Leído como preámbulo a la Semana Santa de la Villa de La
Orotava año 2022, en el templo parroquial de San Juan Bautista en Farrobo por
el orotavense JUAN ACOSTA PADRÓN, licenciado en derecho por la Universidad de
la Laguna: “…Y nos dijo:
“…donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio”. Y,
antes de su regreso al Padre, como legado: “…sabed que estaré con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo”. Pues si en ello se asienta nuestra Fe y
nuestra Esperanza, aquí y ahora, Él nos acompaña, como el principal invitado y
protagonista único. A su benevolencia y misericordia me encomiendo; implorando
su ayuda. Ardua misión la de pregonar el paso del Señor por esta su Villa Eucarística
en esta Semana Santa del año dos mil veintidós. SEMANA SANTA que es una ORACIÓN
A CRISTO ATADO, CRUCIFICADO, MUERTO Y RESUCITADO. Por El, y sólo por El,
acepté, aunque con algún titubeo, la responsabilidad de lo que tan
graciosamente se me encomendaba. Que El premie abundantemente a quienes
pusieron su confianza en mí designación y, a los que han de escuchar mi
personal anuncio de los Días Santos, su paciente atención. A la familia y
amigos a quienes les he hurtado momentos que les correspondían, a los
organizadores de este acto por el mimo con que lo han hecho y a quien, con
sentidas palabras, fruto de la amistad cofradiera de tantos años, me ha
presentado. Muchas, muchísimas personas, con más merecimiento que el que ahora
en este atril se enfrenta tal vez a uno de sus encargos más difíciles: pregonar
la Semana Santa de La Orotava. No concurre en mi persona más mérito que el de
un creyente de base, pero, como alguien me recordaba frecuentemente, siendo uno
de sus últimos consejos, cuando nadie esperaba su súbita partida, al menos con
la “fe del carbonero”. Creyente y cofrade. Un cofrade con la experiencia
adquirida a lo largo de más de cuarenta y cinco años. De mis experiencias de
fe, de sensaciones, de emociones, de recuerdos, de conocimientos adquiridos o
transmitidos, es de lo que puedo hacerles partícipes. No puedo, por el
contrario, ofrecer lo que no poseo. Carezco de formación histórica y artística
para exaltar los días que se avecinan, no ha sido mi profesión, ni ha ocupado
mis anhelos de ampliación de conocimientos. No encontrarán en las palabras del
pregonero una gran pieza oratoria: ni literaria, ni poética. Sólo una expresión
simple. Un decir llano y sencillo, sin verbo grandilocuente. Sí les puedo
confesar que en la redacción de este pregón he puesto todo mi esfuerzo y el
mayor de los cariños. Que nadie se sienta excluido de él, aunque no sean
directamente aludidos. Ni Parroquias, Iglesias, Ermitas, Conventos y Capillas;
pero tampoco, Hermandades y Cofradías. A todas mi total aprecio. Mas las
limitaciones temporales son un infranqueable obstáculo. Todos, absolutamente
todos, templos y asociaciones de fieles para el culto de los Titulares de su
devoción más íntima, son merecedores de exaltación. E incluso de una que les
sea propia. Con esos condicionantes nos fijamos en esta nuestra Villa de La
Orotava, que ha puesto su morada en las faldas de la cumbre. El amplio y
generoso Valle desciende hacia el azul Atlántico y la Villa, con sus mansiones,
iglesias y palacios, parece complacerse en tanta belleza. Casco regio, de
calles adoquinadas, bien cuidadas plazas y balcones majestuosos. Y una Villa de
Arriba señorial aun en la humildad de su arquitectura, netamente canaria. Ese
es el magnífico escenario donde se ha de desarrollar la apasionante página
anual de su Semana Santa. La Orotava vuelve en estos días su mirada al Señor de
la Iglesia y con Él quiere rememorar los mismos sentimientos de la Cruz y de la
Resurrección. El Dolor y el Triunfo de nuestro Redentor. Aún con el jolgorio
carnavalero en las calles, ya comienza el peregrinar hacia la Pascua. Sin
Pascua nada puede tener sentido. El miércoles de “pulvis eris et in pulvis
reverteris”, con la impartición de la ceniza, abre el largo, ¿o tal vez resulta
corto?, trayecto de la Cuaresma. Tiempo de preparación, sobre todo personal,
para acercarnos a los Misterios Pascuales con el arrepentimiento más sentido,
como humanos y pecadores, pero reconciliados con el Padre siempre con los
brazos abiertos para acogernos. También de duros trabajos, restándoles horas a
familias y al descanso, de hermanos y cofrades y demás colaboradores de los
templos. También es época de Vía Crucis. Interiores y externos. Parroquiales,
Interparroquiales o de las hermandades y cofradías en su conjunto. Sencillos,
con una cruz, o con imágenes devocionales, en sus tronos o en parihuelas.
Ordinarios o extraordinarios. En el quinto fin de semana, los actos eclesiales
y procesionales centrales giran en torno a dos Cristos alegóricos a su Triunfo
sobre la Muerte: en la Villa de Arriba, el sábado, el SANTÍSIMO CRISTO DE LA
SALUD, de la Parroquia de San Juan Bautista, rescate de una iconografía que se
nos fue para tierras del Sur de la Isla; y en la de Abajo, el SANTÍSIMO CRISTO
DEL PERDÓN, de la Iglesia de San Agustín, que pasó de recibir los rayos del sol
de mediodía del Domingo de Pasión a procesionar con resplandores de bellos
atardeceres. La Orotava siente ya próxima su Semana Mayor. Y en el Viernes que
le precede, la DOLOROSA de San Agustín, tan vinculada a las mujeres villeras,
hace su corto, pero intenso transitar alrededor de la Plaza de la Constitución.
La de la Alameda, del Kiosco o de Anita. Acompañada por la Banda de Música,
pero no ya, desde lo alto del añejo Kiosco. Y Santo Domingo, el Sábado de
Pasión, permite que su SANTÍSIMO CRISTO DEL DESPOJO, imagen de terracota del
escultor villero Pablo Torres Luis, ilumine el discurrir por la calle Araujo, a
la vera del Barranco de ese nombre (el siempre “Barranquillo”), con las
hermosas traseras de algunas casas de la calle Tomás Zerolo. Es domingo.
Comienza la Semana Santa. Es el día de los ramos de palmas y olivos. Un año
más, la Villa serena, tranquila, silenciosa, se embriaga con la inmensa alegría
que derrochan sus vecinos más pequeños por todos los rincones del Municipio, y
que para ellos sólo es comparable al de la Víspera del Día de Reyes. DOMINGO DE
RAMOS. El más entrañable recuerdo de la niñez. Es la procesión de “Los
Palmitos”, los que, con más o menos maña, nos dedicábamos a trenzar y, más
tarde, a transmitírselos a nuestros hijos, que, enfrascados en ello,
acompañaban la procesión, mientras cantaban. Para la Ciudad de Elche se dejaba
el verdadero arte del adorno, que les permite ofrecer un ejemplar al propio
Papa. ¿Cuántas desilusiones al no poder conseguir una de aquellas palmas
grandes? Establecida como procesión meramente eclesial y litúrgica, con cantos
de alabanza, como propio de la conmemoración de la Entrada Triunfal de Jesús en
Jerusalén, en nuestra Villa, actualmente, en dos casos, se le acompaña con una
imagen procesional. Popularmente, el SEÑOR DEL BURRITO, en el Centro, y EL DE
LA BURRITA en La Perdoma. En otros lares se denomina “La Borriquita” (en
Sevilla, Cádiz y Almería), “La Pollinica” (en Málaga) o “La Borriquilla” (en
Granada y Jaén). A nadie se le escapará que al pregonero de este año “no se le
caen los anillos” por mentar otras Semanas Santas presenciadas y su especial
cariño por la tierra andaluza, sin que suponga un olvido a sus “amores primeros
y principales”: La Villa, sus solemnidades y festividades. Lo que complementa,
si es bueno, hace mejor a lo originario. Sea el pregonero perdonado por las
alusiones a esas otras Semanas Santas, y que no se sientan ofendidos los
“puristas” del sólo “lo de aquí”; pues muchas actividades cofrades actuales e,
incluso, un lenguaje propio del ámbito de hermandades, no conocidas en tiempos
no muy lejanos, se han colado en nuestras tradiciones con gran aceptación
general. Y sin que ello suponga, perder nuestra idiosincrasia. Y referido a la
Parroquia de San Juan Bautista, si todos somos Iglesia y con el propósito de
hacer sentir a los feligreses ser parte viva e importante de la misma, ¿por qué
no llevar a cabo esta bendición de palmos y olivos y la posterior procesión
litúrgica, alternando con la de la Piedad, desde otras Ermitas Parroquiales?.
Sea desde la, para mi muy recientemente descubierta como gran joya
arquitectónica, Ermita de Santa Catalina, a escasos metros; sea, por motivos
además sentimentales, por ser la de mi niñez, adolescencia y juventud, desde la
de la Candelaria del Lomo, cuando además en mis recuerdos más lejanos anida el
de que, al menos una vez, así ocurrió La imagen del Cristo vino desde Olot
(Gerona) en 1957, siéndome desconocido ¿qué acaeció primero? ¿que el “borrico”
trajera a Nuestro Señor a la Villa, o que fuera la “cigüeña” la que dejara en
la Villa de Arriba a quien en este año debía pregonar su Semana Santa?. Somos,
pues, de la “misma quinta”. La entrada del Señor flanqueado por la fachada
barroca e imponentes torres de la Parroquia Matriz y el palmeral de las Plazas
de Casañas, en primer término, y de Patricio García, más abajo, nos transportan
a aquel Jerusalén histórico. Estampa que este año podríamos no ver. Lejos
quedan aquellos años en que, con hermandad propia de niños con trajes hebreos (túnica
judía con cíngulo y velo), procesionaba desde el Colegio Salesianos, desde las
tres o cuatro de la tarde, con similar recorrido al de María Auxiliadora. Desde
el templo dedicado a Nuestra Señora de la Concepción, tal vez, la mejor muestra
del barroco en Canarias, Monumento Histórico-Artístico Nacional desde mediados
de 1948 y adjetivado, por su composición y características, como “Basílica o
Catedral de La Orotava”, y concluida la Solemne Misa con la lectura de la
Pasión, salen a las calles del Centro, el SANTÍSIMO CRISTO PREDICADOR y el paso
de la CONVERSIÓN DE LA MAGDALENA. El Señor, caso único de certeza de su
autoría, con túnica y capa dieciochescas bordadas en oro sobre terciopelo, se
sienta e imparte su predicación en un hermoso sillón barroco de madera
policromada en dorado. En cuanto a la originaria de Magdala, es una escultura
de candelero y procesiona de rodillas, a diferencia de las demás imágenes de
María Magdalena que salen en nuestra Villa, que lo hacen de pie (las de San
Juan, Santo Domingo y El Calvario). En su mano derecha porta la copa de plata
del perfume (las otras en la izquierda). Alejado en el tiempo queda el
alfombrado de poleo de la calle La Carrera, aunque ya se han dado algunos pasos
para consolidar su rescate. Aquí debo recordar que en Málaga, en la noche del
Jueves Santo, y momentos previos al paso del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del
Paso y María Santísima de la Esperanza, se esparce romero, que después recogen
los devotos asistentes para llevar a sus casas. Y en la Ciudad de Antigua
(Guatemala), donde en la Iglesia de San Francisco El Grande, yace nuestro Santo
Hermano Pedro, tienen costumbre de alfombrar sus calles para las procesiones de
los Días Santos, parecido a nuestros Jueves de Corpus Christi. Al ser la del
Burrito más litúrgica, podemos considerar esta del Predicador la primera
procesión de Semana Santa, además de ser la primera en ir acompañada de música.
Y es, a partir de ahí o de cualesquier otra –y es un aspecto al que se le ha
dado seguramente poca importancia-, cuando comienza a irse forjando muchas
amistades duraderas, algunas de las cuales han culminado en uniones familiares
(muchas parejas, y después matrimonios, surgieron de encuentros en la Semana
Santa: un gesto, una simple palabra, un verse frecuentemente en las
procesiones, en una calle o esquina y luego en otras, o en las plazas, o
discurriendo por las aceras acompañando a las imágenes: “vamos a acompañar al
Señor” es frase sentida que hemos oído repetidamente). ¿Y si en eso estuviera
uno de los “designios inescrutables” de Dios? ¿Quién para dudarlo? El día ya va
de retirada. Los rayos del sol de la mañana se van difuminando. El cielo luce
una paleta de colores que pareciera una alfombra de la Plaza del Ayuntamiento.
