Fotografía referente al acto que se realizaba en fechas previas a la
conmemoración de los Fieles Difuntos o Finados teniendo como objetivo repartir
la bendición por las casas mediante la aspersión de agua bendita y besar el
portapaz cada uno de los miembros de la familia.
Para ello, se trasladaban tres monaguillos o "monigotes" con
acetre, hisopo, portapaz y una caja con el que recaudaban donativos. En muchos
de los casos, el donativo se realizaba en especie: frutas, en especial castañas
y otro tipo de viandas.
Tras un largo recorrido por la jurisdicción parroquial, dichos monaguillos
se repartían el donativo entre ellos y el sacristán.
Para ilustrarla hemos escogido una fotografía cedida expresamente para esta
publicación perteneciente a la colección particular de D. Félix Hernández
Álvarez, al cual podemos ver en el extremo izquierdo de la misma, Manolo (¿?)
que lleva el portapaz y un pañuelo con el que limpiarlo tras haberlo besado y
Javier Pérez Hernández. A sus pies se encuentra el acetre e hisopo, ambas
piezas conservadas en el Tesoro parroquial. Esta instantánea fue realizada a
finales de la década de 1940…”
En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava
JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que
comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se titula “HACE YA UNOS AÑOS”, referente a recuerdos de su infancia, y de su adolescencia:
“…Hoy me viene a la memoria otros recuerdos de mi infancia, y de mi
adolescencia, siendo niño de ir el domingo de Pascua de Resurrección, a la
iglesia de San Juan con una botella para buscar el agua bendita. Desde la torre
votaban estampas, corríamos todos los chicos a cogerlas, nos peleábamos y yo
venía para mi casa llorando sin el agua bendita porque me había roto la botella
y sin las estampas. También recuerdo que cuando estábamos jugando en la calle,
sentimos una campanilla y nos anunciaba que venía el cura vestido de el alba, y
acompañado de un monaguillo que era el que tocaba la campanilla que iban a
llevarle el Señor, a algún enfermo y nosotros nos arrodillábamos al pasar.
También, por el día de finados venían los monaguillos por las casas con la Paz
de Dios rociando con el agua bendita por toda la casa y a Jerónimo como
sacristán apuntando los responsos, para decírselo a los difuntos en el
cementerio, y de eso tengo una anécdota. Cuando llegué a mi casa le digo a mi
padre: “¿Ernesto, cuántos responsos le apunto a tus padres?”. Mi padre que no
creía en nada de eso, le pregunto qué cuantos le decían a los que estaban a los
lados y le contestó que cuatro y sonriendo le dijo: “dile al cura que se los
diga en voz alta para que mis padres lo escuchen”. Cuando se moría alguien venía
el beneficio al encuentro del entierro. Por aquel tiempo no teníamos
funerarias, las cajas las hacían los carpinteros, en especial el Maestro Paco,
el aprovechaba las cajas de madera, donde venía la mercancía de la Península
las forraba con alquitrán negro, le ponía cuatro abrazaderas y un crucifijo los
cuales se lo quitaba de la caja antes de enterrarlo y se los llevaba para otra
ocasión. También recuerdo un jarandin que, en una caja colgada del cuello
pasaba casi todas las semanas, por la calle parecía un pequeño bazar (mercería)
llevaba desde alfileres, cinta blanca, tijeras, elásticos, en fin, hasta
piedras de mechero, etc. Recuerdo que me llamó y me dijo “dile a tu madre que
si tiene duros de plata que se los pago bien”, yo no sabía a qué se refería y
se lo dije a mi madre. En aquel tiempo eran muy solicitados y me explico el
valor que tenían, era muy simpático y de bobo nada, porque hacía negocio por
los dos lados, también pasaban unos catalanes que gritaban el Palito de la raza
que viene de tarraza, portaban en un palo tres cortes de trajes, por cierto muy
malos, pero a simple vista parecían más, tenían un arte que engañaban a todos,
entre ellos a mi padre todavía recuerdo ver la cara de mi madre cuando mi padre
creyendo que había hecho una ganga apareció con los trajes, le dijo: “te
engañaron”, cuya tela termino mi madre haciendo pantalones cortos para chicos,
para que los vendiera mi hermana Onelia en la venta del Camino de Chasna, otro
que pasaba por las calles era un alañador que alañaba los lebrillos y platos
que se rompían. ¡Madre mía que tiempos! Lo mismo que a los carderos que se
salían, les tapaban los agujeros con un remache y listo perico, también les
llevábamos los paraguas para que los arreglarán, a la casa de Doña María y su
hija Mencias, mujer e hija del relojero (Pancho el mil reales) y en la calle
del Agua (hoy Tomas Zerolo) vivía el latonero Don Antonio Lima que con las
latas vacías del aceite, de leche condensada, de melocotón y de sardinas que
venían en latas redondas grandes, las convertía de forma artesanal, en
regadores, cacharras para el petróleo, jarros, capuchinas, palmatorias y de las
tapas de los bidones los platos para las cocinillas, muy bien logrados. Las
vendíamos en la venta de mis padres, por aquel tiempo, coño que locura vinieron
las novelas de entrega por las casas, todas las mujeres pendientes. De la
siguiente entrega comentando todos aquellos follones, parecían el sálvame de
hoy, en la calle no se oía hablar de otra cosa que de las dichosas novelas, si
amigos así fue como yo lo viví, tengo algo más que lo contaré en otra ocasión.
Si Dios me lo permite…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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