El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS
remitió entonces (18/01/2020) estas notas que tituló; “DÉCIMO
ANIVERSARIO DE UNA OBRA TURÍSTICA”: “…Agradecemos a los autores la
oportunidad de participar en esta conmemoración. Diez años de una publicación,
de un libro que se antoja fundamental para conocer los orígenes, la evolución y
la realidad de un sector económico productivo que ha caracterizado el
desarrollo de un municipio y de una ciudad: Puerto de la Cruz.
Al cabo de diez años, Historia del turismo del Puerto de la Cruz,
a través de sus protagonistas, ha servido para esclarecer muchos
porqués, las razones de algunas decisiones y la dimensión de personajes que
intervinieron, en mayor o menor medida, en la conformación, en los avances
sociales y en los momentos de zozobra.
En definitiva, una estupenda
obra de consulta, analítica y reflexiva, profusamente documentada -más de
quinientas páginas y ciento diecisiete ilustraciones- con indudables valores de
investigación los cuales proporcionan una visión muy rigurosa de nuestra
historia -vinculada al hecho turístico desde antes de ser industria- y de ese
mismo hecho. Si hace diez años, felicitamos a Nicolás González Lemus y Melecio
Hernández Pérez, así como al prologuista, Isidoro Sánchez García, como también
a la Escuela Universitaria Iriarte, con sede en nuestra localidad, hoy debemos
congratularnos de haber gozado con las aportaciones y la lectura de esta obra,
convertida en fuente primordial de nuestro principal sostén productivo y de una
parte sustancial del municipio que ha luchado para abrirse paso, sortear las
dificultades y ocupar un sitio destacado en el concierto de las ciudades que
disponen de una oferta turística y son, en sí mismas, un destino.
Toda historia tiene su
principio. Hay nombres que, por derecho propio, ganaron su puesto y hasta
hundieron sus raíces en la tierra agraciada por su clima y por su geografía. El
súbdito alemán Osbard Ward, el británico míster Harris, el doctor inglés Ernest
Harts, el coronel Wethered, el científico Edward Beanes son, entre otros,
nombres vinculados a la historia turística del Puerto de la Cruz, de la que
tanto saben González Lemus y Hernández Pérez que, naturalmente, se habrán
familiarizado con ellos. Nosotros hemos indagado en la documentación que acopió
el que fuera cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez, a quien
el hecho turístico, cuando no había Internet y apenas se manejaban algunas
publicaciones, fotos y grabados, el hecho turístico -decíamos- no le fue ajeno.
Así, Ward publicó en 1903 el
libro The Val of Orotava, en
el que habla de los intentos de escalar el Teide con fines científicos o
geológicos y de los beneficiosos efectos climáticos. En esa obra se fija 1866
como principio de la arribada de extranjeros a las islas.
El tal míster Harris se da
cuenta del “sitio ideal para la explotación de un buen hotel”. Logra fundar una
compañía, arrienda la casa y jardines anexos, propiedad de doña Antonia Dehesa,
viuda de García, ubicada en el que hoy estaría el antiguo y cerrado hotel
'Martiánez', víctima de la dañina fórmula del 'time-sharing' ya en los ochenta
del pasado siglo. Allí se abren las puertas del denominado 'Gran Hotel', del
que Harris sería el director. El Puerto empieza a ser conocido en el
extranjero.
Un médico, Ernest Harts,
disfrutó de un período de siete semanas entre nosotros. Se fue encantado y al
regresar a Londres publicó varios artículos en Pall Mall Gazette y British Medical Journal, elogiando las bondades del valle y
“los lugares como el mejor sitio para extranjeros veletudinarios” para pasar el
invierno por curiosidad o placer. El efecto fue inmediato: subió el número de
ingleses en la temporada invernal del año siguiente, 1887.
Coronel Wethered, promotor de
la mansión denominada “El Robado” (destruida hace unos pocos años en un
pavororo incendio), en una zona de malpaís, fruto de las erupciones volcánicas
de 1430 de las que surgieron los tres conos conocidos por Montaña de Las
Arenas, Montaña de Los Frailes y Montaña de La Gañanía, estas dos últimas en el
término municipal de Los Realejos. Según el testimonio de Pestana, para sortear
los problemas de movilidad, se dispuso la utilización de hamacas y carritos
para transportar a los inválidos de hotel a hotel y hasta para algunas salidas
nocturnas.
