El amigo del Puerto de
la Cruz; MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ, remitió entonces (01/11/2014) estas notas que
tituló; “DE
AYER Y DE HOY DEL KENNEDY QUE YACE EN EL CEMENTERIO DEL PUERTO DE LA CRUZ”: “…A escasos metros de la puerta de entrada presidida por el
símbolo de la Cruz
y a sólo ocho tumbas por la izquierda del paseo central del cementerio católico
de esta ciudad, existe un sepulcro de sencilla y vieja losa con la siguiente
inscripción: “Edward F. Kennedy. Falleció el 30 de noviembre de 1902” Y a la cabecera
otra lápida breve y vertical donde reza: “Federico Hahn-Echenagucia. Nació
13-8-1860. Murió 28-12-1889. Su recuerdo vivirá eternamente en nuestros
corazones”.
¿Quién fue este Kennedy que aparece enterrado en el cementerio
del Puerto de la Cruz?
¿Acaso guarda alguna relación con aquel otro Kennedy llegado a Boston desde
Irlanda en 1840 y sus descendientes, uno de los cuales, John Fitzgerald
Kennedy, ocupó la Casa
Blanca como 35º presidente de E.U.A.?
Aunque no he podido profundizar hasta aclarar estos hipotéticos
interrogantes ( aparte de la también rama británica Kennedy asentada por estos
lares), lo cierto es que éstas y otras conjeturas se barajaron a raíz del
crimen que conmovió a todo el mundo el 22 de noviembre de 1963 en Dallas
(Texas), en inusitada polémica a punta de pluma protagonizada por los
intelectuales Luís Castañeda Concepción (1905-1973) y Antonio Ruiz
Álvarez (1919-1973) acerca del origen y la identidad del Kennedy sepultado a la
orilla del mar del valle de La
Orotava. Las páginas del desaparecido vespertino “La Tarde” fue el campo de
batalla de las opuestas versiones aireadas con galanura y sátira en defensa de
la teoría de cada uno de ellos, siendo precisa la intervención del director del
rotativo Víctor Zurita y Soler para poner paz y punto final a la pública
controversia.
De muy poco sirvió la discusión como argumento revelador de la
auténtica personalidad de aquel Kennedy. Sin embargo, despertó la curiosidad de
la gente que se acercó incluso desde varios puntos de la isla tinerfeña a
contemplar “in situ” el sepulcro que llevaba el apellido del presidente
norteamericano abatido en su recorrido a lo largo de Main Sreet. De todo
aquello se creó una conciencia solidaria: desde entonces, manos generosas y
anónimas comenzaron a depositar flores…y tal vez elevaran alguna que otra oración.
En el Día de Finados una cruz floral era el más vivo símbolo de la ya
tradicional ofrenda. En el momento de esta publicación ese acto piadoso no
sucede.
Desde aquel fatídico día de Dallas han trascurrido 45 años. En
1991 consulté unos documentos que me aportaron la información necesaria
para conocer mejor al personaje objeto de este artículo.
Edward Frederic Kennedy, oriundo de Alemania, llegó procedente
de la capital y puerto de Hamburgo, de donde era vecino, en la década de los
ochenta del siglo XIX, para establecerse en el Puerto de la Cruz donde se dedicó al
comercio. Al menos se sabe que en los años 87 y 88 de dicho siglo desarrollaba
actividades mercantiles y operaba con la Península. También
que por escritura otorgada ante Agustín Delgado y García, notario del Ilustre
Colegio de Las Palmas de esta provincia de Canarias y del Distrito de La Orotava con residencia en
el Puerto de la Cruz,
constituyó sociedad Regular Colectiva, bajo la razón social “Kennedy y Reverón”
con Antonio Reverón Oramas.
