Fotografía de la Dolorosa portuense atribuida al Gran Canario de Santa
María de Guía; José Lujan Pérez que se Venera en el templo Matriz de Nuestra
Señora de la Peña Francia del Puerto de la Cruz, obtenida por mi cámara digital
en la semana Santa del año 2009, en la procesión magna del viernes Santo.
Pregón referente al año 2004 de La Semana Santa del Puerto de la Cruz, que leyó
mi amigo de dicha ciudad turística; CELESTINO GONZÁLEZ HERREROS en el templo
parroquial de Nuestra Señora de la Peña Francia: “… Analizando
somera y cuidadosamente los acontecimientos pasados y presentes de la Semana
Santa en Puerto de la Cruz, pese a la distancia del tiempo, los cambios en la
forma de celebrar los actos religiosos y hasta los lúdicos, son considerables.
Así pues, retrocediendo a finales del siglo XIX, hay testimonios escritos que
señalan, por ejemplo, una factura de la compra de 1.550 palmas para la procesión
del Domingo de Ramos, lo que indica lo asistida que era tal ceremonia
eclesiástica. Entonces los acompañamientos eran muy concurridos de fieles de
todas las edades. Y, aprovechando lo dicho, debo añadir que, en ningún
municipio de la isla se han enramado los pasos e imágenes, mejor que en el
Puerto de la Cruz. Sin entrar en otros pormenores de ornamentación floral,
estética ambiental, colorido y buen gusto, la delicadeza en tal dedicación,
ciertamente, ha llamado siempre la atención. Hay cierta avidez, cada año, por
presenciar ese detalle artístico que sobrepasa el grado de admiración.
Aparte, barajando comentarios anecdóticos, digamos
pues, que el Señor de Humildad y Paciencia, sustituye aquí, al Señor de la
Cañita; es cuando está ya sentenciado y espera para ir al Calvario con la Cruz,
cuando llega y espera el momento que lo crucifiquen.
La Verónica salía con la cruz de plata y con la urna
antigua que era de madera, antes que llegaran a esta ciudad Los Agustinos.
La Dolorosa, en realidad llamada La Soledad, es uno de
los Pasos que ha cambiado al pasar al nuevo trono, ahora con el carro. Antes
iba vestida de viuda canaria; y como la nueva balsa es más ancha se le ha
tenido que dar amplitud al perímetro del manto.
Con la llegada de Los Agustinos se organizó la
Procesión Magna de forma cronológica. Hay trece pasos y uno más, en el domingo
de Ramos, el de la Burrita, por primera vez desde el año pasado. Hermandades
hay nueve. Y como primicia, este año saldrá por vez primera, junto con La
Magdalena, San Juan de La Peñita.
El orden cronológico de los pasos que mencionábamos
antes, es el siguiente:
San Juan; San Pedro; Gran Poder de Dios; La Columna; Humildad y Paciencia; La Virgen de los Siete Dolores; La Verónica; Nazareno; El Crucificado; La Piedad; La Magdalena con San Juan; La Urna; Y, La Soledad o Virgen de Los Dolores.
San Juan; San Pedro; Gran Poder de Dios; La Columna; Humildad y Paciencia; La Virgen de los Siete Dolores; La Verónica; Nazareno; El Crucificado; La Piedad; La Magdalena con San Juan; La Urna; Y, La Soledad o Virgen de Los Dolores.
San Juan es quien escribe la Historia, va siempre
primero, menos el Miércoles Santo que va San Pedro.
Normalmente, al pasar por la Iglesia de San Francisco,
los Pasos no paraban, ahora si, hay una parada de “respeto” al Santísimo que
está expuesto en dicho Templo.
En la madrugada del Viernes Santos, tenemos la
Procesión del Crucificado, que viene a ser una de las más emotivas. Sobrecoge,
verle pasar por el Muelle, sigiloso y jadeante, ya casi despuntando el alba
matutina... Los cirios encendidos y movidos por la brisa, reflejan su tenue luz
en el rostro amoratado del Cristo, descubriendo así las sombras de su agonía.
Impone a su vez, el silencio del entorno pesquero, como si sus aguas callaran
el musical acento de sus olas varando en las negras arenas... Las sombras de la
noche ocultan el dolor del momento, todo está en silencio, sólo se oyen los
pasos acompasados de los fieles que le acompañamos en ese doloroso trayecto. Y
ni un suspiro, ni la cadencia sinuosa de nuestras calladas plegarias, rompen la
majestuosidad de la noche que agoniza ya, entre los estertores y la angustia
del Redentor Crucificado.
Fieles de todas las edades le acompañan por las calles
del Puerto de la Cruz, dentro de un mutismo sacramental y bajo el manto triste
de la noche, hasta llevarle a su destino...
Siempre fue fría la noche del Viernes Santo. Es la
brisa misteriosa que baja del monte, cual soplo helado, lo que nos hiere tanto
y sentimos frió en el alma; y nos intimida el silencio a nuestro alrededor...
¡Es la madrugada del Viernes Santo!
Inmersos en la Semana de la Pasión de Cristo, en la
mente, sin querer se van desperezando recuerdos de la infancia, que no queremos
olvidar, por lo que en sí nos dicen, por esa huella sentimental que han dejado
de aquellas vivencias en esa edad y nuestra juventud ya lejana. Allá por los
años 39, recuerdo esos días, entonces algo misterioso para un niño, fechas que
sólo se hablaba de pasión y muerte; y nos parecía latente esa tragedia sacra,
esos crueles acontecimientos, tanta crueldad y ensañamiento contra un hombre
bueno que nunca hizo daño y amorosamente diera la vida para enmendarnos del
pecado. Así murió por cada uno de nosotros, para salvarnos ante Dios del
castigo eterno.
