jueves, 2 de noviembre de 2017

UN LUGAR DE TODOS



El amigo desde la infancia en la Calle El Calvario de La Villa de La Orotava; JUAN DEL CASTILLO Y LEÓN, remitió entonces (25*/01/2009) estas notas que tituló; “UN LUGAR DE TODOS”
Publicadas en el DIARIO AVISO el día 25 de enero de 2009: “…Varios amigos, monografistas del tema unos y familiares que tienen allí sus antepasados otros, me piden que dedique un corredor al Cementerio de San Rafael y San Roque, cercano al Mercado. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 2006, Dedico este suelto al concejal de Patrimonio Histórico, el caballeroso Alfonso Soriano y Benítez de Lugo. Estoy seguro que con su mano izquierda, y derecha también, pondrá de acuerdo a las dos comisiones de Patrimonio, la del Cabildo y la del Ayuntamiento, para que, ¡por fin!, se ejecute el proyecto del arquitecto Juan Antonio Pinto. Bueno, Alfonso o el que le sustituya. Porque con el imaginativo y precarnavalesco gobierno de concentración todo es posible. El camposanto se encuentra en un lamentable estado de abandono y expolio. Es lugar de reunión de vándalos que profanan tumbas, destrozan lápidas, se llevan colchones para dormir, mucho caballo hasta con muertes por sobredosis, misas negras, la fiesta de Halloween... Urgen, en suma, medidas de seguridad y vigilancia.
El pasado uno de noviembre, víspera del Día de Difuntos, se convocó una concentración que resultó esperpéntica, surrealista, de película de Berlanga. Al encontrase la instalación cerrada, no pudieron entrar los cincuenta enardecidos participantes. Al frente, estaba Isauro Abreu García-Panasco, junto a su esposa Tere, que con periódica vehemencia, mantienen viva la llama del camposanto. Y entre ellos se encontraba, paradójicamente, el concejal de Patrimonio, junto a su compañero Ignacio González. Luego, al ser requerido otro concejal, el de Infraestructuras, hubo rifirrafe entre ediles y convocantes. Atribuyen a Norberto Plasencia el haber dicho que los importantes ya se habían trasladado a Santa Lastenia; y que si le dieran a escoger entre obras en los barrios o arreglar el cementerio optaría por las primeras. Según el historiador Daniel García Pulido, quedan más de 35.000 enterramientos, de los cuales hay 174 familias ilustres. Alguien, en suma, que presenció el melodrama, dijo: "Los que están dentro quieren salir y los que están fuera quieren entrar".
Desde 1810, Santa Cruz contó con este cementerio, cuya construcción se vincula al vasco José María de Villa, alcalde tres veces. Una epidemia de fiebre amarilla determinó su apertura y su expansión, al este y al oeste, se produjo a remolque de otros virus. En 1846 y 1862, dos vapores procedentes de La Habana vuelven a traer los virulentos azotes. 1862 fue, para nuestros abuelos, por antonomasia, "el año de la peste", referencia obligada de hechos y referidos. Tan siniestro visitante, esta vez cólera-morbo, volvió, por último, en 1893, a bordo del barco italiano Remo. Obró milagros el Señor de las Tribulaciones, de San Francisco, desde entonces tan venerado en el popular barrio del Toscal. El cementerio se cerró, en 1916, al inaugurarse el de Santa Lastenia, feo nombre que se debe a la primera niña allí enterrada. Si bien, en San Rafael, se siguieron ocupando los panteones familiares hasta 1939, en que se clausuró definitivamente. En el contiguo Cementerio Inglés, se produjo la última inhumación, en 1954. Antes por un paseo estaban los dos camposantos comunicados. Pero las presiones de los curas llevaron la separación hasta más allá de la muerte. En suma, cuando se construía la actual necrópolis, Nicolás Estévanez, tan familiar al corredor, propuso una solución, como eran las suyas, radical y sin réplica posible: "¡Todos al horno crematorio y las cenizas al mar!".
