viernes, 11 de agosto de 2017

VICENTE DE MONTENEGRO Y DÍAZ DE LUGO.



Según notas que remitió entonces (30/08/2013) el amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ: “…Natural de La Orotava, fue ayudante de Milicias del Regimiento provincial de La Orotava. Casó en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, en el año de 1738, con Josefa Francisca Díaz de Ocampo, de igual naturaleza, hija de Simón Lorenzo de Ocampo y Hernández y de Florencia Díaz de Olivera, ambos de La Orotava. Durante su matrimonio fabricó, en la calle Viera, dos viviendas contiguas de alto y bajo, y adquirió otra inmediata con huerta propia, y al otro lado de la calle construyó una amplia bodega, que «linda con ella por el frente, con la viña de doña Beatriz de Mesa por la parte del mar, con el poniente con casas altas de los mismos, y con casas de la misma construcción por el naciente propias de doña Andrea Alzola y Monteverde, viuda del teniente coronel don José Rafael Benítez». El exterior de la casa principal conserva su traza y su solera, tiene una fachada alargada de dos plantas, huecos simétricos y cornisa de mampostería. En el piso bajo distribuye tres puertas de cojinetes y en medio, dos ventanas de guillotina, con antepecho de cojinete. En el alto los vanos corresponden a cinco ventanas de dos hojas, con postigos, antepecho de cuarterones y cristales en la parte superior, aquí llamadas de cojinetes lisos. La edificación interior ha sido muy modificada. La puerta del zaguán, de madera, es del siglo XIX. El patio alargado en forma de L, hacia el poniente. La antigua escalera, que arranca a la derecha del vestíbulo, conduce a la antesala y al salón principal situado sobre la entrada.
Vicente de Montenegro testó en su casa de la calle Viera y en ella falleció en el año 1777. Josefa de acampo, que otorgó testamento ante el escribano José Domingo Perdomo el 12 de enero de 1798, murió a la edad aproximada de ochenta años y fue sepultada en el convento de San Benito de la Orden de predicadores de la Villa de La Orotava, el 14 de marzo de 1798. Tuvieron la dilatada sucesión de siete hijos, que fueron: Juan Nepomuceno de Montenegro y Ocampo, natural de la Villa de La Orotava. Abrazó la carrera eclesiástica desde sus años más tiernos y se graduó de doctor por la Universidad de Sevilla; fue abogado de los Reales Consejos. Nombrado beneficiado rector de la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción de la Villa de La Orotava y examinador sinodal de este obispado de Canarias, desde el mes de enero de 1782 hasta su fallecimiento en abril de 1808, demostró, en el desempeño de ese honroso cargo, su fervor, el desinterés y la generosidad de su carácter, sembrando constantemente el bien con generosa mano. Se destacó, además, por su admirable entusiasmo en la construcción de la nueva parroquia de La Concepción, que fue bendecida personalmente por el doctor Antonio Martínez de la Plaza, obispo de Canarias, el día 7 de diciembre de 1788. El doctor Juan Nepomuceno de Montenegro, su párroco, tuvo el honor de presidir la celebración de la primera misa en ese magnífico templo.
 Por su testamento, sabemos que Montenegro gastó importantes sumas de dinero en la mejora y decoración de su espaciosa morada: Un desagradable suceso trastornó los últimos años de vida del beneficiado Montenegro. Conservaba este sacerdote muchas piezas de oro, pesos y medios pesos fuertes, algunas perlas, algunas onzas de oro, en un cofre colocado sobre un escritorio que tenía en su cuarto de dormir. Esos valores eran el producto de su talento y del esfuerzo de toda una vida. Los guardaba para su seguridad, por algún lance que pudiera ofrecérsele y como garantía de una tranquila vejez. En esa misma caja también estaba depositada una importante suma perteneciente al patronato de Huérfanas, cantidad comprobada en el último balance rendido en la visita general del obispo Manuel Verdugo. Así que tenía guardados, con todo el cuidado que exigían sus cosas, bastante más de mil pesos.  Una aciaga medianoche entraron ladrones en el dormitorio del sacerdote y, con el mayor sigilo, robaron todo ese caudal. A punto estuvieron de matarle del susto; la acción confundió verdaderamente al beneficiado, porque en ese aposento se encontraba profusión de muebles y los malhechores fueron directamente a esa arca, no registraron ninguna de las ocho gavetas de los dos escritorios, ni las otras cajas de tapa, ni tampoco los cofres que estaban en dicha habitación, a pesar que el cofre inglés con color verde, por ser más rico de aspecto, podía parecer más a propósito para custodiar riquezas. Pese a que dicha arca estaba colocada sobre un escritorio en el que se encontraba un bastón con puño de oro, una azucarera de plata y tenía encima una salvilla, también de plata, de estos objetos los ladrones no hicieron ningún caso, por lo que desde el primer momento se sospechó que la acción había sido obra de una persona de mucha confianza, alguien conocedor de las