Y la Iglesia de San Francisco se apresta a regocijarse con uno de sus tesoros
más señeros: es la procesión del SANTÍSIMO CRISTO DEL HUERTO Y NUESTRA SEÑORA
DE LA SOLEDAD (la primera Soledad de la Villa, que se separa de la iconografía
de nuestras Dolorosas, al no llevar espada, sino un corazón con siete puñales,
que representan los Siete Dolores). El paso del Cristo, uno de los cuatro
grupos escultóricos que salen en nuestra Semana Santa y que se aparta de
nuestro tradicional “una imagen en cada trono”, es representativo del comienzo
de la Pasión, por lo que el Señor sólo tiene los efectos del sudor en la Agonía
de Getsemaní, en frente, mejillas y cuello, y sudor tanto natural como de
sangre; con boca entreabierta, que refleja el momento de conversación con el
Padre. Mi nacimiento, en el atardecer del 14 de abril de 1957, coincidió con su
salida procesional. Después, el 14 de abril sólo ha coincidido con el Domingo
de Ramos en 2019 y las próximas ocasiones serán en 2030 y 2041 (lo celebraremos
si Dios quiere y si “antes no me llama a su lado”). La vinculación sentimental
con el Señor de la Oración es evidente. Muchos los inolvidables momentos de su
transitar procesional. Como su salida, en el marco de la puerta de la Iglesia
de San Francisco, con el escudo franciscano de piedra en la portada; o la
bajada por la calle San Francisco, flanqueado, por la izquierda, por la fachada
del templo y el imponente portalón del antiguo Hospital de la Santísima
Trinidad y, por la derecha, el antiquísimo drago de la plaza-jardín de flores
bien cuidadas, mientras al fondo está la señorial casa canaria del Doctor don
Domingo González García y, con nitidez, se ve la parte alta de La Orotava.
Calle Hermano Apolinar (La Hoya). Quien venga acompañando la procesión (o el
Jueves con el Crucificado) que se detenga al llegar a la calle Altavista y se
recree al contemplarla: un reducto de una añeja Orotava. Quizá tormento para
sus vecinos, pero recuerdo de las primeras vías de nuestra Villa. Que no la
toquen. Hasta los ladridos de los canes de la familia Casañas guardan hoy respetuoso
silencio al paso del Señor, como no queriendo despertar a los “amigos de Jesús”
durmientes mientras Él se sumerge en la tristeza. Hay olores a pan recién hecho
de los Perera. De regreso a su sede, el Olivo ya no podrá, como en tantos años,
hacer que la añeja magnolia le mostrara un halo de envidia. El Señor hace
estación en la puerta del Cementerio (“Con el Cristo de La Oración una Oración
a Cristo por los difuntos”). La entrada en San Francisco, de cara a los fieles.
Así como las Hermandades y Cofradías, anualmente, designan a sus Hermanos
Mayores, la del Huerto además ha tenido un “Orfebre Mayor” en la persona de un
artista sevillano de la plata, don José Jiménez Jiménez. Muchos de sus enseres
pertenecen a su taller. Y, entre ellos, los ciriales de 1998, cuyo último pago,
en Sevilla, se me encomendó por uno de los mayores impulsores de la Hermandad,
aunque yo no pertenecía a la misma, el que debía abonar observando
escrupulosamente las muy estrictas indicaciones que se me daban. El encargo fue
cumplimentado en la forma en que estimé conveniente. Es Lunes Santo. Y desde
San Juan Bautista hace su salida procesional anual el SANTÍSIMO CRISTO DE LA
CAÑITA (en otros lugares ECCE HOMO O SEÑOR DE LA SANGRE). Cristo sufriente y
doloroso. Su rostro (el de un Señor manso y paciente, que sólo desborda amor,
perdón, comprensión, tolerancia) es el que lleva más sangre. Por su continua
invocación, casi a diario, y aún en estos tiempos, se podría decir que es el
Cristo de los jóvenes: “Ay Señor de la Cañita”, la expresión que contrasta con
las de los de cierta edad, “Ay Señor de la Columna” o “Divino Señor del
Calvario”. Comenzando la bajada por la calle León, aún –en ésta y en otras
muchas procesiones del Farrobo- me parece ver en la puerta de su casa a aquel
educado “señor”, de barbas blancas, que al paso de cualquier imagen, haciendo
la señal de la cruz, se ponía de rodillas (ya ni ante el Santísimo en la calle
–en muchas ocasiones tampoco en los templos- se hace este respetuoso gesto),
era “Maestro Cecilio”. Cuán hermoso es el discurrir de la procesión, de
anochecida, por la subida de la calle del Doctor Domingo González García
(Castaño en su antigua denominación) a la vera de los dos molinos y los
castaños, con la luna iluminando el Santo Rostro. Lunes de la feligresía de San
Juan Bautista y Martes de la de Nuestra Señora de La Concepción. Como se ha
dicho, una única Semana Santa y sin solaparse los actos procesionales de los
distintos templos. En las manos del SANTÍSIMO CRISTO PRESO es donde más se
aprecia el realismo y el drama interior que vive el Señor, que es portado en un
trono adornado siempre por esterlicias. ¿Seguirá siendo una donación de la
familia Salazar? Le acompaña SAN PEDRO PENITENTE en el paso de LAS LÁGRIMAS DE
SAN PEDRO. Va de rodillas y sus manos fuertemente entrelazadas en señal de
dolor y arrepentimiento por la traición y negación. Y tiene un significado el
ir de rodillas: arrepentimiento. Por sus mejillas caen lágrimas de cristal ¿Por
qué nos cuesta tanto el arrepentimiento e, incluso, el llorar? El símbolo del
momento es el gallo, labrado en madera totalmente, que acompaña al Penitente.
El paso del Señor, Cristo Hombre frente al tribunal romano, por el lateral
norte de la Iglesia con las palmeras de las Plazas de Casañas y Patricio
García, es un momento destacable y, seguramente, de los menos conocidos del
recorrido. Así como el verlo con su sombra proyectada sobre la Casa Monteverde,
con la trasera de la Iglesia y su iluminada cúpula (su elemento más
característico e inspirada en la de la Catedral de Florencia). También el
discurrir por la calle La Carrera a la altura de la Plaza del Ayuntamiento,
donde mi hija, aún hoy, reviviendo el recuerdo más especial sobre la Semana
Santa, y ahora transmitiéndoselo a sus hijos, quiere contemplar esta procesión
donde va esa figurita pequeña que recuerda la traición y que sigue llamando el
“gallino”. Ya es Miércoles Santo. Ecuador de la Semana Mayor. Este era el día
en que en los Edificios Oficiales se izaba la bandera de gala para el Jueves
Santo, que se arriaría a media asta, en señal de duelo, al día siguiente
Viernes. Varios años presencié como solemnemente, don Enrique, el Sargento don
Enrique, cofundador con don Domingo de la Banda de Cornetas y Tambores de San
Juan Bautista, llevaba a cabo ese cometido en el Juzgado. Con el paso de los
años entendí lo que él comentaba con mi padre sobre los “cargadores de Semana
Santa”, que no eran precisamente los portadores de los tronos; aunque algunos
también lo hacían y ya en la procesión de la tarde del Viernes la
descoordinación respecto al ritmo de la música era evidente. También era el
último día de las labores agrícolas y ganaderas. Y en las últimas horas, e
incluso en las primeras del Jueves, el momento de las confesiones de los
hombres. ¿Por qué cuesta tanto el acercarse al Sacramento de la Reconciliación
si estamos seguros de la Infinita Misericordia del Padre? En la noche se
enseñorea de las calles villeras el SANTÍSIMO CRISTO DE LA HUMILDAD Y
PACIENCIA, de la Iglesia de San Agustín, acompañado por NUESTRA SEÑORA DE LOS
DOLORES. El Cristo es una plasmación de la reflexión serena de la melancolía.
Ya despojado de sus vestiduras (su túnica a su lado significa tal despojo), a
excepción del paño de pureza, espera humilde y paciente la crucifixión. Cuerpo
dolorido, maltratado por el castigo y mente aturdida por los golpes. Un momento
que siempre ha impactado a este pregonero: cuando por la calle Beltrán (lateral
oeste de la Plaza de Franchi Alfaro), el Cristo, que lleva su cruz arbórea a su
lado, pasa ante una de tantas cruces que en la Villa cuelgan en fachadas o en
capillas., siempre lo oí y con cierta zozobra, es la “Cruz de los
Ajusticiados”. De pequeño, en una ocasión, cuando se estaba produciendo la
entrada en San Agustín, tal vez ensimismado con la Banda de Cornetas y Tambores
de la Cruz Roja y su vistoso, cuasi militar, piquete de honor al Cristo, como
niño inquieto subía y bajaba constantemente el bordillo de la acera, hasta que
en una de ellas ocurrió lo que, también constantemente, me advertían: pérdida del
equilibrio y mi boca al bordillo. Consecuencia: además de la aparatosa herida y
su largo tiempo de cura, la caída de algunos dientes en los días posteriores
(lo mejor: eran de los iniciales, de los llamados “de leche”). No recuerdo si
humildad, pero paciencia sí que tuve hasta la total recuperación. Los niños y
su “especial” atención a las procesiones. Mas, así y todo, no se sabe cómo,
pero suelen mantener vivos los recuerdos. Jueves Santo. Comienza el Triduo
Pascual. Muchos Jueves Santos. Cada uno con sus singularidades, sus
sensaciones, sus emociones, sus lecciones. Una de ellas la de más grata y
profunda memoria. Con mi mujer, compañera desde hace más de cuarenta y cinco
años, treinta y seis de ellos de unión matrimonial, la que con “santa
paciencia” ha venido soportando, entre otros muchos aspectos y defectos, mis
inquietudes “semana santeras”, aquí y “cruzado el charco”, había acudido a
hacer una visita a una Residencia Hogar dedicada a la atención de mujeres con
algunas discapacidades, algunas psíquicas. Era mi primer contacto con aquellas
“Niñas”. Sus risas, su cariño, sus muestras de afecto al recibir un abrazo o un
estrechar su mano, hicieron que mis ojos, los de dentro, se abrieran de par en
par para ver en ellas a ese Jesús al que celebramos en su Pasión y Muerte, pero
sobre todo al que adoramos Resucitado. Ese día puedo decir que estuve un poco
más cerca de Él y de algunos de sus “Ángeles Santos”. Tarde del Jueves.
Celebración de la Cena del Señor, lavatorio de los pies y traslado solemne del
Santísimo al Monumento. Eucaristía, Sacerdocio y Amor Fraterno. “Se convirtió
en pan vivo que pudiéramos comer para vivir. ¡Se hizo tan pequeño y tan débil!.
Pan, nada más, para saciar nuestra hambre de Dios. Por eso Él tomó pan, que es
el más sencillo de los alimentos”. Así se expresaba Madre Teresa de Calcuta;
añadiendo que Cristo no nos preguntará por cuántas cosas hemos hecho, sino por
cuánto amor hemos puesto en nuestros actos. Muchas participaciones, en la
Parroquia de San Juan, en las dos maravillosas lecturas del día. En la primera
ocasión en que, un Jueves Santo, realicé una de aquellas lecturas, un querido
miembro de la Hermandad del Santísimo, muy ligado a la Parroquia, con un algo
de tristeza en sus ojos, celebró que fuera un familiar suyo el que le hubiera
sustituido en lo que durante tantos años había llevado a cabo y que el paso del
tiempo y su edad le hacía que cada vez le fuera más gravoso (mi primo Isabelino
Pérez Acosta. Don Isabelino lo llamaban para distinguirlo de su hijo mayor). El
lavatorio se viene haciendo a doce miembros de hermandades, principalmente, la
del Santísimo; habiéndose ya pasado de aquellos tiempos en que se hacía a doce
alumnos, en la Capilla de María Auxiliadora, representando a los apóstoles; y
la de doce varones con escasos recursos, internos en el Asilo de Ancianos, en
el lavatorio de la Concepción, que eran vestidos y calzados por las doce
familias más pudientes de La Villa. Verdaderas obras de arte el ornato de los
Monumentos, ya sea en flores, en luces y velas, o en elementos utilizados
(altares, andas, tabernáculos….). No se puede esperar menos en atención para
quien se ejecutan y el misterio que encierra. Mas, no se puede ensombrecer la
necesidad de velar y orar, fijándonos en lo puramente estético. No puedo realizar
una visita al de las Hermanas de la Cruz sin transportarme inmediatamente con
el pensamiento a su Casa Madre, en Sevilla. Viendo la Capilla villera, el
monumento y su especial adorno, pareciera estar en cualquier día en la capilla
hispalense. Creo que fue en mi primer viaje a Sevilla en Semana Santa, de
Jueves Santo a Domingo de Resurrección, año 1998, cuando al querer hacer una
visita a Madre Angelita, me encontré con que el acceso no estaba permitido,
explicándome, con todo el cariño que sólo una de su Orden sabe hacer, que la
razón era que la mesa-urna de cristal donde ella reposa, a la vista, la
oración, el agradecimiento o la súplica de los que allí se acercan, servía de
base y altar a su Divina Majestad en el Monumento que se levantaba en su Honor.
