Fotografía de mi colección particular
tomada de mi cámara.
El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR
GARCÍA LLANOS, remitió entonces (11/06/2024), estas notas que tituló; “FUERZA
DE VOLCÁN, DULZURA DE CHOCOLATE”: “…La artista
Manón Ramos recibió a título póstumo el Gánigo de Honor que concede la
asociación cultural del mismo nombre. Fue su hijo, Enrique Sáenz, quien recogió
la distinción en medio del afecto y el respeto de simpatizantes y amigos que se
congregaron el pasado sábado en el parque etnográfico Pinolere (La Orotava).
El testimonio de Sáenz
sustanció la glosa que leímos durante el acto. Dijimos:
“Manón Ramos nació en un París
bullicioso e inquieto artísticamente, fruto del vínculo entre el escultor
canario Manuel Ramos y la suiza Marlys Haessig, aunque la fecha que figura en
su carnet de identidad sitúa su origen en Las Palmas de Gran Canaria el 18 de agosto
de 1927.
A caballo entre dos mundos casi
opuestos, su madre, suiza, de personalidad arrolladora, muy adelantada a su
época; su padre canario, escultor de carácter apacible y tranquilo, con esa
dosis de bohemio que tienen los artistas, pero a la vez con los pies en el
suelo, ofrecieron a su hija la posibilidad de acceder a un mundo de
creatividad, arte y formación, en una época donde las mujeres no disfrutaban ni
del reconocimiento ni del apoyo.
Esta mezcolanza conformó una
persona con la fuerza de un volcán y la dulzura del chocolate suizo, llamada
Manon. La familia no tardará en trasladarse a la isla de Gran Canaria, donde su
padre ejercerá una labor más silenciosa como artista, dedicándose también a la
formación de jóvenes aprendices, entre ellos Martín Chirino, que posteriormente
trabajaría como ayudante suyo en su estudio de Chamartín en Madrid.
Desde que Manon tuvo
consciencia, su ropa estuvo impregnada del olor a pintura, madera y barro.
Ciertamente, el olor del taller
de su padre era su fragancia favorita. En este momento, su vida la pasará entre
su barrio, Ciudad Jardín, el colegio Viera y Clavijo y el espacio de trabajo de
su padre. Ya desde una edad temprana, a unos escasos diez años, apuntaba
excelentes trazos de artista.
En el año 1945, su familia se
traslada a Madrid. Ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San
Fernando, donde su padre había estudiado veinticinco años antes. Allí conoce
como compañeros a los que serán grandes amigos de su vida, como César Manrique,
Paco Echauz, Alicia Iturrioz y Ricardo Macarrón, entre otros.
En 1950 cuando termina su
carrera de Bellas Artes, fue becada para ir a Santillana del Mar, exponiendo
sus obras en la Sala Proel de Santander, también fue seleccionada como una de
las artistas canarias para participar en la Bienal Hispanoamericana de Arte
celebrada en Madrid en 1951.
El destino quiso que en su
camino se cruzara con un hombre llamado Enrique Sáenz, médico riojano,
orotavense de corazón, quien se convertiría en su compañero de vida, padre de
sus hijos y el mayor apoyo.
Trasladando su residencia de
Madrid a La Orotava, Manon y Enrique formaron una familia. A partir de ahí
dedica su vida al hogar y la familia. Sin embargo, su marido siempre la animó a
pintar, enalteciendo sus capacidades y no dejando que su arte se esfumara.
Ya establecida en La Orotava,
entre otras obras, realizó en el año 1957 los carteles de la Octava del Corpus
y la Romería de San Isidro.
Participó, entre otras, en la
Exposición 96 “Las Doce”, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz
de Tenerife y en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz en
1965.
Más recientemente, y gracias a
la labor de la doctora en Historia del Arte, Yolanda Peralta, en la
retrospectiva de la exposición ‘Las Doce’ y en “La otra mitad: Mujeres artistas
en
Canarias”.
Manón Ramos, pintora prolífica
y mujer alegadora, como se definía ella. Su interés plástico, se centró en
retratos con colores vivos y sombras frías, así como bodegones con
trazo inconfundible, Manon se retrataba tal y como ella se percibía,
siempre bajo un sello de identidad propio, en el que sellaba su impronta
artística.
Entre sus obras hay una donde
ella plasmó un sueño. La puerta de su estudio abre directamente al mar de
nubes, donde el majestuoso Teide sobresale como isla dibujada en el horizonte.
Allí es donde estará ahora, paseando entre las nubes, dando pinceladas al cielo
de
las islas que tanto amó, para decidir quedarse en ellas eternamente.
Para terminar, la dedicatoria
de Manon escrita para una exposición en honor a su padre, es la mayor síntesis
del vínculo inmortal que existía entre ambos artistas. Escribe:
“Envejeciendo en este muelle de
la vida, esperaré el barco de la eternidad. Estarás allí, esperándome, con tu
sonrisa pícara y entonces serás tú el que, cogiendo mi mano, me conduzca a ese
mundo de fantasía donde los artistas tienen su alma y su Paz. Y como un
milagro, volveré a ser tu niña. Manón Ramos… Artista eterna."…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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