Pregón
del Nazareno que leyó en la Parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia
de Puerto de la Cruz, la que en su momento (octubre de 2022) era la
Hermana Mayor de la Real, Venerable y Dominicana Cofradía de Nuestro
Padre Jesús Nazareno de La Villa de La Orotava, DOÑA ANA MARÍA VALENCIA YANES, con
ocasión de los actos conmemorativos del a Festividad de la Hermandad y Cofradía
de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Puerto de la Cruz.
Presentado
por el cronista oficial de San Juan de la Rambla DON PEDRO BARRETO, fue además muy
interesante su contenido y de la gran afluencia de fieles asistentes, destacado
el hecho de que una mujer sea la Hermana Mayor de la Venerable Hermandad Nanzarena
orotavense y del mismo modo que haya sido la Primera Mujer Pregonera de la
festividad del Nazareno portuense.
Y
que tituló “MIS VIVENCIAS ENTORNO A JESÚS NAZARENO”: “…Ilustrísimos señores alcaldes, D. Francisco Linares
García de La Villa de La Orotava y D. Marco González Mesa del Puerto de la
Cruz; señoras y señores ediles de ambas Corporaciones Municipales; reverendo
padre Don Luis Rodríguez de Lucas, Párroco de Ntra. Sra. de la Peña de Francia
y asesor espiritual de esta Cofradía de Jesús Nazareno; Sr. D. Ricardo Ritcher,
presidente de la Asociación de Hermandades y Cofradías del Puerto de la Cruz
“Santo Madero”; Sr. D. David Estévez, hermano mayor de la Cofradía de Jesús
Nazareno del Puerto de la Cruz y estimados miembros de la junta; Sr. D. Gustavo
Cruz Hernández, presidente de la Real, Venerable y Dominicana Cofradía de Nuestro
Padre Jesús Nazareno de La Villa de La Orotava y queridos compañeros de la
junta; señoras y señores presentes en esta Parroquia que hoy nos acoge; buenas
tardes a todos. Para mí, es un honor que hayan contado conmigo en este acto tan
emotivo para la Cofradía Jesús Nazareno de esta parroquia de Nuestra Señora de
la Peña de Francia, a la cual le tengo especial cariño, ya que, aunque soy
natural de la Villa de La Orotava, por mis venas también corre sangre
portuense, al ser mi madre de esta localidad y, por ende, mi familia materna.
De hecho, yo siempre digo que soy mitad villera y mitad portuense, pues también
considero al Puerto de la Cruz mi casa. Amor que me trasladaron mis padres,
abuelos y tíos. Amor que yo hoy intento transmitirles a mis hijos también.
Cuando la junta se puso en contacto conmigo, he de reconocer que por mi corazón
pasaron una multitud de emociones y que, aún hoy, siguen haciendo que en algún
momento me pueda llegar a emocionar. Son muchos los recuerdos que atesoran
estas paredes que hoy nos acogen, algunos alegres y otros no tanto, pero estoy
segura que mis queridos abuelos, Manuel y Ana, al igual que mis tíos ya
fallecidos, desde donde se encuentren, me ayudaran esta noche lluviosa en mi
disertación. Mi amor por Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de los Dolores nace y
crece al mismo tiempo que mi persona, en casa siempre se le ha tenido especial
cariño y devoción. Eso sí, cuando hablo de casa no me refiero a mi domicilio,
ni siquiera al de mis padres, va más allá, es un sentimiento familiar que emana
de mis abuelos paternos, Isaac y Carmen, a lo más importante que tenemos;
nuestro amor, fe y devoción por Él y su Madre. Por este motivo, siempre hemos
estado prestos para ayudar y colaborar en todo lo que pudiéramos, tanto con la
cofradía, como con la iglesia en sí, ya que antiguamente Sto. Domingo, nuestra
sede capitular, no era Parroquia. Pues bien, empecemos por ahí, como decía,
desde muy niña acudía con mi padre a la iglesia cada vez que tenía ocasión, me
encantaba trastear por la sacristía y cuartos de la misma, siempre he sido
curiosa y habida de aprenderde todo y más. Mi madre me recuerda siempre los
malos ratos que le hacía pasar cuando, asistiendo a misa, me iba al altar y me
colocaba al lado del sacerdote. ¡Divina inocencia la mía! Para, posteriormente,
el sacristán cogerme de la mano y llevarme de nuevo con ella al ver que no
hacía por marcharme de nuevo a mi sitio. Pero, ¿cómo podía ser de otra manera?
