Fotografía
referente a don Antonio Montero, de pie el tercero por la derecha, retratado
con uno de los equipos de fútbol (Los Rechazos), que él formaba para jugar el
campeonato de su Oratorio Festivo, en el campo de fútbol de medidas no
reglamentarias del colegio de San Isidro de La Villa de La Orotava.
Fotografía que
remitió entonces el amigo de la infancia de la Villa de La Orotava; TOMÁS LUIS
EXPÓSITO “EL COJO”.
El amigo desde
la infancia de la Villa de La Orotava; ANTONIO HERNÁNDEZ, remitió (06/01/2019)
estas notas: “…Jugadores, Félix,
padre del que tiene la Pizzería Piazeta, Peyo Cruz, Donato, Nicolás, Daniel, Germán
chófer de TIRA, y el último de la segunda fila yo.
Gracias por estos
recuerdos y gracias al cura que al recordarlo nace esta historia…”
Me han
recordado a mis amigos primeros, los que conmigo jugaban cuando era niño.
Luego, con la vida, van cambiando, pero me siguen recordándolos siempre, aunque
se olviden sus nombres. Todas las generaciones tendrán sus amigos y me
imagino que muchos de ellos los habrán conocido en el Colegio, en el Instituto,
como me sucedió a mí, como le ha ocurrido a casi todos los seres humanos.
Instituto, Escuela, Colegio... son palabras como espadas: brillan al sol de la
victoria o hieren de tristeza. Antonio Machado, profesor de lenguas vivas, vio
las aulas (entre sombras de recuerdo) cargadas de mansa y recogida nostalgia:
Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian.
Monotonía / de lluvia tras los cristales...../ En la clase, en un cartel
/ se representa a Caín / fugitivo, y muerto Abel/ junto a una mancha
carmín....../ Con timbre sonoro y hueco / truena el maestro, un anciano /
mal vestido, enjuto y seco,/ que lleva un libro en la mano. .../ Y todo un coro
infantil / va cantando la lección: / “Mil veces ciento, cien mil; / mil veces
mil, un millón”......................./
Yo ignoro cómo
será - aunque sé cómo me gustaría que fuese - tu Colegio. De mí
pueblo decirte que aprendí las primeras cosas con los salesianos de dulce mirar
y sotanas muy grandes y muy negras (siempre pensé que llevaban un abrigo con
etiquetas) y que después me fui a la Universidad.... Pero, dejemos que nos
cuente Miguel de Unamuno, intelectual vasco como era su colegio: “...El colegio
a que me llevaron no bien había dejado las sayas, era uno de los más famosos de
la villa. Era colegio y no escuela - no vale confundirlos -, porque las
escuelas Caoba que olían a barniz, salíamos a la capilla. Entonces nos
arrodillábamos, rezábamos unas oraciones y cada uno se dirigía a su casa
villera. Al día siguiente y de madrugón volvía a sonear el esquilón; entrábamos
por el campo de fútbol para desfilar de nuevo a las aulas.
Don Antonio
Montero, era un salesiano medio espinazo, un hombre bueno, dulce y suave. Era
un hombre que seguía de cerca los pasos del italiano de Turín Don Bosco,
organizar en esta casa el “Oratorio Festivo”. Dice el refrán: “Bendita sea la
rama que al tronco sale”. Si, bendita aquella Familia Salesiana, que era como
un árbol de muchas ramas que brotaban de un tronco común: Don Bosco. Y esas
ramas salen al tronco, se parecen al tronco, uno de los parecidos se refiere a
la gran obra de Don Bosco de acoger a los jóvenes expoliado por la revolución
industrial del final del siglo XIX en Italia, para educarle profesionalmente,
en su casa, casa que le bautizó con el nombre de “Salesiana”, tanto fue la
devoción de este institutor por la Santísima Virgen “María Auxiliadora”, que le
edificó en Turín una gran basílica. Recuerdo con nostalgia aquellas tardes
domingueras, uno o varios camiones se dirigían a diversos puntos turísticos y
atrayentes de la isla cargado con grupos de muchachos que con sus victoreas y
aclamaciones al Oratorio llamaban la atención por donde pasaban. Las
actividades del colegio estaban orientadas a la enseñanza primaria y media. Los
niños llamados oratorianos pertenecían a centros educativos independientes del
colegio como eran las Escuelas Nacionales. Los oratorianos acudían al Colegio
Salesiano venían todos los domingos a oír misa y recibir orientaciones y
enseñanzas educativas de orden religioso - moral, ofreciéndole además,
distracciones y diversiones sanas y atrayentes. Porque la finalidad del
Oratorio Salesiano era piramidalmente educativa. Don Antonio Montero contaba
para estas tareas con algunos alumnos del Colegio - muy pocos por cierto
- e incluso muchachos mayores del Oratorio le ayudaban a las Catequesis.
