El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS. Presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, remitió
entonces (11/08/2018) el Pregón de las fiestas de la Villa de Candelaria (A la
memoria de Juan José Acosta de León, empleado público del Ayuntamiento).
Que
tituló; “CANDELAS,
ENTRE EL GEMIDO Y LA TROVA”: “…Candelaria (Tenerife)
Salón de actos del Ayuntamiento. Agosto 8/2018
<<Solo sé, de manera definida,
que en esta noche de la duda incierta,
tengo una puerta que orienté a la Vida
y una ventana a lo Infinito abierta...>>.
Sirva este pensamiento poético del escritor y periodista
tinerfeño Luis Álvarez Cruz para que el pregonero agradezca, en primer lugar,
la oportunidad de serlo; y afronte el trance con decidido afán tanto de estar a
la altura de las exigencias de lo que la fiesta simboliza como de corresponder
a quienes la preparan con tanto esmero: al pueblo candelariero.
Alcaldesa, prior, señoras y señores capitulares, dignísimas
autoridades, representaciones, amigas y amigos:
Conste que la puerta no es para llenar de vivencias personales y
utilitarismos nostálgicos un cometido que asumimos con el entusiasmo y la
responsabilidad que se aceptan estos encargos. Todo lo más: admitan que el
relato será otra prueba de la vocación latente para plasmar ideas y contar
cosas. Es la puerta orientada a una existencia muy pegada al oficio, alternado
con el ejercicio de responsabilidades públicas en distintas instituciones que,
aunque parezca paradójico, fortaleció aquél, el oficio, labrado en un
aprendizaje permanente que nos ha llevado a recorrer caminos y escenarios en
pos de conocer mejor la historia, el costumbrismo, los sentimientos y la
idiosincrasia de los pueblos.
La ventana al Infinito, pues, está abierta. Desde ella,
contemplamos el Soneto del sur, del
mismo Álvarez Cruz:
“Primero fue la tierra, la tierra ensimismada
en un sueño grandioso y un parturiento afán;
la tierra interminable, generosa, sagrada:
la que nos da la vida, el reposo y el pan.
Tal como ésta del sur, que arde al sol, impregnada
del sudor de los hombres que por la historia van
trazando, surco a surco, la leyenda dorada
cuyo héroe asume la forma de un titán.
Canta el agua en la acequia. Quema el sol en la altura.
El hombre de estas tierras sabe el hambre y la hartura
del pegujal arisco que escarba con tesón.
Hombre del sur, ¿qué siembras en la heredad que labras?
Siembras algo inaudito que tiembla en mis palabras
¡porque tú echas al surco tu propio corazón!”.
Desde la ventana, nos asomamos a los hitos que tan
admirablemente glosara en su obra investigadora y de cronista el profesor
universitario Octavio Rodríguez Delgado cuya antología de textos descriptivos,
recogida en La evolución de un
municipio a lo largo de cinco siglos, constituye la primera entrega de
la colección bibliográfica Crónicas de
Candelaria.
Desde la época aborigen hasta la aparición de la Virgen, el
aluvión de 1826 que arrambló el castillo de San Pedro y la primitiva imagen, el
último incendio de 1789 que destruyó el convento y la basílica, la construcción
de ésta, romerías, fiestas, costumbres y promesas infinitas, la peregrinación
perdurable..., la duda incierta se va despejando ante los testimonios escritos
y orales que nutren la historia de Candelaria.
Hay una bendición celta: “Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus
campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente
en la palma de su mano”.
El pregonero también es peregrino. Igual que el cristiano que se
dirige a Lourdes, o quienes van a Santiago de Compostela, o el musulmán de
camino a La Meca, o un hindú hacia Ganges, hay tanto que descubrir. Nos emplaza
el periodista y político peruano Ricardo Palma: “Cumple con la gratitud del
peregrino, no olvidar nunca la fuente que apagó su sed, la palmera que le
brindó frescor y sombra, y el dulce oasis donde vio abrirse un horizonte a su
esperanza”.
