En el mes de enero del 2012 me llegó la noticia del óbito de una gran
persona del Puerto de la Cruz, oriundo de la Villa de La Orotava concretamente
del popular Barrio de la Florida. Por eso se le llamó “DON JESÜS EL VILLERO”.
Para mí fue una grata persona intelectual y muy querida y respetada, una
enciclopedia del Puerto de la Cruz, siempre lo tuve a mi lado en el plató de la
Emisora local, siempre que hablábamos de su Puerto de la Cruz, de sus
carnavales, de sus fiestas mayores de sus hijos ilustres.
A don Jesús lo llamaría el maestro de los maestros, fue el hombre clave de
sacar a todos los portuenses de sus estudios, sus alumnos le tenían mucho
acatamiento. Defensor a ultranza de la Playa de Martiánez, donde se reunía con
varios amigos para jugar al fútbol o mejor a la pelota y luego darse sus baños
de rigor. No le gustó el trato humillante de tanta metamorfosis que sufrió
Martiánez y el Puerto de la Cruz en general.
Mis recuerdos personales con don Jesús, las retrasmisiones en directo
acompañado de don Ignacio Torrents González (dos portuenses de pro) desde una
terraza frente al ya cantar y romántico Puerto Pesquero del Puerto de la Cruz
de la embarcación de la madre de todas las gentes de la mar, de los portuenses
y sobre todo de los ranilleros, recuerdos imborrables donde se hablaba de todo,
anecdotario a dosier, y del Puerto de la Cruz, gracias a una emisora
inolvidable de La Villa de La Orotava propiedad del amigo Ángel Sálamo ATV. Era
un plató de lujo de ambición y de prosperidad.
Don Jesús, ahora está en la otra Villa, con muchos de sus discípulos del
aula de la calle portuense de Santo Domingo encima del PRESIDIO, entre todos
ellos hay una figura, un mito al que tu educaste y orientaste en todos los
sentidos de la vida el recordado portuense y ranillero ex alcalde del Puerto de
la Cruz y ex gobernador civil de Tenerife Paco Afonso Carrillo.
Adiós don Jesús, “JESÚS EL VILLERO”, hasta pronto, te queremos.
Nació el 19 de diciembre de 1918 en el barrio orotavense de La
Florida, al otro lado del barranco, en una pequeña casa de alto y bajo que
había detrás de la finca de Emiliano Pacheco. Como a él le gusta decir, nació
"en la orilla del monte, oliendo a brezo". Sus padres se
llamaban María Martín Mora, maestra de escuela, y Felipe Hernández Martín, de
profesión albañil. Fue el mayor de cuatro hermanos, aunque su madre tuvo otros
cinco hijos que por distintas enfermedades murieron de pocos meses. Doña María
cayó por ello en una fuerte depresión y el médico le aconsejó un cambio de
aires. Esa fue la razón de que la familia se trasladara a vivir a Puerto
de la Cruz. Jesús tenía entonces poco más de cuatro años. A pesar de
esa obligada marcha, en realidad nunca se fueron del todo. Prácticamente, todos
los fines de semana don Felipe y sus hijos visitaban el barrio de La
Florida, donde además pasaban también las vacaciones de verano.
Los sentimientos de Jesús, quien enseguida fue distinguido por sus amigos y
conocidos de Puerto de la Cruz con el apelativo de "El
Villero", quedaron para siempre atrapados en aquel lugar lleno de belleza
natural y recuerdos entrañables.
La primera escuela de Jesús Hernández fue su propia casa. Aprendió a leer y
escribir con su madre, María Martín Mora, cuyo nombre por cierto bautiza la
escuela de Pino Alto, en reconocimiento oficial y popular a la gran labor que
hizo esta señora por las gentes de aquel lejano barrio.
Jesús empezó sus estudios en el colegio de los Hermanos del Corazón de
María "los padritos"- en la calle Pérez Zamora de Puerto de la
Cruz. Más tarde fue alumno de don Inocencio Sosa en el colegio de la
Federación Obrera.
Entre 1931 y 1933 estudió en las Escuelas Graduadas. Ganó por oposición un
concurso de becas y pudo ingresar en el antiguo Colegio de Segunda Enseñanza.
Allí hizo el bachillerato.
La Guerra Civil truncó su sueño de licenciarse en Filosofía y Letras.
Sólo tuvo tiempo de estudiar dos años y luego se pasó a Magisterio.
Curiosamente, uno de sus alumnos más aventajados, el científico Antonio
Galindo, desveló que el joven Jesús sólo se aficionó a los estudios cuando
conoció los métodos persuasivos de su rígido padre. Esa ayuda y un talante
tenaz e inconformista recondujeron a tiempo su vida.
Dedicó cuarenta años de su vida a la docencia. Empezó en el Colegio de
Segunda Enseñanza, hasta que el centro fue absorbido por el Instituto Técnico.
Simultáneamente, por las tarde daba clases en el Colegio "Pureza de
María", por entonces ubicado en la portuense Calle Iriarte. Fruto de su
constante inquietud cultural, también tuvo tiempo para dirigir el montaje de
numerosas piezas teatrales, que interpretaban sus jóvenes alumnos.
