sábado, 10 de marzo de 2018

VIERNES SANTO EN GARACHICO



Foto obtenida con mi cámara digital en el interior de la parroquia de Santa Ana de Garachico, Semana Santa del 2009.
Datos que me ofreció desinteresadamente el amigo de Garachico CARLOS ACOSTA GARCÍA, de su libro sobre la semana Santa en la Villa y Puerto, producción que está totalmente agotada.
La cual fui a devolvérselo personalmente acompañado de mi señora Antonia María González de Chaves y Díaz a su domicilio en  Garachico, el viernes Santos del año 2009, lo que le estoy totalmente agradecido.

Significa el Viernes Santo la culminación de todos los esfuerzos, el resumen de toda la labor de la comisión de cultos, que ha de multi­plicarse para conseguir la mejor organización de la Procesión Magna, tan llena de dificultades.
Son cuatro las procesiones del día: la del Nazareno, el traslado del Cristo de la Misericordia desde el oratorio de Ponte hasta la Pa­rroquia, la procesión magna y el regreso de la Soledad al oratorio privado.
A las 9 y 30 de la mañana sale desde la parroquia matriz el paso del Nazareno, a quien acompaña el Cireneo, a pesar de que, cronoló­gicamente, la figura de éste debería incorporarse en la V estación. Se inicia el cortejo con los fieles rezando el Vía-Crucis. Desde siempre se han hecho las paradas correspondientes frente a las distintas cru­ces, colocadas durante todo el año en las fachadas de algunas casas y de las que sólo queda una.
Al rezar la IV estación se verifica la ceremonia del encuentro entre Jesús y su Madre, en presencia de San Juan y la Magdalena. Luego, en la estación VI, se une la Verónica, quien se acerca al Nazareno para verificar la ceremonia de limpiar el rostro del Maestro con el paño en que quedará para siempre grabada la imagen de Cristo. Y continúa luego el cortejo hasta el Calvario, donde es pronunciado el sermón.
La plaza de Santo Domingo, donde el Calvario está ubicado, se encuentra abarrotada de fieles, que se acercan a los distintos pasos para encontrar detalles que se les escaparon el año anterior o para recordar los que se habían olvidado.
Las imágenes de San Juan, la Verónica y la Magdalena son figuras actuales, de apenas medio siglo de existencia, y han venido a sustituir a las que, bien avanzado el siglo XVIII, había en el convento dominico. De la Dolorosa hemos hablado ya, al relatar los datos del Viernes de Dolores.
El Nazareno es, por todos conceptos, la mejor pieza del conjunto. Es imagen algo menor que el natural y su trono va cubierto de claveles en toda su extensión, sustituyendo a las piteras salvajes que llevó otros años como único adorno. Es actualmente imagen de vestir. Y decimosactualmente porque fue en su día escultura completa, con ropajes de tela engomada, quedando descubiertos únicamente, cabeza, piernas y manos, que son, naturalmente, de madera. Hoy, el viejo entramado se ha cubierto con traje de terciopelo, bordado en oro. Lleva cabellos postizos y su rostro contrasta, en calidad artística, con el Cireneo, sensiblemente inferior.
La talla del Nazareno perteneció, como se sabe, a Santo Domingo, y pasó luego a formar parte de las propiedades de la parroquia matriz, si bien se mantenía durante todo el año en el retablo de la cabecera de la epístola en la iglesia franciscana de Nuestra Señora de los Án­geles, de donde se llevaba a Santa Ana para tomar parte en los cor­tejos procesionales del Viernes Santo.
Pedro Tarquis, que ha estudiado en el Archivo de la Exclaustración de Santa Cruz de Tenerife varios detalles relacionados con el convento dominico, aseguró siempre que la imagen procede de allí y su opinión ha sido en todo momento compartida por los vecinos, quienes se van transmitiendo la creencia a través de las distintas generaciones. Pero, además una simple ojeada al inventario realizado en dicho convento el 22 de agosto de 1727 nos ha permitido conocer las imágenes que ha­bía en cada capilla. En una muy principal figuraba la del Nazareno, junto a las de Nuestra Señora de los Dolores y San Juan Evangelista, además de otras que nada tienen que ver con la Semana Santa, como son las de Santo Domingo, San Raimundo y San Antonio. Era entonces patrón de la capilla correspondiente don Nicoloso de Ponte, marqués de Adeje, según se dejó dicho en el capítulo dedicado al Viernes de Dolores.
