El amigo desde la infancia en la Calle El Calvario de
La Villa de La Orotava; JUAN DEL CASTILLO Y LEÓN, remitió entonces
(25*/01/2009) estas notas que tituló; “UN LUGAR DE TODOS”
Publicadas en el DIARIO
AVISO el día 25 de enero de 2009: “…Varios amigos,
monografistas del tema unos y familiares que tienen allí sus antepasados otros,
me piden que dedique un corredor al Cementerio de San Rafael y San Roque,
cercano al Mercado. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 2006, Dedico este
suelto al concejal de Patrimonio Histórico, el caballeroso Alfonso Soriano y
Benítez de Lugo. Estoy seguro que con su mano izquierda, y derecha también,
pondrá de acuerdo a las dos comisiones de Patrimonio, la del Cabildo y la del
Ayuntamiento, para que, ¡por fin!, se ejecute el proyecto del arquitecto Juan
Antonio Pinto. Bueno, Alfonso o el que le sustituya. Porque con el imaginativo
y precarnavalesco gobierno de concentración todo es posible. El camposanto se
encuentra en un lamentable estado de abandono y expolio. Es lugar de reunión de
vándalos que profanan tumbas, destrozan lápidas, se llevan colchones para
dormir, mucho caballo hasta con muertes por sobredosis, misas negras, la fiesta
de Halloween... Urgen, en suma, medidas de seguridad y vigilancia.
El pasado uno de
noviembre, víspera del Día de Difuntos, se convocó una concentración que
resultó esperpéntica, surrealista, de película de Berlanga. Al encontrase la
instalación cerrada, no pudieron entrar los cincuenta enardecidos
participantes. Al frente, estaba Isauro Abreu García-Panasco, junto a su esposa
Tere, que con periódica vehemencia, mantienen viva la llama del camposanto. Y
entre ellos se encontraba, paradójicamente, el concejal de Patrimonio, junto a
su compañero Ignacio González. Luego, al ser requerido otro concejal, el de
Infraestructuras, hubo rifirrafe entre ediles y convocantes. Atribuyen a
Norberto Plasencia el haber dicho que los importantes ya se habían trasladado a
Santa Lastenia; y que si le dieran a escoger entre obras en los barrios o
arreglar el cementerio optaría por las primeras. Según el historiador Daniel
García Pulido, quedan más de 35.000 enterramientos, de los cuales hay 174
familias ilustres. Alguien, en suma, que presenció el melodrama, dijo:
"Los que están dentro quieren salir y los que están fuera quieren
entrar".
Desde 1810, Santa Cruz
contó con este cementerio, cuya construcción se vincula al vasco José María de
Villa, alcalde tres veces. Una epidemia de fiebre amarilla determinó su
apertura y su expansión, al este y al oeste, se produjo a remolque de otros
virus. En 1846 y 1862, dos vapores procedentes de La Habana vuelven a traer los
virulentos azotes. 1862 fue, para nuestros abuelos, por antonomasia, "el
año de la peste", referencia obligada de hechos y referidos. Tan siniestro
visitante, esta vez cólera-morbo, volvió, por último, en 1893, a bordo del barco
italiano Remo. Obró milagros el
Señor de las Tribulaciones, de San Francisco, desde entonces tan venerado en el
popular barrio del Toscal. El cementerio se cerró, en 1916, al inaugurarse el
de Santa Lastenia, feo nombre que se debe a la primera niña allí enterrada. Si
bien, en San Rafael, se siguieron ocupando los panteones familiares hasta 1939,
en que se clausuró definitivamente. En el contiguo Cementerio Inglés, se produjo
la última inhumación, en 1954. Antes por un paseo estaban los dos camposantos
comunicados. Pero las presiones de los curas llevaron la separación hasta más
allá de la muerte. En suma, cuando se construía la actual necrópolis, Nicolás
Estévanez, tan familiar al corredor, propuso una solución, como eran las suyas,
radical y sin réplica posible: "¡Todos al horno crematorio y las cenizas
al mar!".
