El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR
GARCÍA LLANOS remitió entonces (30/01/2020) estas notas que tituló; “EJEMPLO
PARA EL FÚTBOL Y PARA EL MUNDO”: “…De vez en cuando el fútbol
nos regala un episodio épico, tan escurridizo (con permiso del poeta) “que hay
que andarlo de puntillas, por no romper el hechizo”. Y no hay gol ni una parada
ni un remate inverosímil ni un taconazo ni un pase de tiralíneas. Es un
sentimiento de pueblo, de espectador, que entraña emoción, aún sin darse
cuenta.
Es cuando el fútbol se
convierte en un grito unánime, en una expresión coral, afinada sin apenas
ensayo. Fútbol sin distingos de clases sociales que se rebela contra la injusticia,
contra la exclusión, contra cualquiera de esos males que desvirtúan la nobleza
deportiva, la naturaleza pura de los contendientes, de su esmero competitivo.
Y es entonces cuando eclosiona
el espíritu de los valores reservado para las grandes ocasiones, para
distinguir a una afición y a pueblo identificado, que tiene hambre de Primera
División y por eso se luce con comportamientos edificantes que lo distinguen.
El fútbol convertido en un
canto contra uno de esos males que recorre la sociedad europea de nuestro
tiempo. Fútbol versus racismo. No al racismo. ¿Por qué el racismo, en
cualquiera de sus fórmulas, tiene que fastidiar la aspiración de victoria, el
puro desempeño deportivo? Sigamos preguntando: ¿tiene que soportar un jugador
de color, que juega en un club histórico que un día ganó tantos adeptos porque
era el único que alineaba once españoles, los insultos, las vejaciones y los
cánticos indubitadamente racistas y excluyentes?
Los graderíos, de pie y al
unísono en el minuto 9 -el número de dorsal del futbolista- desplegando el
mensaje. Que no, que el fútbol no está concebido para eso. NO AL RACISMO, en
mayúsculas. Que aprendan quienes se conducen con esos criterios, quienes se
manifiestan irrespetuosamente. En las gradas, en los espectáculos o en las
tertulias audiovisuales que se autodenigran, claro.
Fue una lección de nobleza
deportiva. Complementada por la ovación dirigida cuando se marchaba al
vestuario quien había batido dos veces la portería del equipo cuya afición
homenajeaba sin reservas, interpretando lo que todos quisiera que se
interpretara en un escenario deportivo. Pero también de cualquier otra
naturaleza. Como ocurrió con los italianos en Emilia Romagna, Bella ciao, la flor del
partisano.
Un futbolista que se marchó y
se mostró agradecido. Inolvidable momento, singular episodio. Esa noche ganó el
fútbol, la otra épica, el poderoso y profundo sentimiento del respeto. Una
afición que escribió con letras de oro su conducta y acalló los gritos de
descalificación, que acreditó su madurez y que protagonizó con derecho propio
los fundamentos de los valores.
De verdad, un ejemplo para el
fútbol y para el mundo…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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