Peregrino del norte insular, como debió sentirse la inquieta
viajera y escritora irlandesa, Olivia Stone quien, durante nueve meses,
acompañada de su esposo, recorrió todas las islas. Sus impresiones quedaron
reflejadas en Tenerife y sus seis
satélites, libro publicado en Londres en 1887. No visitó Candelaria,
apunta Rodríguez Delgado, pero aludió a la localidad:
“Cuando Diego de Herrera -escribe- vino a Tenerife en 1464, se
llevó a un joven que, tras ser instruido en la religión católica, se convirtió
en devoto de la Virgen. Posteriormente, cuando Herrera viajaba entre las islas,
este guanche, bautizado con el nombre de Antonio, sintiendo aparentemente
deseos de regresar a su hogar, logró escaparse. Inmediatamente informó a sus
compatriotas de que la imagen que habían adorado durante tanto tiempo sin
saberlo, era, en realidad, la Virgen María. De aquí surgió, sin lugar a dudas
-es la tesis de Stone- la idea de que los guanches ya adoraban a la Virgen
antes de la conquista”.
Otra peregrina procedente del norte tinerfeño, la poetisa y
escritora cubana, académica Dulce María Loynaz, premio Cervantes de Literatura
en 1992, residente en la isla en la segunda mitad del siglo XX, nos traslada
hasta la Candelaria de entonces, cómo se llegaba, cómo se desenvolvían los
peregrinos:
“El camino va por el sur, que es tierra fragosa metida entre
barrancos y cráteres más o menos apagados; pero hoy -detalla la fecha del 15 de
agosto- el paisaje cobra súbita vida animado por el desfile de automóviles y
carretas engalanadas, con palmas, campesinos cabalgando en camellos lentos y
gentes que van a pie a cumplir votos salidos casi todos de sus casas desde la
noche, en peregrinación al santuario.
“Bajando por los enjutos senderos desovillados, subiendo por
hondonadas y torrenteras, afluyen sin cesar hilos hormigueantes de romeros,
entreverados algunas veces por gente un tanto ajena a ardores místicos:
vendedores de frutas, juglares y solteras en busca de novio”.
Loynaz es rotunda al afirmar que “aquí puede decirse que la
devoción a Nuestra Señora de Candelaria
es sincera y de firme arraigo popular. Cada uno, a su modo, invoca a la Virgen,
la mima, la acompaña, la emplaza muchas veces y otras muchas conversa
tranquilamente con ella. Porque la
Candelaria es la patrona de las islas por derecho propio. Ella llegó primero y
conquistó por su sola presencia majestuosa”.
La autora cubana deja unas líneas ilustrativas de cómo se vivía
entonces la festividad:
“Al áspero rasgueo de las guitarras hace coro la resaca
barriendo las arenas; la muchedumbre gira como un inmenso carrusel de feria
arrastrando en su remolino la bella copla desgarrada:
<<Todas
las canarias son
como ese Teide gigante:
mucha nieve en el semblante
y fuego en el corazón>>”.
Pero nadie como un poeta inmenso, como un gomero universal,
Pedro García Cabrera, cantó a Candelaria, con tanta plétora metafórica, con
tanto sentimiento intimista, con su valentía explícita. El poema, exquisito, de
su Vuelta a la isla, merece ser
reproducido:
<<Tengo pintadas de un verde
gemelo de las tuneras
la finca de mis amores
mis barcas candelarieras.
Con ellas salgo a pescar
cuando asoman las estrellas;
cho Juan gobierna la mía,
yo llevo la de mi suegra.
Pero esta noche la mar
tiene muy mala madera;
se ha puesto toro y no hay muro
de lluvia que lo detenga,
tajamar que la domine
ni timones que la entiendan.
Esta noche no podrán
ir a ganarme las perras.
Son de talantes esquivos
varadas en la ribera
e íntimamente cordiales
si las espumas las besan.
Y qué gusto da mirarlas
por esas mares afuera
como dos buenas muchachas
columpiando las caderas.
Pero este dichoso sur
se está comiendo una breva
aunque las sardinas campen
como si nada ocurriera.
Y no veré sus gorgoras
ni empuñaré la jareta.
Las sardinas son muy suyas
y van formando una pella,
solo si huelen toninas
se desparraman y riegan.
Desde que tengo razón
son las sardinas mis perlas,
mis relámpagos del gozo,
mis hierbas de curandera,
mis higos chumbos del mar,
mis cheques de Venezuela.
