Fotografía de los cuarenta o cincuenta del siglo XX, referente a la procesión
del Santo Entierro de la Villa de La Orotava. Bajando por San Francisco.
Tras la celebración de la Muerte del Señor, a las 5 de la tarde, todas las
miradas giran en torno a la Parroquia de San Juan Bautista, pues en este templo
parroquial tiene lugar la procesión del Santo Entierro de Cristo. Esta
procesión tenía lugar en el Convento de San Lorenzo, desde donde partía hasta
la calle Viera, haciendo luego estación en el Templo Matriz y finalizando con
la Ceremonia del Entierro en el desaparecido convento clarisa de San José. Fue
en 1835, donde fueron trasladadas desde el monasterio hasta San Juan tras la
desamortización de Mendizábal, junto con otras imágenes como la Virgen del
Carmen o San Lorenzo Mártir El cortejo procesional lo componen seis imágenes:
la dos primeras representan a los Santos Varones Nicodemo y José de Arimatea,
anónimas del siglo XVII y de las que destaca, sobre todo, el tallado de
sus barbas. Les sigue la bella imagen de Santa María Magdalena, obra de Luján
Pérez realizada hacia 1801, y la popular efigie de "El Enamorado", de
Fernando Estévez. Las mismas que procesionan junto al Señor de la Columna en la
noche del Jueves Santo. La atención recae en la imagen principal, la talla
barroca del Señor Muerto, un Cristo crucificado articulado (permitiendo
convertirlo en Cristo Yacente) atribuido al escultor Francisco de Ocampo y
que llegó de Sevilla a la Orotava a principios de siglo XVII. El cortejo
lo cierra la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, hermosa obra realizada
por Fernando Estévez en 1816.
La procesión de la tarde del Viernes Santo "El Santo Entierro",
ristra que recorre las calles pinas de la Villa. Que por el simbolismo del acto
y por la belleza artística de las imágenes es uno de los pasos más concurridos
de fieles a lo largo de la Semana Santa en La Villa de La Orotava, incluso la
más larga, pues comienza en la parroquia de la Villa Arriba de San Juan
Bautista, después de plasmar su recorrido por Farrobo, bajar por San Francisco
hasta la plaza del Ayuntamiento, regresar a San Juan por la pina calle de los
Tostones(León), y provenir a la ceremonia del entierro de Cristo en el altar
mayor de la citada parroquia, bajo los acordes de la marcha musical "El
Adiós a la Vida" de Puccini interpretada por la Banda de Música de La
Agrupación Musical de La Orotava.
La procesión la adiestran las imágenes del Señor Difunto, la Dolorosa de
Estévez, el San Juan de Luján, la Magdalena asimismo de Estévez, y los Santos
Varones, conocidos por el apelativo de: José de Atimatea y Nicodemus obras del
palmero Aurelio Carmona. El Cristo es crucificado y es yacente. Según Alfonso
Trujillo Rodríguez;"...Tratase de un Crucificado que forma el grupo
del Calvario con la Dolorosa y San Juan Evangelista, conjunto que se encuentra
actualmente en la parroquia de San Juan en el primer altar de la izquierda,
según se entra en el templo, en los pies de la cruz latina...."
Según el historiador Miguel Tarquis, en su escrito sobre la Semana Santa en
Tenerife, nos subraya que; "...El paso del Señor difunto está
formado por una bella urna de plata repujada, sin dosel, en donde yace el
cuerpo del redentor. La escultura es un Cristo con los brazos articulados, con
el que se celebraba en la iglesia del ex-convento de San Lorenzo el
descendimiento de la Cruz. Parece obra sevillana del siglo XVIII y dicen que es
original del imaginero Vega, discípulo de Montañés. Los Santos Varones, obras
de regular mérito son de finales del siglo XVIII. La Magdalena y La Dolorosa de
Fernando Estévez, son de vestir, la virgen está inspirada en la de Luján de la
Iglesia de Nuestra Señora de La Concepción...".
El cortejo emita al entierro de Cristo, sepelio del cuerpo de Jesús,
inmediatamente de haber expirado el Hijo de Dios en la Cruz, en el que hacen
referencia, aunque con ligeras variantes, los cuatros Evangelistas, diciendo
que un hombre bueno y justo, llamado José, natural de Atimatea, senador, y que
a pesar de ser hombre público no había tomado parte en las maquinaciones de los
fariseos para dar muerte a Cristo, fue a Pilatos a pedirle el cuerpo de Jesús.
Y con la aquiescencia del presidente lo bajó de la Cruz, lo envolvió en una
sabana y lo puso en un sepulcro excavado en una pequeña cueva, en el cual no
había sido depositado cadáver alguno.
El Amigo de la
Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ , remitió entonces
(14/04/2014) estas notas que tituló; “LA PROCEDENCIA DE LA URNA DEL SANTO
ENTIERRO DE LA VILLA DE LA OROTAVA, OBRA DEL INSIGNE ORFEBRE LAGUNERO PEDRO
MERINO DE CAIRÓS”: “…Hasta la
fecha se desconocía por completo la autoría de la obra de la hermosa urna del
Cristo Difunto que, procedente del convento de San Francisco de La Orotava,
como todo su paso procesional, había sido cedida después de la desamortización
a la parroquia de San Juan Bautista de La Orotava. También eran bien escasos
los datos existentes sobre su autor, limitados a la ejecución de un
extraordinario tabernáculo de plata en el convento de Santo Domingo de La
Laguna.
