El amigo
del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (09/04/2022)
estas notas que tituló; “CIEN AÑOS DE
QUERENCIAS Y NUEVOS HORIZONTES”: “…“El sábado, víspera de Carnaval, celebróse la inauguración de una
sociedad en el importante barrio de Las Dehesas. La referida sociedad lleva el
nombre de Valle Taoro.
A las dos del citado día, se
lanzaron al aire varios cohetes mientras se izaba una preciosa bandera
española, y luego se obsequió espléndidamente a los que acudieron al acto.
Por la noche, tuvo lugar en la
expresada sociedad un animadísimo baile de máscaras, que duró hasta las ocho de
la mañana. Al final del baile, se dieron vivas al presidente, a la directiva y
a la sociedad en general.
Es de esperar que esta
sociedad, cuyo reglamento fue aprobado por el gobernador civil, tenga mucha
prosperidad pues es muy grande el entusiasmo entre sus miembros.
La directiva del presente año
la forman los siguientes señores:
Presidente, don Marcelino Sosa
Acevedo; primer vicepresidente, don Ángel Hernández; segundo vicepresidente,
don Cristóbal García; tesorero, don José Afonso; secretario, don Florencio Sosa
Acevedo; vicesecretario, don Antonio Pérez Correa; y bibliotecario, don Manuel
Fernández.
Deseámosle a la nueva sociedad
toda suerte de prosperidades”.
Lo que hemos leído aparece
publicado, bajo el título ‘De la vida canaria. Puerto de la Cruz. Nueva sociedad’,
en la primera página de Gaceta de
Tenerife, Diario Católico-Órgano de las derechas, publicado, según
consta en el encabezado, en “Santa Cruz Tenerife, capital de la provincia de
Canarias”, siendo director Adolfo Febles Mora. La información figura al lado de
un texto titulado “De pluma ajena. ¡El arreglo de la casa!”; y en el opuesto,
una crónica de riñas de gallos, firmada por Espuela y Botana. En la parte
superior, crónica de “La actualidad parlamentaria” titulada “Discursos para la
galería”, unos poemas suscritos por Francisco de Vega y enviados desde Vilaflor
y una esquela mortuoria alusiva al tercer aniversario del fallecimiento del
médico Benjamín J. Miranda nombre con el que se rotula una conocida calle del
casco del municipio.
Este testimonio documental,
cuya aportación -no será la única- agradecemos al profesor y doctor en Ciencias
de la Información, ex alcalde de Los Realejos, un dehesero perpetuo como es
Jesús Manuel Hernández García, sirve para varias cosas: para acercarnos al
origen de esta entidad, que cumple cien años; para entender el alcance de lo
que hoy se conceptúa como prensa o periodismo de proximidad; para comprender el
papel del Casino en el devenir y la evolución de este sector del municipio; y
para dimensionar adecuadamente los primeros pasos de la participación y
dinamización ciudadana no solo en una época en la que estas ideas, tal como las
entendemos hoy, no se conocían, sino que cristalizaban en un núcleo entonces
esencial para la productividad y avance social del Puerto de la Cruz: el
turismo estaba aún lejos de ser el sostén principal de ese modelo de
crecimiento y desarrollo.
Las Dehesas, o en singular, La
Dehesa, que es como coloquial y habitualmente la mencionamos, era la campiña
portuense, algo más que una mancha verde en la geografía del norte tinerfeño y
del valle de La Orotava en particular. La campiña donde muchos tuvieron su
primer empleo, donde pequeños propietarios dispusieron de tierras para
producir, donde las labores agrícolas fueron desempeñadas siempre con tesón
admirable y con esfuerzos sin límite con tal de ganarse el sustento.
La Dehesa, el Puerto rural,
cien años después de la fundación de la sociedad que hoy empezamos a
conmemorar, poco o nada tiene que ver con el paisaje y la realidad de entonces
que imaginamos. La platanera, a qué negarlo, ha ido menguando. A duras penas ha
contenido el turismo. Sus características territoriales son otras, contempladas
desde cualquiera de los puntos cardinales. Aunque conserva -es necesario
ponderarlo- todos los encantos de una zona agrícola que ha ido salvando las
calificaciones reservadas en los planes de ordenación urbanística.
