Foto obtenida con mi cámara digital en el interior de la parroquia de Santa
Ana de Garachico, Semana Santa del 2009.
Datos que me ofreció desinteresadamente el amigo de Garachico CARLOS ACOSTA
GARCÍA, de su libro sobre la semana Santa en la Villa y Puerto, producción que
está totalmente agotada.
La cual fui a devolvérselo personalmente acompañado de mi señora Antonia
María González de Chaves y Díaz a su domicilio en Garachico, el viernes
Santos del año 2009, lo que le estoy totalmente agradecido.
Significa el Viernes Santo la culminación de todos los esfuerzos, el
resumen de toda la labor de la comisión de cultos, que ha de multiplicarse
para conseguir la mejor organización de la Procesión Magna, tan llena de
dificultades.
Son cuatro las procesiones del día: la del Nazareno, el traslado del Cristo
de la Misericordia desde el oratorio de Ponte hasta la Parroquia, la procesión
magna y el regreso de la Soledad al oratorio privado.
A las 9 y 30 de la mañana sale desde la parroquia matriz el paso del
Nazareno, a quien acompaña el Cireneo, a pesar de que, cronológicamente, la
figura de éste debería incorporarse en la V estación. Se inicia el cortejo con
los fieles rezando el Vía-Crucis. Desde siempre se han hecho las paradas
correspondientes frente a las distintas cruces, colocadas durante todo el año
en las fachadas de algunas casas y de las que sólo queda una.
Al rezar la IV estación se verifica la ceremonia del encuentro entre Jesús
y su Madre, en presencia de San Juan y la Magdalena. Luego, en la estación VI,
se une la Verónica, quien se acerca al Nazareno para verificar la ceremonia de
limpiar el rostro del Maestro con el paño en que quedará para siempre grabada
la imagen de Cristo. Y continúa luego el cortejo hasta el Calvario, donde es
pronunciado el sermón.
La plaza de Santo Domingo, donde el Calvario está ubicado, se encuentra
abarrotada de fieles, que se acercan a los distintos pasos para encontrar detalles
que se les escaparon el año anterior o para recordar los que se habían
olvidado.
Las imágenes de San Juan, la Verónica y la Magdalena son figuras actuales,
de apenas medio siglo de existencia, y han venido a sustituir a las que, bien
avanzado el siglo XVIII, había en el convento dominico. De la Dolorosa hemos
hablado ya, al relatar los datos del Viernes de Dolores.
El Nazareno es, por todos conceptos, la mejor pieza del conjunto. Es imagen
algo menor que el natural y su trono va cubierto de claveles en toda su
extensión, sustituyendo a las piteras salvajes que llevó otros años como único
adorno. Es actualmente imagen de vestir. Y decimosactualmente porque
fue en su día escultura completa, con ropajes de tela engomada, quedando
descubiertos únicamente, cabeza, piernas y manos, que son, naturalmente, de
madera. Hoy, el viejo entramado se ha cubierto con traje de terciopelo, bordado
en oro. Lleva cabellos postizos y su rostro contrasta, en calidad artística,
con el Cireneo, sensiblemente inferior.
La talla del Nazareno perteneció, como se sabe, a Santo Domingo, y pasó
luego a formar parte de las propiedades de la parroquia matriz, si bien se
mantenía durante todo el año en el retablo de la cabecera de la epístola en la
iglesia franciscana de Nuestra Señora de los Ángeles, de donde se llevaba a
Santa Ana para tomar parte en los cortejos procesionales del Viernes Santo.