No aparece aquí la Magdalena, pero se le cita en el mismo inventa­rio al hablar de la Capilla de los Hermanos, junto a las del Cristo Pre­dicador y San Juan Evangelista. Había, además, un nicho dorado.
Observará el lector que se cita aquí una imagen de San Juan Evan­gelista y alguien pensará que podría tratarse de un error porque no parece probable la repetición de una imagen en la misma iglesia y ya hemos citado una en la capilla del Nazareno. De todos modos, ya se sabe que cada patrono tenía sus devociones especiales y quería de­mostrarlas.
Volviendo al Nazareno digamos que su rostro refleja, sin aspa­vientos, el tremendo cansancio de Cristo en su camino hasta el Calvario. El realismo es evidente y la sangre que corre por su rostro da a esté un aspecto de sufrimiento, que resulta aún más notorio en la mirada. Es, en todo, una imagen bien construida y bien plantada. Una imagen que se ha ganado, además, la devoción de los fieles garachiquenses.
Nunca se ha intentado incluir este Nazareno entre las obras de Andújar, a pesar de que tal advocación fue pieza principal entre las esculturas de este imaginero. Tampoco se ha pensado en que pueda ser obra de Francisco Alonso de la Raya; ni de BIas García Ravelo. Pero no puede ignorarse que en Garachico no sólo trabajaron los, tres es­cultores citados. Y por si sirviera de aclaración, digamos que en las primeras décadas del XVII tenían trabajo en la localidad Felipe de Artacho y Juan Jordán. Y éste asegura que tiene tallada en su casa una Magdalena (busto, cabeza y manos). Nadie sabe si alguno de estos artistas esculpió otras imágenes para la Semana Santa. Por otra parte, pero siempre en torno al tema, Miguel Tarquis asegura que el Naza­reno “acusa las gubias de un imaginero local”. Son, de todos modos, puntos de vista muy respetables pero que nada aclaran.
Esta imagen, tan mimada hoy por los fieles garachiquenses, tuvo, sin embargo, una época de penuria, de desaliño y de abandono, hasta el punto de que a su alrededor y por tales motivos se suscitaron varios conflictos. Sabemos que en el siglo XVIII salían desde Santo Domingo el Viernes Santo (no se especifica si por la mañana o por la tarde) las imágenes de Jesús Nazareno, la Dolorosa, San Juan, la Verónica y la Magdalena. Los trajes de estas imágenes estaban, en 1770, en estado lastimoso. Don Nicoloso de Ponte, patrono de la fundación, quiso que la procesión saliera, como siempre, a lo que se opuso el Prior del con­vento. Intervino el Vicario del partido, se suscitaron discusiones aca­loradas, se habló de que intervendría la Inquisición, se hablaba de que el desaliño estaba convirtiendo el culto externo en indecoroso... Copiamos literalmente: “...Estas imágenes parece estar destrozadas y oponíase el prior á que saliesen á la calle con ropa indecente. El Patrono no quería perder su derecho á procesión, á pesar de la indecencia de las Santas Imágenes. El De­creto salió, sin embargo, a favor de este y continuó en lo sucesivo la misma indecencia hasta que en el año 1804, un nuevo poseedor, don Melchor de Ponte, su nie­to, las dio mejor aseo en sus vestiduras, con ropas nuevas...”
Cabe hacer aquí algunas consideraciones. De las cinco imágenes mencionadas, sólo existe una, la del titular, puesto que de la Dolorosa no nos atrevemos a hacer afirmaciones, que resultarían gratuitas, sin apoyatura. Es posible, además, que fuera entonces, al cambiar los trajes estropeados, cuando se decidió que también el Nazareno per­diera aquellos ropajes de tela encolada y se cubriera su cuerpo con terciopelo bordado en oro.
Pero volvamos a los actos del día. Cuando el sermón ha finalizado la procesión regresa a la parroquia. Pero hemos de hacer mención a unos cambios que suponen la incorpo­ración dramática de los cortejos procesionales. Veamos: "...Durante algunos años el Nazareno era sustituido, justo en ese mo­mento, por el Crucificado de Andújar, que se incorporaba a la proce­sión de regreso para simular que Cristo había sufrido ya la Crucifi­xión. Hoy desfilan ambos, con las demás imágenes que iniciaron el cor­tejo. Tres horas se han invertido entre las dos procesiones (ida y re­greso) y las ceremonias de la plaza de Santo Domingo, de cuya iglesia, recientemente restaurada, salió momentos antes el Crucificado, entre las miradas y la expectación, renovada cada año de los fieles..."