Aquí, en medio de fincas y
frutales, de gañanías y atarjeas, de veredas y estanques, caminos rudimentarios
y muros empedrados, en medio del campo, para entendernos, donde la vida se hizo
durante décadas sin otros ruidos notables que el trino de las aves, donde las
veredas y las cuestas parecían tan largos pero con propiedades intangibles que
alimentaron la buena vecindad y no mermaron la relación social, a pesar de los
pesares. Lo comprobamos personalmente cuando, siendo niños, veníamos de la mano
de los tíos, subiendo por Carril o Las Quinteras, daba igual, a ver cómo se
verificaban las dulas, a ayudar en algunas tareas, a recoger aguacates y
nísperos, a impregnarse los calcetines de ortiga, de la familia de las
urticáceas, o sea, que picaba y pica, que decíamos ortiguilla, a transportar la
leche, los sacos o algunos frutos y a esperar alguna propinilla que ahorrábamos
para comprar algún periódico. Recuerdo imborrable de maestro Felipe, que nos
enseñó métodos y ‘técnicas’ agrícolas con la nobleza de los medianeros y nos
orientaba o acudía al rescate cuando los afanes de curiosidad nos desviaba del
mollero, así llamado aquel rincón de la finca aunque su significado real poco o
nada tuviera que ver con aquel nombre.
Aquí, en este ambiente
–decíamos-, al borde de la carretera, surgió la Sociedad Valle Taoro, el casino
de La Dehesa, el que dirigieron, entre otros, los hermanos Sosa Acevedo, uno de
ellos, Florencio, alcalde del Puerto de la Cruz y diputado a Cortes, el que
presidió durante treinta años Manuel Delgado. La Sociedad de Instrucción y
Recreo Valle de Taoro, que así era su denominación original, poseía –en
palabras de Javier González Antón, profesor de la antigua Facultad de Ciencias
de la Información de la Universidad de La Laguna y ex director del Museo de la
Naturaleza y el Hombre- unos rasgos similares a las sociedades laguneras o
grancanarias, “todas ellas ejes vertebradores de la sociedad de su entorno,
sensibles a la cultura y al avance de los ciudadanos”.
El profesor González Antón, en
su prólogo del libro de Jesús Hernández García que condensa los “75 años en la
historia de un barrio”, publicado en el año 2000 gracias a la cooperación de
varias firmas comerciales, destaca los loables propósitos consignados en el
primer reglamento de la sociedad, como son “la presencia de un bibliotecario
–el primero, Manuel Hernández González-, la suscripción a periódicos y
revistas, primero conservadoras, como La Gacerta de Tenerife o Mundo Gráfico, en 1922, pero luego también comprometidas y
de izquierda, como Espartaco, en
1932”.
Y sigue González Antón: “La
adquisición del aparato de radio, el gramófono, o la presencia del cuadro
artístico, luego grupo folklórico… Todo ello es buena muestra del prioritario
papel social y cultural que la sociedad, fiel también a la denominación, de
aquella originaria instructiva, ha jugado desde su fundación”. Pero lo que sí
resulta insólito para el profesor lagunero, es la implantación en un barrio de
pequeña población. No compara pero sí alude al hecho de que, en aquellos años,
Las Palmas de Gran Canaria o San Cristóbal de La Laguna, eran las ciudades más
importantes de las islas. Añade que el casino de La Dehesa, “nace y perdura en
un ámbito mucho menor y ello es posible gracias a la estrecha vinculación con
su entorno. Entorno –escribe- del que “la Sociedad ha sido, es y seguirá siendo
blasón, bandera, escudo y estandarte del barrio que la sustenta”.
En la introducción del libro de
Jesús Hernández García que ya hemos citado, se alude a la importancia del
fenómeno de la comunicación en la secuencia histórica de la sociedad. “Habremos
de incidir en la prensa. En aquella que sirvió de base para la consulta de algunos
hechos. Y a la que se hace reiterada alusión en las cuentas sociales, al ser
uno de los gastos obligatorios en los ejercicios anuales, ocupando lugar
preferente La Prensa, de
don Leoncio Rodríguez”, escribe el autor que, más adelante, dedica unas páginas
a la radio, “otra constante en la vida de la sociedad”. Dice Hernández que
“marcó hitos importantes y fue medio de unión entre un barrio y lo que
acontecía allende los mares. Dispuso de comisión que regulaba su
funcionamiento. Y a la que se aplicaba el correspondiente impuesto sobre la
audición”.
