domingo, 13 de febrero de 2022

LOS CELADORES

Fotografía de mis archivos particulares, coloreada por el amigo Faustino Saavedra.

 

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se titula “LOS CELADORES”, referente a los agentes municipales de la Villa de La Orotava en el tiempo: “…Hoy como siempre me gusta comentar mis vivencias y me vino a mi memoria, los llamados celadores que era como llamábamos a los guardias municipales en aquéllos tiempos, de los que yo conocí, son de los que comentó desgraciadamente ya son pocos los que están con nosotros a quienes les tuve y les sigo teniendo mi admiración y un gran respeto, a Don Víctor Socas, como comisario, a Don José Antonio (conocido cariñosamente como “el perra chica”) cabo primero, y después comisario, a Don Pedro Perdomo, como cabo a Don Antonio Asencio, como cabo y comisario a Don José Abrante, a Don Valerio Zamora, Don Pedro Negrin (conocido cariñosamente como “el perruñito”), a Don José Garcias (conocido por “el sepulturero”) a Don Domingo Regalado a Don Ángel Díaz (“el zacatín”), Don Valentín Pérez, Don Eufemiano Ortiz, Don Marcelino, Don Domingo González (conocido cariñosamente también como “Jorge Negrete”), Don Manuel (“el pucharero”), Don Nicolás (conocido cariñosamente como “Cho Barroso”), a Don Rosendo (el de la baronesa), a Don Juan el de la charca, conocido por “el Ginebra”, Don Manuel (conocido por “el Machango”), Don Nicolás Araque, cariñosamente conocido como “Marisol”, a Don Higinio (conocido como “el Zapatero”), a Martin (la lerta), Juan (conocido como “el Abejón” ), a Don Clemente y Don Juan el de la casilla, a Don Juan Martin, a Don Ángel (conocido cariñosamente como “el colorado”), a Don Manual (conocido como “yo soy la ley”), Manuel el de La Perdoma, Don Mauro, a Don Juan (“el madrileño”), al sevillano Don Luis (“el peninsular”). Más tarde a Don Juan Burgos, Don José Manuel (“Chichó”), Don Pedro Domingo Hernández, Don Alfonso Glez, a Don Juan de Dios Alvares, a Don Luis Ruiz, a José Luis Delgado, Don Leoncio, Don Florencio, Don Celestino, los hermanos Don Marcos y Don Antonio Asencio, a Don Francis Suárez y a Don Luis (“peninsular”).

De los actuales no puedo hablar de ellos por no conocer a ninguno. Antes muchos eran cariñosamente conocidos por los motes que conté que yo no le puse ninguno. Hoy afortunadamente ya eso ha ido desapareciendo.

En mi niñez, recuerdo que no había tantos sitios para jugar (que bien hoy) y jugábamos a la pelota y a la guerra en la plaza de San Juan. No nos dejaban, pero siempre jugábamos, ¡coño no sé cómo se las arreglaba Don Pedro Perruñito! siempre aparecía y sacando la porra nos echaba de la plaza. Lo mismo en el campo de la garrota que esperábamos que se fueran los cabreros, para poder jugar, y en la antigua calle del Castaño (hoy Doctor Domingo Glez), a la entrada de la calle San José estaba un bello rincón conocido como el chavoco, el cual lo tengo en la retina, y por mucho que lo he intentado no he visto ninguna foto de ese lugar. Allí nos reuníamos los chicos y las chicas para jugar y de repente aparecía el celador, porque a Doña María, la señora de Don Domingo Pérez, que vivía enfrente le molestábamos, se asomaba a la ventana y nos gritaba (la verdad que la hacíamos rabiar). Le tirábamos en el zaguán unas bombitas y unos salta pericos que vendía Don Inocencio en la venta debajo de su casa. Había que oírla, tenía un teléfono de manivela, más viejo que la palangana de Pilatos, y nos decía voy a llamar a la comisaría y lo gracioso es que nos llamaba para hacer los mandados y al ver que el teléfono no funcionaba, que no tenía ni cables se lo hacíamos adrede, no éramos unos santos, íbamos a robarles los higos a Doña María la de Don Diego en la Torrita, nos gritaba ya sé lo que son, voy a llamar a los celadores) y salíamos corriendo también les robábamos las algarrobas a Don Pedro Rodríguez Fariña (el Tonelero) en el depósito de la calle del Marqués… que buenas eran en aquel tiempo, ....nos colgábamos de los camiones de Don Jesús Rodríguez Franco y de Don Casiano García Feo, que venían con las raciones, ah! y no me digas del estanque de la petuda. Por mucho que vinieran los celadores, siempre volvíamos.

Tengo que confesar que nunca me bañé allí. Iba con los amigos, mi madre se enteró y me amenazó diciéndome, “que si volvía se lo diría a mi padre para que me fuera a buscar” y cogí un miedo tremendo y no volví más. Las chicas jugaban al tejo en las aceras, mientras no venían los celadores, recuerdo ver como se ponía Don Pedro Perdomo en las procesiones, madre mía todavía parece que lo estoy oyendo decir con voz autoritaria las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda y casi nada aforando las bodegas.

Tampoco se podía cantar a ciertas horas de la noche, ya de joven con mi amigo Pepe Barreda (el Prácticante) que tocaba muy bien la guitarra y cantaba, y sin ensayar ni tomar nada salíamos de serenata. Había que imaginarse aquel silencio de madrugada como sonaba, esa guitarra cantábamos dos canciones, y unos marchábamos, esa noche fuimos a la calle León, donde vivía mi novia, y siguiendo debajo de la ventana de Carmen Febles les cantamos dos canciones. Ella al oírnos encendía la luz aun recuerdo las que fueron, yo te diré, y la barca de oro, con el mismo silencio que llegábamos nos marchábamos, y de repente cuando ya nos íbamos apareció el celador y nos dijo: “¿saben que no se puede cantar a estas horas?”, nosotros creíamos que nos iba a denunciar y nos sorprendió diciéndonos: “yo los estaba escuchándolos desde el principio, pero sonaba tan bonito que me dije a quién le puede hacer daño esta serenata” y dándose la vuelta se marchó (me reservo el nombre del guardia), y seguimos terminando en la casa de Pino Árbelo, esposa de mi gran amigo Antonio Delgado. Al día siguiente los vecinos de la calle, comentaban: “¿Oíste de madrugada?, que bonito”. Preguntando, quiénes éramos, y lamentando que nos hubiésemos marchado tan pronto. Se da el caso, que antes que habían pocos celadores siempre estaban por toda la villa de arriba, ahora que hay muchos, no vemos a ninguno…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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