De este Cristo, muestra inigualable de un arte mayor, depurado y auténtico, hablaremos luego, cuando nos ocupemos de la procesión del Santo Entierro y que sale también de Santa Ana, casi al anochecer.
Antes ha sido preciso trasladar al Cristo de la Misericordia, en su ur­na de yacente, desde el oratorio hasta la iglesia principal. Regresa el Cristo acompañado por la Soledad y por la Hermandad del Santísimo, que ha ido hasta el oratorio junto al beneficio de la parroquia para hacerse cargo de la imagen tan venerada.
A las ocho de la noche se inicia el amplio cortejo de la Procesión Magna, integrada por veinte pasos. De varios de ellos nos hemos ocupado ya, al tratar de las procesiones de los días precedentes. Lo ha­remos ahora con los restantes: Crucificado de Andújar, Cristo de la Salud, Ecce-Homo, Santos Varones y la Soledad, de cuya calidad se han hecho eco todos los cronistas, todos los investigadores.
CRISTO DE ANDÚJAR: Se halla en la parte superior del tabernáculo que preside la iglesia de Santa Ana. A sus pies y a ambos lados figuran las imágenes de Santa Ana y San Joaquín, esculpidas por Luján y barnizadas por Ma­nuel Antonio de la Cruz. Si dijéramos que es éste uno de los más importantes Crucificados del Archipiélago y afirmáramos, además, que es la mejor obra escultórica de cuantas nos dejó Andújar de toda su andadura tinerfeña, antes de partir para Guatemala, podría comen­tarse que la nuestra es una opinión partidista, dada nuestra vinculación con el pueblo de nuestro nacimiento.
Por ello preferimos dejar aquí opiniones diversas, todas ellas imparciales y emitidas por personas enteradas en el difícil camino de la crítica de Arte.
Para Miguel Tarquis, autoridad en la materia, esta imagen, que data desde el 29 de enero de 1639,«es una magnífica obra realista dé Martín de Andújar, la mejor de las seis que de sus manos se conocen en Tenerife».
Y pasa luego a estudiar con cierto detenimiento la imagen, con estas palabras: «La cabeza del Señor está modelada con soltura y jus­teza, de amplias formas; lo mismo que todo el cuerpo desnudo. Los ojos entornados, los párpados marcados y la boca entreabierta dan a la imagen una imponente expresión de dramatismo. El Cuerpo de Cristo es robusto y la anatomía está estudiada del natural. La es­cultura acusa gran influencia montañesina, pero no inspirada en el Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla, de suave modelado, sino en las obras más barrocas de la última década de Martínez Montañés».
El otro Tarquis, Pedro, después de estudiar detenidamente el reta­blo mayor de Santa Ana que construyó Andújar y que el volcán de 1706 se encargó de devorar implacablemente, dice que en tal retablo se colocó el Crucificado del propio Andújar «sobresaliente obra que se encuentra, sin duda, entre los mejores Crucificados que tenemos en los templos de Tenerife...».
Pero quien ha estudiado con más amplitud y mayor detenimiento esta imagen es el tantas veces mencionado profesor Martínez de la Peña, a quien se debe el más importante trabajo de investigación que se ha dado a conocer en Canarias sobre la figura de Martín de Andújar, no sólo en lo referido a su estancia en Tenerife, sino antes y después de ella. De su espléndido trabajo ofrecemos, en extracto, estas palabras:
«Sin estridencias de ningún género y con hondura de sentimiento religioso, Andújar añade al naturalismo de la escuela los valores humanos y realistas propios de] barroco... Prefiere volver a los valores montañesinos...
El Señor se nos muestra con la cabeza muy inclinada, sin vida, sin retorcimientos ni contrastes violentos... con un modelado suave, sin brusquedades; que mueva a compasión, pero que no crispe...».
El estudio del doctor Martínez de la Peña es amplio, hecho en profundidad. Afirma que no fue construido el Cristo para ocupar un lugar cualquiera, sino el ático del retablo, por lo que su artífice es­culpió el rostro de modo que, visto desde abajo, pudiera contemplarse «su boca entreabierta y los ojos entornados, de mirada perdida que contribuye a dar una perfecta sensación cadavérica, pero sin descom­poner el rostro».
El Cristo, como es lógico, cobra una dimensión diferente, más dra­mática, cuando se le ve desde cerca. No es de extrañar, pues, que en la calle y a la distancia media que nos da la altura de la cruz las miradas se claven en él, y se escuchen en cada esquina, en cada azotea, en cada balcón, los comentarios más elogiosos, cuando no es el silencio más expresivo quien dicta las opiniones que no se escuchan, pero que se sienten.
