En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La
Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo
que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “LOS CHORIZOS Y CHICHARRONES DE
GABRIEL “EL PELADO”: “…Don Gabriel González, cariñosamente conocido como “el pelado” vivía en la
calle Meneses, era matarife y tenía la carnicería, y el despacho en un local en
la antigua recova en La Orotava. Desde allí surtía la carne a los restaurantes
y casas de comidas y al detalle a nosotros nos mandaban todas las semanas el
tocino y las costillas con el popular Jesús (el boca breva) en la moto.
Después mi madre los salaba en
una mesa en el patio, y lo ponía en un lebrillo grande que tenía un agujero al
centro, por el cual salía la salmuera que hacía que estuviera a punto para
ponerlo a la venta, teniendo una gran aceptación entre los clientes.
A mi madre se le daba bien
salar el tocino, se dio el caso que un día Siña María Robaina, que vivía en Cañeño,
le dijo a su hija Dionisia “si vas pa La Villa vete a casa de Doña Carmela, y
me compras un kilo de tocino” se olvidó y se lo compró casa los molinas, y
cuando se lo dio a la madre y lo vio, le dijo enfadada “este tocino no es de
casa Doña Carmela” si madre y ella le dijo que no, yo conozco el tocino de doña
Carmela y este no es. Al final terminó diciéndole la verdad.
También, les compraba los
célebres chorizos que los hacían artesanales. Eran muy buenos, nada que ver con
los de ahora llamados de perro. Todos decíamos “dame un chorizo de Gabriel el
pelado”, y con una telera hacíamos un bocadillo o lo flameábamos con alcohol, y
era una buena tapa para tomarnos un vaso de vino. En aquel tiempo los chorizos
los llenaba con las tripas del cochino, bien lavadas y secándose al sol. Hoy en
día, son como todo de plástico, y los inolvidables chicharrones ¡qué buenos
eran!
A mí me daba vergüenza
pedírselos, porque nunca me los cobraba, pero cuando iba por los chorizos, sin
que yo se los pidiera me los daba también junto con los chicharrones. Ponía la
lengua del cochino, que se cocinaba con manteca, y hacía unos chorizos
especiales que algunas veces me regalaba un par de ellos. Eran exquisitos, y
las ricas morcillas con almendras y pasas, y el queso de la cabeza, tenía un
cuarto en la azotea, donde hacían los chicharrones sus hijos Pili, Tito y Susa,
y me hacía gracia que para no subir y bajar la escalera, tenían un cesto con un
hilo por el patio para bajarlos cuando les gritaban de abajo, y en el garaje
tenía un taller de costura Doña Susana, su señora. Era una buena modista, muy
amable, y cariñosa estaban cosiendo con ella sus hermanas Carmen, Elvira, y
Fina, y su sobrina Nena y Carmita, dándose el caso que los días que hacían los
chicharrones era tanta la gente que iba por ellos, que casi no podía atender la
costura, y lamentándose de a que no alcanzaran para todos.
Nosotros fuimos clientes hasta
que dejaron su actividad, reconociendo que se esmeraban en servirnos lo mejor,
porque Pili sabía cómo lo quería, mi madre antes los cochinos se criaban en los
patios de las casas (en mi casa criábamos dos), uno era para la casa del cual repartíamos
con los vecinos, que nos daban los desperdicios que era como los criábamos
antes, y el otro se lo vendíamos a él al ojo, y la carne era sabrosa.
Hoy en día en granjas, y con
toda clase de cuidados mantenidos con pienso, la carne no sabe a nada…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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