Si para cualquier niño o niña de esa época las iglesias eran una fuente
inagotable de aventuras. Según fui creciendo, empecé a decirles a mis padres
que yo quería ir el Viernes Santo por la mañana, bien tempranito, a la
procesión del Encuentro. No me quería perder lo que con tanto esmero y
dedicación veía preparar y, así, con apenas 4 o 6 añitos, creo recordar, fue la
primera vez que procesione al pie de Ntra. Madre, que era el sitio que habían
escogido para mí. En esa época, pocos niños de tan corta edad acompañaban el
cortejo como hermanos y menos aún, solos, con la única vigilancia de las
celadoras desde su puesto detrás de Nuestra Madre. Y ahí iba yo, vestida de
calle, sin hábito, pero orgullosa con mi cruz al cuello, la cual había sido
realizada como todas las de la cofradía, en la carpintería de mi familia, que
las donaba desinteresadamente. Recuerdo a mi tía y a mi abuela cociendo las
cintas a las cruces un par de meses antes, esa era para mí la señal de que
llegaba la Semana Santa y mi cara se iluminaba. Antiguamente, no era como hoy
en día, que a lo largo del año se le realiza la festividad de veneración
propia, en donde se aceptan a los nuevos cofrades o hermanos, imponiéndoles la
insignia, que en este caso es una cruz de madera; sino que era el propio
Viernes Santo cuando los nuevos hermanos eran aceptados, saliendo a procesionar
por las calles de nuestra Villa. Evidentemente, yo lo veía como una obra de
teatro, que con los años fue cambiando a lo que es, una catequesis viva en la
calle. Al mismo tiempo, sabía que iríamos de paseo a La Laguna, tocaba ir al
Convento de las Monjas Claras a recoger las pelucas de la Verónica y de la
Magdalena. Ellas eran las que con cariño y amor se encargaban de realizar cada
tirabuzón a mano, enrollándolos en papel para que no se deshicieran. ¡Qué
misterio tenía ese torno en medio del callejón de piedra, alumbrado por una
farola de poca luz! Yo, por esa época, no sabía lo que era un convento de
clausura y mucho menos entendía porque no podíamos verlas como si hacíamos con
otras congregaciones religiosas, hasta que ellas un día me lo explicaron,
justamente a través de ese mismo torno. Sonrío al recordar una ocasión en la
que mi padre, al recoger días después en la iglesia, guardó la caja que
contenía las pelucas en casa y mi madre metió la mano sin mirar, buscando otra
cosa, por lo que, al sentirlas, sin saber que era o pensando en lo que podía
ser, pegó un chillido que oímos en todo el edificio. Pocos años después, cuando
ya podía moverme sola por el pueblo, asistía el Domingo de Ramos a la bendición
de los palmos en la iglesia de S. Agustín. Mi padre, que no podía acompañarnos
porque esa mañana era de mucho ajetreo para la cofradía, ya que era el día en
que se vestían y adecentaban las imágenes, se encargaba de que tuviera mi palmo
listo, pero yo, lo que verdaderamente quería era que acabara pronto, para bajar
literalmente corriendo por la calle del Agua, hoy Tomás Zerolo. Quería llegar
lo antes posible a Sto. Domingo para no perderme nada, pero, yhoy en día lo
entiendo, siempre que llegaba ya estaban todas las imágenes vestidas. La razón
lógica era que siendo imágenes de candelero, no querían que perdiera la ilusión
y descubriera, igual que ocurre con el misterio de los Reyes Magos, la verdad
que se esconde debajo de las vestiduras. Precaución todavía hoy se tiene cada
vez que hay niños merodeando por la sacristía o por el templo. Quiero en este
punto nombrar, con especial cariño a Gloria y Nieves, camareras de la Virgen,
ellas fueron las que me enseñaron todos los entresijos que lleva vestir a las
imágenes y adecentar los pasos para la procesión. Ellas me enseñaron tantas y
tantas cosas, como la forma de ponerle a las imágenes los camisones y las
enaguas o la forma de cerrar los vestidos de manera invisible. Yo, simplemente,
las ayudaba pasando horquillas y alfileres en mi etapa infantil. También me
enseñaron como teníamos que quitar los “papelitos” de las pelucas para no
desarmar los rizos, siempre he pensado que con lo entretenido que era para
nosotras, para ellas era, valga la redundancia, una manera de que tanto los
demás niños que iban, como yo, nos estuviéramos un rato quietos, sin corretear
a su alrededor. ¡La verdad que tenían todos una paciencia de santos! Y más
adelante, cuando el misterio ya no existía, me enseñaron como tenía que hacerlo
yo para que todo fuera “como tenía que ser”. Todavía, hoy, están muy presentes
entre nosotros y siempre procuramos que las imágenes lleven alguna pieza que
les haya pertenecido. Los años siguientes fueron muy duros, con la iglesia
cerrada por obras durante muchísimo tiempo, los recuerdo con angustia, ya que
la cofradía mermo sus hermanos, al no hacerse presente salvo el Viernes Santo.