Dice Poggi y Borsotto, secretario del Ayuntamiento tres veces -la primera vez, entre 1869 y 1871, fue destituido por poca asiduidad- en su Guía histórica-descriptiva de Santa Cruz que, en el Cementerio Católico de San Roque y San Rafael -así ponía el nombre- los sepulcros "se fabricaban a voluntad de cada cual sin obedecer a un plan simétrico, lo que produce tal enredo y confusión que más bien que cementerio católico parece mahometano. Hay muchos y buenos sepulcros de bellas formas, exquisito gusto y dimensiones colosales, algunos de mármol de Carrara. Además se cobra un módico derecho por quebrantamiento de sepultura cada vez que se hace un enterramiento".
Hay dos libros interesantes sobre la necrópolis. Uno, poético, de Luis Ortega y otro, descriptivo, del citado Dani. Se titulan Los muertos del jardín (con acuarelas de Facundo Fierro y fotografías de Gustavo Armas, antes de cortarse la coleta de reportero gráfico) y Un camposanto con historia. Allí están las familias que hicieron la Ciudad: Forstall, Power, Guigou, Febles... Y hombres que se perpetuaron por su ejecutoria: el médico Miguel Villalba Díaz, padre de Villalba Hervás; Antonio Delgado Yumar, el conocido librero e intelectual; el ex presidente del Cabildo Fernando Arozena Quintero... Y junto a éstos, casi desapercibidos, nuestros ancestros de a pie, el bizarro militar, el pintor de cercanías, la dama de misa diaria o de pestaña alegre, el paciente carpintero de ribera, el cambullonero listo, el hábil especulador que supo ensanchar los linderos del antiguo Santa Cruz y, en fin, el comerciante acaudalado que llevó, más allá de la muerte, el gesto de su opulencia. Meditando por sus paseos, entre tumbas blasonadas y árboles umbrosos, saltan los expresivos epitafios: el conocido de Sabino Berthelot: "Esta fosa se ha abierto para mi; aunque dicen que he muerto, vivo aquí". O el de Luis Román y Franco de Castilla: "Amigo fiel y enemigo generoso". O el de Secundino Delgado Rodríguez, padre de la nacionalidad canaria: "Todo por la libertad de los pueblos y de los hombres". Con correligionarios en el poder, no me explico cómo sus restos no descansan en el Panteón de Hombres Ilustres, de Santa Lastenia. Tras la bandera de las siete estrellas verdes, será el próximo paso.
Recuerdo que he visitado San Rafael una sola vez, en 1981, cuando preparaba el pregón de las Fiestas de Mayo. Me hizo de cicerone el entonces concejal de Cementerios, Miguel Ángel Martínez que nos ha abandonado, de repente, la semana pasada. Asistí a su funeral, en el barrio de Salamanca. Al final, Nicolás Soriano lo evocó como hombre afable, educado, especialmente dotado para las relaciones públicas. Era más. Bella persona que pasó por la vida desviviéndose por el prójimo. En el Ayuntamiento y en el aeropuerto. Y se fue, silenciosamente, como había vivido, sin ruidos ni alharacas, sin despedirse siquiera de sus infinitos amigos. Igual que su hermano Jorge, magnífico profesional, que el año pasado desapareció también de improviso. Lejos de la isla, de su isla, en Madrid. Precisamente, allí, en el Recinto Ferial Juan Carlos I, en Fitur, el jueves próximo, su hijo Jordi va a recibir el Timón de Oro que, a título póstumo, le ha concedido la Federación Española de Asociaciones de Agencias de Viajes (Feaav). A propósito, Miguel Ángel vivía con tanto celo su concejalía que se empeñó que consignara, en mis disposiciones testamentarias, que me enterrasen, no en la Villa, sino en Santa Cruz, mi ciudad natal. Me engatusaba con la promesa de instalarme en el panteón un mueble-bar...
Volviendo a nuestro tema, el bicentenario Cementerio de San Rafael y San Roque está llamado a ser un recinto para el esparcimiento y el descanso, un ágora de culto y ocio, un jardín romántico. Un lugar de todos. Será el mejor homenaje a quienes, en el siglo XIX y primer tercio del XX, convirtieron a Santa Cruz en la capital de Canarias. Efeméride que, resucitada felizmente, mirando de reojo a la isla hermana, celebramos estos días…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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