Otra de las adiciones al Grand Hotel Company fue la
del Marquesa cuyo
edificio fue acondicionado para recibir un mayor número de turistas. Empezaron
a pensar entonces en empresas de más altas aspiraciones, aunque se dividiera la
iniciativa empresarial: por un lado, el capitaneado por míster Harris; y por
otro, una nueva sociedad denominada “The English Grand Hotel Company”. Harris,
siempre según Pestana, rompe con el Gran
Hotel Company, del cual había sido manager. Él había defendido la
posibilidad de edificar un nuevo hotel en terrenos de La Paz, sobre el
promontorio situado al este del antiguo hotel Taoro y el Jardín Botánico. La
idea no prosperó y míster Harris desaparece de la escena.
Estamos en la primavera de
1888. Llega al Puerto de la Cruz míster Edward Beanes, un científico dotado de
un alto talento comercial. Era íntima amigo del doctor Víctor Pérez, quien le
pone en antecedentes del proyecto de construir un nuevo establecimiento
hotelero. La iniciativa entusiasmó tanto al señor Beanes que prestó toda clase
de ayuda, incluso la económica, con el fin de que los proyectos se
materializaran a la mayor brevedad posible. Establecidos los ideales de la nueva
sociedad, varias aportaciones de casas y firmas con residencia en Santa Cruz de
Tenerife hicieron viable la actuación de un nuevo hotel que se empieza a
construir en donde fue levantado el Gran Hotel Taoro, un lugar elegido por
Víctor Pérez con arreglo a los planos de un arquitecto francés, de Lyon, Adolph
Coquet.
En 1890 se inaugura la primera
perte construida. El relato del cronista Pestana merece ser reproducido:
“Abriéronse carreteras -señala- a través de los enormes terrenos destinados a
jardines y lugares de esparcimiento, a través de una verdadera montaña de
escorias y cenagal volcánicos, por cuyo motivo estos terrenos eran conocidos
por Malpaís, ocupando estos jardines una extensión superior a las once
hectáreas, en las cuales se plantaron unos doce mil árboles de todas clases”.
Pues este va a ser el enlace
entre esos orígenes de la ciudad turística que habría de forjarse en las
futuras décadas, especialmente en las posteriores a la Segunda Guerra Mundial,
y la que aún hoy tiene pendientes actuaciones para que cristalice otra gran
obra de trasformación y se consolide, con nuevos fundamentos, el destino
turístico diferenciado que todos anhelamos, principalmente los visitantes.
Es la historia que está por
escribir para seguir en la vanguardia competitiva, caracterizada por la sostenibilidad.
Porque hay que encauzar e impulsar el plan director del futuro parque marítimo,
así como abrir el debate sobre el destino de la antigua estación de guaguas. Y
pensar en la habilitación de nuevas dotaciones para aparcamientos. Lograr de
una vez un mantenimiento eficaz de los servicios que se prestan, implicando a
la población y al sector privado. Y promocionar de forma adecuada las ideas y
los valores atesorados durante años, secuenciando convenientemente los
acontecimientos y las convocatorias que tienen a la ciudad como sede. Que
innovar y cualificar no es incompatible con el conservacionismo y el buen
cuidado. Completar las dotaciones que, como el parque San Francisco, han de
contribuir a su desarrollo. Y pulir la joya, el complejo turístico “Costa
Martiánez”, con un giro a su modelo de gestión. Volvemos a abogar por el
desarrollo armónico de los barrios y distritos para que luzca la calidad de
vida. Y regular de una vez la ocupación de la vía pública, dar coherencia al
pionero modelo de adaptación peatonal de vías y plazas para que en el Puerto
sea posible pasear y moverse con seguridad y confortabilidad. Y desenvolverse
en un destino inteligente, en una smart
city, tampoco riñe con los activos patrimoniales. En efecto, además
de fortalecer el principio de sostenibilidad, conservar las esencias
monumentales, proteger el patrimonio histórico artístico y urbano, huir de
mobiliario moderno supuestamente vanguardista y común en casi todos los
destinos turísticos, así como restaurar inmuebles que, como la Casa Iriarte, la
Casa Sol y el Torreón de Ventoso y hasta El Robado, anteriormente mencionado,
han de servir para utilizar como recursos accesibles y aptos para una
explotación racional. Y acometer de una vez la ampliación del Jardin de
Aclimatación de La Orotava que así se denomina nuestro Jardín Botánico.
Se ha enunciado todo ello a
mero título orientativo. Seguro que hay más objetivos. Simplemente, se trata de
conectar el pasado remoto con el porvenir a medio y largo plazo. Hoy
conmemoramos el décimo aniversario de la publicación de un libro. Dentro de
diez años, hemos de celebrar otros logros y otras realizaciones que condensamos
en los avances transformadores de un destino vivo, dinámico y en constante
efervescencia. En fin, otros capítulos de su historia…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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