sábado, 1 de enero de 2022

HACE YA UNOS AÑOS

Fotografía referente al acto que se realizaba en fechas previas a la conmemoración de los Fieles Difuntos o Finados teniendo como objetivo repartir la bendición por las casas mediante la aspersión de agua bendita y besar el portapaz cada uno de los miembros de la familia.

Para ello, se trasladaban tres monaguillos o "monigotes" con acetre, hisopo, portapaz y una caja con el que recaudaban donativos. En muchos de los casos, el donativo se realizaba en especie: frutas, en especial castañas y otro tipo de viandas.

Tras un largo recorrido por la jurisdicción parroquial, dichos monaguillos se repartían el donativo entre ellos y el sacristán.

Para ilustrarla hemos escogido una fotografía cedida expresamente para esta publicación perteneciente a la colección particular de D. Félix Hernández Álvarez, al cual podemos ver en el extremo izquierdo de la misma, Manolo (¿?) que lleva el portapaz y un pañuelo con el que limpiarlo tras haberlo besado y Javier Pérez Hernández. A sus pies se encuentra el acetre e hisopo, ambas piezas conservadas en el Tesoro parroquial. Esta instantánea fue realizada a finales de la década de 1940…”

 

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se titula “HACE YA UNOS AÑOS, referente a recuerdos de su infancia, y de su adolescencia: “…Hoy me viene a la memoria otros recuerdos de mi infancia, y de mi adolescencia, siendo niño de ir el domingo de Pascua de Resurrección, a la iglesia de San Juan con una botella para buscar el agua bendita. Desde la torre votaban estampas, corríamos todos los chicos a cogerlas, nos peleábamos y yo venía para mi casa llorando sin el agua bendita porque me había roto la botella y sin las estampas. También recuerdo que cuando estábamos jugando en la calle, sentimos una campanilla y nos anunciaba que venía el cura vestido de el alba, y acompañado de un monaguillo que era el que tocaba la campanilla que iban a llevarle el Señor, a algún enfermo y nosotros nos arrodillábamos al pasar. También, por el día de finados venían los monaguillos por las casas con la Paz de Dios rociando con el agua bendita por toda la casa y a Jerónimo como sacristán apuntando los responsos, para decírselo a los difuntos en el cementerio, y de eso tengo una anécdota. Cuando llegué a mi casa le digo a mi padre: “¿Ernesto, cuántos responsos le apunto a tus padres?”. Mi padre que no creía en nada de eso, le pregunto qué cuantos le decían a los que estaban a los lados y le contestó que cuatro y sonriendo le dijo: “dile al cura que se los diga en voz alta para que mis padres lo escuchen”. Cuando se moría alguien venía el beneficio al encuentro del entierro. Por aquel tiempo no teníamos funerarias, las cajas las hacían los carpinteros, en especial el Maestro Paco, el aprovechaba las cajas de madera, donde venía la mercancía de la Península las forraba con alquitrán negro, le ponía cuatro abrazaderas y un crucifijo los cuales se lo quitaba de la caja antes de enterrarlo y se los llevaba para otra ocasión. También recuerdo un jarandin que, en una caja colgada del cuello pasaba casi todas las semanas, por la calle parecía un pequeño bazar (mercería) llevaba desde alfileres, cinta blanca, tijeras, elásticos, en fin, hasta piedras de mechero, etc. Recuerdo que me llamó y me dijo “dile a tu madre que si tiene duros de plata que se los pago bien”, yo no sabía a qué se refería y se lo dije a mi madre. En aquel tiempo eran muy solicitados y me explico el valor que tenían, era muy simpático y de bobo nada, porque hacía negocio por los dos lados, también pasaban unos catalanes que gritaban el Palito de la raza que viene de tarraza, portaban en un palo tres cortes de trajes, por cierto muy malos, pero a simple vista parecían más, tenían un arte que engañaban a todos, entre ellos a mi padre todavía recuerdo ver la cara de mi madre cuando mi padre creyendo que había hecho una ganga apareció con los trajes, le dijo: “te engañaron”, cuya tela termino mi madre haciendo pantalones cortos para chicos, para que los vendiera mi hermana Onelia en la venta del Camino de Chasna, otro que pasaba por las calles era un alañador que alañaba los lebrillos y platos que se rompían. ¡Madre mía que tiempos! Lo mismo que a los carderos que se salían, les tapaban los agujeros con un remache y listo perico, también les llevábamos los paraguas para que los arreglarán, a la casa de Doña María y su hija Mencias, mujer e hija del relojero (Pancho el mil reales) y en la calle del Agua (hoy Tomas Zerolo) vivía el latonero Don Antonio Lima que con las latas vacías del aceite, de leche condensada, de melocotón y de sardinas que venían en latas redondas grandes, las convertía de forma artesanal, en regadores, cacharras para el petróleo, jarros, capuchinas, palmatorias y de las tapas de los bidones los platos para las cocinillas, muy bien logrados. Las vendíamos en la venta de mis padres, por aquel tiempo, coño que locura vinieron las novelas de entrega por las casas, todas las mujeres pendientes. De la siguiente entrega comentando todos aquellos follones, parecían el sálvame de hoy, en la calle no se oía hablar de otra cosa que de las dichosas novelas, si amigos así fue como yo lo viví, tengo algo más que lo contaré en otra ocasión. Si Dios me lo permite…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL


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