Pedro Tarquis, que ha estudiado en el Archivo de la Exclaustración de Santa
Cruz de Tenerife varios detalles relacionados con el convento dominico, aseguró
siempre que la imagen procede de allí y su opinión ha sido en todo momento
compartida por los vecinos, quienes se van transmitiendo la creencia a través
de las distintas generaciones. Pero, además una simple ojeada al inventario
realizado en dicho convento el 22 de agosto de 1727 nos ha permitido conocer
las imágenes que había en cada capilla. En una muy principal figuraba la del
Nazareno, junto a las de Nuestra Señora de los Dolores y San Juan Evangelista,
además de otras que nada tienen que ver con la Semana Santa, como son las de
Santo Domingo, San Raimundo y San Antonio. Era entonces patrón de la capilla
correspondiente don Nicoloso de Ponte, marqués de Adeje, según se dejó dicho en
el capítulo dedicado al Viernes de Dolores.
No aparece aquí la Magdalena, pero se le cita en el mismo inventario al
hablar de la Capilla de los Hermanos, junto a las del Cristo Predicador y San
Juan Evangelista. Había, además, un nicho dorado.
Observará el lector que se cita aquí una imagen de San Juan Evangelista y
alguien pensará que podría tratarse de un error porque no parece probable la
repetición de una imagen en la misma iglesia y ya hemos citado una en la
capilla del Nazareno. De todos modos, ya se sabe que cada patrono tenía sus
devociones especiales y quería demostrarlas.
Volviendo al Nazareno digamos que su rostro refleja, sin aspavientos, el
tremendo cansancio de Cristo en su camino hasta el Calvario. El realismo es
evidente y la sangre que corre por su rostro da a esté un aspecto de sufrimiento,
que resulta aún más notorio en la mirada. Es, en todo, una imagen bien
construida y bien plantada. Una imagen que se ha ganado, además, la devoción de
los fieles garachiquenses.
Nunca se ha intentado incluir este Nazareno entre las obras de Andújar, a
pesar de que tal advocación fue pieza principal entre las esculturas de este
imaginero. Tampoco se ha pensado en que pueda ser obra de Francisco Alonso de
la Raya; ni de BIas García Ravelo. Pero no puede ignorarse que en Garachico no
sólo trabajaron los, tres escultores citados. Y por si sirviera de aclaración,
digamos que en las primeras décadas del XVII tenían trabajo en la localidad
Felipe de Artacho y Juan Jordán. Y éste asegura que tiene tallada en su casa
una Magdalena (busto, cabeza y manos). Nadie sabe si alguno de estos artistas
esculpió otras imágenes para la Semana Santa. Por otra parte, pero siempre en
torno al tema, Miguel Tarquis asegura que el Nazareno “acusa las gubias de
un imaginero local”. Son, de todos modos, puntos de
vista muy respetables pero que nada aclaran.
Esta imagen, tan mimada hoy por los fieles garachiquenses, tuvo, sin
embargo, una época de penuria, de desaliño y de abandono, hasta el punto de que
a su alrededor y por tales motivos se suscitaron varios conflictos. Sabemos que
en el siglo XVIII salían desde Santo Domingo el Viernes Santo (no se especifica
si por la mañana o por la tarde) las imágenes de Jesús Nazareno, la Dolorosa,
San Juan, la Verónica y la Magdalena. Los trajes de estas imágenes estaban, en
1770, en estado lastimoso. Don Nicoloso de Ponte, patrono de la fundación,
quiso que la procesión saliera, como siempre, a lo que se opuso el Prior del
convento. Intervino el Vicario del partido, se suscitaron discusiones acaloradas,
se habló de que intervendría la Inquisición, se hablaba de que el desaliño
estaba convirtiendo el culto externo en indecoroso... Copiamos
literalmente: “...Estas imágenes parece estar destrozadas y oponíase
el prior á que saliesen á la calle con ropa indecente. El Patrono no quería
perder su derecho á procesión, á pesar de la indecencia de las Santas Imágenes.
El Decreto salió, sin embargo, a favor de este y continuó en lo sucesivo la
misma indecencia hasta que en el año 1804, un nuevo poseedor, don Melchor de
Ponte, su nieto, las dio mejor aseo en sus vestiduras, con ropas nuevas...”
