El amigo del Puerto de la
Cruz SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (07/09/2024) estas notas que
tituló; “OTAZZO, EN LA ETERNIDAD ARTÍSTICA”: “… (Presentación
en la tarde-noche de ayer, en la sala Lido, del Puerto de la Cruz, de una
exposición del genial pintor orotavense Atonio Otazzo, promovida por la
Fundación que lleva su nombre. Leímos el siguiente texto:)
Para afirmar que Antonio
Otazzo era un genio, baste echar un vistazo a cualquiera de sus obras aquí
expuestas y a las colecciones que hemos ido viendo desde que decidió donar
buena parte de su obra.
Le identificaron como el
“Dalí de América”. Acertaron.
“Primero estoy yo,
después está el
Universo.
Primero está el Arte,
después estoy yo.
Primero están los
Misterios
y el más allá.
...¡Ah, no! Pero
primero estás tú
porque sin ti
no hay arte, ni
Misterio, ni más allá.
Hoy me despertó un ángel
me miró y me habló.
Solo hoy creo en Dios”.
Son versos de su
autoría. Esencia de su creatividad pura, deleite poético más allá de los
lienzos porque está haciendo confesión de su personalidad, revuelta
misteriosamente. Pero hoy, cuando el ángel acude a despertarle, lo dice
abiertamente, en primera persona: solo hoy creo en Dios. Se sintió bendecido
tras un largo proceso vitalista de formación autodidacta en el que cultivó la
música, el dibujo y la pintura. Como tantos otros isleños, encontró en
Venezuela la tierra de promisión, donde pudo desarrollar su vida, halló
comprensión, después admiración. El artista se la ganó a pulso, con su apego
acentuado por las artes plásticas, reflejado en numerosas exposiciones y
entregas pictóricas y escultóricas. Aún le quedaba tiempo para ejercer como
profesor de guitarra en la escuela de música de la Sociedad de Amigos del Arte
de Cagua. Viajó a México en cuya sociedad se integra mientras las autoridades
políticas, los expertos y la crítica azteca se rinden a su originalidad.
En el catálogo de su
colección titulada “El arte que se comparte”, que pudimos contemplar el año
pasado, editado por el vicerrectorado de Cultura y Extensión Universitaria de
la Universidad de La Laguna, el profesor Jonás Armas Núñez, doctor en Historia del
Arte por esta Universidad, expresa lo que nos sigue pasando a todos, o a la
mayoría de muchos de nosotros: Antonio Otazzo sigue siendo un gran desconocido,
de ahí que nos apresuremos a ponderar iniciativas como esta convocatoria de la
Asociación Cultural que lleva el nombre de Otazzo/La Orotava, válida para
contrastar los valores, los poderes y las cualidades del artista, pletórico de
la sensibilidad y del pensamiento crítico e intelectual que depositó en sus
creaciones.
“Esta exposición es un
peldaño más hacia el justo conocimiento y reconocimiento del artista, cuyas
obras no dejarán indiferente a sus visitantes”, escribió el profesor Armas
Núñez, cuyas frases, por supuesto, siguen vigentes.
Otazzo, por otro lado,
habrá sido un emigrante más pero, desde luego, no es un artista cualquiera. Ha
atesorado pruebas y obras sobradas que lo certifican. Cuando regresó a su
tierra natal, en 1980, tenía que detenerse en Arafo, donde dejó una escultura
tributo a su abuelo, Aarón Luis Otazzo Marrero, fundador de la primera banda de
música que hermanaba así a los dos pueblos. El testimonio de Luis Perera Luis
es revelador y se explica por sí solo:
“Ese día, mi amada
madre, Luisa Perera –escribe emocionado- me acompañó para que conociera
personalmente a mi padre. Fue la primera vez que lo vi. Estuve todo un mes con
él, ayudándole a modelar y montar la escultura. La vena artística ya la sentía
en mi interior”.
La evocación no se
agota: “Recuerdo –dice- cuando pintamos en mi casa ‘Cristo crucificado’, (uno
de sus cuadros más apreciados). Ese día me encontraba en mi estudio pintando un
Teide de gran formato. En otra estancia, estaba él, vino a dar conmigo, y me
dijo de pintar el Cristo entre los dos. Yo me adapté rápido a su estilo de
pintura y disfruté, sobre todo, con los colores”. El resultado inspiró a Luis
Perera no una frase sino una auténtica máxima: “La vida es color y sin color no
hay vida”.