La práctica deportiva fue otra de sus aficiones, que aún hoy en día
comparte con un grupo de amigos. Varias veces a la semana se reúnen en la
Playa de Martiánez para nadar y jugar a la pelota.
Continuó la labor de enseñante en el nuevo colegio de "La Pureza"
de Los Realejos hasta su jubilación, en 1984. Durante estas cuatro décadas de
docente pasaron por sus clases miles de jóvenes de varias generaciones, que
siempre le recordarán como don Jesús "El Maestro". Pero más que un
maestro, para todos ellos fue un verdadero padre, tan riguroso como entrañable.
En reconocimiento a ese importante servicio prestado a la comunidad
portuense, el Club de Leones le distinguió con la "Ranilla de Plata".
Tras su jubilación fue objeto de dos homenajes muy especiales para él. El primero
se lo tributó la Comunidad Educativa del Colegio "Pureza de
María". El segundo tuvo carácter popular y fue organizado por sus antiguos
alumnos, que en gran número se reunieron para agradecerle sus desvelos y
enseñanzas.
En 1992 fue encomendado por el Ayuntamiento de Puerto de la
Cruz para hacer el pregón de las Fiestas de Julio, las fiestas patronales
de esta Ciudad, en honor de la virgen del Carmen y el Gran Poder de Dios.
Ahora, animado por un grupo de amigos, y muy especialmente por el
ex-alcalde orotavense Francisco Sánchez García, y por el ex teniente de alcalde
de esta Villa Martín Escobar Pacheco -floridero como él-, Jesús Hernández
se decidió a reunir los recuerdos y evocaciones de la infancia y juventud
vividas en el barrio de La Florida, un lugar que siempre ha llevado en su
corazón Y en su pensamiento.
Es el suyo un testimonio de gran valor sentimental Y hasta etnográfico. Es
una reliquia de esa tradición oral que debe recuperarse, conservarse y
divulgarse, para reafirmar nuestra identidad como pueblo y para enriquecer
nuestro patrimonio cultural. Es un relato escrito con la sabiduría de los años
y con la naturalidad propia de las gentes del campo. Pero, sobre todo, este
libro es el homenaje sincero y profundo que un "floridero" quiere tributar
a su tierra, a sus raíces.
Según el convecino y ex alcalde de la Orotava el amigo Francisco
Sánchez García; Los acontecerse de la vida suelen generar sentimientos que, si
responden al agradecimiento, definen a la persona como bien nacida. Estos sentimientos
sólo logran dar la paz interior al individuo, paradójicamente, si los
exterioriza, si los da a conocer o los comparte con los demás. Así aparece el
ciudadano que en su vida particular se caracteriza por su afabilidad y buena
disposición para con los demás. Y trata de encontrar, para su realización
personal, la profesión o actividad que mejor le va a su vocación encendida por
ese espíritu de agradecimiento que le es consustancial desde sus orígenes
familiares. De este modo se crea el buen ciudadano. Don Jesús "el
Villero”, primero. Don Jesús, "el Maestro", también. Dos apelativos
atribuidos por la sabiduría popular, al apreciarle su amor a la tierra que le
vio nacer; y su singular calidad docente. Su vocación de enseñante la logró
derramar generosamente entre sus numerosos alumnos, que tan gratamente le
recuerdan respondiendo de modo efectivo a las lecciones aprendidas. Faltaba
pues, que el cariño desbordante por sus orígenes familiares y locales,
manifiesto día a día en su personalidad, fuera aprovechado de alguna manera. Y
acertó La Florida, y en su representación, Agustín González y Martín
Escobar, dándole la oportunidad a don Jesús, para que su agradecimiento a la
tierra y a la familia que le dio la vida, así como a la gente que le vio y
ayudó a nacer, pudiera quedar plasmado de manera Impresa. Así
surge "EVOCACIONES FLORIDERAS", donde se retrata
magníficamente, con letra acertada, una parte de la historia de La
Florida; muy práctica e interesante para los investigadores. Pero que a mi
modesto entender, consigue recoger y reflejar, con brillantez, la calidad
extraordinaria de las virtudes que adornan al hombre y la mujer de La
Florida, las que el Autor, en respuesta a su interior, intencionadamente hace
públicas, con el fin de comprometer en ellas a sus más jóvenes convecinos, para
que nunca tengan que lamentar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y para
reforzar ese sentimiento se completa el libro con el curioso diario de
Victoriano Escobar, otro floridero ejemplar que dejó huella entre los suyos, y
memoria escrita. Correspondemos al gesto de don Jesús de habemos hecho
presente el bello sentimiento de la gratitud, con sus extraordinarias vivencias
personales en La Florida, aprendiendo y llevando a la práctica la lección
de que también nos quiere inculcar en este libro: el amor a nuestros campos.
El Barrio orotavense de la Florida ocupa la parte central de una
especie de “mesopotamia” al estar situada entre dos barrancos, a orillas de las
cuales se fueron agrupando sus habitantes, así como a lo largo del camino real.
Estos núcleos de población, pequeños en sus orígenes, son La Palma, al
Este, y La Vera, al Oeste.