Si algunos deheseros se
aglutinaron en torno a la radio, veamos cuál era el contexto.
Con la llegada de la II
República, el número de personas que disponía de un aparato receptor aumentó y
la audiencia de este medio se engrosaba día tras día. Además, durante esta
época fueron surgiendo un gran número de estaciones locales, que engancharon, como se dice ahora,
a muchas personas a lo largo de todo el territorio español.
Sin embargo, con el estallido
de la guerra incivil, julio de 1936, las cosas empezaron a cambiar. La radio se
destapó como un gran medio de propaganda política que fue utilizado por los
bandos combatientes para emitir los informativos y sus particulares arengas. La
implantación de una nueva dictadura supuso una larga temporada de dominio
político sobre el sistema radiofónico. El 19 de enero de 1937, antes de que
acabara el conflicto, se crea Radio Nacional de España, a la que se le otorgará
el monopolio de la información en nuestro país, gracias a la promulgación, un
año antes, de la Ley de Prensa, que estaría en vigor hasta 1966. Además, la
entonces Unión Radio se transforma en la actual Ser (Sociedad Española de
Radiodifusión).
Esta situación desembocó nuevamente
en la instauración de la censura (la Ley de Prensa así lo establecía), o lo que
es lo mismo, las radios no podían programar nada que el poder político no
quisiera. Los censores se ocupaban de revisar los guiones para que nada
indebido se les escapara, al tiempo que las radios comerciales, las privadas,
estaban obligadas a conectar siempre con Radio Nacional de España (Rne) para
emitir los servicios informativos que elaboraba esta red gubernamental y que se
conocían con el nombre de El
parte, debido a que durante los años de la contienda civil, el
espacio informativo por antonomasia era, precisamente, el parte de guerra. Las
estaciones distintas a Rne sólo podían elaborar las noticias comarcales y
locales, pero siempre bajo supervisión de la autoridad competente.
Mientras esto sucedía en
España, en Europa se desencadena la II Guerra Mundial. Esta circunstancia
obliga a transformar la radio -al igual que ya había sucedido en nuestro país
poco antes-, en un arma de propaganda política que utilizaban los dos bandos
para informar de los avances de la guerra o de las grandes batallas.
Sin lugar a dudas, en ese
momento la información radiofónica es un baluarte importante que hay que cuidar
y vigilar, pero la radio también es un medio de entretenimiento al que recurren
las familias españolas para pasar sus pobres y aburridos ratos de ocio.
Llegados a los años 40, en
concreto a 1942, el Gobierno crea la primera red de ámbito estatal, la Red
Nacional de Radiodifusión (Redera). Hasta ese momento, el sistema estaba
conformado por tres tipos de emisoras, por decirlo de alguna manera: las
estaciones locales, que tenían poca potencia, las comarcales (de las cuales la
mayoría pertenecían a lo que es hoy la Ser) y, finalmente, las que estaban
dentro de la Sociedad Nacional de Radiodifusión, es decir, las de Rne, y las de
la FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de
Ofensiva Nacional-Sindicalista). Esta década de los 40 supuso también avances
técnicos para los profesionales de la radio. En 1948, aparece la cinta
magnetofónica, lo que favorecerá en gran medida la mejora en la producción de
programas.
Durante estos años, el número
de aparatos receptores no dejó de crecer, siendo España uno de los países
europeos que más radios tenía por habitante. En concreto, y según datos de la
Unesco, en 1955 había un receptor por cada noventa ciudadanos, o, lo que es lo
mismo, 2.717.000 aparatos distribuidos por todo el territorio. Pero si los
receptores aumentaban, también lo hacía el número de emisoras, especialmente
las vinculadas política o ideológicamente al Gobierno.
En la obra del doctor Hernández
García, se alude a la querencia del Casino por la radio. En mayo de 1935, la
directiva trata sobre la compra de un aparato. En el acta de la reunión, consta
que “dando cumplimiento a un acuerdo de la General sobre la adquisición de una
radio, se vio una carta del comerciante de esta localidad, don Lorenzo
Hernández, en la cual hace un ofrecimiento de un aparato RCA, de seis tubos, cuyo precio es de
setecientas pesetas, análogo a otro General
Electric, propiedad de don Alejandro Baeza y que en calidad de prueba
viene funcionando en este Casino y cuyo valor es de setecientas cincuenta
pesetas”.