En nuestras
investigaciones en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife
entre los deteriorados legajos de protocolos orotavenses de principios del
siglo XVIII nos encontramos con el contrato firmado el 5 de mayo de 1722 por
Pedro Merino de Cairós por el que se comprometía con la Marquesa de Villafuerte
a la fabricación de una urna de plata para la función del entierro de Cristo
que se celebra en la iglesia del convento de San Francisco los viernes
santos. La donante en cuestión era Doña Francisca de Molina y del Hoyo,
II Marquesa de Villafuerte e hija del primero de ese título, en cuya capilla
particular se daba culto al Calvario hoy conservado en la parroquia de San
Juan, enterrándose bajo sus pies en su sepulcro los miembros de su linaje.
Mayorazga de su casa, al ser la hija mayor de una unión con sólo descendencia
femenina, contrajo dos nupcias aunque no tuvo sucesión, por lo que heredó el
título su hermana Isabel Juana. Había nacido en La Orotava el 13 de octubre de
1653, falleciendo en su localidad natal el 27 de mayo de 1728, siendo enterrada
en el altar del Calvario del convento de San Lorenzo, donde yacían sus padres y
abuelos.
Con
anterioridad había firmado otro convenio el año anterior que dio lugar a una
urna de plata que salió por primera vez en el viernes santo de 1722. Pero como
quiera que la Marquesa la quería mucho más suntuosa y de filigrana, como se
había comprometido su autor, procedió a la firma de un nuevo convenio en 1722
que redundó finalmente en la obra que ha llegado hasta nosotros. Para su
comienzo la Marquesa le proporcionó 8 libras y media de plata. La obra debía de
ser clavada en su marco de madera por el mes de septiembre y en ella colocadas
todas las piezas de plata incluidos sus pilares. En el contrato se señala que
si no era del gusto de la donante se rescindiría el contrato y podría
sustituirlo por otro. Lo total fabricado en dicha urna pesaba 14 libras y media
de plata por lo que recibiría 1.792 reales de plata. Para responder de su
culminación él y su mujer María Machado Brito y Vera se hipotecaron con
una casa alta con su sitio en La Laguna y con una suerte de viña en Geneto. Por
la finalización de la obra, descontado lo empleado en plata por el orfebre,
ganó la suma de 783 reales.
Sin duda
alguna la urna de plata del Santo Entierro orotavense es una de las obras
maestras de la orfebrería canaria, mostrando las extraordinarias dotes
artísticas de su autor. Es una delicada labor de platería constituida por una
basamento dividido por estípites en cuya cabecera van repujadas las armas de la
donante. Los Molina, Llarena, y Lugo entre otros, con dos dragones enfrentados
de sinople lenguados de gules, corona de Marqués y en su fondo las armas de
Lugo con la M que corresponde al nombra de Milia, supuesta infanta inglesa que
ya hace figurar en su blasón el III Adelantado.
Sobre la
trascendencia de la obra y de su autor debemos reseñar, como recoge el profesor
Jesús Hernández Perera en su monumental Orfebrería de Canarias que del hermoso
templete de planta trapeizodal convertido en manifestador del sagrario del
convento dominico lagunero, creado en 1715 por Pedro Merino derivan sin grandes
modificaciones todos los tabernáculos tinerfeños de plata repujada. La urna,
realizada poco después, en plena madurez, demuestra la trascendencia y
proyección de su arte en la orfebrería canaria.
Pedro Merino
falleció en La Laguna el 12 de septiembre de 1734, siendo enterrado con el
hábito de San Francisco en la capilla mayor de la iglesia de los Remedios,
actual Catedral, en el sepulcro de sus padres. Era hermano del Cristo de los
Remedios por lo que se hizo oficio el 15 de septiembre. Casado con Josefa María
Machado había tenido tres hijos que llegaron a la edad adulta Machado. Dada su
situación social modesta sólo pudo dar como dote a su hija María Antonia
diferente cajas y algo de dinero. Su mujer había recibido en herencia una
suerte de tierra y viña llegada por su tía María Estévez. Sus trabajos fueron
frecuentemente encomendados, como era de suponer, por miembros de la oligarquía
tinerfeña. Tuvo cuentas con el capitán Luis de Quesada y Molina, con Luis
Benítez y con el Marqués de Villafuerte. La casa en que vivía en La Laguna la
había heredado de sus padres. Durante su matrimonio había adquirido una viña
con casa terrera aneja en Geneto y 9 fanegadas de tierra en la costa, 2
montuosas y 7 labradas. Deja mejorada a su hija con la viña de Geneto, una
docena de taburetes, 4 cuadros grandes con guarniciones y un “bufete que dicen
una mesa grande con sus pies tallados”, un catre de barbuzano y un arca grande
de cedro. Dejó como albaceas a su tío Diego Estévez, a su mujer, a su cuñado
Domingo Machado y al clérigo de menores Juan Guerra de Quintana. Era una
muestra de la modestia en que vivían estos artesanos, a pesar de que Merino
alcanzó gran reputación como maestro de filigrana y sus obras fueron consideradas
como piezas de obra maestra de la orfebrería isleña.
Con la urna
del Santo Entierro, el lagunero Pedro Merino de Cairós en la madurez de su arte
dejó a La Orotava una de sus obras maestras que sigue procesionándose como
antaño por las empinadas calles de la villa todos los Viernes Santos…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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