El amigo de la Villa de La Orotava: PEDRO
HERNÁNDEZ MURILLO, remitió entonces (25/06/2019) a través del gabinete de
prensa del Excelentísimo Ayuntamiento de la Villa de La Orotava, estas notas
correspondientes al Pregón de LAS FIESTAS MAYORES DE LA VILLA DE LA OROTAVA 2019:
“…Señor alcalde, Señores miembros de la Corporación municipal, Autoridades,
Reina de Las Fiestas, Romera Mayor, señoras y señores, queridos vecinos y
vecinas,
Fue de madrugada, a una hora muy temprana,
cuando en los estudios de Radio Club Tenerife de la Cadena SER, el Señor
alcalde, D. Francisco Linares, tras una entrevista a esas horas intempestivas
que marca la radio, me lanzó el reto de ser pregonero de las Fiestas de la
Villa. Para mí, como para cualquiera que haya nacido o vivido bajo el amparo de
este valle, vigilado por nuestro afortunadamente silente volcán somnoliento,
comparecer aquí en este acto supone una alegría sólo comparable a la
responsabilidad que conlleva hablar de un lugar especial e indispensable en mi
vida como es La Villa de La Orotava.
Emoción y responsabilidad, máxime cuando
uno repasa los logros y la altura intelectual de mis predecesores en este día,
en este atril y en este Palacio Consistorial. Cogiendo el testigo de Manuel Lorenzo
Perera, Manuel Hernández González, Cecilia Domínguez, Nicolás González Lemus,
Santiago González, Juan Bosco y Juan del Castillo, para quien, si me lo
permiten, quiero tener una mención especial pues si hay una senda del pregonero
en Canarias, es la que, con su enciclopédico saber, ha abierto durante décadas.
Un agradecimiento que le debo por mi familia y por hacerse eco en uno de sus
pregones de mi tesina doctoral, por aquel entonces en mantillas y
titubeante.
Cómo afrontar este pregón, cómo hablar de
mi pueblo, cómo contar La Orotava. Parafraseando a Juan del Casillo, la senda y
la tarea del pregonero, lejos de ser un ejercicio sencillo, se encuentra
plagado de dificultades. ¿Cómo no caer en la autocomplacencia o el chauvinismo
o en un malabarismo narcisista? Al fin caí en la cuenta de que todo se limita a
las palabras lo leído, a lo estudiado y lo vivido. Sirva como advertencia a mis
oyentes de que ésta es la visión de mi Villa, porque hay muchas. Tantas como
villeros y experiencias. Por lo tanto, lo que haré esta noche es hablarles de
mi mirada, desde la perspectiva de aquel que contempla, pues contemplar es algo
más que la mera visión, es entender o intentar vislumbrar una realidad. Esas
miradas en mi caso son tres: la mirada del poeta, la del historiador del arte y
la del periodista.
La primera me nació pronto. Y he caído en
la cuenta, redactando este texto, de que nunca le he dedicado unos versos a mi
pueblo porque tampoco soy poeta de paisajes o cosa que se le parezca, sin
embargo, La Villa está en el material genético de mi poesía. Es por así
decirlo, una parte importante de la biosfera de mi obra. Es el regreso y la
casa, con la comodidad y apego que sólo puede tener el hogar. Y, además, no
hace falta poema cuando ya lo escribió el maestro Pedro García Cabrera en sus
versos lapidarios y certeros cuando describió con perfección de entomólogo cómo
en la Villa se citaban el sí y el no: los dos lados de una realidad; la del
Farrobo y la de la endogámica de las Doce Casas. Así dice don Pedro García
Cabrera:
(…)
En cada aldaba hay el nudo
De una pared sin respuesta,
En los balcones del aire
La soledad que te acecha
Y en los pájaros que cantan,
La jaula de su condena.
Acampan todas las brechas.
Aquí los lares si lloran
Con lágrimas como piedras,
Que en la Orotava conmueve
El pecho de una belleza
Que oculta un río de fuego
Amortajado en las venas,
Pero las flores la salvan;
Las flores, que no recuerdan
Ser más que notas y ritmos
Del vals de la primavera;
Las flores, que son las ondas
Que emiten por sus antenas
Los sueños que no murieron
Y levantan la cabeza.
Y en este claro del bosque
Donde el sí y el no se encuentran
La flor redonda del día
Cierra el paso a la tristeza.