En torno de sus puñales
mi noche está dando vueltas.
Las quiero como a mí mismo,
son los frutos de mi hacienda.
Por los planchados azules
quedan a la descubierta
los almidonados fuegos
que burilan las candelas.
Y viéndolas se me van
las angustias que me arenan,
ardiendo en sus argentíes
la obra muerta de mis penas.
Esta noche no será:
ni agenciaré mi molienda,
ni podré pegar un ojo,
ni dar fondo a la tristeza,
que yo me la paso en blanco
cuando se pone tan negra.
Si siguen así las cosas,
la Virgen me favorezca,
que si todo viene a pelo
soplando el viento a derechas,
me basto solo y me sobro
con mis brazos y mis piernas>>.
Hablemos un poco de la imagen. Si no, el cometido del pregonero
quedaría incompleto. Es casi imposible iniciar un aporte sobre la descripción
de la Virgen de Candelaria sin plasmar algunos rasgos de sus características
iconográficas actuales. La vela de color verde es símbolo de la antigua vela
con la que acudían los peregrinos que se dirigían -y continúan haciéndolo- para
pedir o agradecer su intercesión. El verde es también un innegable color de
esperanza. Esperanza que mueve a todo aquel que con una petición se dirige a la
Virgen. Mientras, el niño Jesús sostiene
en su mano un pajarillo.
Con todo, resalta el historiador realejero Javier Lima Estévez,
conocer a la imagen es también valorar someramente su historiografía, aproximarnos
a los motivos de su presencia entre nosotros y su festividad el 2 de febrero y
la celebración del 15 de agosto; celebración, ésta última, que nos trae hoy
ante ustedes. Los primeros aportes históricos permiten situarnos ante la obra
de fray Alonso de Espinosa. Sería autor de un trabajo bajo el título Del origen
y milagros de la Santa Imagen de Nuestra Señora de Candelaria, publicado en
Sevilla en 1594, pero redactado en 1581. En ella, el dominico nos aproxima a
uno de los primeros relatos para saber del pasado aborigen pues sus páginas enlazan
apartados con referencias a la antigüedad del pueblo guanche desde diversos
puntos de vista. Al mismo tiempo, es una oportunidad para situarnos ante el
conocimiento de la llegada de la imagen de la Virgen de Candelaria, concatenándose
en la parte final del trabajo milagros y sucesos asociados a personas desde
distintos ángulos.
En concreto, fray Alonso de Espinosa recopila cincuenta y siete
milagros; milagros que narran curaciones, rescates y otros hechos sin
explicación racional y en los que se demuestra, por parte del dominico,
rindiendo los guanches culto en la cueva de Achbinico que, con posterioridad,
sería cristianizada bajo la advocación de San Blas. De tales milagros nos
detendremos en uno, en concreto el milagro cincuenta y seis que dice así:
“Cuando ciertos gomeros, por celos de una pariente suya, mataron
a su señor Hernán Peraza, su mujer doña Leonor de Padilla, con el dolor de la
muerte de su marido, hizo en los gomeros gran castigo. A unos hizo ajusticiar;
a otros llevar cautivos a España; y a otros echar con piedras pesadas a la mar.
Y como algunos morían sin culpa, porque no todos la habían tenido en la muerte
de su señor, no pudo dejar de imputársele alguna a la sobredicha señora, y aún
notarla de cruel. Sucedió, pues, que muchos de los tres que con pesos al cuello
echaban a la mar, para que en ella fuesen anegados, invocando a Nuestra Señora
de Candelaria, patrona de todas estas islas, salían luego a la orilla y playa
de la mar, vivos y sanos, sin peligro alguno; de que no poco admirados los que
los veían salir, decían los libres que Nuestra Señora de Candelaria les
sostenía los pesos y los traía a la playa vivos”.
También el cronista Juan Núñez de la Peña, en su Historia de las
Islas Canarias, obra impresa en 1676, mencionaría que “aún en nuestros días,
estas divinas procesiones –se refiere a los cultos que se empezaban a
manifestar- han sido vistas con frecuencia, y cuando al día siguiente la gente
descendía a la playa, la encontraban llena de gota de ceras y trozos de vela de
un color amarillento, cuyas mechas eran de una desconocida sustancia, porque no
era lino, ni algodón, sino algo parecido a seda blanca torcida”.