Parece ser que vivió en solitario y que la llegada de su tío,
Federico Hahn Echenagucia, hermano de su madre, al cual alojó en su casa,
circunstancialmente, ya que se debió a razones de salud, pese a su juventud,
pues sólo contaba con 28 años de edad cuando murió en 1889. El fallecimiento de
este familiar movió a Edward F. Kennedy a adquirir en propiedad el terreno para
construir una sepultura, lo que hizo el 10 de mayo de 1890, mediante desembolso
al ayuntamiento constitucional de 80 pesetas, cuya carta de pago bajo número 58
aparece suscrita por los siguientes: Depositario, Diego de Arroyo y Soto;
alcalde, Luís González de Chaves y Fernández; secretario, Esteban Rodríguez, y
regidor interventor, Martín Hidalgo. Fueron sus padres Conald Kennedy y Armanda
María Emilia Hahn, que era viuda en 1901 y sobrevivió a su hijo Edward. A la
hora del fallecimiento de éste, ocurrido en 1902 en el Puerto de la Cruz, el resto de la familia
estaba compuesto por los siguientes: Hermanos, Edgar, comerciante residente en
Londres; Malcolm Robert, Clara Elena, casada con Friedrich Loidwing Ernts
Loewnthal, comerciante; y Armanda María Kenney, sin profesión y soltera.
Al tener conocimiento su madre y hermanos del fallecimiento de
Edward F. Kenney, se trasladó ex profeso al Puerto de la Cruz desde Hamburgo con su
hermano Malcolm Robert, provisto de poder “amplio, cumplido y bastante”
concebido por la masa hereditaria y expedido el 27 y 29 de diciembre de 1902 en
la “ciudad libre y anseática de Hamburgo” ante el escribano público, Dr. en
Jurisprudencia Hans Rudolf Ratjen y los testigos Theodor Osckre y Wilhelm
Langohorste, debidamente legalizado por el Consulado General de España “en el
Imperio de Alemania” el 30 de diciembre de 1902 y por el subsecretario del
Ministerio de Estado, en Madrid, Marqués de Medina, el 7 de febrero de 1903,
así como rubricado por el notario Agustín Delgado y García el 21 de
febrero del mismo año.
Malcolm, que también era comerciante, se ocupó de los intereses
de su finado hermano, liquidación de bienes y disolución de la sociedad
“Kennedy y Reverón”. Este acto tuvo lugar el 21 de febrero de 1903 ante los
testigos Santiago Reyes y Melchor Luz Lima. Se procedió a la revisión y
comprobación de libros, documentos y papeles de la compañía en cuestión, resultando
por todo concepto de liquidación la cantidad de 22.822.69 pesetas que fue
entregada por A. Reverón a Malcolm Robert “en buenas monedas de plata del cuño
español y billetes del Banco de España usuales y corrientes”. No obstante, la
empresa siguió girando bajo la misma razón social, para lo cual quedó
autorizado el socio portuense “hasta que queden saldadas todas las cuentas
pendientes con distintas casas”. Con igual fecha se cursó circular a todas las
casas conocidas y personas con quienes se había efectuado negociaciones para
que tuvieran conocimiento de la transformación de la firma comercial.
El 7 de febrero de 1903, J. Ahlers y A. Reverón hicieron
entrega a M.R. Kennedy de cuatro billetes del Banco de Inglaterra de cinco
libras esterlinas cada uno, procedente de un certificado recibido en correos en
diciembre anterior. También de 3.766.50 pesetas que dichos señores encontraron
en la habitación del fallecido, en cuya cantidad están incluidas seis libras
esterlinas calculadas a la par.
Esto es cuanto he podido investigar acerca del hamburgués
sepultado a escasos metros de la entrada y a sólo ocho tumbas por el paseo
central del cementerio católico “San Carlos”, que, bien atraído por la
benignidad del clima y los paisajes naturales o por afán de lucro, se estableció
en el Puerto de la Cruz. Y
es que no todos regresan a sus países: unos echan raíces y crean hogar y
familia; otros se quedan, simple y llanamente, porque nunca se sabe dónde y
cuándo se rompe el hilo de la vida; por eso los muertos no tienen patria: son
siempre de esa necrópolis que es la Tierra…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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