Dice Poggi y Borsotto,
secretario del Ayuntamiento tres veces -la primera vez, entre 1869 y 1871, fue
destituido por poca asiduidad- en su Guía
histórica-descriptiva de Santa Cruz que, en el Cementerio Católico de
San Roque y San Rafael -así ponía el nombre- los sepulcros "se fabricaban
a voluntad de cada cual sin obedecer a un plan simétrico, lo que produce tal
enredo y confusión que más bien que cementerio católico parece mahometano. Hay
muchos y buenos sepulcros de bellas formas, exquisito gusto y dimensiones
colosales, algunos de mármol de Carrara. Además se cobra un módico derecho por
quebrantamiento de sepultura cada vez que se hace un enterramiento".
Hay dos libros
interesantes sobre la necrópolis. Uno, poético, de Luis Ortega y otro,
descriptivo, del citado Dani. Se titulan Los
muertos del jardín (con acuarelas de Facundo Fierro y fotografías de
Gustavo Armas, antes de cortarse la coleta de reportero gráfico) y Un camposanto con historia. Allí
están las familias que hicieron la
Ciudad: Forstall, Power, Guigou, Febles... Y hombres que se
perpetuaron por su ejecutoria: el médico Miguel Villalba Díaz, padre de
Villalba Hervás; Antonio Delgado Yumar, el conocido librero e intelectual; el
ex presidente del Cabildo Fernando Arozena Quintero... Y junto a éstos, casi
desapercibidos, nuestros ancestros de a pie, el bizarro militar, el pintor de
cercanías, la dama de misa diaria o de pestaña alegre, el paciente carpintero
de ribera, el cambullonero listo, el hábil especulador que supo ensanchar los
linderos del antiguo Santa Cruz y, en fin, el comerciante acaudalado que llevó,
más allá de la muerte, el gesto de su opulencia. Meditando por sus paseos,
entre tumbas blasonadas y árboles umbrosos, saltan los expresivos epitafios: el
conocido de Sabino Berthelot: "Esta fosa se ha abierto para mi; aunque
dicen que he muerto, vivo aquí". O el de Luis Román y Franco de Castilla:
"Amigo fiel y enemigo generoso". O el de Secundino Delgado Rodríguez,
padre de la nacionalidad canaria: "Todo por la libertad de los pueblos y
de los hombres". Con correligionarios en el poder, no me explico cómo sus
restos no descansan en el Panteón de Hombres Ilustres, de Santa Lastenia. Tras
la bandera de las siete estrellas verdes, será el próximo paso.
Recuerdo que he visitado
San Rafael una sola vez, en 1981, cuando preparaba el pregón de las Fiestas de
Mayo. Me hizo de cicerone el entonces concejal de Cementerios, Miguel Ángel
Martínez que nos ha abandonado, de repente, la semana pasada. Asistí a su
funeral, en el barrio de Salamanca. Al final, Nicolás Soriano lo evocó como
hombre afable, educado, especialmente dotado para las relaciones públicas. Era
más. Bella persona que pasó por la vida desviviéndose por el prójimo. En el
Ayuntamiento y en el aeropuerto. Y se fue, silenciosamente, como había vivido,
sin ruidos ni alharacas, sin despedirse siquiera de sus infinitos amigos. Igual
que su hermano Jorge, magnífico profesional, que el año pasado desapareció
también de improviso. Lejos de la isla, de su isla, en Madrid. Precisamente,
allí, en el Recinto Ferial Juan Carlos I, en Fitur, el jueves próximo, su hijo
Jordi va a recibir el Timón de Oro que, a título póstumo, le ha concedido la Federación Española
de Asociaciones de Agencias de Viajes (Feaav). A propósito, Miguel Ángel vivía
con tanto celo su concejalía que se empeñó que consignara, en mis disposiciones
testamentarias, que me enterrasen, no en la Villa, sino en Santa Cruz, mi ciudad natal. Me
engatusaba con la promesa de instalarme en el panteón un mueble-bar...
Volviendo a nuestro
tema, el bicentenario Cementerio de San Rafael y San Roque está llamado a ser
un recinto para el esparcimiento y el descanso, un ágora de culto y ocio, un
jardín romántico. Un lugar de todos. Será el mejor homenaje a quienes, en el
siglo XIX y primer tercio del XX, convirtieron a Santa Cruz en la capital de
Canarias. Efeméride que, resucitada felizmente, mirando de reojo a la isla
hermana, celebramos estos días…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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