Que mejor altar para Nuestro Señor. Concluida la Misa Vespertina, de la
Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción, los hijos de la Villa,
como lo hicieron sus antepasados desde 1585, vuelven a estar con el SANTÍSIMO
CRISTO DE LA MISERICORDIA, la imagen más antigua que procesiona en ella y una
de las más longevas en el archipiélago. Es la PROCESIÓN DEL MANDATO. Que las
bellas y artísticas tallas que la integran no ensombrezcan lo que este título
significa. Vano será un discurrir procesional si no es continuación de lo
celebrado en el Templo y la puesta en práctica, sin ambages o disculpa alguna,
de lo que nos pide: Amar como Él nos ama. A todos, con todo y siempre. “El
Crucificado” (hasta no hace mucho tiempo esta era su usual denominación) es de
iconografía clásica y mayoritaria: por un lado, con tres clavos, uno en cada
palma de la mano (el del Altar de San Antonio María Claret lo es por las
muñecas) y el tercero para los dos pies juntos (en algunas iconografías de
Crucificados, sin embargo, se clavan los pies al madero de la cruz por
separado, un clavo por cada uno, recordando, entre otros, al Santísimo Cristo
del Consuelo de la Abadía de Santa María del Sacromonte en Granada, el popular
Cristo de los Gitanos); y por otro lado, la posición ordinaria del pie
izquierdo sobre el derecho, viniéndome el recuerdo de una creencia o leyenda
muy extendida en Sevilla respecto al Cristo de las Mieles, imagen de bronce que
se yergue en la glorieta principal interior del Cementerio de San Fernando,
sobre que la posición inversa de los pies motivó el suicido de su autor, el
escultor Antonio Susillo, y que yace bajo el Crucificado. A nuestro Cristo hay
que verlo y admirarlo en su totalidad y por partes, debido a su perfecta
anatomía. De extraordinaria belleza y dignas de piedad sus heridas abiertas y
en carne viva las de su hombro derecho (con el que cargó la cruz) y las de las
rodillas (por las caídas). Lleva corona de espinas en la misma talla. En Málaga
al Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, el llamado de Mena o de los
legionarios, para cada Jueves Santo se le trenza una nueva corona de espinas
natural hecha con ramas de la planta conocida como las “espinas de Cristo”, y
que más tarde se entrega a alguna persona o institución con merecimientos
acreditados para ello. Le acompañan en su salida tres señeras obras de Luján
Pérez: la Dolorosa y Santa María Magdalena, imágenes de candelero o de vestir,
y San Juan Evangelista, una talla completa con la cabeza, manos y pies
esculpidos y el resto de tela estucada. Muchos son los momentos, las
sensaciones y los recuerdos de su itinerario procesional: como puede ser la
aparición del Señor en la puerta de la iglesia; o también, comenzando a subir
la calle Tomás Pérez, en un atardecer; o en su transitar por la calle la Carrera
reflejándose en el espejo de la esquina, donde antes colgaba la cartelera del
Cine de Abajo, el Teatro Atlante. Admirarla en el último tramo de la calle La
Carrera, hacia la confluencia de las calles Colegio (donde estuvo el Colegio de
los Jesuitas) y San Francisco; donde sería imperdonable el olvido de Araceli y
su balcón abierto para distintos actos de La Villa: para contemplar el
discurrir de esta procesión, o la del Cristo a la Columna o la Solemne del otro
Jueves Grande de La Orotava, el Corpus Christi. Balcón abierto como lo era su
casa para agasajar con un desayuno, a los alfombristas de la zona en su
quehacer de tan mágico día. Su amor a las cosas y aconteceres de la Villa no
puede estar lejos del reconocimiento, aun lo sea póstumamente, de los villeros
y de quienes los representan. Como tampoco puedo olvidarme de los descansos de
los cargadores con las entrañables horquillas, y que, en una ocasión, por esa
zona y por enredo en el hábito de la cofradía, todo el peso del trono del
Cristo descansó con la horquilla sobre uno de mis pies. Aun sólo con el
recuerdo siento el mal rato pasado. ¿Quién, al menos en una ocasión, no ha
querido verla acercarse por la calle de la Hoya (Hermano Apolinar) desde la
esquina con la calle León?. Los que asistieron a la celebración de la Cena del
Señor en San Juan, con muchos esclavos del Santísimo Cristo a la Columna con
sus trajes de luto, ahí la aguardan. Y desde el mismo lugar también extasiarse
con la bajada por la calle Tomás Pérez, divisándose el contorno del Cristo y la
cruz, teniendo de frente la fachada de la Iglesia con sus torres y su
majestuosa cúpula, en un anochecer, aunque ya le faltará en esa preciosa
panorámica las palmeras de ese lado de la Plaza del Ayuntamiento. Ya no hace su
bajada por calle Tomás Zerolo hasta la calle Viera y desde ésta la subida por
calle Cólogan. Recorrido que, aunque establecido para pasar ante los muros de
la Cárcel, permitiéndose a los presos su acceso para presenciar la procesión,
como también lo era respecto a las demás que por allí discurrían, se mantuvo ya
sin esa finalidad, hasta hace muy poco tiempo, y que varió en unas pocas
ocasiones para realizar el que ahora es tradicional, un año, y el siguiente el
de abajo. Antes de la refundación, de la Cofradía de la Vera Cruz y
Misericordia, en 1981, y durante varias décadas, eran fijos en portar el trono
del Señor, y durante todo su recorrido, el grupo formado por Vicente Camejo,
Antonio Pérez (“el cariñoso”), su hermano Ángel y Manuel Regalado (“el
herrero”), y que se me perdone sus designaciones por cómo eran conocidos. No
ocurría lo mismo con la trasera del paso. Y he aquí que, un Jueves Santo
(primera mitad de la década de los setenta), cuando el Señor estaba ya en la
puerta principal, a punto de salir, mi padre advirtió que uno de los varales
estaba huérfano de cargador y me invito, con un imperceptible empuje, a que
“echara una mano”, o mejor dicho a que “arrimara el hombro”. Así lo hice. Ese
año, creo recordar, la procesión hizo el recorrido de abajo. Y no hubo relevo
alguno. El peso del trono en sí no es de los mayores de nuestra Semana Santa,
pero el balanceo de la Cruz con el Señor hace que se redoble. A la entrada de
la procesión, un asombrado don Sebastián Hernández Cabeza, que regentaba la
Iglesia de San Isidro (El Calvario) y que ayudaba en los días de Semana Santa
al Párroco de la Concepción y Arcipreste, el aruquense que se quedó en esta
Villa para siempre (sus restos descansan en nuestro Campo Santo), don Leandro
Medina Pérez, felicitó y aplaudió el esfuerzo realizado. Fue mi primera
participación cargando una imagen pasional. De ahí vinieron muchas más y
durante muchos años; fuera como integrante de una hermandad o cofradía o sin
pertenecer a ellas. Casi se rogaba la participación, so pena de suspensión de
la salida procesional. Había en aquellos primeros tiempos un cierto temor a
tener que realizar recorridos completos, lo que llevaba a retraerse a muchos
posibles candidatos. Más tarde formé “equipo” (término cofrade por excelencia)
con otros tres “locos” de la Semana Santa y sus procesiones: Santiago Luis,
José Manuel López y Víctor Roberto Mesa, sustituido cuando ya no podía por
motivos de salud, por Domingo Hernández Hernández. Una especie de “fiebre” nos
acompañó durante largos años: no solo estábamos más que felices por cargar,
sino que queríamos cárgalo todo, y cargarlo en todo el recorrido. Y ello nos
llevó a ir ingresando en hermandades y cofradías que nos permitieran esa, para
nosotros, grata labor (aunque los hombros, la espalda y la cintura lo
sufrieran) respecto a las imágenes que sólo podían portar sus miembros (las de
la Columna, el Nazareno, el Calvario o las principales del Santo Entierro). Y
¿es qué no ocurre actualmente lo mismo con una gran cantidad de jóvenes
cercanos a las varias hermandades y cofradías de nuestro pueblo?. El futuro de
nuestra Semana Santa, por ahora, está garantizado. Recuerdo con mucho cariño
ese tiempo, al señalado equipo formado, a todos aquéllos con quienes compartí
momentos entrañables llevando una imagen (muchos ya fallecidos), a los
celadores y a los que buscaban los relevos, entre ellos a un “maestro” para los
que vinieron después, don Ignacio, a quien, con máximo respeto y
entrañablemente, llamábamos “Kiriko” (él nunca lo supo). El día está
concluyendo. La Villa impaciente espera al SANTÍSIMO CRISTO A LA COLUMNA y el
discurrir por sus calles. Villa de Arriba y Villa de Abajo nunca tan juntas y
tan ensimismadas en una joya del barroco andaluz. Es deseo del pregonero que en
lo que ha de expresar puedan sentirse identificados todos los villeros, así
como los cofrades y hermanos, trasladándolo a sus devociones más íntimas. Gran
parte de lo que de esta procesión les hago partícipes es extensible a
cualesquiera otra de nuestras numerosas y de gran plasticidad procesiones.
Cercana las diez de la noche, desde la calle de El Lomo o desde La Fariña,
desde San Blas o desde las Cuevas, mis pasos me llevan a la Parroquia de San
Juan en esta Noche Grande de Jueves Santo. También, aún en la distancia, en
Zaragoza o en Las Palmas de Gran Canaria, en Madrid o en alguna Madrugada
andaluza, al menos con el pensamiento y el corazón, siempre he querido estar
junto a mi “SEÑOR”. Llego a la Plaza y, antes de empezar con las fuertes
emociones que ayudan al espíritu, algo más mundano, pero necesario para el
mantenimiento de la Esclavitud. Más de cuarenta y cinco años de pertenencia a
la misma y este año ostentando la honrosa distinción de ser su Esclavo Mayor.
Me abruma el no estar a la altura de los que me precedieron (el último, de
quien recibí el báculo en la festividad del primer domingo de julio, fallecido
hace escasos días, Jesús Pérez Domínguez, quien con su demostrada sencillez y
humildad rechazó, pese a mi insistencia, el que me pudiera acompañar, previa
petición a la directiva, en la salida procesional de esta noche, habida cuenta
que él, en los dos años en que lo fue, por motivo de la pandemia Covid, no pudo
realizarla). Me inquieta, además, el no poder ser ejemplo para los miembros de
esta antigua, amplia y venerable corporación. Para ese mantenimiento, toca el
anual pago de la cuota (si estuviere ausente, alguna de las “gemelas” me la
abonará). Allí, en los bajos del salón parroquial, con los ojos del corazón,
que son con los que hay que mirar lo que es importante, veré otra vez, con su
sonrisa y una palabra amiga, a Pedro Tomás Valencia. Avanzo ahora por la nave
de la Iglesia, la que tantas veces he recorrido, de niño, de joven, de adulto;
pero con un algo de especial ahora: El Verdadero Señor, en su Cuerpo y su
Sangre, está allí, en el hermoso Monumento que este año, como todos los años,
unas artísticas manos, unas manos que resuman cariño, han elevado para EL. Y
aunque, en la tarde, recordando su Última Cena, su mensaje y testamento de AMOR
Y DE SERVICIO, ya lo he acompañado en su corto pero intenso traslado; de nuevo,
de rodillas, unos minutos de contemplación, de oración, de arrepentimiento, de
agradecimiento, de peticiones y de recuerdos para los que nos han precedido.