Todo una gama de religiosidad porque aparte de la misa por la tarde se empleaba
media hora para la enseñanza del catecismo, seguida de breve plática en común y
concluir la jornada con la bendición con S.D.M.
Él numero de
oratorianos oscilaba entre 150 y 200, sin límite de edad, desde los 8 años,
puesto que recuerdo que se contaba con un grupo numeroso de mayores de 16 años.
Las excursiones eran frecuentes sobre todo los domingos, unas veces recuerdo
que iba al cine parroquial de la Perdoma por gentileza del entonces párroco Don
José Ponte. Otras veces a los cines de la Villa, y en otras ocasiones al campo
de deportes a ver jugar y animar a la UD. Orotava. Todo sin cargo porque la personalidad
de Don Antonio Montero era buscar solidaridad entre las entidades villeras,
entre ellos los empresarios cinematográficos y la Junta directiva de “Los Copos
de Nieve”. Económicamente contaban con muy pocos medios; ventas de caramelos,
rifas y algunos donativos. Don Antonio era el alma mate de esta organización
aunque su fundación había sido del también recordado salesiano P. Teodoro
Nieto.
Lo importante
era el desenvolvimiento cultural y deportivo que ofrecía el oratorio a sus
oratorianos; campeonato Juvenil e Infantil de fútbol - formados por equipos de
los diversos barrio de la Villa. ! Que cantera...... ¡-, el cine, las
excursiones con sus apetitosas meriendas, etc... Excursiones de las llamadas
gratuitas debido a la generosidad de la Sra., Marquesa - que desde los inicios
del Oratorio ostentó con eficiencia él titulo de madrina del mismo -, del
entonces Sr. Presidente del Sindicato Agrícola (FAST), Don Rafael Machado, Don
Gregorio Pacheco, Don Pedro Cruz, Don Manuel Martín Méndez, Doña María Ascanio,
Doña Mecía Ascanio, Doña Jovita González, y Casiano Gracia Feo e Hijos SL.
Todos esos recuerdos corresponden a la presencia de una juventud alegre y sana,
que Don Antonio Montero guiaba con espiritualidad, pero sobre todo con
solidaridad y entusiasmo en favor de jóvenes orotavenses carentes de medios
donde desarrollar su personalidad en una época mezquina e indigente.
El Padre
Montero, cuando me veía en el Colegio de San Isidro, me animaba a participar en
el Oratorio, a veces me miraba insólito, y yo sabía lo que me decía, pero
siempre le veía en su despacho de “Perfecto” trabajando, sonriendo, mirando con
unos ojos oscuros y melancólicos. Siempre lo contemplaba de lejos, con
cierta secreta veneración, cuando transcurría por el clásico edificio donado a
la Villa por su hijo ilustre Don Nicandro González Borges, callado, con caminar
deprisa, con la cabeza un poco inclinada, mirando su Oratorio, sus oratorianos.
Pero el Padre Montero duró poco en La Orotava. Cuando se fue, se quedó solo el
Oratorio - asociación con puertas abiertas, abría sus puertas todos los
domingos, a los que acudían niños y jóvenes de los barrios orotavenses -, el
Colegio quedó rígido, simétrico, y hierático, que él había divertido y
sosegado. Tal vez su espíritu nostálgico se expresaba en la reconstrucción de
esas lejanas edades y veía en estos tristes hombres oratorianos, unos remotos
hermanos en ironía y en esperanzas.
Todo esto son
recuerdos colegiales de antaño. Caramba - vuelvo yo a exclamar -; Ha pasado
otra media hora observada en el “Cauny Suizo” que me regalaron mis padres por
Reyes, y aun no me sé la lección. Ahora sí que abro decidido otro libro y me
voy enterando de que “el género silicato es el segundo de los que componen la
familia de los silicios”. Algo rara me parece a mí esta familia de los
silícicos: pero sin embargo, repito mentalmente estas frases punto por punto.
Lo malo es que el fervor no me dura mucho tiempo: Enseguida me siento cansado y
ladeo un poco la cabeza, apoyada en la palma de la mano, y miro la silenciosa
aula de estudio salesiana, su sencillez, su hábito y su disciplina,
organización de unos sacerdotes eminentes salesianos, que me tramiten recuerdos
de mi niñez y adolescencia. Por todo ello, creo que la Orotava no puede
permitirse el lujo de prescindir de una congregación que le ha abierto
las puertas de la solidaridad y de la pedagogía y que le ha dado confianza para
avanzar, día a día en el camino del progreso. Don Antonio Montero era el hombre
que llevó la alegría a muchos jóvenes y no muy jóvenes de la Villa.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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