De hecho, en más de una ocasión no se sabía si llegarían a salir a la calle.
También recuerdo a la cofradía formando en el callejón anexo a la iglesia y los
cinco pasos colocados en la puerta lateral como si de un puzzle se tratara, ya
que no había espacio útil para ello en la iglesia con las obras. A ellos, a ese
grupo de personas, hermanos y hermanas de la junta directiva, que en la etapa
más difícil se empeñaron en seguir sacando la procesión, les debemos el estar
hoy en día aquí y ser lo que somos, una hermanad sencilla y humilde, pero con
grandes retos, que poco a poco se van haciendo realidad. Con el pasar de los
años, siendo ya una jovencita, los Jueves Santo por la mañana, como es
tradición en la Villa, tocaba visitar las iglesias para ver los tronos ya
preparados para esos días junto a mi abuelo Isaac. Al llegar siempre revisaba
que las bazas, que fueron su mayor contribución, aun no siendo cofrade,
estuvieran como él decía: “como tienen que estar”. Recuerdo a mi padre con un
martillo chiquito colocando los clavos que sujetaban las cuelgas y encajes de
los tronos. ¡Cómo ha cambiado todo! Existe la cinta de velcro y las planchas de
vapor que lo facilitan todo enormemente. También descubrí porque me gustan
tanto los gladiolos y los lirios o, más bien, tener flores en casa. Las
sacristías eran un hervidero de flores, jarras y esponjas; creo que es el
momento que más desordenadas y sucias pueden estar, pero a la vez, lo más
hermoso que podemos contemplar, al ver esas manos creando esos jardines en
miniatura que acompañan y lustran los pasos procesionales, tanto de Nuestro
Padre y Su Madre como los demás Santos que acompañan al cortejo procesional. Y
nos trasladamos a esa mañana fría de viernes, que aun estando despejada, la
brisa de la madrugada nos cala en el cuerpo ¿O serán los nervios? Por fin llegó
el día tan esperado, donde todo ese trabajo sale a la vista de las miles de
personas que se agolpan en la calle alrededor de la iglesia para ver salir el
cortejo y más tarde el encuentro de la Madre con el Hijo. O simplemente, ver
como S. Juan sale corriendo a anunciar lo que ha visto, con el consiguiente
murmullo y risas de los niños presentes en ese escenario que se crea entorno a
la plaza Patricio García. Y qué decir de esa bajada al paso de la banda, viendo
a S. Juan con Nuestra Madre, sabiendo que la conduce, tal vez, al último
encuentro con su Hijo antes de la crucifixión; nos hiela el espíritu y nos
acongoja el corazón. Para después tener esa reflexión desde el balcón en torno
al momento que vivimos, en el más absoluto de los silencios, no me gusta pensar
en un sermón, ya que considero que no lo es. Otro momento para mi precioso,
desde una perspectiva visual y si queremos hasta recreativo, es en la vuelta a
casa, una vez que se ha producido el encuentro, como decimos coloquialmente, al
pasar por la calle La Carrera del Escultor Estévez, antes de llegar a la
confluencia con la Plaza del Ayuntamiento, y en la bajada de la calle Tomás Zerolo,
por ser cuando, desde el estandarte, pasando por la manga y los ciriales, hasta
los cinco pasos ordenados junto a la cofradía y las bandas de música; dan una
visión única de la totalidad del cortejo procesional, ya que desde la salida de
la iglesia hasta el momento del encuentro las distintas imágenes transitan por
calles diferentes recreando lo que ese día ocurrió. En ese momento, es donde
vemos reflejado todo nuestro trabajo y amor por Él y su Madre, aunque como he
dicho anteriormente, ya lo principal e importante ha sucedido, solo nos queda
volver al templo hasta el año que viene. Ver entrar al Señor y a su Madre, La
Dolorosa, y pensar ya están en casa, sanos y salvos, como si fueran mis hijos
los que regresan a casa después de una fiesta, es una sensación placentera que
año tras años se repite en mi corazón. Y sé que no solo lo siento yo, para
muchos cofrades, y en especial, para la junta directiva, la entrada es ese
suspiro, esa exhalación, como si no hubiéramos respirado desde que salimos por
la mañana, al saber que todo se ha desarrollado correctamente o, mejor dicho,
que todo ha salido a pedir de boca, sin incidencias destacables, puesto que, la
perfección no existe y en este tipo de actos aún menos. Pero esto no termina
aquí, falta recoger todos los pasos, redomas, jarras y demás enseres de la
cofradía, volver a cambiar de ropa a las imágenes y vestirlas con las de diario
para volver a sus nichos u hornacinas; es como desandar lo ya andado y se tiene