Y su valle de esperanza
Es como una cita abierta
Donde el volcán y la nieve
Echan la rodilla a tierra.
(…)
Mi mirada es la de la soledad de piedra, de
las partículas de luz rompiendo las ventanas, de los callejones de sombra, de
las miradas furtivas. Decía don Pedro que La Orotava es un castillo sin almenas,
pero ese castillo al fin ha sido mi refugio durante todos estos años. Así escribí un poema que recogí en mi primer
volumen de poesía que se llama “A modo de inventario” y que conjura lo que no
es otra cosa que esa Orotava del sueño y sanguínea que me identifica.
A modo de inventario
Mi casa tiene cinco balcones de sombra,
Tres gatos misteriosos y alcohólicos,
Seis musarañas altivas e ilustradas,
Nueve espejos, nueve, que se aparean con
las baldosas sin tino, torpes e implacables; siete mil listones de morera y tea
añeja de carcoma luminosa;
Seis o siete rosarios en gavetas olvidadas,
Una figura de perro porcelánico recobrada del
caos,
Una cómoda de abrazos,
Cuarenta alfombras de flores en las que
dormitan mujeres de bronce,
Un hatillo de siemprevivas muertas,
Varias lagunas de paradojas abiertas por el
nado de patos silenciosos,
Un cine,
Siete latas caducadas de tristeza, …
Varios propósitos de enmienda,
Un apósito de espuma para las jaquecas de
luna,
Una guerra sin librar con el abecedario.”
Y un pueblo misterioso y luminoso, por
descubrir entre la piedra y el mar.
Entre el mar y el volcán han transcurrido
los siglos, algunos luminosos otros sombríos. En las encrucijadas de la
historia, a lo largo de los siglos, los primero lugareños y luego villeros han
desarrollado lo que, Lorenzo Bruni definió en referencia a los florentinos del
Renacimiento como “orgullo cívico”. Un hecho por cierto con el que Miguel de
Unamuno, durante su exilio y visitas a nuestro pueblo ironizaba con esa feliz y
acertada pluma: decía Don Miguel en referencia a la aristocracia de las Doce
Casas, que “todos parecen ser descendientes de la pata del Cid”. Hay que reconocerlo. Sin entrar en la
polisemia de un concepto tan traído y llevado como el del “patria”, antes que
todo somos villeros para bien o para mal. Algunos textos nos dan una idea de
cómo eran aquellos, nuestros antepasados. Una de esas fuentes es la Semi
Historia de las Fundaciones , Residencias
o Colegios que tiene la Compañía de Jesús en las Islas Canarias. Su
autor, Mathias Pedro Sánchez, quien llega a Tenerife para ser nombrado Superior
del Colegio de la Compañía. Corría el año 1729. Aquel religioso granadino puso
negro sobre blanco el tortuoso devenir de su orden en las Islas pero se detiene
para relatar cómo eran los lugareños. No
me resisto a citar algunos fragmentos en donde las dos Orotava se perfilan de
forma meridiana y además nos da una idea de cómo era la sociedad orotavense del
dieciocho. Para empezar, parece que pacifica: “En La Orotava son tan frecuentes
las pendencias como en otros muchos pueblos, pero se logra allí una especie de
felicidad con eso. Todas las riñas se apaciguan sin efusión de sangre y, las
mas de las veces aun sin sacar la espada: la cual ninguno suele traer que no se
caballero. Lo que había de ser destemple de acero se lo arrebata la
destemplanza de las lenguas y luego cuando esas se han sacudido valientes
cuchilladas, a corta mediación de un tendereo u otro así de no especial
representación se retiran a sus casas”. Seguidamente concluye que en La Orotava
hay “largo de familias y corto de caudales” lo que crea pleitos eternos. No
tengo tiempo para extenderme en ese delicioso texto pero abunda aún más en las
diferencias sociales a principios del silgo XVIII: “los de arriba comen carnero
alimentados con hojas de malvasía aun los caballeros consumían carne de cabra a
diario o bien carnes saladas. Mientras que los de abajo, casi no comen carne,
pescado ni aún pan sino papas y algunas frutas. A un jornalero le pagaban ocho
cuartos y dos sardinas por un día de trabajo, pero gustan más del gofio que
mezclan con algún caldo de cabra, carnero, calabazas y batata y lo comen con
todos sus mandamientos en lugar de cuchara”.