Podríamos ampliar aún más las opiniones elogiosas hacia esta in­dudable obra de arte, pero en aras de una brevedad necesaria pasa­remos a estudiar otras imágenes para completar este cortejo de 20 pasos que integran la más espectacular procesión de Garachico, aun­que no sea, tal Vez, la más importante de cuantas se organizan en la Semana Santa.
Con esta imagen ha habido más de una confusión, como ha ocurrido en otros lugares de la geografía isleña, porque no parecen estar claras las diferencias que hay entre un Ecce-Homo y el Gran Poder de Dios. Incluso entre éstos y el Señor de la Humildad y Paciencia. Las dife­rencias, que para algunos parecen sustanciales, para otros no son su­ficientes. Pues bien: en Garachico aparecen datos desperdigados sobre una imagen del Gran Poder de la que nada sabemos, a no ser que se trate de la que hoy custodian las concepcionistas y que es la que, como Ecce-Homo, desfila en el Viernes Santo.
Esta imagen tiene el cuerpo desnudo, aunque lleva sobre sus hom­bros una pequeña capa. Tiene una caña o vara de plata en la mano y se halla sentado, coronado de espinas, con un cordón dorado que parte del cuello y se ata a sus muñecas. Ha sido restaurado recientemente, lo que ha propiciado su vuelta a los cortejos procesionales, de donde había estado ausente a causa de su indudable deterioro.
La primera noticia que de esta advocación tenemos al respecto data de 1618, cuando un vecino donó a la parroquia una imagen del Ecce-Homo. Pero hemos de aclarar que se trata de un cuadro pintado al óleo 81. Un siglo después, el 6 de abril de 1718, se concede por parte de los franciscanos a los vecinos Baltasar Padilla y Ana Francisca el permiso necesario para fabricar un altar y «colocar en el dicho si­tio a Cristo del Gran Poder de Dios y las demás imágenes de su devoción». Se contestaba así afirmativamente a la petición que los citados vecinos habían formulado en tal sentido, después de comprometerse a «la conservación, aseo y reparos del dicho altar y se ha de hacer una fiesta, con víspera y Misa cantada».
Finalmente se habla de un Ecce-Homo del convento de monjas en el quinto inventario que se realizó en tal convento, con fecha 11 de enero de 1820, siguiendo órdenes de la autoridad civil. En tal inven­tario se lee: «El otro altar, de San Cayetano: la imagen de este Santo, San Juan, San Nicolás de Tolentino y la del Po­der de Dios; un Resucitado pequeñito».
Nos inclinamos a creer que este Gran Poder de Dios es el Ecce­ - Homo que las concepcionistas guardan hoy en su convento y que sale procesionalmente el Viernes Santo.
CRISTO DE LA SALUD: Es éste un Crucificado de desconocido origen, que ha pasado de la devoción al olvido, para venir de nuevo a un primer plano, a raíz de haber sufrido un aparatoso deterioro en situación espectacular y ne­gativa.
Perteneció a la Venerable Orden Tercera y estuvo -al menos en el siglo XVIII- en el convento de los PP franciscanos. Por lo menos sabemos de su existencia en 1750, porque en tal fecha «...en él altar mayor se puso un sitial de brocatel y se colocó en él el Santísimo Cristo, poniéndole por advocación el Señor de la Salud, que estaba sin culto debido en la Capilla de los Terciarios. Va teniendo mucho culto».
Obsérvese que existía en 1750, pero no hay noticia de cuando llegó a Garachico. Parece, de todos modos, imagen del XVIII. Y obsérvese también que se habla del altar mayor, coincidiendo en este detalle Fraile Diego de Inchaurbe y Pedro Tarquis. Pero Miguel Tarquis opina que estaba en el retablo de la Capilla de la Vera Cruz o Misericordia. Esta opinión nos llevaría a aceptar la existencia de dos imágenes de Cristo en el mismo retablo, si de verdad estaba allí también el Cristo de la Columna; o el Señor Preso, como se ha visto al hablar del martes y miércoles Santos. El problema estriba en que, una vez ocu­rrida la desamortización de Mendizábal, los párrocos de Santa Ana, por falta de dependencias adecuadas, iban guardando las imágenes en San Francisco, unas veces al culto y en ocasiones fuera de él, según el estado de conservación.
