José Luján Pérez fue un escultor y arquitecto Gran Canario nacido
en Santa María de Guía el 9 de mayo de 1756 y fallecido también en Santa
María de Guía (Gran Canaria) el 15 de diciembre de 1815.
Hijo de labradores acomodados, desde pequeño mostró un especial interés
hacia la escultura, llegando a reproducir en madera la imagen de San Bartolomé
de Moya.
Según el biógrafo gran canario PEDRO GONZÁLEZ SOSA: "... José
Luján Pérez nació en el guiense pago de Las Tres Palmas, el día 9 de mayo de
1756. Fue hijo de un matrimonio de labradores regularmente acomodado y el
segundo de cinco hermanos: José Domingo, nacido, como todos, en Guía, el 28 de
julio de 1754 y que murió muy niño; Carlos Fernando, nacido el 4 de octubre de
1760; María José, venida al mundo el 24 de junio de 1765 y Juan José, que fue
bautizado en 1769.
Los padres, José Luján Bolaños y Ana Pérez Sánchez,
fueron casados en Guía por el entonces beneficiado de la parroquia don Baltasar
José Rodríguez Déniz y Quintana, el 3 de abril de 1751, asistiendo como
testigos don Alonso de Olivares, Pedro Correa y Francisco Navarro, hermano de
ella, todos vecinos del mismo pueblo. El padre del imaginero murió en Las
Palmas el 7 de agosto de 1807 y, por expreso deseo de su hijo, fue enterrado
delante del altar de la Virgen de La Antigua, en la
Catedral, cuando todavía estaba en la hornacina una antigua imagen de esta
advocación que fue sustituida por la soberbia escultura que ahora existe allí,
y que el imaginero comenzó a cincelar en agosto de 1808 por encargo del Cabildo
Catedral. La imagen fue entregada al Cabildo, después de muerto el artista, por
su hermano Carlos, en 1815.
La partida de defunción del padre del imaginero se
encuentra en el desaparecido Libro 6 de los de Defunciones de la antigua
iglesia del Sagrario (hoy de San Agustín) que se guardan en el Archivo
Diocesano. El libro desapareció, nos han informado, en el traslado que se hizo
de San Agustín al citado Archivo, desde luego después de 1974, año en que lo
relacionó Francisco Morales Padrón en un inventario que hizo de todos los
libros sacramentales de las iglesias de la Diócesis de Canarias. Pero
quien escribe, antes de su pérdida, tuvo tiempo de consultarlo alguna vez,
advirtiendo que allí indicaba que el fallecido era viudo, cuando en realidad su
esposa, Ana Pérez Sánchez, le sobrevivió algunos años más y murió en Guía,
donde fue enterrada en 1812 en el cementerio de La Atalaya, aquel que se
había bendecido para los muertos de la epidemia de fiebre amarilla de 1811.
El beneficiado de turno olvidó inscribir en el libro
correspondiente la partida de bautismo de María José, la hermana de Luján, por
lo que el padre hubo de tramitar en 1793 un expediente para subsanar la
omisión. En él fue necesaria la testificación de varios vecinos, entre otros
Ana de Quintana, que fue quien llevó la niña a la pila, recordando también,
dice en su declaración, que aquel mismo día nació en Guía una niña llamada
Juana, hija de Antonio Herrera, señalando el juez instructor comisionado que de
la información recogida resulta que María José de los Dolores Luján Pérez nació
el 24 de mayo de 1765 y que fue bautizada al día siguiente. Para salvar las
contradicciones en que incurrieron la madre de la niña, Ana Pérez, y la mujer
que la llevó a bautizar, respecto de la hora del nacimiento, se acuerda hacer
constar que fue «por la noche del dicho día 24 y por no haber en estos pueblos
reloj público para asegurarse en la hora terminan te de su nacimiento.
Es curioso advertir cómo en casi todos estos hermanos
destacó alguna faceta no vulgar; singularidad que tuvo su expresión cimera
luminosa en el talento artístico de Luján Pérez y su revés negativo en el pobre
Juan José, que era, según un documento coetáneo, fatuo e inhábil; es decir,
lisiado de cuerpo y de espíritu. Respecto al otro hermano del imaginero,
Carlos, hasta nosotros han llegado noticias que hablan de una acusada hurañía
que contrastaba con su habilidad para la labra de la madera, que aplicó de modo
especial a la decoración de yugos y otros instrumentos de labranza.
