Fotografía de mi colección particular referente a la máquina de coser de mi
madre María del Carmen Abréu González, que fue una excelente modista de
caballeros.
En el muro del FACEBOOK del
amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y
extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ
ROCÍO, que se titula “PENA PENITA PENA”, referente a recuerdos de su infancia, y de su
adolescencia: “…Volviendo a los recuerdos de mi niñez, en aquel
tiempo yo usaba las lonas de goma, eran cerradas con tela blanca, la marca era
Stilo y cuando se me rompía la tela, mi madre me mandaba, con las gomas y un
pedazo de tela de dril a La Piedad a la casa de Siña María “la chocha” para
volverlas hacer. Las dejaba tan bien que duraban más que las de fábrica. Por
aquel tiempo era por necesidad (hoy se las ponen por lujo). Mi madre era muy
habilidosa, le gustaba mucho coser; a los calcetines les metía un huevo de
madera para surcirlo. Los dejaba que parecía una obra de arte (hoy los votan).
Se ponía al pie de su máquina Singer, la cual conservó a remendar los pantalones
con otros viejos. Se notaba el parche, pero le quedaban bien, al menos no
enseñábamos el culo, que eran por donde más se rompían (¡coño! hoy vienen rotos
de fábrica y si no los rompen para estar a la moda, como diría Chona: “yo me
quedo boba”. También nos hacía los calzoncillos de muselina, eran tan grandes y
tiesos que nos llegaban por debajo de las rodillas, por detrás en la cintura le
hacía un cruzado y por delante con dos botones y la bragueta. Como escaseaba
las telas, aprovechaba las sacas que venían con el azúcar de Cuba, las cuales
estaban litografiadas y no se podían quitar las letras, ya que en aquel tiempo,
no había llegado por aquí la lejía, y aunque parezca una broma, a uno de mis
hermanos le tocó en el culo la parte donde ponía: 50 kilos neto. En verdad nos
reíamos, con la tela que gastaba para hacer uno haría media docena de los que
usamos hoy. Con el tiempo la lejía la fabricaban en La Orotava, Manuel en La
Cancela, Meme en la calle de San Juan y Augusto en La Torrita, terminando este
último con una gran fábrica en la Urbanización de La Fariña. Todos los chicos
juntamos las botellas vacías por las casas para llenar la lejía, nos las
pagaban a 0,20 céntimos de los de antes y más tarde Augusto con su hermano
montaron una pequeña tostadora de café de malta que vendían por las ventas en
grano y molida en la parte baja de la casa de Angelina la de Saturio Leal en La
Torrita. Como son las cosas, lo que antes bebíamos porque no había otra cosa
(que ruin era). Hoy se toma para no engordar. En el patio de mi casa, teníamos
una planta de hierba luisa, muy frondosa, y la gente todos los días venía a
pedir un gajito, decían que era para hacer una taza de agua. Creo que si venían
tantas veces que terminaron con la planta y aunque les cueste creerlo muchas
fatigas mato. Era la mejor para comer con gofio. Cuando yo estaba trabajando
casa de mi tío Egon, desnatábamos la leche para hacer la mantequilla. En esa
época me tocaba a mí vender la leche desnatada mucha gente iba porque la
necesidad les obligaba, era barata y en aquel tiempo sólo la comían los pobres
y hoy todos la toman para estar a la línea para no engordar y se da el caso que
es al mismo precio que la leche entera.
Hace unos días pasé por un contenedor de
la basura y vi dos colchones que los había dejado allí (muy mal hecho por parte
de los que los dejaron porque sin coste y solo con una llamada se lo recogen en
su domicilio). Me quedé mirándolos, estaban completamente nuevos ignorando cuál
era el motivo de aquel abandono. Me marché pensando en cómo dormíamos en mi
casa en aquellos tiempos, en un colchón que estaba lleno con Clin, y cuando te
movías te pinchabas y te hacía brincar. A pesar de todo éramos unos
privilegiados, porque otros dormían en colchones llenos de fajina. Yo les
pondría de multa a los que dejaron los colchones, no económica sino como
castigo pagarla durmiendo quince días en un colchón de Clin, y otros quince en
el de fajina, estoy seguro que no volverían más nunca a dejarlos botados allí.
¿Están de acuerdo jaja?...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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