Murmullos. No se guarda el recogimiento, respeto y silencio debido. Hay
llamadas de atención. “Señor, si eres lo importante en este y todos los días de
Semana Santa, si verdaderamente estás presente en ese efímero Sagrario, ¿por
qué tantos y tantos hombres y mujeres enlutadas pasan ante TI y casi ni te
miran, pues fijan su vista sólo en esas Benditas Imágenes que están en al Altar
Mayor?”. Y una voz interior, aunque con una cariñosa reprensión de “no juzgues
y no serás juzgado” y porque sólo Dios conoce la Fe de cada uno, me sosiega y
me anima a incorporarme a los preparativos de la salida procesional. Y ¿si es
que el Altísimo se vale de ello, de una procesión, para un peregrinar
catequético, surgiendo arrepentimientos y conversiones en la que, en un
principio, iba a ser una mera contemplación de unas artísticas y bellas tallas?
y ¿aunque sólo lo fuera de la oveja perdida del evangelio o del hijo pródigo
que quiere regresar? Y así como El guardó silencio ante la interrogación de
Pilatos de “¿qué es la Verdad?”, su silencio a mis preguntas me pareció un
tácito asentimiento. Me encamino al encuentro con el Señor atado a la Columna
dispuesto, más que a ver, a escuchar. “La imagen de nuestro Santísimo Cristo a
la Columna quiere explicarnos el sufrimiento desde el mismo sufrimiento. Es un
canto a la victoria sobre el dolor en un abrazo al mismo dolor. Contemplándola,
parece que emerge la belleza de la dignidad humana de entre un cuerpo
destrozado, la fortaleza de entre la debilidad, la libertad y el poder de entre
unas manos atadas y un ser atropellado, el amor y la comprensión de entre aquel
cuerpo machacado por el odio”. Así se expresaba quien fue Vicario General de la
Diócesis, el icodense don Mauricio González, al prologar el programa del III
centenario de la donación de la imagen. La hechura de la talla del Santísimo
Cristo (del Señor de la Columna) es del celebérrimo imaginero barroco sevillano
Pedro Roldán, siendo ya minoritaria la opinión de que fuera de otro escultor,
aunque lo fuere de su propio taller, y quedando sólo en el imaginario popular
que lo hubiere concluido –se decía el pecho- una de sus hijas, Luisa, llamada
“La Roldada. Igual que con el Crucificado de La Concepción, hemos de detenernos
a contemplar a Nuestro Señor de la Columna desde todos los lados: de frente (su
rostro y su mirada; sus manos; y sus rodillas); por la derecha, hacia donde
gira la cabeza y cruza su penetrante mirada con quien lo observa y le abre su
corazón; y, sobre todo, por su espalda desgarrada por los azotes. Manos
abiertas, no agarrotadas por el dolor que se le inflige con los azotes. ¿Qué
sentirá Eugenio, mi alfombrista amigo Eño, vestidor de tantas imágenes de
Cristos, Dolorosas y personajes secundarios de la Pasión, cuando ata las manos
al Señor?. En Málaga, respecto a Nuestro Padre Jesús de la Columna, su Cristo
de Los Gitanos, al que detrás le van cantando los de etnia calé, y que en lugar
de soga lleva cadenas, se dice que el escultor fue incapaz de ponérselas.
Apresurado para salir. Nervios. Y de nuevo una voz, ahora me parece la del
Señor amarrado a esa columna de escarnio: “Espera Juan, no seas impaciente, ¿no
ves que mi custodio de tantos años, mi anciano don Domingo (Sí; el que te
bautizó, te instruyó en el catecismo (bonita la palabra, hoy catequesis), te
dio tu primera comunión, estuvo en tu confirmación, y el que con tanto desvelo
levantó tu nueva Ermita de la Candelaria del Lomo), ha salido a la Plaza?, y
no… en esta ocasión no es para reprender a los que la han ocupado como si fuera
un campo de fútbol, sino para, al no tener otros medios de pronóstico
climatológico, comprobar con el rudimentario, pero infalible, “extender la
mano”, que no cae ni una gota de agua, pues aunque sólo lo fuera del simple
rocío de la noche tendría disculpa para…“el Señor no sale”. Al benemérito
Canónigo Honorario de la Santa Iglesia Catedral de La Laguna, le han acompañado
en este “momento crucial” su apreciado Luis y su “alter ego”, don Jerónimo
Hernández Jorge, quien, con su inconfundible y recordada voz, entonaba como
nadie el “Nombre del Señor”, legado que supo trasmitir a Ángel Guardia, aunque
él, ya de pequeño, estaba cerca de la música eclesial, del coro del que
formaban parte las que aún mi nonagenaria madre sigue llamando “las Chicas de
La Fariña” (Calaya, Carmilla y Lourdes). Guardia, con Paco, Vilehaldo, Jesús y
compañía, dignos sucesores de los que en el correr de los años han estado al
servicio de la Parroquia y de sus manifestaciones de Fe, se afanan en la
organización de la salida. Sones de trompetas y tambores. Santa María Magdalena
y San Juan Evangelista avanzan calle San Juan abajo. Y el Cristo en la puerta
de la Iglesia. En 2003 alguien describió brillantemente la salida del Señor a
la Plaza de San Juan: “¡Cuánta emoción contenida –decía- al mirar la tortura de
Cristo flagelado, iluminado por la tenue luz de la noche solemne del Jueves
Santo! ¡Cuánto fervor y recogimiento invade el entorno al iniciar su paseo
anual! ¡Cuántos ruegos y oraciones se elevan en nuestro interior hacia el Padre
en el momento en que el Cristo a la Columna sale a la plaza y a las calles para
bendecirnos y rogar por aquellos que ya no pueden contemplarle junto a
nosotros! Lentamente el Señor se acerca a la escalinata, mientras embelesa con
su soberana presencia a los devotos que lo contemplan”. Son palabras de nuestro
querido y añorado Iván García Sosa, que tan prematuramente nos dejó. Un nudo en
la garganta al recordarlo. Y una palabra de ánimo encuentro al cruzar mi mirada
con el Cristo, que parece confirmarme que, como los Ángeles y los Santos, y
tantas almas buenas, mora junto a Dios Padre. A punto ya de que esa magnífica
talla de un Jesús “flagelado y humillado, atado a una columna, (comience su
andar “en el mágico escenario del Jueves Santo”), señoreando y bendiciendo a su
paso las calles de la Villa”. Y… ¿por qué los tambores callan y sólo uno marca
el compás? En el silencio, una oración echa a cantar: “Tristemente te buscaba,
te buscaba y te encontré, por las calles de la Villa, a una columna atado y con
tu Madre lloré” Y Choni terminó llorando y terminamos llorando todos, mientras
se rompió la noche con un inesperado y espontáneo aplauso. Absortos, nadie
advirtió que el Señor se vio aliviado en su flagelación, mientras pareciera que
sus Manos de Bendición, también aplaudían. En un momento supremo de su vida,
Cristo “se entrega en manos de los hombres, presentando las suyas abiertas para
ser atado… (tal como escribiera en el lecho del dolor, cuando a chorros se le
iba la vida, nuestro efímero párroco de San Juan, don Sotero Álvarez García, y
que recordaba en su pregón, de 1993, Manuel Rodríguez Mesa)…Las manos del hombre,
con las que el hombre alcanza el alimento –agregaba el presbítero-, las que le
sirven de defensa en su vida…Unas manos que han quedado consagradas en la
imagen del Santísimo Cristo como expresión de la bondad de Dios…”. “¿Era esta
la primera catequesis de esta noche?”. No fue su primera malagueña cantada,
pero sí una de las más recordadas, para la profesora de Lengua de varias
generaciones y para muchos. Corría el año 1988 cuando comenzó la tradición del
ofrecimiento al Cristo y a su Madre, de las Malagueñas Penitenciales. Pero,
como lo de errar es de humanos, tengo un vago recuerdo de que en el año
anterior, alguien, espontáneamente, en la Plaza, a la salida de la procesión,
se arrancó con una saeta y los muchos siseos en petición de silencio impedían que
se oyera nítidamente el “quejío” de aquella plegaria. Y ¿no era, quien hoy es
sacerdote, que, aunque por tierras cordobesas, sigue vinculado a la parroquia,
a la Esclavitud y a la Cofradía del Carmen, de las que es hermano, Carmelo Mª
Santana Santana? Desde el lugar de El Paso, en los comienzos del Camino de
Chasna, Candelaria del Lomo arriba, había bajado la malagueña a San Juan de la
mano y esfuerzo para hacerla realidad, en ofrecimiento al Señor y a su Madre,
de Pedro Pérez Rodríguez. Ya se avanza por la Calle Cantillo. Otra vez”
murmullos y conversas” de los esclavos. “Señor no es momento de recogimiento y
meditación en los Misterios que celebramos?”. “Juan… Juan… déjalos…,
seguramente en esta noche es cuando se encuentran después de un año, y no me hacen
daño con ello...reviven momentos de amistad… y en esos cruces de palabras, sus
recuerdos, sus anécdotas… Ahí, estoy también Yo presente”. Desde atrás viene
José Hernández, “Pepe el de Roes”: “sigan los hermanos”, “sigan los hermanos”.
Con su alta figura, educado, pero enérgico. Si le llama la atención a su
hermano Domingo ¿qué no hará con los demás?. ¿Cuántos hermanos, esclavos según
denominación propia, a lo largo de estos más de dos siglos y medio habrán
vivido con intensidad esta mágica noche: hasta mediados de 1938 con la opa
carmesí y desde ahí con el traje negro y al cuello la cinta verde con la
columna de planta?. Y uno de ellos, Fernando Estévez, ¿habrá encontrado en la
procesión su inspiración para esculpir al San Juan Evangelista que habría de
incorporarse a la misma? El que fuera juez de La Orotava, ya fallecido, José
Luis Sánchez Parodi, malabarista de las palabras, efectuó una preciosa
descripción de la bajada de la calle León, que podemos hacerla propia: “Los
tristes y severos compases de la marcha que interpreta la banda del municipio
empapan, como una lluvia fina, las casas de la empinada calle de Los Tostones,
mientras desde abajo, en el oscuro horizonte aparecen tímidamente las tenues
lucecitas de las redomas”. La bajada por esta calle ha sido reiteradamente
exaltada, por ser única, bella y embriagadora. San Juan desciende adelantado
por esa pina calle León. Las miradas mejores a su figura son las que les
dirigen desde balcones y ventanas altas. “Ustedes los villeros – parece
balbucear el Señor- no son andaluces, pero igualmente tienen guasa. Mira que
llamar a mi Discípulo Amado El Enamorado”. San Juan Evangelista es una talla
que, aunque completa y anatomizada, se recubre de vestiduras, las que, en
parte, y como caso único en nuestras imágenes procesionales que repiten salida,
se le cambia de vestidura, del Jueves al Viernes Santo. ¡Ay¡ los celadores de
la Esclavitud. O de cualquiera otra hermandad. Que, con sus varas de madera o
plateadas y con muchas incomprensiones de las filas de hermanos y hermanas,
andan subiendo y bajando calles de gran pendiente, recorriendo kilómetros en
unas pocas horas. Se acerca Isabelino, Nino para todos, buscando cargadores
para un relevo: “¿Tienes equipo?”. “El Señor por delante”, “la Virgen por
detrás”. Saltándose el protocolo coge en brazos a tal vez el más joven de los
cofrades, su nietito. Pero su rostro refleja tristeza: busca a su querido David
y no lo encuentra. Quiero decirle, pero me embarga la emoción y no puedo, que
“con José su hermano, con Víctor, con Juan David y con tantos otros, como han
dejado preparado todo en San Francisco para cuando casi de madrugada pase por
allí la procesión, ya acompañan al Dios verdadero en el Cielo que nos tenía, y
nos tiene, prometido a todos”. Santa María Magdalena, también imagen de vestir,
que atribuida durante mucho tiempo a Fernando Estévez luego lo ha sido a su
maestro Luján Pérez, se acerca, arrepentida y llorosa, a la Hijuela con su gran
melena de doscientos quince tirabuzones al viento. Y, de nuevo lo escucho:
“Recuerda que desde niño siempre oíste a tu madre, la que viene detrás, con las
demás Damas, acompañando a la mía de Gloria, decir que parte de su pelo era de
tu tía Carmen”. Un pelo de donaciones de varias villeras. Además, de la rama
femenina de la Esclavitud del Santísimo Cristo, acompañan a la procesión la
Cofradía de Damas de la Virgen de Gloria. ¿Les seguirán recordando –como en
otras hermandades y cofradías- “el uso de los guantes negros, no calados, y que
está totalmente prohibido el uso de joyas y de minifaldas, así como de prendas
confeccionadas en gasas?”. Siempre habrá quien ignore las recomendaciones y
luzca sus mejores joyas en esta noche, que debe ser de austeridad. Está
concluyendo la bajada de la calle León. Y mientras en el silencio que nos
embriaga vuelve a escucharse, no la dulce melodía que hiciera sonar un gigante
del timple, don Agustín, con su morada un poco más arriba, sino el lastimero
lamento de la malagueña desde el balcón de la casa del recordado cofrade
Antonio Santos, impresiona la imponente Imagen del Señor y la proyección de su
Sombra en la fachada. Ya desde la Hijuela han comenzado, y se detecta
fácilmente viendo sus caras, los nervios en los muchos candidatos a portar las
imágenes en la solemne entrada a la Plaza (muchos los llamados y pocos los
escogidos). Volveré a oír una vez más, como “música celestial”: “¿puedes
cargar?”. Y, olvidándome de mis problemas de hernias, ¿me atreveré si me lo
piden?. Se escucha algún comentario de resignación: “Siempre son los mismos”.