Cabe hacer aquí algunas consideraciones. De las cinco imágenes mencionadas,
sólo existe una, la del titular, puesto que de la Dolorosa no nos atrevemos a
hacer afirmaciones, que resultarían gratuitas, sin apoyatura. Es posible,
además, que fuera entonces, al cambiar los trajes estropeados, cuando se
decidió que también el Nazareno perdiera aquellos ropajes de tela encolada y
se cubriera su cuerpo con terciopelo bordado en oro.
Pero volvamos a los actos del día. Cuando el sermón ha finalizado la
procesión regresa a la parroquia. Pero hemos de hacer mención a unos cambios
que suponen la incorporación dramática de los cortejos procesionales.
Veamos: "...Durante algunos años el Nazareno era sustituido, justo en ese momento,
por el Crucificado de Andújar, que se incorporaba a la procesión de regreso
para simular que Cristo había sufrido ya la Crucifixión. Hoy desfilan ambos,
con las demás imágenes que iniciaron el cortejo. Tres horas se han invertido
entre las dos procesiones (ida y regreso) y las ceremonias de la plaza de
Santo Domingo, de cuya iglesia, recientemente restaurada, salió momentos antes
el Crucificado, entre las miradas y la expectación, renovada cada año de los
fieles..."
De este Cristo, muestra inigualable de un arte mayor, depurado y auténtico,
hablaremos luego, cuando nos ocupemos de la procesión del Santo Entierro y que
sale también de Santa Ana, casi al anochecer.
Antes ha sido preciso trasladar al Cristo de la Misericordia, en su urna
de yacente, desde el oratorio hasta la iglesia principal. Regresa el Cristo
acompañado por la Soledad y por la Hermandad del Santísimo, que ha ido hasta el
oratorio junto al beneficio de la parroquia para hacerse cargo de la imagen tan
venerada.
A las ocho de la noche se inicia el amplio cortejo de la Procesión Magna,
integrada por veinte pasos. De varios de ellos nos hemos ocupado ya, al tratar
de las procesiones de los días precedentes. Lo haremos ahora con los
restantes: Crucificado de Andújar, Cristo de la Salud, Ecce-Homo, Santos
Varones y la Soledad, de cuya calidad se han hecho eco todos los cronistas,
todos los investigadores.
CRISTO DE ANDÚJAR: Se halla en la parte superior del
tabernáculo que preside la iglesia de Santa Ana. A sus pies y a ambos lados figuran
las imágenes de Santa Ana y San Joaquín, esculpidas por Luján y barnizadas por
Manuel Antonio de la Cruz. Si dijéramos que es éste uno de los más importantes
Crucificados del Archipiélago y afirmáramos, además, que es la mejor obra
escultórica de cuantas nos dejó Andújar de toda su andadura tinerfeña, antes de
partir para Guatemala, podría comentarse que la nuestra es una opinión
partidista, dada nuestra vinculación con el pueblo de nuestro nacimiento.
Por ello preferimos dejar aquí opiniones diversas, todas ellas imparciales
y emitidas por personas enteradas en el difícil camino de la crítica de Arte.
Para Miguel Tarquis, autoridad en la materia, esta imagen, que data desde
el 29 de enero de 1639,«es una magnífica obra realista dé
Martín de Andújar, la mejor de las seis que de sus manos se conocen en
Tenerife».
Y pasa luego a estudiar con cierto detenimiento la imagen, con estas
palabras: «La cabeza del Señor está modelada con soltura y justeza, de amplias
formas; lo mismo que todo el cuerpo desnudo. Los ojos entornados, los párpados
marcados y la boca entreabierta dan a la imagen una imponente expresión de
dramatismo. El Cuerpo de Cristo es robusto y la anatomía está estudiada del
natural. La escultura acusa gran influencia montañesina, pero no inspirada en
el Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla, de suave modelado, sino en
las obras más barrocas de la última década de Martínez Montañés».