Ocurrida la desamortización y al crearse el cementerio municipal de Garachico se llevó allí, junto a San José y Santo Tomás de Villa­nueva, este Cristo de la Salud. En la capilla del camposanto permane­ció durante casi medio siglo, hasta que, recientemente -víspera de la fiesta de Santiago de 1983- apareció roto en el suelo, con los brazos sueltos, por haberse desprendido de la cruz en que se hallaba. La humedad había hecho antes estragos en las imágenes de Santo Tomás de Villanueva y San José, pero al Cristo le tocó la peor parte.
Se formó entonces una comisión de vecinos (al autor de esta pu­blicación le cupo el honor de pertenecer a ella) para acometer los trabajos de restauración. Se hizo el encargo a Ezequiel de León. Fue un encargo doble porque también habría de restaurar el Cristo de la Misericordia, seriamente deteriorado por causas de su antigüedad y de la materia de que está fabricado. Se adquirió entonces un nuevo Crucificado, de menor tamaño, en una casa especializada de la Península, se le puso la advocación de Cristo de la Buena Muerte y se le llevó a la capilla del cementerio para que el Cristo de la Salud, ya debidamente restaurado, volviera a San Francisco, donde permanece todo el año, salvo el Viernes Santo, en que forma parte de las pro­cesiones de Semana Santa.
La imagen llama poderosamente la atención, tal vez no tanto por su aspecto artístico como por el modo en que hace su desfile procesio­nal, clavado en una cruz, pero no en sentido vertical, sino horizontal, sin basa o trono, descansando cada uno de los brazos de la cruz en los hombros de los cargadores o costaleros.
La imagen, gracias al accidente sufrido, ha vuelto a recuperar su puesto en el templo franciscano, concretamente en la capilla del presbiterio, flanqueada por los Santos Varones que estuvieron algún tiempo en el oratorio de Ponte, y que nada tienen que ver con los, que intervienen en las procesiones. De éstos vamos a ocuparnos ahora.
SANTOS VARONES: Curiosamente, José de Arimatea y Nicodemus aparecen repre­sentados en Garachico por partida doble. Pero nosotros queremos re­ferirnos a los que se custodian en la parroquia matriz. Son imágenes de vestir, de tamaño bastante mayor que el natural. Sus vestiduras llaman poderosamente la atención por su aspecto, tan diferente a las de las demás imágenes. Parecen ser obra del siglo XVII y nos inclinamos a creer que no han salido de la gubia de artistas locales. Su aspecto en nada se parece a las obras de Andújar, Alonso y García Ravelo. Estos Santos Varones han sido elogiados por el marqués de Lozoya cuando, siendo director general de Bellas Artes, visitó la Villa con cierto detenimiento. Las imágenes, que hasta hace pocos años salían en procesión en tronos separados, lo hacen hoy en uno común, junto a una cruz en la que aparecen los atributos de la Pasión.
LA SANTA CRUZ: Esta Santa Cruz, a quien todos en Garachico conocen como la cruz de plata es, en realidad, de madera, cubierta con láminas de níquel en las que se han grabado hermosos dibujos. La cruz descansa sobre un trono espléndido, también de níquel, con unos candelabros artís­ticamente confeccionados.
Existió antiguamente una auténtica cruz de plata, que pasó de San Francisco al Hospital y del Hospital a la capilla de la Hermandad de la Misericordia. Pero no quedan vestigios de esta obra, que debió ser muy interesante. En la que hoy forma parte de los cortejos procesionales de Semana Santa suele salir Crucificado el Cristo de la Misericordia, pero no en los días de la Semana Mayor en la que aparece yacente, sino durante sus fiestas de septiembre, hoy convertidas en lústrales.
LA DOLOROSA O SOLEDAD: Finalmente, este desfile de imágenes se cierra con la Dolorosa de Rodríguez de la Oliva, hoy en el oratorio de Ponte y a la que todos conocemos como la Soledad.
Es ésta una obra excepcional. Una de las principales figuras que salen en Semana Santa en el Archipiélago. Así ha sido considerada siempre por todos los historiadores y cronistas de distintas épocas, para quienes no hay la más ligera duda a la hora de señalar el nombre de su autor. Según la profesora universitaria Carmen Fraga «...es el ejemplo más convincente de la producción artística de «El Moño», para demostrar su actividad como escultor y pintor; pues a diferencia de otras ocasiones, aquí cuida la expresividad y la talla de las manos, cual si fuera una de sus pinturas».