A propósito, el filósofo
y sociólogo Abel Ros ha dejado escrito, con el título Miradas dispersas, que “las
últimas tendencias del arte han dejado atrás a la
obra clásica”. Es verdad. Ahora, el espectador ya no es aquel turista que se
detenía delante de los lienzos en las salas de un museo. La contemplación ha
dado paso a la mirada dispersa. Estamos ante un artista que recoge las tesis de
Hegel, por ejemplo. El espíritu de la obra muestra las luces y sombras de su
tiempo. Existe, por tanto, una función crítica que va más allá del talento de
los genios. El arte, sigue Ros, ya no despierta las vísceras del visitante sino
su diálogo con la obra. Las instalaciones han sustituido a la pintura. Dentro
del minimalismo, el espectador ya no es un ente parado sino alguien que
transita, que se mueve, por la sala. Por una sala que recuerda a las fábricas
abandonadas. Fábricas de techos altos, paredes blancas y hierros oxidados. En
ese entorno, cualquiera interacciona con lo expuesto. Y lo expuesto no es otra
cosa que un realismo enmascarado de masilla inteligente.
Las últimas tendencias
del arte han dejado atrás a la obra clásica. Ahora, el
espectador ya no es aquel turista que se detenía delante de los lienzos en las
salas de un museo. La contemplación ha dado paso a la mirada dispersa. Existe,
por tanto, una función crítica que va más allá del talento de los genios. El
arte ya no despierta las vísceras del visitante sino su diálogo con la obra.
Las instalaciones han sustituido a la pintura.
El arte ha perdido el
ritual de antaño. Y ese ritual, sin embargo, no se ha perdido en la literatura.
Existe, por tanto, la pasividad del lector ante el objeto. Un objeto
rectangular que se sujeta con las manos, se mantiene perpendicular a la vista y
se contempla de izquierda a derecha. Así, una y otra página, hasta llegar a la
última. El lector debe mantener la mirada en la historia. No se parece en nada
al urbano que manifiesta cuando sale a la calle. Un urbano disperso, que anda
por las avenidas ante los ojos de cientos de rótulos comerciales. Ese alienado,
que diría Marx, vive atónito y alejado. Vive
con un déficit de atención permanente, que le impide la concentración. En ese
espacio, el contemporáneo quiere y no puede salir de su dispersión. Está
ocupado con los rituales de su móvil. Consume cientos de titulares que cambian
a cada instante. Lee comentarios en redes sociales y vive con decenas de
preocupaciones añadidas. En esta tragedia, muere el arte clásico. Muere la
adoración y la admiración por el artista.
El artista italiano,
Piero Manzoni, conocido por su enfoque irónico respeto al arte conceptual,
defendía que cada acto y producto que crea el cuerpo de un artista es una obra
de arte en sí, tanto si se elabora un cuadro como sus propios excrementos. El
polémico Manzoni, en efecto, criticó a la modernidad.
Con su obra "la mierda del artista", una mierda dentro de una lata,
quiso reivindicar un arte político y alejado del impresionismo. Un arte que
ponga contra las cuerdas a las miserias de la sociedad. Miserias como las que
criticaron los revolucionarios del 68 con sus carteles y grafitis. Ese arte,
maldita sea, es el que asoma la colita en algunos chiringuitos. Un arte
hiriente e inapropiado. Un arte que retrata el dolor por la adversidad. Y un
arte que saca a la palestra –en modo de performance e instalaciones- lo que ha
sido la lucha feminista, el movimiento obrero y la formalización de los
Derechos Humanos. Se pierde el genio. Se pierde la admiración por Van Gogh y
todos sus coetáneos. Y se pierde el interés por la técnica en la era de la
reproducibilidad. Ahora todo es reproducible. No existe la autenticidad de
antaño. ¿Dónde está el aura de la obra?, hay que preguntarse. Cualquiera puede
conseguir un facsímil del original. El arte ya no es un asunto de las élites,
sino una herramienta del indignado para esculpir su enfado.
Pero llegó el “Dalí de
América” y mandó a parar. Aquí hay veintitrés obras para acreditarlo. La suya
es una revolución artística como ha quedado de manifiesto en la denominada
morada de inigualable residencia turística, ‘by Eden Rentals’, una oportunidad
única de vivir en un museo, de alojarse… dentro de una obra de arte. Ahí se
contempla todo el esplendor de la creatividad de Otazzo. Su peculiar
sentido del arte y sus particulares e inconfundibles estilos de pintura le
caracterizaron. Una vez declaró en el diario español ‘El País’ que él era una
especie de vidente y alegó que el mismísimo Picasso se le aparecía vestido de
pantalón corto y franela blanca, mientras le decía que se convertiría en el
mejor pintor del mundo. Entre sus habilidades especiales, también llegó a
comentar que una vez sufrió una «hemorragia parapsicológica», donde perdió toda
su sangre, pero que no necesitó una transfusión.
La recepción del inmenso
legado de Otazzo, cuyo traslado fue gestionado por su nieto Luis Perera y su
amigo Luis Alonso, allí, en la sede del Museo Iberoamericano de Artesanía, el
enclave elegido, la recepción –decíamos- fue todo un acontecimiento. Unos
cuatrocientos cuadros y lienzos, treinta y una esculturas, más de quinientas
láminas y bocetos, cerca de mil libros de una biblioteca privada, algunos
escritos a mano, y otos objetos personales de valor como una cama de madera
tallada con incrustaciones de oro, estaban consignados en el contenedor que
transportaba la producción, las pertenencias y lo más personal de un artista
sin par que no pudo reprimir su emoción cuando agradeció, mediante videoconferencia,
aquella acogida que parte de su pueblo natal le dispensaba.