Si avanzamos en el tiempo y nos adentramos en los siglos XVIII y
XIX, encontramos referencias de notable interés para comprender tal proceso en
relatos de viajeros de diferentes nacionalidades. Personas que, a pesar de
llegar con otras creencias religiosas, no dudaron en acudir a fuentes documentales
y contrastar testimonios para intentar ofrecer a sus contemporáneos datos sobre
el origen y la evolución del culto de la imagen de Nuestra Señora de Candelaria
entre los canarios.
Por citar un ejemplo de esa labor, destacamos el texto del
médico y marino inglés George Glas bajo
el título Descripción de las Islas Canarias. Entre sus páginas, nos traslada
ante una descripción de su llegada. Asimismo, una breve reseña sobre una imagen
que define como “pequeña, como de unos tres codos o tres pies de alto; el color
de la cara es atezado, las prendas azul y oro”. Destaca la presencia de ciertas
letras romanas para las que no tendría explicación hasta recurrir a la ayuda de
Gonzalo Argote de Molina, Provincial de la Santa Hermandad de Andalucía,
obteniendo la siguiente interpretación: sobre la chaqueta cerca de la nuca unas
iniciales cuya traducción sería: “Eres ilustre (o gloriosa) en el Padre, Hijo y
Santo Espíritu, y Madre del Redentor Jesús”; en la faja las palabras: “María
parió a nuestro más alto Rey, dio libertad a todos los aprisionados en el reino
del infierno”; al borde de la manga, cerca de la candela verde, cuatro
palabras: “os he dado la vida eterna”; y finalmente en el faldón de la prenda
figuran las siguientes palabras: “Esta jamás abandonará Nivaria; su piadoso
nombre invocado, las Islas Afortunadas no temerán ningún adversario”.
El polígrafo realejero José de Viera y Clavijo (1731-1813), en
la Historia General de las Islas Canarias, matiza cómo Francisco López de
Gómara señaló en Historia General de las Indias, que la imagen de nuestra
Señora de Candelaria la adquirieron a través de los cristianos europeos que
merodeaban por nuestras costas; afirmando que, a pesar de no ser su
objetivo criticar la autenticidad de la aparición que relataron el padre fray
Alonso de Espinosa, Antonio de Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez
de la Peña, quienes ensalzaron nuestras islas con la posesión de una estatua
fabricada por los ángeles en el cielo, traída por éstos a Tenerife y celebrada
por los mismos en sus playas. Expone Gómara que los citados historiadores fijan
la aparición por los años de 1392 o de 1393, época en la que con bastante
frecuencia llegaban a estas islas las embarcaciones de los cristianos. Para
Viera, “por cualquier parte que se mire, el hallazgo de la santa imagen de
Nuestra Señora de
Candelaria es digno del aprecio y admiración de todos los
canarios, sensibles a las glorias de su país”. Y se pregunta al mismo tiempo y
nosotros recogemos ese mismo interrogante que emitimos ante el público presente
en este recinto:
-¿Perdería acaso su estimación por haber sido la imagen obra
excelente de un escultor humano o porque la hubiesen desembarcado en las
riberas de Tenerife algunos cristianos piadosos?
También el relato del
polígrafo realejero recoge la aparición de la imagen, afirmando que no detendrá
su mirada en hacer reflexiones acerca de las maravillosas circunstancias de
esta historia, “bien que en el discurso de la obra presente se nos ofrecerán
algunas ocasiones favorables de proseguirla, sin que hayamos adelantado hasta
aquí otras noticias que las que ha fijado entre nosotros la voz de una
tradición respetable, aunque nacida quizá entre los mismos bárbaros, promovida
entre los pobladores de Tenerife y sostenida noventa y cinco años después de su
conquista por los escritos de fray Alonso de Espinosa, dominico, quien, como
advierte, «la alcanzó y pudo sacar a luz de entre aquellos oscuros tiempos, sin
que hallase cosa alguna escrita que le satisfaciese”.