“Esta directiva –transcribimos-
acuerda, por unanimidad, ofrecer al señor Baeza la compra de su aparato pero
que éste sea pagado sin anticipo de ninguna clase pues el señor Hernández
ofrece el suyo para pagar en veinte meses”.
Las dificultades económicas del
Casino en aquella época motivaron que en 1937 el aparato de radio fuera
vendido en doscientas veinticinco pesetas, según consta en los libros de
contabilidad de la entidad.
Pero en enero de 1941, la Junta
General aprueba la adquisición de un nuevo receptor. En el relato histórico de
Jesús Manuel Hernández se consigna que “el ofrecimiento lo hace don Pablo
Delgado Luis, que había sido elegido presidente de la sociedad y que lo será
hasta 1950, en representación de varios socios, quienes habían adquirido uno y
lo ceden a la sociedad”. Para el profesor Hernández, “la comunicación era
fundamental. El espíritu liberal y abierto de las gentes de Las Dehesas, de los
socios de Valle Taoro, demandaba un canal informativo. La enajenación del
anterior aparato debía ser prontamente reparada”.
Del progresivo auge de la radio
en las islas y en nuestro país, tenemos pruebas estadísticas oficiales. Por
ejemplo, del listado de Contribuyentes del Impuesto de Radiodifusión, desde
1956 a 1960, se desprende que en 1956, había, en la provincia de Santa Cruz de
Tenerife, diez mil seiscientos setenta y un aparatos. En el 57, once mil
novecientos cuarenta y nueve; en 1958, trece mil doscientos setenta y cinco; en
1959, doce mil doscientos cincuenta y cuatro y un año después, 1960, se
incrementaron hasta diecisiete mil cuatrocientos treinta y ocho.
Naturalmente, ahora son muy
diferentes las alternativas de ocio y los vehículos para convertirse en lo que
modernamente conocemos como consumidores de la información. Eso sí, la radio
conserva como medio un grado de confiabilidad muy estimable, por lo que cabe
recomendar su disponibilidad en el bar o en la dependencia del Casino que
oportunamente se valore.
Porque, eso sí, la
revitalización de la entidad –idea con la que queremos finalizar esta
intervención- pasa por sumarse a las distintas opciones y variantes de la
comunicación. Es más, tienen que ser un reclamo para los jóvenes y
adolescentes, de modo que aquí, en un lugar seguro y bien dotado, puedan
desarrollar tareas docentes, incluso lúdicas, interactuar, ver qué se puede hacer
con los nómadas digitales, comunicarse y complementar el uso de herramientas
que sirvan también de aprendizaje y disfrute.
Estamos, se acepta, en la era o
sociedad de la comunicación y tras las crisis que amenazan el nuevo orden o,
por decirlo en positivo, alumbran nuevas directrices de funcionamiento, es
necesario afrontar el proceso de digitalización que se impondrá como se impusieron
otros órdenes y otros hábitos en el pasado.
Las nuevas generaciones de La
Dehesa no pueden quedarse atrás. El Casino tiene que ser una entidad viva y
dinámica desde lo que sus integrantes, de todas las edades, promuevan, deseen y
ejecuten. Han de contribuir, seamos claros, a la conservación de las señas de
identidad, a su costumbrismo y a su gradual transformación. Somos conscientes
de que hay gente con valía y con inquietudes. ¿Por qué resignarse, entonces?
Iniciativas hay múltiples para mantener encendida la llama y hacer buenos los
versos de las décimas de Jesús Manuel Hernández García, con los que
finalizamos:
“Tiene La Dehesa un tesoro,
legado de buena gente,
que sigue siempre presente,
perdurando como el oro,
Sociedad Valle Taoro.
Es un regalo imponente,
que sigue firme y al frente,
irradiando más saber;
así lo han querido hacer
desde aquellos años veinte”.
A esta noble empresa, a la
renovación de valores, a la modernización y al engrandecimiento, están todos
invitados.
¡Mucha suerte, feliz centenario
y mejor porvenir!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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