El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (16/06/2020),
estas notas que tituló; “PALABRAS PARA
PERDOMO”: “…Un
grupo de familiares y amigos homenajeó ayer tarde a Pedro Esteban Rodríguez
Perdomo en la cruz de calle que contribuyó a instalar en la calle Peñón. Nos
pidieron que dijéramos unas palabras. Son las que siguen.
Uno de los autores más
brillantes del Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo Villegas, condensó en
una breve frase todo un elogio a la amistad y a su significado: “El árbol de la
vida –escribió- es la vida de la comunicación con los amigos; el fruto, el
descanso y la confianza en ellos”.
El pensamiento quevedesco
inspira esta modesta convocatoria, tributo a Perdomo, una voluntad de sus
amigos, allegados y familiares para perpetuar la amistad, incluso durante su
ausencia. Aquí estamos, estimado Pedro Esteban –y permitan que nos dirijamos a
su personalidad- solo con la voluntad de rememorarla, solo para expresar un
testimonio sincero de arropamiento y de afecto, acaso como nunca lo hubiéramos
hecho. Entre otras razones, porque en vida ni tú mismo lo hubieras consentido.
Estamos con el ánimo que
caracterizaba nuestros saludos, nuestras relaciones y nuestras discusiones.
También con el de convencernos de que te has ido porque muchos, en efecto, se
resisten a creerlo. No estás pero aquí se quedó el aura de alguien que pasó por
esta vida queriendo ser útil, emprendedor y amigo leal de quienes se sentían
honrados con tu amistad.
Es verdad: le echamos de menos.
En el quiosco de loterías de la plaza, en las cafeterías donde tomaba café o un
dulce y en los restaurantes donde degustaba un pescado, una carne o una
ensalada y participaba de la cuarta de vino, claro. Después, a ajustar la
cuenta. Allí dejó una impronta, la que cultivó durante décadas hasta hacerse un
personaje imprescindible de la calle portuense. Porque era, en efecto, un
personaje popular, un contable profesional de la hostelería, un futbolero
entendido, un cinéfilo empedernido durante décadas, un madridista de postín, un
crítico permanente, un portuense estoico, un puntal de sus convicciones
ideológicas progresistas y religiosas católicas.
Le debíamos este tributo. En un
rincón urbano, además, a cuya ornamentación contribuyó con la colocación de
esta simbólica cruz, en una conmemoración de la fiesta de la fundación de la
ciudad. Entonces estaba el gran Manolo Álamo cuya cita, aquí y ahora, nos
parece obligada. Álamo estaría encantado pues para eso discutió con Perdomo en
numerosas ocasiones: de parentescos, de edades, de fechas, de portuenses en el
exterior, de turismo y hasta de ciencias y artes, como si hubieran querido
prolongar la existencia de aquel mal círculo de Iriarte, tan presente en las
coplas populares que retrataban la convivencia de nuestro pueblo.
Y a esta convocatoria,
sencilla, austera y sobria, acudimos, pesarosos por la pérdida y estimulados
por su evocación. Pedro Esteban Rodríguez Perdomo, portuense nacido en 1945,
fue para todos nosotros un hombre de pro, un pilar en el que apoyarnos cuando
se necesitaba.
Reproduzcamos algunos rasgos
biográficos que, en todo caso, ratifican sus aptitudes y su bonhomía:
Fue de los últimos soldados del
cuartel de San Agustín, en La Orotava, desde donde pasó al comercio denominado
Viuda de Yanes y luego al departamento de Administración y Contabilidad del
hotel 'Las Vegas', en el que se mantuvo durante décadas. Luego incursionó con
su amigo Francisco Reina en la iniciativa privada. Le gustaba cumplir con los
compromisos que asumía y cuando accedió a la coordinación general de servicios
de la empresa pública 'Pamarsa' no quebró ese principio. Hasta su jubilación.
Enamorado del fútbol de
cantera, dedicó notables empeños en el infantil Puerto Cruz, en el juvenil
Taoro y en el juvenil San Felipe, equipos con los que se identificó
abiertamente. Colaboró también con Alberto Hernández Illada cuando éste
presidió el C.D. Puerto Cruz, en su última etapa de esplendor. Era de los que
ponía su coche a disposición del club para trasladar a jugadores y, más de una
vez, a los directivos y aficionados.
Fue un superviviente de aquel
infausto accidente automovilístico en la madrugada de un Viernes Santo, cuando
el furgón que conducía José Antonio Peláez se dirigía, con otros jóvenes
ocupantes, a la célebre procesión del Encuentro en La Orotava.
Trabó amistad con Gregorio
Ávalos, aquel acuarelista precursor de The Beatles, que se afincó en el Puerto
de la Cruz y vivió de cerca algunos partidos decisivos del primer
representativo balompédico portuense y el célebre episodio del bicho en el
barranco Godínez de Los Realejos.
La plaza del Charco, a qué
negarlo, fue su habitat natural. Enemigo de las concentraciones, se retiraba
discretamente o se ponía en un rincón inaccesible cuando se producía alguna de
ellas, programada o espontánea. Esa plaza, médula espinal de lo portuense, fue
el escenario de muchas de las discusiones que entabló y de los miles de chistes
que memorizaba. Perdomo fue otro de aquellos habituales de las largas,
larguísimas tertulias nocturnas que otro paisano singular, Gilberto Hernández
Linares, tuteló, bajo los laureles y las palmeras, durante años y años…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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