El autor consiguió, con una visión de acusado realismo, dar al rostro de la Virgen una expresión de sosegado dolor, que conmueve profundamente. Pero es un dolor sin estridencias. Lo dice la propia Carmen Fraga: «...sin aspavientos, pero de manera convincente, úni­camente con la línea de las cejas... sin que el puñal de plata sirva para otra cosa que no sea el símbolo iconográfico. En unas pautas barrocas, plenamente se­tecentistas, se alcanza el efecto buscado por el ima­ginero».
El elevado nivel artístico de la imagen y la perfección de su mo­delado llamaron la atención de Pedro Tarquis, para quien se trata de una sobresaliente talla de vestir, casi idéntica de la celebrada Dolo­rosa del mismo autor (se refiere, obviamente, a Rodríguez de la Oliva) que estaba en la iglesia del Espíritu Santo (San Agustín) de La Laguna. Esta talla es comparable a las mejores Dolorosas que produjo la ima­ginería del Archipiélago en todos los tiempos. «Y quizá las supere por belleza de ejecución, de manera muy distinta a las del imaginero de Guía de Gran Canaria, D. José Luján Pérez, sin apurar tanto el estilo».
Miguel Tarquis, por su parte, tiene una opinión sobre la imagen que en poco se diferencia de las anteriores, tanto a la hora de celebrar su alto valor artístico, como al detalle, muy significativo, de que el dolor de la Virgen esté conseguido «sin los recursos usuales de pa­tetismo».
En el aire queda un interrogante. ¿Fue siempre una imagen per­teneciente al oratorio o, como se dice en otro lugar por boca de terceras personas, perteneció, como pertenece él Cristo, a la iglesia parroquial de Santa Ana?
No tiene el trono de la Virgen adornos excesivos, aunque resulta de indudable elegancia y brillantez. El manto que lleva la imagen es corto, como contraposición de los que llevan las otras Dolorosas.
Una vez estudiadas individualmente cada una de las imágenes vol­vemos con la procesión, que llega a la parroquia después de que los principales pasos hubieran entrado en la iglesia de las concepcionistas. Una vez en la parroquia, comienza a celebrarse la ceremonia -emotiva ceremonia- del entierro de Cristo.
En el altar mayor, cubierto con velo negro, se ha instalado un se­pulcro a considerable altura. Se levanta su tapa, se inciensa su interior, se lleva al Cristo desde su urna de yacente hasta el nuevo sepulcro, se levanta la imagen en alto para que reciba la adoración de los fie­les... La banda de música entona el «Recuerdo a los muertos», de Francisco González Ferrera y, después de mostrar de nuevo la imagen a los fieles, la tapa del sepulcro baja con estrépito, mientras los fieles se santiguan y cesa bruscamente la interpretación musical. Aunque la iglesia se encuentra rebosante de fieles, él silencio es total porque ha sido la emoción quien ha presidido la representación dramática que supone la ceremonia.
Poco a poco los fieles abandonan el templo. Se quedan unos grupos de personas que acompañarán a la Virgen hasta su retiro, pero sin que la procesión tenga carácter de tal. Se lleva la imagen por una calle secundaria, lateral a la iglesia; una calle que, curiosamente, lleva el nombre de Francisco Martínez de Fuentes, aquel beneficiado dé Santa Ana que, en el pasado siglo, se opuso a que el Cristo de la Misericordia fuera trasladado al oratorio. Aquel beneficiado que afirmaba, sin te­mores, que la Dolorosa y las demás imágenes pertenecían a la parro­quia y no a la capilla de la familia Prieto.
El grupo de personas que acompañan a la Virgen suben hasta la capilla, rezan una oración y se despiden. Luego, ya en la iglesia, se saca al Cristo del sepulcro y se le coloca en su capilla, donde va a permanecer todo el año. Pero antes, con cuidado, con unción, con amor creciente, se pasarán por su cuerpo rosarios y medallas. Y se repar­tirán, entre todos los presentes, los trozos de algodón que, para evitar rozaduras y deterioros, se colocan en el interior de la urna, entre los brazos y el cuerpo del Señor.
Es la penúltima representación dramática de la Pasión. Atrás han quedado los litigios y las ambiciones; la incomprensión y los enfrentamientos. Los beneficiados siguen hoy llevando sobre sus hombros la preciosa carga del Cristo desde la Parroquia hasta el ora­torio. Y los fieles, todos los fieles sin excepción, aceptan como válida la costumbre. Incluso se siente como un orgullo de mantener en la ac­tualidad una costumbre centenaria, que parece ser única en él Ar­chipiélago.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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