Pero también en el camino de este pregonero
habla, observa y cuenta el historiador. A la sombra de grandes nombres como
Domingo Hernández Perera o Alfonso Trujillo. En mitad de este anfiteatro
milenario y vegetal del Valle, se yerguen huellas arquitectónicas aquilatadas y
ahítas de historia. El Farrobo con su
arquitectura doméstica y el centro con la monumentalidad de Manuel de Oraá o Mariano
Estanga.
Nadie duda, y si lo hacen, es porque no les
asiste el conocimiento preciso, que nuestro centro histórico es el mejor
conservado de Canarias.
Discurre adaptándose a la perfección a las
“pinas calles” que tanto disgustaron a Sabino Berthelot y es, en esa visión de
mirador, en esa vocación de promontorio, en donde nace nuestra villa de
empedrados, marcada por las constelaciones urbanísticas propias de los siglos
XVI y XVII con sus conventos e iglesias.
Con el efectismo casi escénico de La
Parroquía Matriz, la sobriedad de Santo
Domingo, la cajita de música labrada que es San Agustín, la timidez de El
Calvario y la belleza simple de San Juan, entre otras muchas. Pero la contemplación
no debe quedarse sólo en adjetivos, sino que se hace necesaria la reflexión y
la actuación. El despoblamiento del casco, la titánica tarea del mantenimiento
de tanto patrimonio sea público o privado precisan de actualización.
La arquitectura está al servicio del hombre
y toma su sentido en su medida, una tramoya vacía acaba por caerse por lo que
la implicación de todos y cada uno de los agentes sociales, incluidos los
propietarios, pueden hacer que nuestro casco histórico no se convierta en una
escultura congelada.
Pero lo que nos reúne hoy aquí son nuestras
fiestas, las fiestas de las flores y la romería de San Isidro.
Las alfombras siempre han estado en mi
vida, no así como artífice porque mi participación ha sido anecdótica ya que
nunca he tenido el don del dibujo. Pero sí su estudio y sobre todo formando
parte de mi infancia. Desde pequeño, la presencia de un alfombrista, de un
hombre bueno y a veces incomprensiblemente, al menos para mí, olvidado como
Pedro Hernández Méndez ha estado presente. Flotando en los minutos y las horas,
oliendo a creyón y pergamino, a acuarela y tinta. Ese fue el motivo por el cual
me propuse hacer la tesina doctoral sobre las alfombras, sus orígenes y
evolución y de ello paso a hablarles.
Tenemos la inmensa suerte de poseer un
tesoro artístico, inmaterial y efímero que reúne a miles de personas cada año.
Las alfombras suponen la mayor muestra de ese arte que se realiza en Canarias
por varias razones:
1. Los materiales que se utilizan, las tierras
de Las Cañadas del Teide que permite una paleta de casi una docena de colores;
2. La extensión de los tapices de la plaza,
con una superficie de 900 metros cuadrados y
3. La calidad artística.
Hay que resaltar que no es una práctica
autóctona y ni falta que hace, tal y como expliqué en mi tesina y en la
publicación resultante que logró ser ganadora del Premio de Investigación Histórica
Alfonso Trujillo hace ya mas de una década. Nunca debemos olvidar la ontología
de una muestra de arte efímero como nuestras alfombras de flores y tapices de
arena. Es decir, su razón de ser, el motivo por el que año tras año las
realizamos. Y ese motivo, no es otro que el ritual. Toda religión o creencia
tiene su constructo y su elemento vehicular y ese es el ritual. Desde los
indios navajos y tibetanos hasta las inforatas italianas o el inmenso tapiz de
la Grand Place de Bruselas, todo responde a un ritual. La calle es sacralizada,
se convierte en otra cosa, se activa por decirlo de alguna manera para el paso
de la divinidad. Y es al fin, un sacrificio a esa divinidad lo que las hace ser
efímeras. Una vez que son pisadas, solo son arenas y pétalos, pero antes fueron
sendas sagradas. La idea no es mía, ya los antropólogos como José Alcina Franch
y nuestro añorado Fernando Estévez, lo apuntaron. Afortunadamente el estudio de las alfombras
vive un buen momento. Hace 20 años, cuando comencé a estudiarlas existía muy
poca bibliografía al respecto que abordara el hecho alfombrístico, si me
permiten la expresión desde un punto de vista científico. Recuerdo el primer
día que entré al último piso de nuestra querida y por aquel entonces caótica
biblioteca municipal, en donde aún no se encontraba ordenada la prensa
histórica. Entre colinas de periódicos, me encontré a otro loco, D. Isidro de
León, quien desde entonces ha sido y es mi compañero de tertulias
alfombrísticas. Compartimos, imágenes, descubrimientos y también sinsabores y
muchos años después, con la investigación ya realizada y yo en otros menesteres,
él sigue con tesón admirable, recopilando fotografías, estudiando iconografías
e identificando alfombristas. Poco a poco, los investigadores comenzaron a
estudiar, a debatir e incluso en muchas ocasiones a enfrentarnos en polémicas,
que vistas desde la atalaya de los años nos dibujan una sonrisa. José María
Salamanca, José Rodríguez Maza todo un pionero en la investigación, por
supuesto un referente no solo en el estudio de la religiosidad popular sino en
historia canario-americana y todo un lujo el compartir ciudadanía con él. Manuel Hernández González, Nicolás Lemus, y
nuestro colega desgraciadamente fallecido, Sebastián Hernández González a quien
corresponde la responsabilidad de poner en marcha el Museo de las alfombras.