Algo más que un pintor.
Además de su notorio excentricismo expuesto a través de sus pinturas, el
artista también se destacó como filósofo, lo que puede notarse claramente por
su elaborada y poética forma de escribir en su sitio web. Adicionalmente,
Otazzo fue muralista, escultor, y algo que se
sale un poco del arte ilustrado: era poeta. No
obstante, él alegaba que no era necesariamente poesía, sino “solo un
suspiro que exhala en su torbellino creador, un refugio inspirador, un consuelo
en su trajinar mientras en su intimidad descansa”, según su
sitio web.
Aquella pose en el
autorretrato titulado ‘Su Majestad’ acaso condense las peculiaridades que el
nieto Luis Perera ha entresacado del arte de su abuelo: “Sentimental, generoso,
soñador, sensitivo, lleno de luces y de perfumes”.
Como parte de los actos
conmemorativos del septuagésimo aniversario de la declaración del Parque
Nacional del Teide, hay una exposición especial suya en la que ofrece su visión
única del Teide. Esta serie destaca por su maestría en capturar la
majestuosidad, los valores y los paisajes del Teide y de la isla, desde los
tonos rojizos del atardecer sobre sus formaciones rocosas y su vegetación
especial, como tajinastes y retamas, hasta la representación de su rol como
fuente de vida, junto con las inquietudes del artista.
Estamos pues ante otro
canario universal, ante un orotavense singular cuyos versos intimistas dejó el
pasado mes de julio en el parque Cultural doña Chana:
"Desapareceré, como
un perfume en el agua/ como un bálsamo en el aire, ¡pero mi obra queda! / Cual
rebelde profeta que no se rindió jamás”.
Una cruel muerte nos
arrebató a Otazzo en Venezuela. Se fue la persona pero queda su obra y la
Asociación Cultural que lleva su nombre para seguir luchando por disponer de un
espacio permanente que permita conocer y difundir la vida y obra de un
polifacético universal a quien el crítico venezolano Jorge Ortega dedicó un
bello texto que reproducimos parcialmente para terminar. Dice así:
“Cada arruga de su
rostro, cada pliegue que adquirió con el vertiginoso paso del tiempo, las
manchas en sus manos, aquellas que delineaban los 91 años de un alma
engrandecida, excéntrica e irreverente, llena de locuras, de experiencias
buenas y malas, de aciertos y desaciertos como a todos nos ocurre, fueron
dibujadas y matizadas por el camino que en vida decidió tomar.
Fue así, entre paletas
de colores únicos y fantásticos, entre óleos delirantes y acuarelas
desafiantes, que un hombre, un artista, deslizó sobre la vida sus sueños, con
el ímpetu que enarbolan la locura y la pasión, segregando con euforia aquello
que amaba: su arte.
Sus ilusiones, sus
pinceles, ya no estamos seguros si empleados como herramientas artísticas o
armas de denuncia, enaltecieron su alma y fue el orgullo de las Islas Canarias
donde por primera vez vio esa luz que lo acompañaría por siempre. Y le dio
orgullo también a esta Venezuela, otrora hermosa y gentil, que lo enamoró y en
la que por más de sesenta años vivió feliz sin imaginar que, cansado y llegando
al final de su tiempo, su desenlace sería cruel e inmerecido.
Sí, Antonio Otazzo era
pintor y no uno cualquiera. Uno talentoso y extraño que decidió ejercer una
profesión romántica. Aunque lo hizo diferente, de manera excéntrica, como debe
ser, ya que junto a la música, escultura y poesía, que también lo apasionaron,
es de las actividades que más tiene que ver con el corazón, el arte de amar y
de crear.
Maestro Otazzo, tenía
razón cuando afirmó que “el mundo está lleno de maldad” y el culto que a la
muerte le tuvo en vida, hoy es parte de su existencia.
Maestro, con vergüenza y
tristeza, Venezuela le dice adiós. Se llevará con usted la esencia de la Vía
Láctea, la que pintó en el techo de la sala de su casa, en donde
permitía que proyectos irreverentes se concretaran sobre lienzos virginales. Se
llevará no su piano de cola, sino los acordes que con sus manos no volverán a
ser tocados porque el sentimiento que usted les imprimía eran únicos. Con su
muerte, la música enmudeció, los colores alegres se vistieron de luto y el
arte, hasta que los culpables paguen, quedará con la balanza desnivelada,
inclinada hacia el lado del mal como ha estado durante más de veinte años. Pero
tenemos la esperanza de que su Bolívar pensante, esa obra que lo llenó
de fama y orgullo en una época donde aún existía el respeto y la libertad,
logre ver la justicia desde el mutismo de su marco”.
Otazzo, desde luego, se
ganó a pulso su puesto en la eternidad artística…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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