Dejando a un lado el siglo XVIII y acercándonos al XIX, no podemos obviar una cita a la descripción
del aluvión de 1826, concretamente al texto redactado por el sacerdote Antonio
Santiago Barrios. En el mismo se proporcionan diversos detalles que permiten
también advertir el triste final de la imagen, siendo reemplazada la misma por
una nueva obra del destacado escultor orotavense, Fernando Estévez de Salas
(1788-1854). Se trató de un proceso complejo, tal y como describe el profesor y
cronista oficial de Candelaria, ya citado, miembro del Instituto de Estudios
Canarios y vicepresidente de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias,
Octavio Rodríguez Delgado, en un artículo en su blog con el título “El terrible
aluvión que azotó Tenerife en 1826 y sus irreparables daños en Candelaria”.
En esa aportación, apunta cómo incluso antes de solicitar una
nueva imagen, llegaron a pedir “que se les cediese la imagen de la Virgen del
Socorro, que se veneraba en su ermita de Güímar, pero los vecinos de este
pueblo se opusieron a ello frontalmente. Por este motivo, una vez perdida la esperanza
de que apareciera y creyendo necesario el que se colocara otra en su lugar, al
año siguiente encargaron una nueva imagen”.
Sin embargo, en la ermita de Santa Úrsula, ubicada en el
municipio de Adeje, existe otra talla que bien pudiera tratarse de la imagen
original, pues los marqueses de Adeje solicitaron con anterioridad a su
desaparición una copia y pudieron en realidad entregar el resultado de su
petición y no la original, que se guardó en la Casa Fuerte.
Es esta una cuestión sobre la que han reflexionado historiadores
como Gerardo Pérez Fuentes; María Jesús Riquelme en su obra La Virgen de
Candelaria y las Islas Canarias o incluso el recordado catedrático Jesús
Hernández Perera. Todo ello en atención a los rasgos y características que
definen la imagen y describiendo sus particularidades.
Para los historiadores y otros especialistas, es lógico pensar
en la posibilidad de que la imagen tuviera varias copias y que la que se
encuentra en la actual ermita de Adeje sea una más dentro de ese proceso.
Llegados al siglo XX, el pregonero desgrana someramente algunas
vivencias, algunas remembranzas, sencillamente para hacer más cercana y más
personal esta visión que ya no es, por tanto, la mirada de otros. En la memoria
se almacena el recuerdo de aquella peregrinación, vivida junto al agustino
padre Federico, que realizó la Virgen de Candelaria en el año 1964. Recorrió
pueblo a pueblo de la isla, un periplo que duraría más de tres meses por una
misma finalidad: recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario, un
espacio que, abierto a la formación de futuros sacerdotes, garantizara que
éstos continuasen difundiendo la fe entre la población y desarrollasen la tarea
pastoral.
De aquellos años de adolescencia, ya salpicada por la emigración
familiar, quedan las conversaciones domésticas sobre la excursión a Candelaria;
las reservas de asientos en los camiones adornados por hojas de palma; el paso,
siempre inquietante, por la 'Cuesta de las tablas' de la Carretera Vieja y el
impacto que significaba asistir a un encuentro de fútbol que se interrumpía
cuando pasaba la guagua.
No sería ni la primera ni la última vez que la Virgen emprendió
una peregrinación pues ya desde el año 1994 ha cumplimentado una serie de
visitas, destacando en ese año por la conmemoración del quinto centenario de
Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna en 1997, decretando a partir de entonces
el obispo la peregrinación cada siete años, a Santa Cruz y luego La Laguna.
Dentro de unos meses, concretamente en octubre, con motivo en esta
ocasión del bicentenario de la Diócesis Nivariense, se vivirá una nueva
exposición de fervor y entrega hacia una imagen que, como Patrona de Canarias,
es un símbolo que agrupa a los canarios, proyecta su significado al exterior y
nos cohesiona, sin lugar a dudas, como pueblo. Y atentos todos, porque, con
toda humildad decimos que hay que evitar la instrumentalización del hecho
religioso.
Su presencia une a su vez América y Canarias, o Canarias y
América, tal y como reflejaría el recordado David Fernández en su obra
Biografía de Candelaria, citando cómo en el país venezolano su culto se
extiende desde el Distrito Federal, al Estado Anzoátegui, y por los estados
Apure, Aragua, Bolívar, Carabobo, Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida,
Miranda, Nueva Esparta, Portuguesa, Sucre, Táchira, Trujillo, Yaracuy y el
Estado Zulia.