El otro Tarquis, Pedro, después de estudiar detenidamente el retablo mayor
de Santa Ana que construyó Andújar y que el volcán de 1706 se encargó de
devorar implacablemente, dice que en tal retablo se colocó el Crucificado del
propio Andújar «sobresaliente obra que se encuentra, sin duda, entre
los mejores Crucificados que tenemos en los templos de Tenerife...».
Pero quien ha estudiado con más amplitud y mayor detenimiento esta imagen
es el tantas veces mencionado profesor Martínez de la Peña, a quien se debe el
más importante trabajo de investigación que se ha dado a conocer en Canarias
sobre la figura de Martín de Andújar, no sólo en lo referido a su estancia en
Tenerife, sino antes y después de ella. De su espléndido trabajo ofrecemos, en
extracto, estas palabras:
«Sin estridencias de ningún género y con hondura de
sentimiento religioso, Andújar añade al naturalismo de la escuela los valores
humanos y realistas propios de] barroco... Prefiere volver a los valores
montañesinos...
El Señor se nos muestra con la cabeza muy inclinada,
sin vida, sin retorcimientos ni contrastes violentos... con un modelado suave,
sin brusquedades; que mueva a compasión, pero que no crispe...».
El estudio del doctor Martínez de la Peña es amplio, hecho en profundidad.
Afirma que no fue construido el Cristo para ocupar un lugar cualquiera, sino el
ático del retablo, por lo que su artífice esculpió el rostro de modo que,
visto desde abajo, pudiera contemplarse «su boca entreabierta
y los ojos entornados, de mirada perdida que contribuye a dar una perfecta
sensación cadavérica, pero sin descomponer el rostro».
El Cristo, como es lógico, cobra una dimensión diferente, más dramática,
cuando se le ve desde cerca. No es de extrañar, pues, que en la calle y a la
distancia media que nos da la altura de la cruz las miradas se claven en él, y
se escuchen en cada esquina, en cada azotea, en cada balcón, los comentarios
más elogiosos, cuando no es el silencio más expresivo quien dicta las opiniones
que no se escuchan, pero que se sienten.
Podríamos ampliar aún más las opiniones elogiosas hacia esta indudable
obra de arte, pero en aras de una brevedad necesaria pasaremos a estudiar
otras imágenes para completar este cortejo de 20 pasos que integran la más
espectacular procesión de Garachico, aunque no sea, tal Vez, la más importante
de cuantas se organizan en la Semana Santa.
Con esta imagen ha habido más de una confusión, como ha ocurrido en otros
lugares de la geografía isleña, porque no parecen estar claras las diferencias
que hay entre un Ecce-Homo y el Gran Poder de Dios. Incluso entre éstos y el
Señor de la Humildad y Paciencia. Las diferencias, que para algunos parecen
sustanciales, para otros no son suficientes. Pues bien: en Garachico aparecen
datos desperdigados sobre una imagen del Gran Poder de la que nada sabemos, a
no ser que se trate de la que hoy custodian las concepcionistas y que es la
que, como Ecce-Homo, desfila en el Viernes Santo.
Esta imagen tiene el cuerpo desnudo, aunque lleva sobre sus hombros una
pequeña capa. Tiene una caña o vara de plata en la mano y se halla sentado,
coronado de espinas, con un cordón dorado que parte del cuello y se ata a sus
muñecas. Ha sido restaurado recientemente, lo que ha propiciado su vuelta a los
cortejos procesionales, de donde había estado ausente a causa de su indudable
deterioro.
La primera noticia que de esta advocación tenemos al respecto data de 1618,
cuando un vecino donó a la parroquia una imagen del Ecce-Homo. Pero hemos de
aclarar que se trata de un cuadro pintado al óleo 81. Un siglo después, el 6 de
abril de 1718, se concede por parte de los franciscanos a los vecinos Baltasar
Padilla y Ana Francisca el permiso necesario para fabricar un altar y «colocar
en el dicho sitio a Cristo del Gran Poder de Dios y las demás imágenes de su
devoción». Se contestaba así afirmativamente a la petición que los citados
vecinos habían formulado en tal sentido, después de comprometerse a «la
conservación, aseo y reparos del dicho altar y se ha de hacer una fiesta, con
víspera y Misa cantada».