A la hora de hablar de la familia Luján Pérez sería
injusto que silenciáramos el nombre del presbítero don Fernando Sánchez
Navarro, hermano de su madre, y que se constituyó de por vida -y aún después de
muerto- en el ángel tutelar de sus sobrinos. Su protección comienza desde que
aquéllos nacen, pues de todos es padrino de pila, y su celo cariñoso le lleva,
en el momento de otorgar testamento ante el escribano de Guía Miguel Álvarez
Oramas, a condicionar el disfrute de sus bienes al cuidado y manutención de
Juan José, el sobrino malaventurado. Dadas estas premisas, acaso no sea
fantasioso aventurar que el juvenil Luján Pérez encontró decisivos alientos en
el corazón y en la bolsa de su tío.
En el testamento del presbítero Sánchez Navarro se
descubre la buena posición económica de que disfrutaba, ya que cuando se
refiere a la declaración de terrenos, señala como bienes suyos «por diversas
compras que he hechos abundantes terrenos, aparte de otros habidos por herencia
de su padre, tal uno «situado en la parte de arriba lindando con Los Nogales,
que linda también con el camino real que va a Artenara, con la
Degollada de la Bruma y que viene a dar sobre las fuentes.
Declara don Fernando por sus únicos y universales herederos a su hermana, Ana
Sánchez y a su cuñado José Luján Bolaños, padres del artista. En caso de quedar
sin sucesión, los bienes deberían pasar a los hijos de su hermano Francisco.
Pero en todos los casos sujeta esta disposición testamentaria a la obligación
de pagar los tributos, y «también de mantener hasta su fallecimiento a Juan
José, mi sobrino, fatuo e inhábil de poder mantenerse, aunque sea hombres.
Luján Pérez nació, pues, en el seno de una
regularmente situada familia de labradores. Su nacimiento en el pago de Las
Tres Palmas, fue accidental, en época en que sus padres estaban en la casa de
la finca familiar. Por documentos de entonces puede conocerse que la residencia
habitual de la familia era una casa que tenían en el casco de Guía, en la calle
de Enmedio (conocida también como la de San Antonio y de los Malrubios), en la
que murieron él, su madre y sus hermanos Carlos y María José.
Es muy probable que Luján Pérez, niño, ya viviera en
Las Tres Palmas ya en la calle de Enmedio de la localidad, fuera instruido de
las primeras letras en la Escuela que habían creado en el Hospicio
los franciscanos, al lado de la iglesia levantada, a principios de 1700, en el
lugar donde naciera la famosa monja sor Catalina de San Mateo.
José Luján Bolaños, padre del escultor, no
circunscribía su actividad a la agricultura, sino que también participó en la
política local. En un documento ante el escribano Pedro Tomás Aríñez, en
relación con el arrendamiento a medias de tierras labradías donde llaman el
Cortijo de la Caldera y de Las Mesas, consta que era Diputado Regidor
de la villa.
A partir de los datos de su nacimiento y confirmación,
la noticia que conocemos relativa a la primera época de la vida de Luján, es de
carácter legendario, y es una anécdota muy divulgada que don Juan Batista
Palenzuela tomó de labios de un primo del escultor. Don Juan Batista fue un
caballero guiense de larga vida- murió a los cien años en 1933- y también de
largo amor por las cosas de su pueblo.
Él fue durante muchísimo tiempo algo así como el
oráculo de la tradición guiense. El libro de Santiago Tejera y la biografía de
Gordillo escrita por el señor Moya se surtieron abundantemente en el arsenal de
noticias de su memoria. Y fue una lástima que no tuviera don Juan Batista mayor
afición de la que tuvo a la escritura, pues de seguro hubiera rescatado del
olvido mucho material histórico y anecdótico del que hoy nos sentimos tan
necesitados.