que hacer sin tiempo para descansar, ya que hay que preparar el templo para la
Vigilia Pascual al día siguiente, pero esto que realizamos el Sábado por la
mañana, mientras esperamos la Resurrección del Señor, es otra historia que será
contada en otro momento y, tal vez, por otras personas. He de reconocer que
desde mi puesto estos años como hermana mayor, mi manera de ver el trabajo y la
procesión ha cambiado de perspectiva. Debe ser la responsabilidad que conlleva
saberte la cabeza visible de la cofradía, responsable de seguir, como dije
anteriormente, catequizando de manera intuitiva a todas las personas que nos
miran y siguen por las diversas calles del municipio, llenando el corazón de
alegría a las personas que de una u otra manera ya no pueden acudir a pedirle
su Gracia a Él, tanto pertenecientes o no a la cofradía. Ver esas caras a su
paso no tiene precio, te llena el alma y comprendes por y para que trabajamos
sin descanso, robando nuestro tiempo libre a familia y amigos durante esos
meses previos. Han sido años que, con la pandemia, pensé que no viviría igual y
así ha sido. Anteriormente, la vivía con mucho recogimiento, como siempre al
pie de nuestra Madre, ese puesto sigue siendo mío, contemplando ese rostro de
dolor sereno que con los años he llegado a comprender, es mi particular
penitencia y suplica a una madre que, como yo, quiere lo mejor para los suyos.
Sin embargo, desde el confinamiento nos privó de su presencia a este año que
reconozco haber ido más pendiente de todo que de Él, nuestro Nazareno, porque
aunque el imaginario sea distinto, quisiera que comprendieran que en el fondo
son el mismo, ese Ser al que recurrir cuando la zozobra nos alcanza, porque así
es la condición humana, o al que dar las gracias por todo lo que en realidad
nos concede y da sin pedir mucho o nada a cambio, que es lo que deberíamos
hacer para ser buenos cristianos. Quiero dar las gracias en este punto a mi
junta directiva, que me ha dado tanto en estos años, me han demostrado que
querer es poder y que todo se puede cuando se trabaja unidos y con un mismo
objetivo. Así como, a la junta de esta Cofradía del Puerto de la Cruz por hacer
que, por unos días, mi conciencia hiciera un recorrido por mi vida nazarena,
porque de ella he aprendido lo que sí y lo que no nos aporta en nuestra vida
diaria. Además, pensando y tratando de decidir cómo realizar este pregón,
apareció derepente el recuerdo de mis años de trabajo en la carpintería
familiar, que une a mi familia paterna con esta casa. Hablo de la refundación
de esta Cofradía, cuando necesitaron que se les confeccionaran los palos que
portan las redomas con las que procesionar, encargo que tuve el inmenso placer
de recoger y cuando estaban hechos hacer entregade los mismos, por lo tanto,
algo de mí también va en ella. Asimismo, quiero señalar que, lo que no sabía y
descubrí hace poco, es que llevo perteneciendo a esta Cofradía desde que se
fundó oficialmente la sección femenina de la misma, cuando solo tenía cuatro
añitos. ¡Quien me lo iba a decir! Con razón no recuerdo la imposición de mi
cruz, como dije insignia de nuestra cofradía. Y tal vez por ese motivo mis
hijos pertenecen a la misma desde que eran pequeños, pero no como tradición que
también, sino como decisión propia de ellos, ya que espere a que ellos mismos
lo pidieran, como he dicho muchas veces no se trata de hacer números sino
corazones de amor al Señor. En fin, muchísimos recuerdos de una Cofradía que,
vividos día a día, supo volver a resplandecer al amanecer del Viernes Santo,
donde María, la Madre, sale al encuentro de su Hijo en su camino hacia el
calvario en el monte del Gólgota, acompañándolo hacia su crucifixión y
posterior muerte. En mí siempre llevo esa cruz de madera, que me recuerda que
Él, en su camino de tormento, cargó y sigue cargando con todas las injusticias
de nuestro mundo, pero no nos olvidemos de Simón de Cirene, ese gran
desconocido que sin saberlo, cargó con todo el peso que Jesús llevaba en su
alma para, luego, desaparecer sin llamar la atención. Seamos pues, nosotros
como él, con nuestra humildad y buen hacer, sin alardes, ni aspavientos, ayudemos
a Jesús con esa pesada carga en nuestro vivir diario hacia los demás. Y que la
Gracia de nuestro Señor nos acompañe siempre en nuestro caminar por esta vida
que nos ha tocado transitar. Muchas gracias a todos…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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