Nació en Puerto de la Cruz, en el año 1931 muy cerca del popular barrio de
la Ranilla y falleció en la misma ciudad turística el 27 de septiembre del 2021.
Durante su jubilación laboral aseguraba que su relativa libertad le
permitía integrarse a sus aficiones más comunes, que eran: escribir prosa y
poesía; y pintar en las modalidades del óleo y la acuarela.
Con ello, y ante todo –añadió- sus obligaciones hogareñas. Así pasó
los días entretenido, aunque cada vez, con más apego a la vida y todo lo bueno
que nos brinda. Tuvo un elevado concepto de la amistad y lo que ella representa
para la convivencia en la sociedad que compartimos.
Perteneció a los antiguos Practicantes en Medicina y Cirugía Auxiliar,
también lo fue su padre.
Fue Funcionario de la Seguridad Social y Sanidad, en Tenerife, hasta su
jubilación.
Emigró muy joven a Venezuela y allí, a la vez que trabajaba siguió
estudiando. Trabajó los ocho últimos años de estancia allá, en Sanidad, en
Dermatología Sanitaria, en los Servicios de Lepra del Estado Lara, en calidad
de Sub-Inspector del mismo. Fue una experiencia apasionante. En dicho país no
es permitido escalar puestos superiores a los extranjeros que no se hayan
nacionalizado, trabajos que están reservados para los nacionales.
Colabora con el Periódico El Día desde el año 1989, cuyos artículos y
poemas publicados, por sus respectivos temas sentimentales, en su mayoría, le
han permitido saborear de sus lectores la aprobación de los mismos; y ha hecho
ingente cantidad de amigos de ambos sexos y hasta le llaman y le escriben
entusiasmados para hacérselo saber.
Ha publicado muchos artículos suyos en el Boletín Informativo del vecino
Municipio de Los Realejos. También, desde Puerto de la Cruz, ha enviado a
Venezuela algunos artículos y han sido publicados sin más. Tiene mucho que
agradecerle a la Editorial Leoncio Rodríguez S.A. y a su ejemplar Editor –
Director.
Su padre Don Enrique González Matos, fue Practicante en Medicina y Cirugía
Auxiliar en Puerto de la Cruz. Un señor muy querido, respetado y conocidísimo
de quien quiso imitar todas sus amplias virtudes su hijo y nunca lo logró
plenamente pese haberlo, ser tan perfecto como él, ya que fue imposible
imitarle por sus cualidades humanas ante todo y luego su capacidad teórica y
práctica en su trabajo, habiéndosele otorgado por El Consejo Nacional de
Auxiliares Sanitarios (Sección Practicantes) el Título de Honor, como
testimonio de gratitud y reconocimiento por la valiosa cooperación prestada a
esa Organización, en beneficio de los Practicantes Españoles. Dado en Madrid el
8 de marzo de 1971.
De ese señor me han hablado mucho en su ciudad natal, Puerto de la Cruz
(Tenerife) y todos coinciden al decir lo bueno que era. Fue el Practicante de
los pobres y Funcionarios Municipales adscritos en su zona sanitaria, también
de los que más “tenían”. Lo que ganaba con ellos, los que estaban bien
económicamente, no sólo lo repartía con su familia, sino con los más desfavorecidos.
Cosa paradójica, dicen, muchos descendientes de aquellos indigentes, los
desaparecidos y descendientes, han salido adelante, con la ayuda de Dios y su
constancia en el trabajo, algunos tienen, hoy día, tanto o más que
algunos ricos de los de antes y de los de hoy. Las cosas de la vida.
Tenía don Enrique una cuenta reservada en la antigua tienda de don Paco
Gómez Ibáñez, cliente asiduo suyo, y todo lo que reunía lo dejaba pendiente
para comprar periódicamente, ropas, calzados, cacharros de cocina, etc. Y
llevárselo a los pobres que iba atender por prescripción facultativa, más de
las veces. Si veía que no tenían calderos, en la próxima visita aparecía con un
caldero sin estrenar, recién comprado. Una vez, una señora le dijo: ¡Ay!, don
Enrique, no le esperaba tan temprano, las ropas de la cama las quité esta
mañana para lavarlas y me pilló sin ellas. ¡Qué vergüenza! Perdone UD. La
próxima visita aparecía el bueno de don Enrique con un hermoso paquete con muda
completa para que no pasara tantos apuros. Y así, muchos casos anecdóticos. Era
puntual como nadie.
