sábado, 19 de noviembre de 2022

LOS CHORIZOS Y CHICHARRONES DE GABRIEL “EL PELADO”


 

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “LOS CHORIZOS Y CHICHARRONES DE GABRIEL “EL PELADO”“…Don Gabriel González, cariñosamente conocido como “el pelado” vivía en la calle Meneses, era matarife y tenía la carnicería, y el despacho en un local en la antigua recova en La Orotava. Desde allí surtía la carne a los restaurantes y casas de comidas y al detalle a nosotros nos mandaban todas las semanas el tocino y las costillas con el popular Jesús (el boca breva) en la moto.

Después mi madre los salaba en una mesa en el patio, y lo ponía en un lebrillo grande que tenía un agujero al centro, por el cual salía la salmuera que hacía que estuviera a punto para ponerlo a la venta, teniendo una gran aceptación entre los clientes.

A mi madre se le daba bien salar el tocino, se dio el caso que un día Siña María Robaina, que vivía en Cañeño, le dijo a su hija Dionisia “si vas pa La Villa vete a casa de Doña Carmela, y me compras un kilo de tocino” se olvidó y se lo compró casa los molinas, y cuando se lo dio a la madre y lo vio, le dijo enfadada “este tocino no es de casa Doña Carmela” si madre y ella le dijo que no, yo conozco el tocino de doña Carmela y este no es. Al final terminó diciéndole la verdad.

También, les compraba los célebres chorizos que los hacían artesanales. Eran muy buenos, nada que ver con los de ahora llamados de perro. Todos decíamos “dame un chorizo de Gabriel el pelado”, y con una telera hacíamos un bocadillo o lo flameábamos con alcohol, y era una buena tapa para tomarnos un vaso de vino. En aquel tiempo los chorizos los llenaba con las tripas del cochino, bien lavadas y secándose al sol. Hoy en día, son como todo de plástico, y los inolvidables chicharrones ¡qué buenos eran!

A mí me daba vergüenza pedírselos, porque nunca me los cobraba, pero cuando iba por los chorizos, sin que yo se los pidiera me los daba también junto con los chicharrones. Ponía la lengua del cochino, que se cocinaba con manteca, y hacía unos chorizos especiales que algunas veces me regalaba un par de ellos. Eran exquisitos, y las ricas morcillas con almendras y pasas, y el queso de la cabeza, tenía un cuarto en la azotea, donde hacían los chicharrones sus hijos Pili, Tito y Susa, y me hacía gracia que para no subir y bajar la escalera, tenían un cesto con un hilo por el patio para bajarlos cuando les gritaban de abajo, y en el garaje tenía un taller de costura Doña Susana, su señora. Era una buena modista, muy amable, y cariñosa estaban cosiendo con ella sus hermanas Carmen, Elvira, y Fina, y su sobrina Nena y Carmita, dándose el caso que los días que hacían los chicharrones era tanta la gente que iba por ellos, que casi no podía atender la costura, y lamentándose de a que no alcanzaran para todos.

Nosotros fuimos clientes hasta que dejaron su actividad, reconociendo que se esmeraban en servirnos lo mejor, porque Pili sabía cómo lo quería, mi madre antes los cochinos se criaban en los patios de las casas (en mi casa criábamos dos), uno era para la casa del cual repartíamos con los vecinos, que nos daban los desperdicios que era como los criábamos antes, y el otro se lo vendíamos a él al ojo, y la carne era sabrosa.

Hoy en día en granjas, y con toda clase de cuidados mantenidos con pienso, la carne no sabe a nada…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

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