Fotografía de mis archivos particulares, coloreada por el amigo Faustino
Saavedra.
En el muro del FACEBOOK del amigo de la
Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario
trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que
se titula “LOS
CELADORES”, referente a los agentes municipales de la Villa de La
Orotava en el tiempo: “…Hoy como siempre me gusta
comentar mis vivencias y me vino a mi memoria, los llamados celadores que era
como llamábamos a los guardias municipales en aquéllos tiempos, de los que yo
conocí, son de los que comentó desgraciadamente ya son pocos los que están con
nosotros a quienes les tuve y les sigo teniendo mi admiración y un gran
respeto, a Don Víctor Socas, como comisario, a Don José Antonio (conocido
cariñosamente como “el perra chica”) cabo primero, y después comisario, a Don
Pedro Perdomo, como cabo a Don Antonio Asencio, como cabo y comisario a Don José
Abrante, a Don Valerio Zamora, Don Pedro Negrin (conocido cariñosamente como
“el perruñito”), a Don José Garcias (conocido por “el sepulturero”) a Don
Domingo Regalado a Don Ángel Díaz (“el zacatín”), Don Valentín Pérez, Don
Eufemiano Ortiz, Don Marcelino, Don Domingo González (conocido cariñosamente
también como “Jorge Negrete”), Don Manuel (“el pucharero”), Don Nicolás
(conocido cariñosamente como “Cho Barroso”), a Don Rosendo (el de la baronesa),
a Don Juan el de la charca, conocido por “el Ginebra”, Don Manuel (conocido por
“el Machango”), Don Nicolás Araque, cariñosamente conocido como “Marisol”, a
Don Higinio (conocido como “el Zapatero”), a Martin (la lerta), Juan (conocido
como “el Abejón” ), a Don Clemente y Don Juan el de la casilla, a Don Juan
Martin, a Don Ángel (conocido cariñosamente como “el colorado”), a Don Manual
(conocido como “yo soy la ley”), Manuel el de La Perdoma, Don Mauro, a Don Juan
(“el madrileño”), al sevillano Don Luis (“el peninsular”). Más tarde a Don Juan
Burgos, Don José Manuel (“Chichó”), Don Pedro Domingo Hernández, Don Alfonso
Glez, a Don Juan de Dios Alvares, a Don Luis Ruiz, a José Luis Delgado, Don
Leoncio, Don Florencio, Don Celestino, los hermanos Don Marcos y Don Antonio
Asencio, a Don Francis Suárez y a Don Luis (“peninsular”).
De los actuales no puedo hablar
de ellos por no conocer a ninguno. Antes muchos eran cariñosamente conocidos
por los motes que conté que yo no le puse ninguno. Hoy afortunadamente ya eso
ha ido desapareciendo.
En mi niñez, recuerdo que no
había tantos sitios para jugar (que bien hoy) y jugábamos a la pelota y a la
guerra en la plaza de San Juan. No nos dejaban, pero siempre jugábamos, ¡coño
no sé cómo se las arreglaba Don Pedro Perruñito! siempre aparecía y sacando la
porra nos echaba de la plaza. Lo mismo en el campo de la garrota que
esperábamos que se fueran los cabreros, para poder jugar, y en la antigua calle
del Castaño (hoy Doctor Domingo Glez), a la entrada de la calle San José estaba
un bello rincón conocido como el chavoco, el cual lo tengo en la retina, y por
mucho que lo he intentado no he visto ninguna foto de ese lugar. Allí nos
reuníamos los chicos y las chicas para jugar y de repente aparecía el celador,
porque a Doña María, la señora de Don Domingo Pérez, que vivía enfrente le
molestábamos, se asomaba a la ventana y nos gritaba (la verdad que la hacíamos
rabiar). Le tirábamos en el zaguán unas bombitas y unos salta pericos que
vendía Don Inocencio en la venta debajo de su casa. Había que oírla, tenía un
teléfono de manivela, más viejo que la palangana de Pilatos, y nos decía voy a
llamar a la comisaría y lo gracioso es que nos llamaba para hacer los mandados
y al ver que el teléfono no funcionaba, que no tenía ni cables se lo hacíamos adrede,
no éramos unos santos, íbamos a robarles los higos a Doña María la de Don Diego
en la Torrita, nos gritaba ya sé lo que son, voy a llamar a los celadores) y
salíamos corriendo también les robábamos las algarrobas a Don Pedro Rodríguez
Fariña (el Tonelero) en el depósito de la calle del Marqués… que buenas eran en
aquel tiempo, ....nos colgábamos de los camiones de Don Jesús Rodríguez Franco
y de Don Casiano García Feo, que venían con las raciones, ah! y no me digas del
estanque de la petuda. Por mucho que vinieran los celadores, siempre volvíamos.
Tengo que confesar que nunca me
bañé allí. Iba con los amigos, mi madre se enteró y me amenazó diciéndome, “que
si volvía se lo diría a mi padre para que me fuera a buscar” y cogí un miedo
tremendo y no volví más. Las chicas jugaban al tejo en las aceras, mientras no
venían los celadores, recuerdo ver como se ponía Don Pedro Perdomo en las
procesiones, madre mía todavía parece que lo estoy oyendo decir con voz
autoritaria las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda y casi nada
aforando las bodegas.
Tampoco se podía cantar a
ciertas horas de la noche, ya de joven con mi amigo Pepe Barreda (el
Prácticante) que tocaba muy bien la guitarra y cantaba, y sin ensayar ni
tomar nada salíamos de serenata. Había que imaginarse aquel silencio de
madrugada como sonaba, esa guitarra cantábamos dos canciones, y unos
marchábamos, esa noche fuimos a la calle León, donde vivía mi novia, y
siguiendo debajo de la ventana de Carmen Febles les cantamos dos canciones.
Ella al oírnos encendía la luz aun recuerdo las que fueron, yo te diré, y la
barca de oro, con el mismo silencio que llegábamos nos marchábamos, y de
repente cuando ya nos íbamos apareció el celador y nos dijo: “¿saben que no se
puede cantar a estas horas?”, nosotros creíamos que nos iba a denunciar y nos
sorprendió diciéndonos: “yo los estaba escuchándolos desde el principio, pero
sonaba tan bonito que me dije a quién le puede hacer daño esta serenata” y
dándose la vuelta se marchó (me reservo el nombre del guardia), y seguimos
terminando en la casa de Pino Árbelo, esposa de mi gran amigo Antonio Delgado.
Al día siguiente los vecinos de la calle, comentaban: “¿Oíste de madrugada?,
que bonito”. Preguntando, quiénes éramos, y lamentando que nos hubiésemos
marchado tan pronto. Se da el caso, que antes que habían pocos celadores
siempre estaban por toda la villa de arriba, ahora que hay muchos, no vemos a
ninguno…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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