Todos y cada uno de ellos, han contribuido a que hoy conozcamos mejor nuestras
fiestas y debe ser un sólido cimiento para las generaciones futuras y para los
que componen y hacen posible nuestras alfombras. Primando, por encima de todo, la
concordia y el diálogo para que nuestras fiestas sigan siendo un
referente. La unidad de los alfombristas
y de todos aquellos que quieren las fiestas debe ser férrea y convertir el
Museo de las alfombras en un ejemplo, porque se lo debemos a los más de cien
años de historia. Hace mas de 15 años,
cuando comencé mi investigación académica nadie abordaba el arte efímero de las
alfombras como un fenómeno digno se ser estudiado desde la Universidad. El
adjetivo efímero no era empleado. Fue con esa tesina con la que pudo prodigarse
ese término, el efímero, y descubrimos que no éramos los únicos que realizábamos
alfombras de arenas naturales, también otras culturas como los indios navajos y
los tibetanos las confeccionaban, y fue entonces cuando, acertadamente se invitó
a una representación del Tíbet y pudimos disfrutar de sus Mandalas en la plaza
del Ayuntamiento. A partir de ahí se
pudo establecer un periodo de internacionalización de nuestras alfombras con la
celebración y participación en los congresos de arte efímero que contaron y
cuentan con muestras artísticas de Méjico, Guatemala, Bélgica, Roma o Japón. Pero
de todas esas representaciones, de las que repito no somos pioneros, ninguna
tiene la capacidad de reflejar técnicas artísticas propias de la pintura como
estudio de la luz, de las texturas y el uso de la perspectiva, todo ello en una
superficie inmensa más de 900 metros cuadrados y con el uso de tierras
naturales del Teide.
Las alfombras han tenido una evolución
centenaria. Desde aquella iniciativa de la familia de Monteverde en 1844 hasta nuestros días, los tapices han pasado
por muchas vicisitudes al albur de acontecimientos históricos. En muchas
ocasiones, en periodo de crisis, estuvieron a punto de no celebrarse como en
1918. El tesón, el amor por la fiesta han propiciado que lleguemos hasta donde
nos encontramos en la actualidad. Este año con una singular efeméride: la de la
primer tapiz confeccionado exclusivamente para que lo ollase las Andas del
Santísimo. No es la primera alfombras de la plaza, ya se había realizado una en
1905 pero sí es el primer tapiz para la Octava de Corpus. Un tapiz que medía 20
metros cuadrados y en el que podemos ver los clásicos tiques estilísticos de
Machado basados en su cultura libresca, fundamentalmente en los manuales de
arte ornamental. Pero también estamos a un año de otra efeméride que desvelo
aquí: el 11 de junio de 1920 Felipe Machado confeccionaba por primera vez el
primer tríptico que ocupó toda la plaza por aquel entonces bajo la denominación
de Alfonso XIII.