Su hijo Celestino, cuando va por las calles de su ciudad, si va caminando
lo paran mucha gente y todos nombran a su viejo como si de alguien especial se
tratara y dice su hijo: Era su forma de ser, lo mismo sentía por todo aquél que
lo necesitara. Sentía un gran respeto por las gentes y nunca esquivaba a nadie.
A los sesenta años de edad, aproximadamente, se fue quedando ciego, luego
el glaucoma acabó por completo con su vista. Más, aún estando ciego, iban a
buscarlo a su casa, bien buscando sus servicios profesionales o para lo que
fuera, allí estaba él. Escuchar su dulce voz tranquilizaba al más desesperado
de sus clientes o amigos, como les llamaba. En sus horas negras solía componer
preciosos poemas acompañado de una grabadora corriente y luego los mentalizaba,
poemas que llegan al alma. No acabaríamos de hablar de don Enrique, que Dios lo
tenga en La Gloria.
Celestino nos relata sus viajes a ultramar y algo más. Sin
ocultar su emoción por aquello del tiempo transcurrido, algo más de cincuenta y
ocho años, nuestro protagonista de hoy va desgranando cada una de sus
vivencias, desde la párvula edad, evocando aquellos inolvidables años de
inocentes travesuras y cándidas ternuras, las que tan lejos han quedado; luego
su primera juventud interrumpida por el acontecer ilusionado de su primer viaje
a Venezuela antes que culminara la época de su floreciente progreso y
precipitada renovación social. Entonces Venezuela era la “tierra de promisión”,
donde, no sin grandes esfuerzos, sacrificios y mucha constancia, el hombre se
iba a ella por si sus sueños alguna vez se realizaban. Ventana abierta a las
distintas culturas y posibilidad única de progresar económicamente. En
aquella época, la década de los cincuentas, hubo esperanzadores horizontes para
multitud de hombres, no sólo los nuestros, también para los de otros
países. hombres, mujeres y adolescentes capaces de aventurarse en esa
incierta travesía en busca de una vida mejor, desde el punto de vista
económico, y así acabar con la lamentable situación en que vivían muchos de
ellos, después de la guerra civil española. De hecho, nuestros pueblos fueron
transformándose con las ayudas llegadas de aquellos emigrantes para sacar a las
familias adelante y con ello mejorar sus condiciones de vida y embellecer el
entorno y las distintas infraestructuras existentes. Mas, todo hay que decirlo,
también nuestros aventajados hombres y mujeres, aportaron a esos países de
promisión todo un valioso caudal de elementos culturales que a la postre
legalmente han sido reconocidos e imitados por sus gentes. <<...Lamentablemente,
aquello ya no existe, en el caso concreto de Venezuela, fue como un grato sueño
que bien podría repetirse y hasta mejorarse, con las experiencias sufridas en
los últimos años. Aquel país sólo depende de un rotundo si para volver a
resurgir…>>
Oyéndole, ambos parados en mitad de una de las calles de Puerto de la Cruz,
su ciudad natal, no sé por qué razón, hablándome, se animó considerablemente
nuestra conversación y me gustó su forma de narrar tantos acontecimientos
vividos en Venezuela y con el entusiasmo y nostalgia con que lo hacía. Cruzó
por mi mente la idea, nada descabellada, de honrar con sus memorias y
espontáneas narraciones, también, a todos aquellos que como él, dejándolo todo
atrás y a los seres que más querían, familiares y amigos, se aventuraron sin
saber qué suerte les esperaba, pero sí con la ilusión más grande jamás vivida.