Finalmente se habla de un Ecce-Homo del convento de monjas en el quinto
inventario que se realizó en tal convento, con fecha 11 de enero de 1820,
siguiendo órdenes de la autoridad civil. En tal inventario se lee: «El otro altar, de San
Cayetano: la imagen de este Santo, San Juan, San Nicolás de Tolentino y la del
Poder de Dios; un Resucitado pequeñito».
Nos inclinamos a creer que este Gran Poder de Dios es el Ecce - Homo que
las concepcionistas guardan hoy en su convento y que sale procesionalmente el
Viernes Santo.
CRISTO DE LA SALUD: Es éste un Crucificado de desconocido
origen, que ha pasado de la devoción al olvido, para venir de nuevo a un primer
plano, a raíz de haber sufrido un aparatoso deterioro en situación espectacular
y negativa.
Perteneció a la Venerable Orden Tercera y estuvo -al menos en el siglo
XVIII- en el convento de los PP franciscanos. Por lo menos sabemos de su
existencia en 1750, porque en tal fecha «...en él altar mayor
se puso un sitial de brocatel y se colocó en él el Santísimo Cristo, poniéndole
por advocación el Señor de la Salud, que estaba sin culto debido en la Capilla
de los Terciarios. Va teniendo mucho culto».
Obsérvese que existía en 1750, pero no hay noticia de cuando llegó a
Garachico. Parece, de todos modos, imagen del XVIII. Y obsérvese también que se
habla del altar mayor, coincidiendo en este detalle Fraile Diego de Inchaurbe y
Pedro Tarquis. Pero Miguel Tarquis opina que estaba en el retablo de la Capilla
de la Vera Cruz o Misericordia. Esta opinión nos llevaría a aceptar la
existencia de dos imágenes de Cristo en el mismo retablo, si de verdad estaba
allí también el Cristo de la Columna; o el Señor Preso, como se ha visto al
hablar del martes y miércoles Santos. El problema estriba en que, una vez ocurrida
la desamortización de Mendizábal, los párrocos de Santa Ana, por falta de
dependencias adecuadas, iban guardando las imágenes en San Francisco, unas
veces al culto y en ocasiones fuera de él, según el estado de conservación.
Ocurrida la desamortización y al crearse el cementerio municipal de
Garachico se llevó allí, junto a San José y Santo Tomás de Villanueva, este
Cristo de la Salud. En la capilla del camposanto permaneció durante casi medio
siglo, hasta que, recientemente -víspera de la fiesta de Santiago de 1983-
apareció roto en el suelo, con los brazos sueltos, por haberse desprendido de
la cruz en que se hallaba. La humedad había hecho antes estragos en las
imágenes de Santo Tomás de Villanueva y San José, pero al Cristo le tocó la
peor parte.
Se formó entonces una comisión de vecinos (al autor de esta publicación le
cupo el honor de pertenecer a ella) para acometer los trabajos de restauración.
Se hizo el encargo a Ezequiel de León. Fue un encargo doble porque también
habría de restaurar el Cristo de la Misericordia, seriamente deteriorado por
causas de su antigüedad y de la materia de que está fabricado. Se adquirió
entonces un nuevo Crucificado, de menor tamaño, en una casa especializada de la
Península, se le puso la advocación de Cristo de la Buena Muerte y se le llevó
a la capilla del cementerio para que el Cristo de la Salud, ya debidamente
restaurado, volviera a San Francisco, donde permanece todo el año, salvo el
Viernes Santo, en que forma parte de las procesiones de Semana Santa.