«Refieren parientes muy cercanos -escribió don Juan en
un cuaderno de notas- que a los nueve años fue llevado Luján por su madre a la
ermita de Fontanales a hacer la primera comunión. Estaba encargado de la ermita
un frayle que no debía ser tonto por lo que ocurrió: mientras su madre hablaba con
el sacerdote en la sacristía, el niño quedó como extasiado ante la imagen de
San Bartolomé, y, al salir el frayle acompañado de su madre y pararse junto al
niño dijo éste que le gustaba mucho el santo, agregando que él «haría uno como
éste, pero si tuviera mi cuchillo». Le regaló el cura una navaja y Luján quedó
comprometido a hacerle un San Bartolomé, prometiéndole el sacerdote un regalo.
Se vino Luján a su casa y cogió un trozo de madera de escobón; y a los quince
días volvió con su preciosa copia del santo, pero tan exacta, con tanto
parecido en los mínimos detalles, que el fraile exclamó: «esto no es cosa
humana. Aquí está la mano de Dios». Y al momento cogió al niño y se fue con él
al Cabildo de Las Palmas y le expuso lo ocurrido y el mismo Cabildo se ocupó de
la educación del pequeño».
Huelga decir que el relato debe más a la leyenda que a
la historia. Porque quien influyó cerca de la familia de Luján para que éste
fuera llevado de Guía a Las Palmas a iniciarse en los estudios artísticos, fue,
a lo que parece, don Blas Sánchez Ochando, teniente del Regimiento de Guía de
las Milicias Provinciales, que casó con dama guiense muy principal.
Don Blas había nacido en Murcia, y este dato hace
suponer que fuera el ejemplo de su paisano Salzillo el que le movió a
preocuparse porque no se desperdiciaran las aptitudes que apuntaban en el
muchacho nacido en Las Tres Palmas. Uno se pregunta: sin la presencia de este
avisado murciano en el Guía de 1700 y pico, aislado, en un ambiente sin
tradición artística, se hubiera acertado a encauzar adecuadamente las aptitudes
de Luján Pérez? Es cierto que, según los resultados, sus cualidades eran de las
que no pueden ser sofocadas por ningún género de limitaciones, pero no es menos
verdad que sin la formación básica y los estímulos de toda clase que recibió en
Las Palmas, probablemente no hubiera pasado de ser uno de los tantos
fabricantes de santos que brotaron en las islas, un amañado, sin duda con más
habilidad y gusto que los otros, más artista si se quiere, pero de ninguna
manera el maestro que llegó a ser. Su hazaña más sonada hubiera sido tal vez
muy por el estilo de aquella que protagonizó un sacristán con ínfulas de gran
organista, paisano suyo, que en cierta ocasión, después de escuchar nada menos
que a Saint-Saens que interpretaba unos impromptus en el órgano de la iglesia
de Guía -estrenado por el músico y compositor francés a finales de 1900-
exclamó con despectiva suficiencia: «Este señor de música no sabe ni papa
Acerca de quién pudo aleccionar a Luján desde su llegada a Las Palmas, se citan
varios nombres, destacando sobremanera por la importancia del descubrimiento el
del maestro San Guillermo, dato que debemos a José Miguel Alzola, quien
encontró entre los viejos papeles de don Domingo Déniz la noticia de que «el
primero que en la provincia trabajó en la escultura con gusto y delicadeza es
el conocido, aún vulgar y tradicionalmente, San Guillermo, excelente tallista,
natural de Gran Canaria, que aleccionó a Luján Pérez, cuyo discípulo
señaladamente aventajó a su maestro,. Tampoco debe olvidarse las enseñanzas de
dibujo que recibió de don Cristóbal Afonso, ni las que obtuvo en la entonces
recién creada Escuela de Dibujo, fundada en 1782 por el Deán Jerónimo de Roo, o
en aquella otra Escuela gratuita de Dibujo de Las Palmas, patrocinada
por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde aprendería
los primeros y rudimentarios conocimientos arquitectónicos. Dada su edad, es
muy posible que Luján fuera compañero de infancia de los hermanos Montesdeoca y,
andando el tiempo, trató íntimamente a otros guienses que como él ocuparon
puestos sobresalientes en la historia de la isla y de los que consta su estima
por el escultor: entre otros, don Pedro José Gordillo y Ramos, el canónigo
inteligente arriscado que llegó a ser Presidente de las Cortes de Cádiz, y el
poeta Rafael Bento y Travieso, quizás mucho más interesante por su vida
complicada que por los méritos de su obra..."
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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