interioridades de la casa, práctico en entrar y salir de ella. Ya que a la medianoche se hallaban las puertas cerradas, todos recogidos y en plena oscuridad, los ladrones necesitaron llevar una luz hasta el zaguán y abrir la puerta de la calle. Ese último manejo fue presenciado por Ana Alzola y Monteverde y sus hijos, Bernardo y José Benítez de Lugo, sus vecinos, cuando a la medianoche regresaban a su casa, pero no les causó extrañeza ya que pensaron que se trataba de alguna persona en solicitud de los Sacramentos, y así lo declararon en los autos que obran en el Juzgado. A pesar de la gravedad del robo, el beneficiado Montenegro, hombre de honor, logró entregar el total depósito perteneciente al patronato de Huérfanas y, también, legó una importante suma de dinero a «los pobres del Hospital de esta Villa, la otra a los comunes y de la Cárcel, y la otra, se daría al Patronato de las Huérfanas establecido por el Venerable Gaspar González Monroy y Marta López». Montenegro otorgó testamento cerrado el 10 de abril de 1808, ante Domingo González Regalado, y murió en su casa de la calle Viera el 20 de abril de 1808. En ese documento instituyó por único y universal heredero a su hermano el presbítero Pedro Ruperto de Montenegro, «por haberle acompañado en todo el tiempo desde la vida de sus padres y por haberle servido en todo cuanto se le ha ofrecido en el tiempo de su Beneficio, con la circunstancia de que trate designar a su muerte o antes, a persona de los nuestros para la sucesión de mis bienes y que no los enajene conservándolos con aumento y encargándose a este mismo el cuidado que debe tener con ellos, entendiéndose de los raíces porque de los muebles podrá usar como guste el dicho mi hermano, que ésta es mi última y deliberada voluntad». En su testamento Juan Nepomuceno asegura que había entregado a sus hermanos Secundino y Críspulo la parte que les correspondía de la herencia paterna y expresa igualmente el deseo de ser amortajado con las vestiduras sacerdotales y, sobre ellas, el hábito de santo Domingo, y de que se le dé sepultura en la nueva y monumental iglesia de La Concepción, por él inaugurada, en la tumba situada en las gradas del presbiterio, al Iado del Evangelio, con lápida propia, en la que había sido enterrado el cadáver del doctor Francisco Domingo Román y Machado, su compañero en el presbiterio y beneficiado de dicho templo.  Benigno de Montenegro y Ocampo, alférez de Milicias y subteniente del Regimiento provincial de Güimar, por Real Despacho 16 de julio de 1791. Casó con María de Guía de Torres, hija de Cristóbal Hernández de Torres, capitán y síndico personero de la Villa de La Orotava, y de Catalina Álvarez. En 1768 viajó a La Habana como escribano del navío La Perla, para lo cual hizo una escritura de riesgo.  De esta unión nacieron: Antonio de Montenegro y Torres, procurador en los Tribunales. Contrajo matrimonio en la parroquia matriz de La Orotava, el 23 de junio de 1805, con Francisca Bethencourt y Martín, natural y vecina de Villa, hija de Bartolomé Betancourt y de María Josefa Martín. María Candelaria, que casó con Rafael de Frías, hijo de Juan Pedro Frías, subteniente de Milicias, y de María Josefa Cruz Alayón. De quienes procedieron la numerosa descendencia que a continuación se relaciona: Antonio Frías y Montenegro. Buenaventura Frías y Montenegro.
 En la obra Estancia en Tenerife 1866-1867, Ricardo Ruiz y Aguilar dice:  «Don Ventura Frías, jugador de ajedrez, y hombre callado como deben serlo aquéllos que a semejante juego dedican sus ocios, era un archivo cerrado en el que yo conseguí entrar entre jaques al rey, saltos de caballo y avances desgraciados de algún alfil que se comía sin avisarme. Esos cuentos o historias, porque de todo tenían, referidos por hombre sin pretensiones de causar efecto porque eran confidencias arrancadas en momentos breves a quien hablaba muy poco; y escuchadas por mí solo, desconocedor de las personas que figuraban en ellas, tenían un interés que yo no aprecié sino más tarde, al leer «El Tisón de Canarias», que vino a recordármelas. Conoció a don Ventura cuando era mozo y los vio partir sin pena siendo ya hombre maduro. Sonríase cuando yo le decía que volverían y su sonrisa me hacía dudar.  ¡Ah si don Ventura resucitara!».
Cipriano Frías y Montenegro, que se unió sacramentalmente en la parroquia matriz de La Concepción, el 6 de marzo de 1851, con María Manuela Pérez Valladares, que estaba viuda de Bartolomé Betancourt y era hija de Antonio Pérez Valladares y González de Cháves y de María Díaz de Lugo y Hernández fue su hija  Matilde Frías y Pérez Valladares, que contrajo matrimonio en 1869 con Fernando Monteverde y Castillo, nieto de los condes de la Vega Grande de Guadalupe, segundogénito de la ilustre Casa de Monteverde Rivas y alcalde que fue de La Orotava, y cuya numerosa descendencia, aparece historiada en el Nobiliario de Canarias (tomo III, pp. 560- 562). Fulgencio Frías y Montenegro. Juana María Frías y Montenegro. 
