parte con Ascanio; sin embargo dice el beneficiado Montenegro
en su testamento en ese día (10 de abril de 1808) que aún no había liquidado la
diferencia con los vendedores. Además, cuando se formalizó el contrato de
compra- venta se le entregó a la susodicha señora la llave de la bodega y ella
acordó pagar un alquiler hasta la entrega del total de su valor. Así que Juan
Nepomuceno aconseja a su heredero que, para mayor claridad, sólo celebre la
escritura de dominio con la señora Alzola cuando ésta finiquite su compromiso,
y lo tenga presente a la hora de retribuir a sus restantes hermanos las partes
que les correspondan Críspulo de Montenegro, sucesor…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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