Y emigraron muchos de ellos a sus locos albedrío
Tal como hemos expresado en su biografía, Celestino González Herreros,
nació en Puerto de la Cruz, en el año 1931 y falleció en la misma ciudad
turística el 27 de septiembre del 2022. Donde a pesar de vivir cómodamente con
sus padres, una fuerza extraña lo llevó mar adentro hasta Venezuela, donde,
dice muy complacido, recibió las lecciones más hermosas de su vida, todas ellas
para nunca olvidar. Al regresar y en mal estado de salud, después de cuatro
años de ausencia, fue requerido y declarado prófugo del servicio militar por no
haberse presentado a filas aquí en Tenerife. Fue penalizado durante los
próximos cuatro años sin poder salir de España, tiempo que aprovechó para
estudiar la carrera de practicante en medicina y cirugía auxiliar. Cumplido el
plazo sancionador, regresa nuevamente a Venezuela y al hallarse allá, mientras
trabajaba por el día, por las noches estudiaba en el liceo Lisandro
Alvarado (Barquisimeto, Estado Lara) para revalidar el bachillerato y
superar las materias nacionales. Posteriormente, ya casado con una dama villera
y con dos hijos, un niño y una niña, trató de ir a la universidad a ver si
conseguía estudiar la carrera de médico, pero era muy duro y sacrificado,
teniendo que atender al trabajo y la familia, lo que no le permitió realizar
ese deseo y tuvo que dejarlo. Entonces trabajaba en la unidad sanitaria del
Estado Lara, en Barquisimeto, en dermatología sanitaria, servicio de lepra, y
ello le obligaba a estar fuera de su casa, hasta quince días
consecutivos, periódicamente, en las distintas incursiones sanitarias
encomendadas. Mencionó varias anécdotas suyas en ese especial trabajo,
realmente conmovedoras y lo que más me impactó de este hombre es que mientras
me hablaba sus ojos se iluminaban de placer y a la vez de nostalgia. Decía que
fueron las horas más hermosas vividas al lado de esa pobre gente a los que se
entregó en cuerpo y alma. Que no se sentía más importante que hoy que tengo la
suerte de poder contarlo y revivir aquellos entrañables momentos.
Recordó, asimismo, un gravísimo accidente de tráfico que sufrió yendo en un
jeep con su jefe, el dermatólogo médico titular del servicio antihanseniano,
hijo también del Puerto de la Cruz, el Dr. Felipe Hernández y Hernández y del
que salieron vivos.
Celestino escribió un libro cuyos temas hablan de esas y de cuantas más
experiencias suyas desde que llegó a Venezuela. La primera vez que llegó,
desembarcando por Puerto Cabello y se dio la circunstancia de que, como habían
decretado un “toque de queda” que prohíbe a las gentes andar por las calles,
fue apresado junto con los demás pasajeros y encarcelado durante tres días y
sus respectivas noches. Imaginémosle, en plena adolescencia, con tantas
ilusiones que partió desde aquí y ser recibido tan accidentalmente. El capitán
del barco que les llevó los soltó en tierra y que se las arreglen como puedan.
para colmo de males, la misma policía y algunos funcionarios más, le quitaron
el dinero que llevaba para desenvolverse los primeros días… y dio de comer
durante todo el trayecto de dicho viaje, a un polizonte… indocumentado, que
cuando llegó allá le estaban esperando unos familiares y escapó bajando por la
escalera del barco disfrazado de camarero. ¡Vaya suerte amigo!
Nada más llegar a Tenerife, se puso a trabajar interinamente en la
Casa de Socorro de la Villa de La Orotava dependiendo de Sanidad y
haciendo sustituciones extras y oficiales en los centros de zona y urgencias de
la seguridad social del Valle, hasta su reglamentaria jubilación laboral.
Además fue diplomado en psiquiatría auxiliar y de medicina del trabajo en
calidad de practicante, lo que le valió para tener derecho, por escalafón, a
elegir plaza en propiedad donde mejor le conviniera por derechos propios, según
la numeración alcanzada, eligiendo La Villa de la Orotava. Simultáneamente trabajó
en cinco hoteles importantes como practicante en los servicios médicos de
empresa.
Amigo Celestino descansa en el paraíso eterno, como se te merece.
Un abrazo, hasta siempre.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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