La imagen llama poderosamente la atención, tal vez no tanto por su aspecto
artístico como por el modo en que hace su desfile procesional, clavado en una
cruz, pero no en sentido vertical, sino horizontal, sin basa o trono,
descansando cada uno de los brazos de la cruz en los hombros de los cargadores
o costaleros.
La imagen, gracias al accidente sufrido, ha vuelto a recuperar su puesto en
el templo franciscano, concretamente en la capilla del presbiterio, flanqueada
por los Santos Varones que estuvieron algún tiempo en el oratorio de Ponte, y
que nada tienen que ver con los, que intervienen en las procesiones. De éstos vamos
a ocuparnos ahora.
SANTOS VARONES: Curiosamente, José de Arimatea y
Nicodemus aparecen representados en Garachico por partida doble. Pero nosotros
queremos referirnos a los que se custodian en la parroquia matriz. Son
imágenes de vestir, de tamaño bastante mayor que el natural. Sus vestiduras
llaman poderosamente la atención por su aspecto, tan diferente a las de las
demás imágenes. Parecen ser obra del siglo XVII y nos inclinamos a creer que no
han salido de la gubia de artistas locales. Su aspecto en nada se parece a las
obras de Andújar, Alonso y García Ravelo. Estos Santos Varones han sido
elogiados por el marqués de Lozoya cuando, siendo director general de Bellas
Artes, visitó la Villa con cierto detenimiento. Las imágenes, que hasta hace
pocos años salían en procesión en tronos separados, lo hacen hoy en uno común,
junto a una cruz en la que aparecen los atributos de la Pasión.
LA SANTA CRUZ: Esta Santa Cruz, a quien todos en Garachico conocen
como la cruz de plata es, en realidad, de madera, cubierta con láminas de
níquel en las que se han grabado hermosos dibujos. La cruz descansa sobre un
trono espléndido, también de níquel, con unos candelabros artísticamente
confeccionados.
Existió antiguamente una auténtica cruz de plata, que pasó de San Francisco
al Hospital y del Hospital a la capilla de la Hermandad de la Misericordia.
Pero no quedan vestigios de esta obra, que debió ser muy interesante. En la que
hoy forma parte de los cortejos procesionales de Semana Santa suele salir
Crucificado el Cristo de la Misericordia, pero no en los días de la Semana
Mayor en la que aparece yacente, sino durante sus fiestas de septiembre, hoy
convertidas en lústrales.
LA DOLOROSA O SOLEDAD: Finalmente, este desfile de imágenes se
cierra con la Dolorosa de Rodríguez de la Oliva, hoy en el oratorio de Ponte y
a la que todos conocemos como la Soledad.
Es ésta una obra excepcional. Una de las principales figuras que salen en
Semana Santa en el Archipiélago. Así ha sido considerada siempre por todos los
historiadores y cronistas de distintas épocas, para quienes no hay la más
ligera duda a la hora de señalar el nombre de su autor. Según la profesora
universitaria Carmen Fraga «...es el ejemplo más convincente de la
producción artística de «El Moño», para demostrar su actividad como escultor y
pintor; pues a diferencia de otras ocasiones, aquí cuida la expresividad y la
talla de las manos, cual si fuera una de sus pinturas».
El autor consiguió, con una visión de acusado realismo, dar al rostro de la
Virgen una expresión de sosegado dolor, que conmueve profundamente. Pero es un
dolor sin estridencias. Lo dice la propia Carmen Fraga: «...sin aspavientos,
pero de manera convincente, únicamente con la línea de las cejas... sin que el
puñal de plata sirva para otra cosa que no sea el símbolo iconográfico. En unas
pautas barrocas, plenamente setecentistas, se alcanza el efecto buscado por el
imaginero».