Si me permiten, ahora me gustaría hacer
algunas propuestas, una de ellas ya antigua y que he referido en prensa en
algún que otro momento a lo largo de los últimos años. En cuanto a la primera, me consta que se han
realizado esfuerzos para lograr que la UNESCO conceda el reconocimiento a
nuestros tapices como Patrimonio Intangible de la Humanidad, una idea que
apunté en el Simposio sobre Centros Históricos y Patrimonio Cultural organizado
por el CICOP en 2004. No me refiero aquí
a los tapices de flores naturales, que sin duda tienen un valor inestimable,
sino en la singularidad de nuestros tapices de arenas del Teide que son en
síntesis una muestra de arte efímero singular y que debe ser reconocida desde
ámbitos internacionales. Para ello, se hace necesario, como ya apunté
anteriormente, la unidad. Las fiestas las hacen los hombres y las mujeres de
esta Villa, su valor está inevitablemente unido al fervor o al cariño por esta
tradición que demuestran año tras año. Sin ellos, las alfombras simplemente no
se harían y la fiesta moriría. Ahora bien, debemos mantener esa llama y
ocuparnos de forma decidida a la promoción de los tapices en el exterior. Es
fundamental evitar personalismo o rencillas o roces absurdos entre los tapices
de flores y la plaza. Unidad es la palabra, y visión, visión de futuro para
poder llevar los tapices a otra dimensión, a subir un nuevo escalón como
hicieron en el pasado. Creo que la
promoción exterior debe ser una prioridad, pero una promoción medida. No llevar
las alfombras a cualquier lugar sino a eventos aquilatados, para dar un
mensaje: esto que ven aquí, esta muestra extraordinaria de pericia pictórica
sólo pueden disfrutarla en la octava del Corpus de la Villa de La Orotava. Las
alfombras, y me refiero a los tapices de tierra teidianas, deben salir poco
pero salir bien. Lejos quedan aquellas auténticas odiseas como las de Felipe
Machado y Benítez de Lugo, quien fue invitado junto con su equipo a realizar
una alfombra en la plaza de toros de Las Ventas en Madrid con motivo de las
bodas reales de Alfonso XIII y Victoria Enna de Battenberg. Salieron un 16 de
mayo de 1906, rumbo a las Palmas de Gran Canaria para tomar un correo que les
llevara hasta Cádiz con unos escasos tres barriles de brezo y sin un pétalo.
Cuando llegaron se declararon incapaces de alfombrar los 3000 metros cuadrados
de superficie de la plaza. Así que decidieron poner un toldo y pedir más brezo
y todas las flores que hubiera disponibles en la Villa y Corte. Trabajaron toda la noche del 1 al 2 de junio,
con arcos voltaicos y justo el día de la boda real una fuerte ventisca primaveral
madrileña borró la alfombra dejando a los que la prensa local tildó de
“jardineros”, absolutamente desconsolados. Esa primera alfombra fue histórica,
y pude recuperar el boceto entre la documentación que se conserva de Felipe
Machado y Benítez de Lugo. Las alfombras volverían a viajar, en la década de
los años 50 y 60 con Pedro Hernández Méndez alcanzando otro nivel de maestría y
perfección artística. Tanto Machado como Pedro Hernández pagaron aquellos
viajes y los gastos ocasionados de trasladar los materiales. Son sólo dos
ejemplos de aquellas alfombras pioneras, pero ejemplos importantes. Hoy en día,
es evidente que las coordenadas socioeconómicas son distintas. Los alfombristas
de la plaza deben cobrar por su trabajo puesto que se trata de una labor ardua
y especializada. Se trata de una
profesionalización que debe hacerse extensiva a otro de los pilares, que en mi
opinión debe guiarnos: el museo de las alfombras. Creo fervientemente que este
recurso, ahora centro de interpretación debe ser un elemento básico que aglutine
a todos los agentes que participan en la fiesta. Además, debe ser objeto de una
profunda renovación en cuanto a su concepto expositivo. Esa profesionalización
a la que me refiero consistiría en estructurar, no sólo un museo meramente de
exposición de obras, documentos o bocetos sino actuar en una doble vertiente:
la primera la de la investigación, búsqueda y conservación del material y, por
otra parte, la exposición dual, es decir, además de una exposición permanente
que aglutine lo más importante de la historia de nuestras alfombras, realizar
exposiciones monográficas dedicadas a los alfombristas más destacados y a los
aspectos a valorar de nuestras fiestas como el papel de la mujer en las
alfombras, de los cargadores de flores etc. Si logramos que el museo se
convierta en un eje vertebrador y un lugar común de encuentro creo que
lograremos una unidad necesaria e imprescindible entre los alfombristas, pero
para ello habría que profesionalizar la institución, dicho esto por supuesto,
con todo el respeto para los actuales gestores de la misma.