…No. ¡Ay! inexorable paso del tiempo. No podremos hacer una visita a la Iglesia
de las Monjitas del Convento de San José, pero lo que, anualmente, se ha de
presenciar e interiorizar hará que, tal vez con una mera emoción, haga
recapacitar al mayor de los descreídos. Este año lo impedirá unas obras
ejecutadas en momento no adecuado. Mas el pregonero, al menos con la palabra,
desea que hoy lo podamos revivir. En 1914 fue la primera Entrada en la Plaza
del Ayuntamiento (ya cumplido el primer centenario). Su promotor, el tenor don
Francisco Miranda Perdigón, quien el año anterior había iniciado la aventura
(locura se llegó a tildar y que, antes que sublime, sería el mayor de los
ridículos) con la de la Procesión del Corpus. Ni una, ni otra. Al contrario,
son actos soberbios e indescriptibles. Accedo a La Plaza con los mismos
nervios, sensaciones y emociones de mi primera procesión pasionista: aquélla en
que, con mi trajecito de primera comunión, confeccionado por unas artesanas de
la costura de la calle Marqués, con la tela de uno desbaratado de mi padre (en
los primeros meses de 1965 la economía no permitía aún los dispendios actuales:
ni de trajes, pero tampoco de ágapes -el cartucho de papel con algún rosquete y
unas jícaras de chocolate “La Candelaria” entregado en la Sacristía era el
humilde desayuno de ese gran día), portaba una redoma con la medalla de la
querida Cofradía del Carmen (la medalla del cordón, heredada, no la de la cinta
de terciopelo marrón, y que me sigo poniendo en su festividad de julio). Muchas
imágenes en la retina de este acto, de arte, pero sobre todo eclesial, que cada
año se vuelven a repetir como si fuera la primera vez. La entrada al compás de
la Magdalena y San Juan. Por su colocación pareciera que los dos amigos amados
de Jesús, como muchos amigos y con excesiva frecuencia y por los motivos más
peregrinos, estuvieran enemistados: no se encuentran sus miradas, sino que cada
uno la dirige al lado contrario. Lección a extraer: lo hacen para mirar a cada
sector lateral de la Plaza inquiriendo de los observadores un compromiso
cristiano. El Señor se detiene antes de subir las escalinatas y espera a su
Madre amantísima hasta que llegue a su altura para hacer la entrada juntos a lo
que, por un momento, se convierte en un hermoso templo al aire libre, donde se
desatarán las emociones y los recuerdos más entrañables, con memoria de los que
ya caminan a nuestro lado pero desde la otra orilla; donde fluirán en nuestro
interior las oraciones y plegarias más sentidas; escucharemos músicas que harán
vibrar el alma y oiremos una reflexión sobre el momento que vivimos. Y de nuevo
la voz que me ha venido acompañando: “Juan… ¿has visto que guapa viene mi
Madre, la Señora de Gloria?”. - Guapa Señor-. “¿Y ves cómo gira su rostro a la
derecha para cruzar su mirada con la Mía, aquí, al encontrarnos de nuevo, igual
que como en el altar-retablo, en que los esperamos a todos, arriba en San
Juan?”. …“¿Qué aprecias en su rostro, sus brazos y sus manos?”. Conozco que un
meritorio profesor de arte, muy vinculado a la Parroquia, Jesús Hernández
Perra, ya dijo que la Virgen de Gloria es la mejor representación del dolor de
María salida de la gubia del escultor grancanario Luján Pérez. Pero, aunque
lleva tres lágrimas que brotan de cada ojo y caen por sus mejillas, su rostro expresa
un dolor glorificado, no como se ha dicho “de profunda angustia”. Con la mirada
ligeramente a lo alto y con los brazos trazados en diagonal y manos en la forma
extendida que los lleva, con total respeto a opiniones de doctos estudiosos del
arte y de la interpretación de las Imágenes religiosas, así como de las
sugerentes versiones sobre su origen, denominación y características, lo que a
este humilde pregonero le sugiere es que no son de interrogación al Padre
Eterno (¿por qué la Pasión de su Amado Hijo? Si ya lo intuía desde la
predicción del anciano Simeón), ni de súplica al Altísimo para que pasara el
suplicio a que se le estaba sometiendo a su querido Hijo. Más bien, me parecen
ser brazos y manos de acogimiento: así como abrazó a Jesús en Belén, o como lo
acunaba en su regazo siendo niño, cuando lo encontró después de estar perdido
en el Templo, cuando lo recogió en sus brazos, muerto y descendido de la cruz,
está haciendo lo mismo con nosotros, sus hijos. “Mujer, he ahí a tu hijo”. Como
Madre actúa como todas nuestras madres: abrir sus brazos para acogernos,
consolarnos, ayudarnos, estar a nuestro lado… en cualquier circunstancia y sin
reproche alguno. Ya van subiendo los escalones Cristo y la Virgen todo lo junto
que permiten las maniobras de los cargadores y ello hasta la mitad de la Plaza
en que se hace el descanso, y todo mientras suena el Adiós a la Vida, de la
ópera Tosca, de Puccini, magistralmente interpretada por la Agrupación Musical
Orotava. Llega el momento menos deseado de los celadores: el de evitar el
mínimo conato de desorganización. El de las mujeres, las que llegan primero, en
su afán en ocupar la bancada que conforma el pie de las dos farolas centrales y
el de algunos esclavos que siempre tendrán excusa para abandonar su lugar en una
necesidad corporal, aunque sean otros los motivos. Y dejan la redoma a un
compañero (algunos esclavos, con dos de ellas, parecieran “manga y dos
ciriales”). Toca el canto coral. Según se cuenta, tiempo ha era costumbre,
además de la intervención de la “Capilla Santa Cecilia”, fundada en 1912 y
dirigida por el Maestro Antonio Sosa, contratar orquestas sinfónicas para este
acto de la Plaza, así como cantantes solistas. Aun con los cambios de los
tiempos (a coro y malagueñas), ésta siempre ha sido una noche en que lo musical
es una valiosa ayuda para el recogimiento y el sentido espiritual de los
momentos que se viven. Terminado, es el momento del “Sermón”. Y, aunque aún no
nacido, por lo transmitido, me retrotraigo a 1946 (concretamente al 18 de
abril, un Jueves Santo como éste). Y… ¿no es mi padre, como Alcalde, el que
está en el balcón central del Ayuntamiento? En la lejanía se vislumbra su cara
de sorpresa ante la inesperada e impredecible petición de un invitado, que por
la tarde había recorrido la Villa: le solicita nada menos que autorización para
hablar. No había tradición alguna, que no fuera la de la intervención musical y
coral, pero la insistencia era tal, por la gran emoción que había causado en
aquel señor el acto que contemplaba, sobre todo el impresionante silencio de la
multitud, que se accedió a su requerimiento. Se trataba de Federico García
Sanchís, novelista valenciano, crítico de arte, orador famoso por sus charlas y
Académico de la Lengua desde 1940. ¿Qué dijo el charlista?. La espontaneidad
del momento motivó que quedara para la posteridad. Pero, según me fue varias
veces comentado, causó una gran impresión entre los fieles congregados,
habiendo sido una preciosa pieza oratoria: a las imágenes le dio vida y con la
Plaza, los tejados, parroquia de la Concepción con sus torres, las palmeras y
el cielo despejado con la luna llena de Nissan…”viajó con la palabra” a la
Primera Semana Santa de la Historia, en Jerusalén. Bendita tradición que se
inauguró esa noche y se ha venido repitiendo. Nunca más con un seglar, sino con
oradores sagrados. El sermón siempre a cargo de un elocuente orador sagrado. Ha
venido acompañando, y lo seguirá hasta el regreso al templo del Farrobo, en
correspondencia a la asistencia de la Esclavitud en el Martes Santo lagunero,
una representación de la hermanada Real, Muy Ilustre y Capitular Cofradía de la
Flagelación de Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora de las Angustias y
Santísimo Cristo de Los Remedios, con sede en la Parroquia de Los Remedios
(Santa Iglesia Catedral). Una larga noche les espera: de aquí a estar con el
Cristo Moreno de la Madrugada de la Ciudad episcopal y universitaria. También
está la Corporación Municipal, que, además de su medalla corporativa, porta la
insignia de la Esclavitud en razón a ser esclavo mayor honorario. Algún que
otro concejal, que ya lo eran también por tradición familiar, en esta ocasión
dejan en suspenso su condición representativa para ser un miembro más de la
Esclavitud o para colaborar en la organización del transcurrir procesional. Hay
quien –a similitud de lo de cocinero antes que fraile- fue monaguillo, llevando
un cirial o la manga, antes que edil. Contemplar todo el acto desde la propia
Plaza, a media altura o desde los balcones del Ayuntamiento, mirando también al
cielo, medio entre nubes, alumbrado con la Luna del Parasceve, no tiene paragón
alguno. En la salida de la Plaza suenan los acordes de la marcha “Santísimo
Cristo a la Columna”, que le compuso José Mesa Cabrera para la Semana Santa de
1978. Vago es el recuerdo de acercarnos hasta la Parroquia Matriz de la
Concepción para hacer Estación de Penitencia. ¿Se suprimió por miedo a
cumplirse una de las muchas leyendas que rodean a la Santa Imagen de Nuestro
Señor: si dan las doce y permanece en la Villa de Abajo, se quedará para
siempre en la Iglesia de La Concepción?. Nunca entendí que personas mayores y
muy sesudas se lo tomaran tan en serio. Si el donante hubiera querido cederla a
ella, -aquí otra leyenda-, el burro que lo transportaba cuando llegó a la
Villa, se habría dirigido hacia la misma, y no habría preferido subir una gran
cuesta para venir a San Juan. ¿O es que la razón era más simple, menos de
mitos?: muchos de los esclavos, que no eran de la Villa de Arriba y para
ahorrarse la penosa subida, dejaban sus redomas en La Concepción y abandonaban
la procesión. ¿O eran otros motivos, no descartando las seculares discordias
entre Parroquias?. Lo cierto es que se perdió un importante acto eclesial y un
recorrido especial, máxime en un tiempo anterior en el que, saliendo de la
Concepción y rodeándola por su lado norte, subía por la calle Colegio. ¿Será
este especial Jueves Santo, donde se van dando pasos hacia el final de una
Pandemia que ha azotado a la Humanidad durante dos largos años y donde con más
intensidad se ora por la Misericordia del Dios Crucificado frente al horror de
una monstruosa guerra, el que nos lleve a una visita al templo Matriz tan
anhelada por los villeros? Mas, el recorrido actual es Calle Carrera arriba. Y
en la esquina con Colegio, y, con un guiño, otro esclavo, Riquelme, parece
decirme que ya está proyectando para el Corpus nuestra alfombra con el resto de
colaboradores, en ese lugar donde se está haciendo un relevo de cargadores.