El elevado nivel artístico de la imagen y la perfección de su modelado
llamaron la atención de Pedro Tarquis, para quien se trata de una sobresaliente
talla de vestir, casi idéntica de la celebrada Dolorosa del mismo autor (se
refiere, obviamente, a Rodríguez de la Oliva) que estaba en la iglesia del
Espíritu Santo (San Agustín) de La Laguna. Esta talla es comparable a las mejores
Dolorosas que produjo la imaginería del Archipiélago en todos los
tiempos. «Y quizá las supere por belleza de ejecución, de manera muy distinta a las
del imaginero de Guía de Gran Canaria, D. José Luján Pérez, sin apurar tanto el
estilo».
Miguel Tarquis, por su parte, tiene una opinión sobre la imagen que en poco
se diferencia de las anteriores, tanto a la hora de celebrar su alto valor
artístico, como al detalle, muy significativo, de que el dolor de la Virgen
esté conseguido «sin los recursos usuales de patetismo».
En el aire queda un interrogante. ¿Fue siempre una imagen perteneciente al
oratorio o, como se dice en otro lugar por boca de terceras personas,
perteneció, como pertenece él Cristo, a la iglesia parroquial de Santa Ana?
No tiene el trono de la Virgen adornos excesivos, aunque resulta de
indudable elegancia y brillantez. El manto que lleva la imagen es corto, como
contraposición de los que llevan las otras Dolorosas.
Una vez estudiadas individualmente cada una de las imágenes volvemos con
la procesión, que llega a la parroquia después de que los principales pasos
hubieran entrado en la iglesia de las concepcionistas. Una vez en la parroquia,
comienza a celebrarse la ceremonia -emotiva ceremonia- del entierro de Cristo.
En el altar mayor, cubierto con velo negro, se ha instalado un sepulcro a
considerable altura. Se levanta su tapa, se inciensa su interior, se lleva al
Cristo desde su urna de yacente hasta el nuevo sepulcro, se levanta la imagen
en alto para que reciba la adoración de los fieles... La banda de música
entona el «Recuerdo a los muertos», de Francisco
González Ferrera y, después de mostrar de nuevo la imagen a los fieles, la tapa
del sepulcro baja con estrépito, mientras los fieles se santiguan y cesa
bruscamente la interpretación musical. Aunque la iglesia se encuentra rebosante
de fieles, él silencio es total porque ha sido la emoción quien ha presidido la
representación dramática que supone la ceremonia.
Poco a poco los fieles abandonan el templo. Se quedan unos grupos de personas
que acompañarán a la Virgen hasta su retiro, pero sin que la procesión tenga
carácter de tal. Se lleva la imagen por una calle secundaria, lateral a la
iglesia; una calle que, curiosamente, lleva el nombre de Francisco Martínez de
Fuentes, aquel beneficiado dé Santa Ana que, en el pasado siglo, se opuso a que
el Cristo de la Misericordia fuera trasladado al oratorio. Aquel beneficiado
que afirmaba, sin temores, que la Dolorosa y las demás imágenes pertenecían a
la parroquia y no a la capilla de la familia Prieto.
El grupo de personas que acompañan a la Virgen suben hasta la capilla,
rezan una oración y se despiden. Luego, ya en la iglesia, se saca al Cristo del
sepulcro y se le coloca en su capilla, donde va a permanecer todo el año. Pero
antes, con cuidado, con unción, con amor creciente, se pasarán por su cuerpo
rosarios y medallas. Y se repartirán, entre todos los presentes, los trozos de
algodón que, para evitar rozaduras y deterioros, se colocan en el interior de
la urna, entre los brazos y el cuerpo del Señor.
Es la penúltima representación dramática de la Pasión. Atrás han quedado
los litigios y las ambiciones; la incomprensión y los enfrentamientos. Los
beneficiados siguen hoy llevando sobre sus hombros la preciosa carga del Cristo
desde la Parroquia hasta el oratorio. Y los fieles, todos los fieles sin
excepción, aceptan como válida la costumbre. Incluso se siente como un orgullo
de mantener en la actualidad una costumbre centenaria, que parece ser única en
él Archipiélago.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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