Hemos contraído una deuda con todos y cada
uno de los alfombristas de las calles, comenzando con Leonor de Monteverde y
también con los alfombristas pioneros: Felipe Machado y Benítez de Lugo, Manuel
Fernández Padrón, Rodolfo Rinaldi, Norberto Perera, Ambrosio Díaz, José María
Perdigón, Tomás Machado y Benítez de Lugo, Pedro Hernández Méndez, José
González Afonso y Ezequiel de León Domínguez. Todos ellos, y ahora de la mano
de Domingo Expósito González y de la pericia extraordinaria de Ezequiel de
León, nos han llevado hasta el siglo XXI con una fiesta preñada de futuro, pero
por la que debemos seguir luchando para su preservación.
PERIODISTICA.
Por último, termino con la mirada del
periodista. Si la historia de nuestra Villa, sería absurdo si lo negáramos, es
la historia del desencuentro del Si y el No, tal y como mencionaba García
Cabrera, hoy en día hemos cambiado.
Recuerdo una instantánea del magnífico
fotógrafo, Adalberto Benítez. En ella se representaba un pajar, a principios del
siglo XX. Una pareja de campesinos miraba con recelo a la cámara; sus ropas
estaban recosidas, arremangadas por el uso y justo al lado, una señora de mediana
edad con traje típico y cara sonriente. Aquella instantánea vino a dejarnos
nuevamente la cita del poeta, el encuentro entre el Si y el No. Hubo épocas, no
muy lejanas en las que, como diría Oliverio Girondo, se abrieron las compuertas
del llanto, en la Villa y en toda Canarias. En donde hubo profusión de lápidas
de niños por epidemias de meningitis porque no podían comprar el antibiótico de
estraperlo en los muelles. Donde hubo centros de detención, como el caso del
antiguo Teatro Power, o en las cercanías de la plaza Casañas.
Hoy en día, intentamos hacerle justicia y
creo que en esta ocasión también debemos recordar, al menos para reconfortar
los corazones, con la justicia que tardía a veces, se demora pero viene. Hoy en
día hemos cambiado. Creo que a mejor. Lejos de ponerme apocalíptico y de ser un
integrado descerebrado, qué duda cabe que hemos avanzado como sociedad.
Seguridad alimentaria, una atención sanitaria infinitamente mejorable, etc. Estamos
saliendo de unos años muy duros, extremadamente duros en todo el Estado pero
especialmente en Canarias. Los sueldos más bajos, las mayores tasas de pobreza,
especialmente sangrantes la infantil, desahucios y desempleo. Mienten los que
proclaman que cualquier tiempo pasado fue peor. No es cierto. Tenemos mejor salud y mas derechos que aquellos
canarios que contemplaban los tapices o bajaban en romería en 1919 o en 1970.
Por fortuna, los desencuentros del Sí y el
No de nuestra Villa se han terminado (cada vez son menores). Esa barrera antaño
infranqueable se ha disipado.
Pero hay peligros que siempre acechan, que
son comunes y ya casi atemporales: el desencuentro, la falta de diálogo, los
extremismos, el pensamiento único, el racismo, la falta de fraternidad y la
violencia de género que nos ha pegado muy duro este año. Con ello aprovecho para
recordar a las que ya no están, y ensalzar y reivindicar a todas las mujeres de
la Villa, por su papel y porque su lucha ha sido, es y será clave para el
progreso de nuestra sociedad. Nadie está exento de sufrir esas lacras y no
podía evitar mencionarlas aquí como última reflexión con el convencimiento de
que esas miradas que contemplarán en unas horas las alfombras y bajarán la
romería, tienen más esperanza y alegría que las de cualquier otro año.
Esta Villa nuestra, no sé por qué milagro o
suceso, ha parido arte. Quizás por la tristeza delicada de las piedras, los traspantajos;
las perspectivas de su arquitectura que te asaltan en paseos nocturnos, los
callejones de la memoria, no siempre feliz, no siempre amable, pero de una
fuerza inconmensurable.
Es un pueblo alegre de estruendoso
silencio, un lugar de poetas que miran al mar desde su promontorio, esa mirada
entre el azul y el desierto volcánico, entre el mar y la piedra.
Felices Fiestas, ¡Viva San Isidro Ladrador
y Santa María de la Cabeza! Buenas noches.
La Orotava, 25 de junio de 2019.
Pedro Murillo…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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