Paso por el Cementerio. Muchas almas en las aceras, de villeros y de foráneos.
Se siente aún más la brisa y el frío de esta noche. Calla la música y suenan de
nuevo las malagueñas. Las que lanzan al silencio de todo el entorno de San
Francisco, el acertadamente llamado en su tiempo “El Escorial de Canarias”,
Lali y Pedro, a capela y desde uno de los balcones de esta magnífica calle. ¿Se
puede dudar que no se hace Estación ante el Campo Santo? La malagueña es otro
modo de rezar del canario. “¡Qué mirada, Madre mía, esta noche me has lanzado.
Produciéndome una herida en mi pobre corazón. Por culpa de mis pecados!”
Estación también, como desde siempre, ante la Iglesia de San Francisco. Antes
los frailes del Santo de Asís, luego las monjitas de San Vicente de Paul y más
tarde los seglares que mantienen vivo el Templo, entonan sus mejores cantos y
rezos. Más arriba, en la confluencia con la calle Salazar, con sus hábitos de
estameña marrón, toca blanca, velo negro y humildes lonas, algunas Hijas de
Santa Ángela, las Hermanas de la Cruz, con Casa a unos pocos metros desde su fundación
a finales de 1974, contemplan el discurrir de esta procesión solemne. Se turnan
entre ellas para no dejar la adoración eucarística. ¿Por qué no acercar al
Cristo a su Casa, haciendo estación ante el Santísimo? ¿No se lo han ganado con
la gran obra que realizan con nuestras gentes más desfavorecidas? Qué felices
serían con la visita. Ellas dan mucho y piden poco. Viendo al Señor, seguro
estarán recordando las seis procesiones que, allá en la Sevilla de su Casa
Madre, estos días hacen estación frente a su zaguán, esperando sus cantos
angelicales y, entre ellas, la de la Ahijada de Coronación de la Compañía de la
Cruz, María Santísima de la Esperanza Macarena. Tantos allí y ¿aquí no puede
ser siquiera una Imagen?. Al ver a las monjitas extasiadas ante el Cristo me
parece que las está mirando agradecido y asegurándoles que pronto así será. Y,
hablando de Sevilla, por aquellos lares está extendida la opinión, casi
certeza, de que nuestro Cristo “es lo que le falta a su Semana Santa para ser
perfecta”. El profesor Bernales Ballesteros lo considera como “la mejor
escultura hispalense que representa el difícil momento de los azotes”. Pero
regresemos a la Villa y al recorrido que estamos siguiendo, donde un vecino
cercano de las monjitas, Manolo, el de la pequeña tienda de productos de
electricidad, con su voz de coral, comenta: “¿Otra vez a cargar el equipo
jurídico?”. Y es que con Francisco Casanova (Neno) y sus hijos Esteban y
Emilio, había formado otro grupo para juntos llevar imágenes en estos días de Jueves
y Viernes Santo (Tres abogados y un procurador de los tribunales. Más jurídico
imposible). Molino de Chano. Rumor del agua de la acequia y fragancia de la
ropa limpia de los lavaderos. El olor del incienso se entremezcla con el del
gofio, alimento primordial de los isleños, creando un aroma especial. Y la
broma de Manolo tiene respuesta (en la mirada de serenidad y ternura del Señor
parece esbozarse una ligera sonrisa): ahora es él quien, con su otro
inseparable Manolo, y en la más penosa subida, ha de poner el hombro por
delante, mientras un tercer Manolo, el de las locuras en la portería del
Orotava, lo hace por detrás y empujando tal vez excesivamente para oír los
sonoros y reiterados lamentos del primer Manolo. Sin tallaje, ni ensayos
costaleros, sabemos que aquí en la Villa, donde todos los tronos se portan a
hombros a diferencia de otros lugares, en las cuestas, los “pequeños” delante y
los “altos” detrás, lo que se invierte en las bajadas. Ya queda poco. Este
volcán de contradicciones, de sensaciones, de recuerdos, va llegando a su fin.
Pero, antes toca el paso por los callejones de los Limoneros y de la Bicha, los
de parte de mis juegos infantiles. Y a los que después de Semana Santa acudía
con el grupo de amigos de mi barrio, con los que había formado una banda de
tambores de juguetes y cornetas de plástico, seguramente adquiridos en la Venta
de Plácido o en otras de los alrededores, para participar en las procesiones de
algunas imágenes pequeñas o de simples estampas, adornadas en las esquinas de toscas
basas con flores que se ponían en los envases de cristal de alguna penicilina.
Si no está haciendo la vela en San Juan, o inquieta en algún quehacer en La
Concepción, en la bocacalle de Limoneros esperará el regreso del Señor la
siempre recordada, Amparo. Y en esta calle Nueva, casi toco con la mano una
casita terrera canaria, la hoy número 20, en la que, el 2 de octubre de 1926,
había nacido nuestro último gran escultor villero, “el escultor del pueblo” se
le ha llamado, Ezequiel de León Domínguez. Es ya madrugada del Viernes Santo.
La procesión ha concluido. “¿Cansado mi Señor?”. ”Feliz, si con mi paso por la
Villa he llegado a los corazones y conseguido que sean mejores personas y
mejores cumplidores de mi Mandato de Amor”. Con tanto vivido, las horas
transcurridas, el cansancio…se hace necesario el sosiego y el descanso. Pero
hay un grupo de personas que han de dedicar horas de sueño a retirar nuestras
Imágenes titulares, Cristo y la Virgen, y preparar tronos e Iglesia para la
Celebración y Procesión de la tarde. Habrá también quienes acudirán a otro
“templo”, unos metros más abajo, para “reponer fuerzas”, y habrá quienes, en
él, alarguen una animada charla hasta el momento de desplazarse a la Ciudad de
los Adelantados, para presenciar la procesión de Madrugada del Santísimo Cristo
de La Laguna: Aquél a quien las penas se cuentan y sin que se muevan sus
labios, sin embargo, nos habla. Amanece y con los primeros rayos de sol del
Viernes Santo la Villa se apresta a vivir la primera de las muchas procesiones
del día y una singular ceremonia extendida por la Orden Dominica, y que ha
quedado para siempre formando parte de nuestro acervo cultural de estos días:
EL ENCUENTRO DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO Y SIMÓN CIRINEO CON LA SANTISIMA
VIRGEN DE LOS DOLORES, SAN JUAN EVANGELISTA, SANTA MARÍA MAGDALENA Y LA SANTA
MUJER VERÓNICA, que tienen su sede en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
Desde la más tierna infancia la conocí como la Procesión del “Paso”. Y al
correr de los años me encontré con un Nazareno, también, y con ese título, el
ya nombrado Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso, con salida entre el Jueves
y el Viernes Santo, en Málaga. En la organización de la ceremonia del
Encuentro, siempre Antonio Báez Martín, el Sacristán, custodio de los distintos
aconteceres en el tiempo de Santo Domingo y que ha velado singularmente por la
pureza de esta Ceremonia que viene desde mucho tiempo atrás, con ligerísimos
cambios. ¿Le sustituirá algún día un inquieto cofrade de esta Parroquial de
Santo Domingo y de otras Parroquias e Iglesias?: mires donde mires siempre está
colaborando Gustavo. Como muchos otros hombres y mujeres que pertenecen a todas
o casi todas las hermandades y cofradías (y eso también es una característica
de nuestra Orotava y su Semana Santa). ¿Cuántas vivencias del momento?. ¿Cuánto
se ha dicho del descubrimiento del “vero icono” que porta la Santa Mujer
Verónica? ¿O de la carrerita de San Juan con su manto al viento y la tensión de
los asistentes por si logra mantener el equilibrio?. Y otro año más se vive con
el corazón triste y melancólico el Encuentro de Madre e Hijo. Se ha hablado, y
mucho, y muy bien expresado, poéticamente dicho, sobre la figura de la Madre en
este trance de la Pasión, pero también de las madres, de las nuestras, incluso
de las abuelas, en el acompañamiento y las certeras explicaciones a sus hijos y
nietos sobre lo que significa la Semana Santa y cada momento de la misma. Y el
papel de los padres ¿dónde queda? “Recuerdo con mucho cariño –recientemente le
ha dicho un hijo a su padre- aquellos días de Viernes Santos cuando era
pequeño. Me levantabas en silencio temprano, tras unas pocas horas de sueño y
salíamos de casa juntos sin hacer ruido. Me hacía sentir especial saber que esa
mañana era tuya y mía. Recuerdo el olor a incienso, el rocío sobre las flores
de La Orotava, el sol coronándola y aquellas túnicas que siempre quise tener
para mí. Me revolvía nervioso mientras veíamos los distintos pasos acercarse y
esperábamos que San Juan saliera corriendo en busca de la Virgen. Siempre me
pareció poético y bonito que “Juanito” corriera al encuentro de “María”, por la
similitud, en sentimiento y nombres, con nuestra familia. Se me llenaban los
ojos de ilusión como niño, y se me llenan hoy día como adulto al revivir ese
día y contemplar a nuevos niños emocionados esperando el momento. Procesión de
los niños, también la llaman. Nuestra procesión la llamo yo. Uno de los
recuerdos más especiales que guardo contigo en un rinconcito del corazón”.
También, aún hoy, después de veinte años de su adiós, el pregonero sigue viendo
en el portalón de la Casa Monteverde, el que da hacía la calle de los
Alfombristas, a aquel señor ya mayor, trajeado de oscuro y corbata negra, como
apropiado al día de luto, con su boina negra y bastón, presenciando la
ceremonia. ¡Que cualesquiera sean las circunstancias de la vida o de las
ausencias irremediables, que nunca nos falte la figura y presencia del padre,
que nos siga alentando o aconsejando en todos los pasos de nuestro caminar por
este mundo! Entrada la procesión del Encuentro y, sin tiempo para descanso
alguno, ya se está acudiendo a la cita con el SANTÍSIMO CRISTO DEL CALVARIO, de
la Parroquia de San Isidro. Siempre para los de la Villa será “Ermita del
Calvario”. Con esta procesión se adelanta la muerte del Señor y desde la doce
del mediodía se emprende la marcha hacia el Centro con un Cristo ya muerto y
descendido de la cruz (hora sexta), con regreso y entrada a las tres de la
tarde (hora nona), que es el momento histórico en que acaeció. Cristo ha
muerto. Mas, al cruzar ese abismo tan profundo y oscuro que es la muerte, no
está solo. Está en brazos de su Madre. Es una lección para el creyente. Cuando
seamos llamados a presentarnos ante el Padre, nos estará esperando para
acompañarnos, defendernos y ser nuestro intercesor, el propio Cristo, que, con
su sangre, sus llagas y su muerte ha pagado el precio de nuestros pecados.
Pero, también estará su Madre y Madre nuestra, quien también intercederá. Los
dos, Cristo y María, nos piden que no tengamos miedo. Es una Piedad, aunque de
siempre se le ha denominado como Calvario, por ser el lugar donde se entronizó
la Imagen, un calvario a la entrada de la Villa, donde terminaban las
estaciones de un vía crucis, con cruces de madera colgadas en las fachadas de algunas
casas desde tiempo inmemorial. Desde su hornacina central del Altar Mayor,
donde, durante todo el año, tiene la escolta de todos los villeros,
representados por sus Santos Patronos, San Isidro Labrador y Santa María de la
Cabeza, baja a su trono de salida nuestra Piedad, el Señor del Calvario (no hay
reproche de la Madre en que sólo se le designe a Él, nuestro Salvador y Dios).
Y mientras procesione, en la pequeña capillita bajo la Ermita esperará su
regreso, para que no haya la mínima orfandad, la reproducción en miniatura del
grupo escultórico, de José María Perdigón, y que sigue siendo lugar de
acercamiento para una oración, un donativo, unas flores…siempre que la sinrazón
o maldad no se empeñen en causarle algún destrozo. ¿Cuántos orotavenses y cuántas
veces al pasar a su altura lo saludan, aunque sólo lo sea con una simple señal
de la Cruz?. Lo mismo ocurre con el mosaico del Cristo atado a la Columna, en
la Villa de Arriba, primero en la esquina de la Casa Azul y ahora –desde 2006-
en la fachada de la Casa Parroquial. ¿Y cuántos aquéllos que sólo Dios conoce
su fe? No creo sea un mero hábito automático heredado de los mayores y
realizado por una simple costumbre ya arraigada en el proceder. Comienza la
procesión de la ternura. Por cómo se representan las imágenes de Cristo y su
Madre y el resto de personajes secundarios, por cómo el Señor va en el regazo
de una Madre dolorida, o por la menor envergadura de todas las imágenes. No sé.