Sebastiana Frías y  Montenegro. Petronila Frías y Montenegro. María Frías y Montenegro, que, como sus anteriores hermanos, no tomó estado. Catalina de Montenegro, que casó con Martín González del Castillo, hijo del teniente-capitán Antonio González del Castillo y de Manuela Saravia. Joaquina de Montenegro, esposa de Francisco de Cala y Ugarte, natural de Puerto de Orotava, fallecido en Caracas, Venezuela. Doña Joaquina, viuda desde 1808, murió en la Villa de su nacimiento el 11 de marzo de 1810, a los 70 años de edad, y fue sepultada en la iglesia del convento agustino de Nuestra Señora de Gracia. Sus hijos: Dámaso de Cala, esposo de Catalina Melo. Don Dámaso testó el 6 de enero de 1851.  De este enlace procedieron: Dolores. Joaquín Juana de Cala y Melo.
Peregrina de Cala y Montenegro, natural de La Orotava, donde falleció soltera, a consecuencias de una pulmonía, el 16 de julio de 1822, a los 54 años de edad. Domingo de Cala y Montenegro nació en La Orotava y casó en La Concepción el 8 de octubre de 1814 con Candelaria Acosta y Camacho, natural de la isla de La Palma, hija de Félix de la Concepción y Josefa Lorenzo Camacho. Fue albacea testamentario de su tío, el beneficiado Juan Nepomuceno, conjuntamente con Pedro y Críspulo de Montenegro, los tres hermanos de su madre. Pedro Ruperto de Montenegro y acampo, natural de La Orotava, presbítero, notario público y de número del partido de Taoro. Albacea y universal heredero de su hermano mayor, el doctor Juan Nepomuceno de Montenegro. El 12 de marzo de 1822 murió, «de vejez», a los 81 años poco más o menos, después de haber consagrado su vida al culto de la virtud y al servicio de la Iglesia.
Demetrio de Montenegro y Ocampo. Se encargó del gabinete de su padre y de los papeles que en él se custodiaban, y por descuido o por otras circunstancias que no indagó  - dice en su última voluntad su hermano el beneficiado Juan Nepomuceno la memoria testamentaria de su padre se extrapapeló o confundió, lo que declaró para que constase y obrase a los efectos que hubiere lugar en derecho. Don Demetrio no casó y falleció soltero.
Secundino de Montenegro y acampo, que se unió en matrimonio con Mariana Orange, natural de Francia. Don Secundino murió en La Orotava, a los 76 años de edad, el 8 de octubre de 1825. Juan Nepomuceno de Montenegro y acampo cuenta en su última voluntad el desastroso negocio que emprendió este hermano suyo con Bernardo de Ascanio y Llarena, señor de La Gomera, capitán comandante del Regimiento Provincial y gobernador de Armas de esta Villa, y con la esposa de éste, Juana Nepomuceno de Franchi Alfaro y Mesa. Todo empezó en el momento que don Secundino ajustó comprar, a los señores de Ascanio, a crédito, una importante cantidad de vinos para llevados y revenderos en el Puerto y Plaza de Santa Cruz, pero incumplió el trato, por lo que se incoó un procedimiento judicial. Entonces, su hermano mayor intentó ayudar a Secundino y para ello gastó mucho dinero en alguaciles y peritos; luego, para evitar mayores males, trató saldar el débito y entregó al capitán Ascanio ciento cuarenta pesos de su bolsillo, al tiempo que, conjuntamente con sus hermanos, don Pedro y don Críspulo, se constituía en fiador del resto de la deuda. Por carecer de efectivo acordaron enajenar la bodega que sus padres habían fabricado en la calle Viera. La compradora fue Andrea Alzola, quien se hizo cargo de desembolsar a Ascanio el remanente, para posteriormente liquidar con los Montenegro la diferencia. Así quedó la bodega en poder de la señora Alzola, quien cumplió su parte con Ascanio; sin embargo dice el beneficiado Montenegro en su testamento en ese día (10 de abril de 1808) que aún no había liquidado la diferencia con los vendedores. Además, cuando se formalizó el contrato de compra- venta se le entregó a la susodicha señora la llave de la bodega y ella acordó pagar un alquiler hasta la entrega del total de su valor. Así que Juan Nepomuceno aconseja a su heredero que, para mayor claridad, sólo celebre la escritura de dominio con la señora Alzola cuando ésta finiquite su compromiso, y lo tenga presente a la hora de retribuir a sus restantes hermanos las partes que les correspondan Críspulo de Montenegro, sucesor…” 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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