Todos esos argumentos representados por La Santa Madre
Iglesia, nos condicionaba de tal manera, que vivíamos la tragedia, como nos la
mostraban en las distintas Procesiones y sus impresionantes Pasos y cada escena
bíblica. La mirada angustiosa de Simón Cirineo me aterrorizaba. Y la expresión
de tristeza de La Dolorosa, sobrecogía de tal forma, que sentía, sin poder
evitarlo, el ahogo propio de la emoción. Sólo veía a una madre sufriendo por la
muerte de su hijo.
Esa semana todos nos sentíamos santos, entonces éramos
niños buenos y no pecábamos ni con el pensamiento.
Entonces, los que podían, por razones obvias, en esas
fechas tan significativas, estrenaban calzado y ropa. Eran días, también de
júbilo. Las Iglesias se llenaban de niños que iban acompañados de sus familiares
mayores y no se oía ni el ruido de una mosca volando. Las plazas públicas se
alegraban con la presencia de las turroneras y aquellos que vendían los ricos
caramelos de cuadritos, ¡a perra chica el paquete!.. El agua bendecida, los
palmitos, la matraca y la figura bondadosa del señor cura, dando la bendición a
todo aquel que se le acercara. ¡Qué distinto es hoy! Luego, de nuestra juventud
también hay gratos recuerdos, era otra mentalidad y los años nos iban
transformando, aunque sin perder el respeto por lo religioso.
Íbamos cayendo en la trampa de otras corrientes,
nuestros sentidos cobraban madurez y nuestros sentimientos se debatían entre la
fantasía y la propia realidad, los sueños eran diferentes... Mas, insisto,
jamás abandonamos la Casa de Dios, éramos puntuales servidores de la Iglesia y
lo seremos hasta el final de nuestros días.
Hoy, a pesar de los años, aún, y sin querer
confesarlo, volvemos a sentirnos como niños, dejamos entrever en nuestra
mirada, en determinados momentos, aunque diferentemente, otra vez el miedo a lo
desconocido, llegando a sentirnos un tanto solos; y ya casi al final de
nuestros días, nos acercamos más a Dios con nuestra habitual visita al Templo,
con nuestra asistencia a los actos religiosos, con nuestras sentidas plegarias,
con nuestro amor al prójimo y así nos desprendemos de nuestras inevitables
miserias; y abrimos nuestro corazón para abrigar la esperanza de hallar la paz
perdurable junto al Señor.
En los últimos años del anterior milenio, se han visto
congratuladas todas las Iglesias del Puerto de la Cruz. Ha resurgido el interés
por conservar nuestro patrimonio religioso, artístico y cultural de las mismas,
restaurándolas en casi su totalidad y adecuándolas de acuerdo a las exigencias
de la época en que vivimos. Asimismo, desde hace un par de décadas se observa
con satisfacción el acercamiento de nuestros jóvenes y no pocos adultos, a la
vida religiosa, después de que hayamos sufrido un notable receso a causa del
impacto evidente de nuevas costumbres y culturas distintas, dado el importante
número de personas foráneas recibidas, con ideas diferentes; y ello ha debido
influir en nuestras propias transformaciones, tanto sociales como religiosas.
En lenguaje coloquial, podemos asegurar que las aguas han vuelto a su cauce
normal, de hecho, las hermosas iglesias que tenemos se nos hacen cortas en
algunas oportunidades y a los hechos me remito, cuando veo el Templo de Nuestra
Señora La Peña de Francia, repleto de fieles, sin que quepan cuantos hay en la
calle y aledaños, sin poder entrar.
Puerto de la Cruz, siempre se caracterizó por el amor
que pone sus gentes en las cosas de la Iglesia. Tienen una forma muy peculiar
de orar, entender y respetar la Semana Santa, así como cualquiera de los actos
religiosos que se programen y se celebren a lo largo de cada año; y la juventud
está dando, en todo momento, muestras de madurez religiosa, compartida en
armonía con las personas mayores que participan.
No hay más que decir, no quiero cansar vuestra
cristiana paciencia y tan noble atención. Sea pues, todo por amor a Dios.
Elevemos los corazones y roguemos por nosotros
pecadores y el eterno descanso del alma de nuestros seres queridos, ausentes.
Roguemos por nuestros enfermos, por la Paz del Mundo y
por los más desposeídos, por los que carecen de alimentos, de techo y abrigo.
Uno, a veces, se imagina cosas, situaciones que ya
existieron, tratando de situarnos en ese marco doloroso de la Pasión de Cristo.
Uno busca en los caminos de Dios la huella de sus pasos y sólo halla flores sin
espinas, quizás el tiempo las haya borrado y sólo quede el recuerdo; y las
lágrimas de la Dolorosa, la madre dolida, tal vez se hayan secado; y las brisas
pasajeras de entonces, a modo de caricias, también trajeran del monte los
aromas del Huerto que aún florece... Y por más que imaginemos, jamás sabremos
la magnitud del drama.
¡Señor, oye nuestras oraciones y perdónanos, no nos
abandones nunca, aunque no seamos dignos de Ti! ; ayúdanos a seguir tu senda y
apártanos de todo mal.
Entre unos poemas que estuve hojeando al azar, este
que transcribo, me afectó mucho.
DOLOROSA: He aquí, helados cristalinos, / sobre el
virginal regazo, /muertos ya para el abrazo,/aquellos miembros divinos./Huyeron
los asesinos./¡Qué soledad sin colores!/¡Oh Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!/La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¡Cómo lloraba María!/La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
Escrito en marzo del año 2004. Pregón leído el día 19
de marzo del año 2004, festividad de San José…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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