Pero eso es lo que al pregonero le transmite esta procesión. En la subida,
procesión de gafas negras por el radiante sol que acompaña, al regreso ya no
hacen falta, el día se ha nublado, como en aquel primer Viernes Santo en el
Gólgota. Junto al trono del Cristo señoras descalzas en promesas y con varias
velas. Algunas con hábitos del Gran Poder o de la Virgen de Candelaria. El
recorrido nos lleva por tres lugares de la calle Nicandro González Borges
(calle Verde) relacionados con órdenes religiosas: Los Salesianos, los Hermanos
de la Divina Providencia y los Padres Paules. Y entre estos dos últimos, a la
memoria llega el recuerdo de las galletas de doña Guadalupe, las de muchos de
nuestros desayunos colegiales: los de la Escuela de la Concepción (escuela:
¡qué bonito nombre!) nos acercábamos hasta su dulcería siguiendo las calles La
Quinta, Ascanio (aún un algo me produce desasosiego al pasar por ella, pues me
parece que van a revivir las llamas del pavoroso incendio que asoló la
carpintería o que los restos aún en pie se van a venir abajo) y la calle Araujo
(la del Barranquillo). Una anécdota, en esta calle Nicandro González Borges
(¿cuántos no habrán experimentado una situación similar?) y por la peculiar
forma de asfaltado de nuestras calles, de ir progresivamente disminuyendo su
rasante según se acerca a las aceras, al cargar con gente más baja e ir por uno
de los varales centrales, todo el peso del trono del Señor recayó en mi hombro.
En épocas pretéritas a la llegada a la Parroquia, para cumplir la Estación de
Penitencia, antes de las actuales pláticas o reflexiones, se hacía el sermón de
“Las Tres Horas” o “Las Siete Palabras”; práctica que, establecida y difundida
por los jesuitas, ha ido desapareciendo, aunque se mantienen ejemplos
destacados, como el del Viernes Santo en la Plaza Mayor de Valladolid. La
“desbandada” de hermanos a casa de doña Eusebia, en estos dos últimos años,
haría innecesario el control de aforo del templo, aunque producirían un
desbordamiento en la pequeña casita de los huevos duros, los tollos y las
arvejas del Viernes Santo. Un año don Leandro llamó enérgicamente la atención a
los hermanos. Después de la estación en la Parroquia Matriz, la procesión
transita por la calle La Carrera en su regreso a su Ermita, cuando, llegando a
aquella casa que, desde 1900 y hasta su cierre, fue lugar de cultura, la
Librería Miranda (hoy Oficina de Información Turística de La Orotava), y en la
que nació el 3 de marzo de 1788 y desarrolló parte de sus excepcionales dotes
artísticas, principalmente, como escultor, me imagino presenciando el cortejo,
en general, y a su Piedad, en particular, la que talló en 1814, a Fernando
Estévez, calificado con todo merecimiento “el mejor imaginero tinerfeño”. Este
sueño sobre nuestro señero villero respecto a su Cristo del Calvario me
transporta a lo que se dice de Juan Martínez Montañés, el máximo exponente de
la escuela sevillana de imaginería, sobre que todos los Jueves Santos, en la
noche, espera paciente, para recrearse, a la salida desde la Iglesia Colegial
del Divino Salvador, de la ciudad hispalense, de Nuestro Padre Jesús de la
Pasión, de 1615, su obra maestra. Y ¿por qué no, en alguna ocasión, a Estévez
le pudiera estar acompañando un joven platero, en cuya formación intervino
decididamente el escultor, y que era hijo de un amigo y contemporáneo suyo,
también platero, como lo era igualmente su propio padre Juan Antonio Estévez.
Me refiero a Felipe Acosta Bencomo y su padre Domingo Acosta Dávila (mis
bisabuelo y tatarabuelo por línea paterna); quienes elaboraban en su taller
muchos de los modelos diseñados por el escultor y, entre ellos, el
acrecentamiento de las gradas, adornadas con carteras y encajes en plata, y el
sol de rayos estriados y unidos para rodear la custodia, de las andas que hoy
disfrutamos en uno de los dos Grandes Jueves de la Villa. Por la calle de San Agustín
se acerca a la Plaza del Kiosco. Antes porque no existía el Puente, ahora por
recuperar esa estampa. Y aunque nos extrañemos, alguna vez transitó por dentro
de la propia Plaza, por su lado norte, el que conocimos con los carritos
móviles de Manolo, Paco o Eusebio, y los betuneros, y que era el lugar
destinado al paseo de las gentes llanas del pueblo (el proletariado), porque la
del sur era la reservada – y en palabras de Juan del Castillo- a los coburgos
(la aristocracia villera). Nos puede parecer un anacronismo, pero era cierto
ese distingo. Y aunque ahora vaya por la calle San Agustín, no lo hará
contemplando el viejo cuartel, con su fachada almenada y garitas de guardia.
Rodeada San Agustín, entramos en el último tramo, en bajada. Es de este lugar, lateral
norte, la única foto que conservo de mi padre cargando una imagen: San Juan por
delante con su primo Fernando Acosta. Ya no estará a su paso don Domingo el
cura, que pertenecía a la hermandad, como tantos otros sacerdotes, junto a su
hermano don Jesús, en el balcón de su casa en lo que siempre será para los de
mi edad y para generaciones precedentes, sin tener en cuenta su denominación
oficial, La Parada. Sí lo hará, en El Llano, Juan del Castillo, maestro de
pregoneros o EL PREGONERO, en mayúsculas. Lo ha sido de nuestra Semana Santa,
de las fiestas del Corpus y San Isidro y Santa María de la Cabeza, y de otras
festividades. También en otros lugares de suelo isleño. Al paso por el lugar
del cortejo procesional, durante largo tiempo, el olor a incienso se confundía
con el del pescado salado de Los Molina, que, en este día de Viernes Santo, día
de ayuno y abstinencia, es un imprescindible en los hogares villeros. Estamos
cerca de que culmine nuestra procesión de mediodía, y junto al Hospital, hoy
Centro Sociosanitario, de San Sebastián, ya no contempla el paso de las
imágenes el edifico-ciudadela de “La Fortaleza” y sus antiguos moradores, entre
ellos doña Agustina, una señora de pequeña estatura, pero –como alguien dijo-
“con un corazón y bondad que abarcaba La Orotava entera”; como tampoco vemos
aquel negocio con aire antiguo que tantos recuerdos dejó, y en el que
adquirimos, seguramente para estrenar en algunos de estos días de la Semana
Santa, nuestra primera cartera, un cinto, o un bolso. Las últimas fotografías,
las de la entrada y con máquinas de carrete –hoy piezas de museo-, las tomarán
los hermanos Portero. A los actuales enamorados de la fotografía, Vicente,
Ismael, Jonathan, Francisco, Rubén, Damián y tantos otros, que han venido
plasmando en los últimos tiempos instantáneas de gran belleza y de profundas
lecciones de catequesis, nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos por
su labor de notarios de nuestra Semana Santa. Ya se han celebrado en las
distintas Parroquias, Iglesias y Capillas conventuales los cultos
conmemorativos de la Muerte del Señor, cuando la Iglesia de San Juan Bautista
abre sus puertas para iniciar el traslado, con el máximo recogimiento, de su
SANTÍSIMO CRISTO DIFUNTO (EL SEÑOR MUERTO) hasta su sepultura, en el propio
Templo, después de recorrer las calles de ambas feligresías (ya no se cumple lo
de “años nones por los Tostones, año par por el Hospital”). Es la PROCESIÓN DEL
SANTO ENTIERRO, en la que NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES, SAN JUAN EVANGELISTA,
SANTA MARÍA MAGDALENA Y LOS SANTOS VARONES completan el cortejo funerario.
Permítaseme que traiga al recuerdo a aquellas mujeres de los Altos de la
Orotava, las mismas que veíamos a diario subir con diferentes elementos
cargándolos sobre sus cabezas, en cestas o sin ellas, que en esta tarde bajaban
hacia San Juan y, a la altura de la que llamábamos la “Casa Azul”, como una
especie de ritual, se cambiaban sus lonas por calzado más acorde a la
solemnidad. Y los rudos hombres que subían también diariamente para sus casas, portando
en sus bestias, o ellos mismos sobre sus hombros, “rolos” u otros alimentos
para sus animales, sin que les faltare como aditamento inseparable el cesto en
el que habían traído a sus trabajos en las plataneras de la parte de abajo del
Valle su almuerzo, se acercaban a la Iglesia con sus humildes, pero mejores
“galas”. También en la memoria aquella señora, con la que tenía lazos
familiares, que no se perdía la asistencia a lo que se denominaba la “media
misa”, por no efectuarse consagración. Era su particular estar junto al Señor y
a su Madre en el doloroso trance y hasta su salida procesional. Nunca le
pregunté el motivo y nunca me lo reveló. Sus hijos tampoco lo supieron. Tal vez
debido a las labores a las que se dedicaba diariamente, muchas horas diurnas y
varias a la madrugada, sólo podía acudir al encuentro con el Señor esta tarde.
Tal vez, por su cercanía a la Ermita de la Piedad, adelantaba a este día lo que
en diferentes programas se proclamaba para el Sábado en el Retiro de la
Dolorosa: “La Ermita permanecerá abierta para acompañar a la Virgen”. Es
nuestra costumbre canaria de acompañamiento, antes y después del entierro y en
días posteriores, a los deudos del difunto. Al Santísimo Cristo Yacente
(nuestro Señor Muerto), anterior a 1620, de la escuela sevillana de Martínez
Montañés, atribuido a uno de sus discípulos, Francisco de Ocampo (el mismo al
que se le asigna el Cristo de la Misericordia de Los Silos o el portentoso
Crucificado de la Madrugada sevillana Señor del Calvario), se le traslada en
una bella urna dieciochesca de plata repujada, del orfebre lagunero Pedro
Merino de Cairós. Cada lustro, en los años terminados en cero y cinco, y antes
de la procesión, tiene lugar el ceremonial de un impresionante momento de la
Pasión, el Descendimiento. La última ocasión en el año 2015, al haberse
suspendido la de 2020 por motivos de la Covid. ¿Habrá de esperarse al 2025 para
contemplar la próxima?. ¿Y, en lugar de cada cinco años, no pudiera serlo anual
o bianualmente?. Si así se estableciera habría de serlo no para una mera
escenografía o teatro, sino con una finalidad catequética. Estamos en la
procesión de la tarde-noche, la que sobrecoge por su silencio y la emoción que
produce. Y que comienza con los estandartes y cruces parroquiales de San Juan (mangas
y acólitos hoy revestidos de negro), así como de las parroquias que acuden a la
salida, sin esperar a su incorporación en San Francisco (antiguamente todas lo
hacía desde San Juan). Una circunstancia, presenciada, a tener muy en cuenta,
que años ha era de suma importancia y motivo de vivos desencuentros, la
prelación o preferencia en el orden de las hermandades. ¿Alguna vez se han
fijado en la gran copa que lleva Nicodemo comenzando a subir la calle San Juan,
con el lustre en la limpieza de la plata que han llevado a cabo, y vistos
reflejados en él la fachada de la Iglesia y el gentío en la Plaza esperando la
salida del Señor?. ¿Cuántas manos a lo largo del tiempo y cuántas horas
dedicadas a dar lustre a la plata de nuestras Iglesias: de sus enseres para la
liturgia o de sus tronos, peanas, jarras, candelabros…?. También el pregonero,
en su etapa en la Escuela de La Concepción, participó en alguna ocasión en esa
ardua, pero al final, por el resultado visto, gratificante tarea, en la
Parroquia Matriz. Ya en la puerta el Señor Difunto e inmediatamente detrás su
Madre. En el interior sigue sonando, con los acordes de alguno de los dos
órganos barrocos, hoy teniendo como organista a Álvaro, en tiempos pasados a
don Domingo Delgado González (Domingo Febles), “La muerte no es el final”,
cuando en el exterior la Banda de Cornetas y Tambores interpreta el Toque de
Oración, con redobles de tambores primero suave, que van “in crescendo”, con el
sonido de trompetas, hasta terminar con un golpe final, ronco y enérgico.
