Fotografías compartida con la APT (Asociación de la Prensa de Tenerife)
El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR
GARCÍA LLANOS, remitió entonces (24/01/2023) estas notas que tituló: “LA
TARDE, DE JOSÉ LUIS ZURITA”: “…El primer
número de La Tarde apareció el sábado 1 de octubre de 1927. Se unía a los otros
tres periódicos que se editaban en Tenerife: El Progreso (4 de septiembre de
1905 a 30 de enero de 1932) republicano y un tanto anticlerical; Gaceta de
Tenerife (1 de junio de 1910 a 1939), católico y La Prensa (15 de octubre de
1910 a 14 de febrero de 1939), republicano.
El diario fue fundado en la
capital tinerfeña por Francisco Martínez Viera, Matías Real González y Víctor
Zurita Soler. “Tres personalidades diferentes con perfiles diferentes –escribe
el autor, José Luis Zurita- pero cohesionadas por su profunda dilección a
Tenerife, sus talantes cultos y liberales y, esencialmente, por sus
incuestionables vínculos de vocación por el mundo de la información”.
El periódico, dice también
Zurita, “refugio de intelectuales y escuela de tantos y tantos periodistas de
reconocido prestigio, se imprimió por última vez el 29 de marzo de 1982,
superando convulsos períodos históricos e introduciéndose sin traumas en la
etapa democrática actual”.
La obra del profesor de la
Universidad de La Laguna, José Luis Zurita, que hoy presentamos, LA TARDE, 55 AÑOS DE PERIODISMO TINERFEÑO
(1927-1982) El ocaso de la prensa vespertina en España, editada por
el Gobierno de Canarias, es el cuerpo de su tesis doctoral defendida en junio
de 2011.
El contenido es una invitación
a profundizar en el acervo que atesora La Tarde. El oficio del periodismo,
enriquecido con conocimientos multidisciplinares y por los incesantes avances
tecnológicos, se dignifica con investigaciones como esta que nos sitúa en
espléndida posición para entender el porqué de muchas cosas. Las páginas de
aquel vespertino contribuyen a entender o interpretar las razones de la
historia. En unos tiempos tan cambiantes, en los que se avanza a velocidad de
vértigo, sobre todo cuando se producen frenazos inesperados como ha sido, o
está siendo, el de la pandemia de un virus maligno, hay procesos sociales que
los medios impresos coadyuvan a entender.
Esto es lo que pasa con un
largo período del siglo XX, en la isla, en nuestro país, en todo el mundo,
durante el cual La Tarde dio cuenta de lo que acontecía. Con modestia, sin
pretensiones, con un estilo propio y con un paso por delante del voluntarismo.
Es más de medio siglo esforzándose en salir a las calles de la capital y de los
pueblos isleños, cincuenta y cinco años desafiando imponderables, forjando
valores y superándose para competir. Hacerlo, además, con nobleza, con buenas
artes y con el rigor que exigían los cánones de la comunicación escrita.
Todo eso creó escuela. Por eso
hemos hablado de la escuela que fue el periódico que abrió sus puertas para muchos
de nosotros, aprendices permanentes sobre la realidad a la que nos enfrentamos
con voluntad de hacerlo responsablemente, con medios precarios –luciendo
audacia, si era necesario- y en circunstancias adversas. Cuando no había
ordenadores, si había que redactar de nuevo o transcribir fragmentos de una
sentencia judicial, se hacía. Cuando había que repetir el revelado de una
fotografía o reajustar la extensión de una crónica transmitida telefónicamente,
pues se hacía.
En aquella escuela se
fraguaban, además, valores humanos. Los del respeto, el pluralismo y la
tolerancia. Todos ellos eran componentes del romanticismo que, en buena medida,
acompañó al ejercicio del periodismo. Eran los tiempos en que el oficio se
aprendía y se ejercía sobre el terreno, escuchando a los veteranos que
corregían con una sana voluntad pedagógica o didáctica. Puede que los de
entonces, los de La Tarde, en sus últimos años, fueran los últimos románticos,
antes de que las exigencias fueran otras, antes de que la inmediatez quebrara
el amor por la obra bien hecha, antes de que se agotara el tiempo para la
autocorrección o los retoques de estilo, antes de que dejáramos de oler a plomo
y de que los libros de estilo –muy útiles, en cualquier caso- condicionaran
hasta los módulos de titulación o el uso de las siglas y las mayúsculas.
Qué tiempos aquellos de
linotipias y de correctores, de horarios descabellados y de escuchar a los
vendedores vocear el nombre del rotativo por las esquinas y en los exteriores
de los bares cuyos usuarios, por decir algo, aguardaban por los horarios de la
cartelera cinematográfica o los signos de la quiniela, aquella del Patronato de
Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas. ¡Qué tiempos!
Muchas de estas cosas se
desgranan en las páginas de la obra de Zurita. En ellas adivinarán el
romanticismo de los nombres propios de La Tarde, al que el autor rinde tributo
en un trabajo encomiable. Los que vivimos personalmente y los que
caracterizaron otras épocas de cincuenta y cinco años de entrega y abnegación
periodística, fueron años pletóricos de experiencias.
Estar dentro, vivir desde las
tripas el proceso de producción, hacer el periódico, nos permitió descubrir que
aquel vespertino tenía un público fiel y era preferido por la calidad de
autores y colaboradores cuyos nombres o seudónimos aparecían en sus páginas,
con un ejercicio pluralista, apegado al modelo interpretativo hasta donde se
podía llegar.
Estuvimos en aquella escuela. Y
hoy nos congratulamos y damos gracias. Pues esos valores, que aprendimos y
cultivamos, siguen siendo los que nos motivan.
(Texto leído anoche, en el Casino de Tenerife, durante la presentación del
libro de José Luis Zurita, ‘LA TARDE, 55 AÑOS DE PERIODISMO TINERFEÑO
(1927-1982) El ocaso de la prensa vespertina en España (Gobierno de Canarias)…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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