El acceso al floridero barrio por el poniente era y es por Los Pinos,
llamado así porque existía en ese lugar un paseo, orientado de Norte a Sur,
provisto de asientos y flanqueado por dos hileras de dichas coníferas. Todavía
existe un buen tramo del viejo camino, un sendero que, a partir de la casa de
Concha "La Chasnera", descendía en zig-zag hasta el fondo del
Barranco de La Arena, para luego ascender por la orilla opuesta hasta las
proximidades de la mansión de María "La Campanera", Un camino de
herraduras que Lorenzo "El Ciego", asido a la cola de su caballo,
empleado para el transporte de mercancías, lo recorría varias veces al día con
mayor seguridad que cualquier vidente. Un camino que se acortaba, aprovechando
aquellos puntos donde la profundidad era escasa, por dos atajos o fajanas, uno
de los cuales pasaba por delante de la casa de "siña" Plácida, una
mujer que, a pesar de sus años, pateaba veredas portando en su cuadril un saco
de papas, de hierbas o una carga de leña, diciendo "pa' casa nada
pesa". Una mujer aquella que al hablar saboreaba las palabras.
Aún no se había construido el puente primitivo. Por esta razón, durante
aquellos antiguos inviernos, fríos y bastante lluviosos, con nevadas, que en
algunas ocasiones blanqueaban los caminos; cuando el retumbar de los barrancos
anunciaba la 'proximidad de la riada, fenómeno que se repetía con cierta
regularidad en aquellas históricas invernadas; un caudal de agua que lamenta
le mente se perdía en el mar, pero dejando a lo largo de su recorrido, y sobre
todo en las playas, un valioso tesoro: la arena. De la extracción de esa arena
barranquera vivieron muchas familias, aunque playas de fácil acceso, como la
portuense de Martiánez, fueron repetidas veces esquilmadas ante la pasividad de
las autoridades. Y cuando la intensidad de la riada lo permitía, allí estaba
Pancho con su burrita trasladando a los viandantes de una a otra orilla. En
caso contrario, los vecinos habían de tomar el Camino de Los Gómez.
En ambos barrancos se abrían las bocas de galerías que alumbraban agua en
abundancia: El Drago, Barbuzano, Saltolino, Fuente Benítez, etc. De esta última
podría contamos muchas historias Flora "La Panadera", si viviera.
Sin embargo, era paradójico que los florideros y las florideras tuvieran
que tomar el Camino de Polo, llegar cerca de La Piedad donde
existían unos lavaderos públicos, adquirir el líquido elemento para uso
doméstico, o pagar una perra gorda (diez céntimos) por el acarreo de una
cacharra conteniendo diez litros del vital fluido. Si mi memoria no me es
infiel, el primer chorro se instaló en Los Pinos, lo cual supuso una comodidad
y un ahorro en los desplazamientos. Posteriormente fueron colocados otros
chorros a lo largo de los caminos.
Recuerdo que las vecinas acudían a una atarjea próxima a la casa de Juan
"El Pisco", con el fin de lavar en ella la ropa. Usaban como lejía
las gallinazas. El lavado se hacía frotando la tela con ambas manos, o
apoyándolas en una piedra, llamada de lavar. La ropa se dejaba enjabonada hasta
el día siguiente, en que era enjuagada y restregada nuevamente. Luego se
introducía en una palangana conteniendo agua limpia, en la que se había
disuelto una pastilla de añil para lograr su blanqueo y, finalmente, tenderla
al sol.
Otro de los problemas era la atención sanitaria, pues el enfermo tenía que
trasladarse hasta la Villa careciendo de adecuados medios de
transporte, aunque en ciertas ocasiones el médico, con el maletín en ristre,
acudía al domicilio del paciente. Entonces se ponía a disposición del galeno
una "bestia" muy bien enjaezada, cubriendo su albarda con una colcha.
Cuando la gravedad se producía durante la noche y la urgencia del caso lo
requería, el panorama resultaba más patético. Un catre de viento servía de
camilla para trasladar al enfermo hasta el pueblo. Los faroles alumbrando el
camino, y las mujeres acompañantes, cubiertas con oscuros sobretodos para
protegerse del frío nocturno, ponían las pinceladas de un cuadro tétrico. En
algunas ocasiones, cuando se temía un fatal desenlace, se solicitaban los
auxilios espirituales: el Viático. Escoltado por faroles, su presencia por la
calzada era anunciada a golpes de campanilla. A su paso toda actividad se
paralizaba, los hombres descubrían sus cabezas, las mujeres se postraban de
rodillas; un respetuoso silencio lo invadía todo: Las vecinas musitaban entre
dientes: "Llevan el Señor al compadre; está muy malito".
En un rincón de la limpia habitación del enfermo, donde se ha colocado una
mesa cubierta con blanco mantel, y sobre ella un crucifijo flanqueado por dos
candelabros con sus cirios encendidos, se espera con fervoroso recogimiento la
llegada del Viático. Es un momento solemne, profundo, en el que la criatura, el
hombre, dialoga a solas con su Creador, en la persona de su representante.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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