Impresionante. El Señor avanza hacia la sepultura pasando por calles de la
Villa de Arriba, de gran sabor patrimonial canario, las de Marqués (antigua de
la Canal), Centella (en las ventanas altas de una de sus casas, lo presenciaban
unos familiares cercanos –entre ellos una de mis hermanas- que ya nos han
dejado), Claudio o la antigua Duque, hoy con el nombre de nuestro recordado don
Buenaventura Machado, el “médico de los pobres” e impulsor de las Hermandades
del Santo Entierro y de la reorganizada Vera Cruz y Misericordia. Fuere por
obras en vías u otras circunstancias, los años ya no permiten una mejor
determinación, los angelitos de la Capilla de la Cruz del Teide, en su
primigenia ubicación, de 1859, también, arrodillados, oraron alguna vez al paso
del cortejo, camino de San Francisco por la calle Salazar. Ya estamos ante la
entrada de la Iglesia de San Francisco y el Señor accede a cumplir su anual
“visita” a la que fue su morada primera. Hoy sólo Él, antes su Madre Dolorosa
también. Llegan ecos lejanos del retumbar de los tambores y ya San Juan, casi
totalmente a oscuras, se ha ido llenando con los “adelantados”, que han acudido
a por los mejores sitios para presenciar la ceremonia de la sepultura. Es una
experiencia única la de aguardar en el interior del templo la llegada de la
procesión. En la puerta, y volviendo al pasado, ¿estará esperando mi pequeña
hija, o la de cualquiera otra persona, para que el Alcalde, además cofrade, la
tome de la mano para llevarla hasta el interior y que así pueda tener una
visión privilegiada de esa ceremonia que tanto impresiona a los mayores.
¿Cuánto más a los niños? El momento culminante de la Sepultura ha llegado. Y
mientras suena en el interior del templo el Adiós a la Vida, sobrecogidos
contemplamos como, con la sábana que le retiran a José de Arimatea, todos los
sacerdotes asistentes (aún siento la presencia, entre otros, del que, siendo
natural de La Perdoma, terminó su sacerdocio como Párroco de Santiago Apóstol
de Los Realejos, don Antonio Hernández Oliva, asiduo ayudante de don Domingo en
el Viernes Santo) alzan al Señor, por tres veces y a diferente altura,
mostrándolo a los fieles. Colocado en el interior del catafalco, concluye la
ceremonia con la bajada de la tapa, con golpe incluido (ahí está para llevarlo
a cabo Jesús González o, antes, Manolo Expósito). En el recuerdo, agradecido,
los sacerdotes de San Juan y del resto de la Villa que, habiendo participado en
esta ceremonia, viviéndola con intensidad, ya también ellos han partido a la
Casa del Padre; especialmente a los últimos Párrocos, a los que conocí y con
quienes compartí momentos y vivencias de fe: don Domingo, don Sotero, don
Antonio y don Pedro. Hemos celebrado una año más el Misterio de la Muerte del
Señor, y como paso a la gran alegría de la Pascua, pero en este final del día,
fijémonos en María y ofrezcámosle, en su Retiro, en su Silencio y en su
Soledad, el testimonio de una auténtica vida cristiana, profundizando en
nuestra Fe, de tal manera que se traduzca en un comportamiento del todo acorde
con el Evangelio. Vive la Humanidad momentos difíciles. En la sociedad actual
campean como “valores” a seguir el egoísmo, la incomprensión, la más brutal
insolidaridad, que engendra odios, guerras, pobreza y marginación, con todas
sus crueles consecuencias. Pues bien, ante la contemplación de la Virgen y de
lo que ella representó y representa en los planes de Dios, entremos en nosotros
mismos, despertemos nuestra conciencia, avivemos los mejores sentimientos de
nuestro corazón, para dar vida a un “valor auténtico”: El Amor. Ese amor que
comporta desterrar nuestro egoísmo, nuestra hipocresía, nuestra soberbia, y
acercarnos al otro, al hombre, que, por ser hijo de Dios, es nuestro hermano y
ayudarlo, comprenderlo, exhibiendo en ese gran empeño nuestra humildad y
nuestra limpieza de alma. Así, en esa rectitud de conducta puesta a los pies de
María, junto con las velas, los rezos y las flores, será nuestro mayor y mejor
homenaje. Pero para un católico la muerte no es el final y porque lo creemos
nos reunimos en la noche del Sábado Santo o de Gloria. La de la VIGILIA
PASCUAL. Hay cierto retraimiento a la participación en lo que se celebra en
esta noche. La excusa: “es muy largo y complejo”. Pero es la más importante del
año. La razón de nuestra Fe y la que con tanto mimo nos inculcaron nuestros
antepasados. Al canto del Gloria, previo estruendo –aunque se espera, siempre
coge de sorpresa-, símbolo de la Resurrección (rodar la piedra que tapaba el
Sepulcro), se descorre el velo negro que venía tapando el Altar Mayor. Ese
estruendo puede llevarnos a la tentación de asimilarlo al golpe que da la tapa
que cierra el catafalco en el Viernes Santo y quedarnos en ese momento, pero el
sepulcro ya está vacío: “¿por qué buscáis entre los muertos al que vive? No
está aquí, ha resucitado”. Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra
Fe. Es Domingo de Resurrección, “Domingo de Pascua Florida”. Y en esta Villa
Eucarística SU VERDADERO SEÑOR y el de todos los que quieran seguirlo en su
doctrina de Amor sale en PROCESIÓN SOLEMNE y SACRAMENTADO desde la Parroquia
Matriz de Nuestra Señora de la Concepción (al tiempo que lo estará haciendo en
la Perdoma o como ya lo fue en la noche de la Vigilia en San Juan y La Luz). …Y
lo hace bajo palio, en la Custodia gótico-manuelina, de plata sobredorada, y a
los acordes de la Marcha Real o Himno Nacional, bajo una lluvia de flores. Y,
mientras, las campanas de los campanarios del siglo XVIII, que enmudecieron en
la tarde del Jueves Santo, y sobre todo las de la Torre Norte, ofrecen lo mejor
de sus sonidos, su música, al Resucitado. Es el momento de los” repicadores de
campanas” (que en el año pasado recibieron el XVIII Premio de Artesanía y
Patrimonio Villa de La Orotava, en el marco de la Feria Anual de Artesanía de
Pinolere), que anuncian con jolgorio y alegría la Gran Fiesta de la
Resurrección de Nuestro Señor, -como alguien ya ha dicho- con algunos de los
toques o repiques de campanas de uno de los mayores y más relevantes
repertorios de Tenerife. Amplio catálogo que aún hoy en día continúa vivo
gracias al entrañable y centenario traspaso generacional de acólitos y
sacristanes. Fluyen a la mente los nombres de Tomás Luis Expósito, Juan de Dios
León, Luis Perera (en La Concepción) o Jesús González, Juan Manuel Yanes
(recientemente fallecido), Paco… (en San Juan), y tantos y tantos que a lo
largo de los años han mantenido este patrimonio cultural de La Orotava.
Acompañan las Hermandades y Cofradías de la Parroquia, incluidas las de las
Iglesias de San Francisco y San Agustín, y también la del Calvario de la
Parroquia de San Isidro. Siempre me he cuestionado el por qué, si todas las de
la Villa acuden a la Procesión del Santo Entierro, no se hace lo mismo con
ésta, Solemne y con su Divina Majestad, que además es la más importante y
cierre de la Semana Santa. VILLEROS Y FORÁNEOS: se acercan los días en que la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo vuelve a hacerse presente en esta nuestra
Orotava. Estaremos felices y cantaremos en la Ceremonia de Los Palmitos y su
procesión litúrgica en cualquier rincón del municipio. Recibiremos agradecidos
la bendición del Señor que entra triunfal en nuestros corazones, como lo hizo
en la Jerusalén de su época, ya sea en Los Salesianos o desde el Calvario del
Pago de Higa. Oiremos su predicación en La Concepción, tomando como ejemplo la
conversión y arrepentimiento de la Magdalena. Nos uniremos en el Amor en el
recordatorio de la Última Cena. Le acompañaremos en su Agonía de Getsemaní, sin
querer llevar una dormida vida cristiana, como los apóstoles de San Francisco, y
sí por el contrario confortadores, como el Angelito, del sufrimiento de
nuestros semejantes. Tampoco desearemos negarlo, aun viéndolo preso, como
tantos hombre y mujeres de nuestro mundo. Nos dolerán los azotes que sigue
sufriendo, atado a columnas de escarnio, en la Perdoma y en San Juan, porque
continúa el hambre y la guerra en varios lugares del mundo. Sufriremos con Él
la burla tan generalizada respecto a su Iglesia, viendo al Señor con una corona
de espinas, un manto púrpura y una Cañita, como en San Juan. Resolveremos
ayudarlo a cargar la Cruz de tantas injusticias como si fuéramos el Nazareno de
La Luz o el de La Perdoma. Y en los caminos de los calvarios de cada mujer y
madre comprometernos a salirles al encuentro, enjugando sus sufrimientos como la
Verónica del Encuentro. Nadie más despojado de su dignidad humana como en Santo
Domingo por los sayones del poder establecido. Humildad y Paciencia le
pediremos en San Agustín. Como en el Gólgota o en la Iglesia del Rincón le
suplicaremos que, a la petición de que se acuerde de nosotros, recibamos
también, como el Buen Ladrón, la promesa de “hoy estarás conmigo en el paraíso”
y también de sus labios oír, como el Señor del San Antonio María Claret,
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y aunque se le esté
escapando la vida al Crucificado en La Florida, La Perdoma, El Barranco de La
Arena o en San Francisco, que no reneguemos nunca de la Cruz, la nuestra (“No
hay nadie que viva sin cruz y el que huya de una, encontrará otra mayor”. Sor
Ángela). Misericordia le pediremos en La Concepción, mas también le
agradeceremos, ante La Dolorosa y el discípulo amado, que antes de morir nos
dejara uno de sus últimos regalos más preciados: a su Madre como Madre nuestra.
Le suplicaremos, a Él, Señor de las Tribulaciones, que esté a nuestro lado en
tantos momentos de zozobras. Y en la Capilla del Cementerio, oraremos por los
que nos siguen acompañando desde la otra orilla y para nosotros imploraremos
una Buena Muerte. Que no se nos olvide nunca cómo, siendo ricos, gentes
principales, miembros del Sanedrín, aunque al principio de noche y a
escondidas, José de Arimatea y Nicodemo perdieron el miedo para seguir a Jesús
y que desde El Calvario o desde San Juan nos sigan recordando su ejemplo. Y que
Yacente en La Perdoma y sepultado en San Juan nos refuerce en el ejemplo de
entrega hasta el final, para poder obtener la recompensa de una vida mejor a su
lado. Y siempre presente María. María en sus Dolores de la Pasión. “Sufrió más
que si todo aquello lo hubiesen realizado con ella, porque se sufre más viendo
sufrir que sufriendo, cuando se ama al que sufre más que a uno mismo”. María en
el encuentro con su Hijo en el Camino de la Amargura; al pié de la Cruz en el
Gólgota en su crucifixión, agonía y muerte; con el Hijo ya muerto en su regazo
después de descendido y en el acompañamiento hasta su sepultura. Y, después,
María en su Soledad, su Retiro y su Silencio. Pero, sobre todo María que, como
redentora, nos anuncia la Gloria. Gloria que es la de la Resurrección, fundamento
de nuestra Fe. Cristo HA RESUCITADO. Y, verdaderamente presente, se paseará por
Nuestra Villa en el Día Grande de los Cristianos. Cristo vencedor de la muerte
y que vive para siempre, al que hemos de acudir en todo momento, pues es Salud
y Perdón. Al mismo Señor Resucitado que ansiosos esperamos, siguiendo el camino
a nuestro lado, verlo de nuevo transitar por las calles alfombradas de esta su
Villa Eucarística cuando con ÉL, celebremos la Fiesta de su Cuerpo y de su
Sangre. FELIZ CUARESMA, FELIZ SEMANA SANTA Y, SOBRE TODO, FELIZ PASCUA DE
RESURRECIÓN. HE DICHO…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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