En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava
JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que
comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “MI TÍA AGUSTINA ROCÍO Y EL HOTEL
SUIZO”: “…Yo conocí siendo adolecente a mi tía Agustina, la hermana de mi padre
casada con Don Francisco Polo Verdugo, padres de dos hijos; el primero no lo
conocí y el segundo era Nazario, conocido como Víctor.
Todos los domingos a la salida
del cine Atlante iba a visitarla a su casa. Vivía en aquel tiempo en una de las
casas terreras, en la calle del Calvario, en frente a la plaza del llano, cerca
de donde tenían los molinas la lonja y el comercio, pegada a la casa de Doña María
la que llamaban la sol puesto (yo no se lo puse), casada con D Aniceto; la casa
que le seguía era la de mi tía y a continuación donde vivieron D Vicente y Doña
Rosalía, padres de los amigos conocidos como Pepe Arencibia Carlos el campana,
Lalo, y Francisco.
Ya de esas casas no existe
ninguna, hoy en su lugar están los edificios de los molinas de Jesús Martin y
el salón de venta de automóviles de Leopoldo Ascanio.
En la casa de mi tía a la
entrada había unas estanterías viejas de madera, como de haber estado una venta
y a un lado los carritos de su hijo Víctor, los que ponía en la plaza de la
Alameda. Allí tuvo la Academia su sobrino Félix Calzadilla Rocío.
Estando yo de visita, apareció
mi tío Paco que venía de la finca que tenían creo que era en las Candia.
Siempre fue muy amable conmigo su hijo Victor; estaba casado con Esperanza
Regalado, y tenían cuatro hijos: Paco, María Luisa, Manolo, y Ñete de los
cuales aparte de ser parientes, éramos buenos amigos.
Más tarde, tras vender la casa
y la finca compraron el Hotel Suizo, y yo aún recuerdo la primera vez que fui a
visitarla al Hotel. Confieso que yo nunca había estado en ningún hotel, me
quede extrañado, viendo tantas habitaciones, de las cuales salían los huéspedes
entre otros. Había muchos de los llamados jarandines, y el fotógrafo Ortega
también en ver las lámparas que colgaban de los techos y la cocina con aquellos
fogones tan grandes (no se si se conservarán igual). La cocinera era su nuera
Esperanza.
Ese día en el menú, tenía arroz
blanco porque estaba apartando un tremendo cardero. Mi tía estaba observando
sentada; hasta allí entre los buenos olores de la cocina, se percibía el sonido
de las fichas del dominó de los que jugaban en el bar que estaba hacia la calle
atendido por su hijo Víctor, donde al estar en ese tiempo las paradas, tanto la
de las guaguas, como la parada conocida como la de los ricos, los choferes y
los cobradores pasaban a tomar algo o hacer pipí.
Más tarde lo atendió su hijo
Paco, y la última fue Doña Nina como la llamaban.
Como anécdota, el padre a
petición de su hijo Víctor compró un coche que lo conducía Don Servando
Villavicencio, y un día se le rompió la corona y Víctor le pidió el dinero al
padre para su reparación, y cuando le dijo lo que costaba como un buen andaluz
le dijo: “¡joder, vale más esa corona que la de Alfonso XIII!”…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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