No cabe duda de que el mar ha unido ambas orillas durante siglos
a través de un proceso constante y continuo en la historia de Canarias: la
emigración. A través del mar llegó la imagen al lugar y un día triste del año
1826, recordado para los anales de la historia, desapareció a través del mar.
El fervor del pueblo recuperaría de nuevo una talla que hoy, desde su
Santuario, mira al mar y extiende su visión ante todos.
El pregonero se acerca al final. Lo hace deseando venturas y
felices celebraciones. Los candelarieros de Araya, Barranco Hondo, Las
Caletillas, Las Cuevecitas, el Casco, Punta Larga, Malpaís, Igueste, Santa Ana,
Playa La Viuda o El Pozo, se agrupan junto a isleños de todas las latitudes,
para dar vida a una singular estampa de peregrinación, para compartir la
solemnidad y también la alegría, el desenfado, los motivos lúdicos y propios de
la fiesta popular.
Serviría un poema del recordado Juan Pérez Delgado, el célebre e
inolvidable Nijota, quien, de forma magistral, reflejaría el carácter único de
una celebración como ésta bajo el título “Candelaria, hace cincuenta años”:
<<Gran calor. Noche serena.
Arena. Miles de ruidos.
Arena. Gente, estampidos.
Silbos, cantos, más arena.
El mar, la playa, una calle
(la de la Arena). Más gente
al por mayor y al detalle.
Vino y cerveza caliente.
Un cantar, un grito, un nombre.
Un baile, una discusión.
Un acordeón y un hombre.
Otro hombre y otro acordeón.
Alegres, pícaras danzas
de doncellas y donceles.
Guanches con pieles y lanzas.
Guanches sin lanzas ni pieles.
Una parranda, una racha
de estribillos de mal gusto.
Cachetada a una muchacha
por madre de ceño adusto.
Uvas de Arafo en su cesta,
Vendidas por guapas mozas.
Si la sed es más molesta
¡Gaseosa, gaseosa!
Fea caída en arena
debida a ruin empujón.
Trifulca a trompada plena.
Guardia Civil en acción.
Maldiciones, vivas, gritos,
ajijídes, oraciones.
Guitarras, hueseras, pitos,
panderetas, acordeones.
Trajes de chillonas telas.
Cien mujeres de rodillas
con una, dos, tres, diez velas,
y chiquillos y chiquillas.
Ruido del mar, ronco ruido.
Grave canto clerical.
Aquí y allá el gran chillido
de una mujer con un <mal>.
La masa espesa se soba.
Y entre el gemido y la trova,
entre el grito y la plegaria
un ciego empieza una <loba>:
<<¡Oh, Virgen de Candelaria!>>.
Serviría. Pero hay una estrofa del himno mariano que parece más
apropiada:
<<Candelaria,
pueblo venturoso
relicario de tu imagen santa,
horno y centro del amor isleño,
cuna y fuente de la fe canaria>>.
Hasta aquí, prendado de candelas y flores de genios y artistas
como son y serán siempre Martín González y José Aguiar, hemos venido a pregonar
con el ánimo de descubrir “cultivos de medianías, tabaibales y balos, basaltos
que se elevan -como ensalzaría el poeta e investigador, miembro de la
Asociación Española de Etnología y Folclore, profesor Manuel Pérez Rodríguez-
hasta coronarse de una crestería de coníferas que juegan con las brumas
atrevidas de la vertiente norte”. Y entre las que pueden advertirse personajes nacidos
en la localidad como Antonia Tejera Reyes, médium conocida como la Iluminada de
Candelaria; Valentín Marrero Reyes, canónigo honorario de la Santa Iglesia Catedral
de La Laguna; Pedro Domínguez Torres, jugador de fútbol; Domingo Barrera
Corpas, boxeador profesional aspirante al título mundial; Dimas Coello Morales,
pintor y poeta, entre muchos otros.
La puerta orientada a la Vida no es más que el deseo de seguir
escribiendo y comunicando. Y por la ventana al Infinito entran aires que, como
los de este año en Candelaria, solo impulsan los deseos de innovar, hacer más
cosas y agradar.
Gracias, candelarieros, por esta oportunidad…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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