lunes, 9 de enero de 2023

PREGÓN DEL NAZARENO DE LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA DE FRANCIA DE PUERTO DE LA CRUZ

Pregón del Nazareno que leyó en la Parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia de Puerto de la Cruz,  la que en su momento (octubre de 2022) era la Hermana Mayor de la  Real, Venerable y Dominicana Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de La Villa de La Orotava, DOÑA ANA MARÍA VALENCIA YANES, con ocasión de los actos conmemorativos del a Festividad de la Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Puerto de la Cruz.

Presentado por el cronista oficial de San Juan de la Rambla DON PEDRO BARRETO, fue además muy interesante su contenido y de la gran afluencia de fieles asistentes, destacado el hecho de que una mujer sea la Hermana Mayor de la Venerable Hermandad Nanzarena orotavense y del mismo modo que haya sido la Primera Mujer Pregonera de la festividad del Nazareno portuense.

Y que tituló “MIS VIVENCIAS ENTORNO A JESÚS NAZARENO”: “…Ilustrísimos señores alcaldes, D. Francisco Linares García de La Villa de La Orotava y D. Marco González Mesa del Puerto de la Cruz; señoras y señores ediles de ambas Corporaciones Municipales; reverendo padre Don Luis Rodríguez de Lucas, Párroco de Ntra. Sra. de la Peña de Francia y asesor espiritual de esta Cofradía de Jesús Nazareno; Sr. D. Ricardo Ritcher, presidente de la Asociación de Hermandades y Cofradías del Puerto de la Cruz “Santo Madero”; Sr. D. David Estévez, hermano mayor de la Cofradía de Jesús Nazareno del Puerto de la Cruz y estimados miembros de la junta; Sr. D. Gustavo Cruz Hernández, presidente de la Real, Venerable y Dominicana Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de La Villa de La Orotava y queridos compañeros de la junta; señoras y señores presentes en esta Parroquia que hoy nos acoge; buenas tardes a todos. Para mí, es un honor que hayan contado conmigo en este acto tan emotivo para la Cofradía Jesús Nazareno de esta parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, a la cual le tengo especial cariño, ya que, aunque soy natural de la Villa de La Orotava, por mis venas también corre sangre portuense, al ser mi madre de esta localidad y, por ende, mi familia materna. De hecho, yo siempre digo que soy mitad villera y mitad portuense, pues también considero al Puerto de la Cruz mi casa. Amor que me trasladaron mis padres, abuelos y tíos. Amor que yo hoy intento transmitirles a mis hijos también. Cuando la junta se puso en contacto conmigo, he de reconocer que por mi corazón pasaron una multitud de emociones y que, aún hoy, siguen haciendo que en algún momento me pueda llegar a emocionar. Son muchos los recuerdos que atesoran estas paredes que hoy nos acogen, algunos alegres y otros no tanto, pero estoy segura que mis queridos abuelos, Manuel y Ana, al igual que mis tíos ya fallecidos, desde donde se encuentren, me ayudaran esta noche lluviosa en mi disertación. Mi amor por Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de los Dolores nace y crece al mismo tiempo que mi persona, en casa siempre se le ha tenido especial cariño y devoción. Eso sí, cuando hablo de casa no me refiero a mi domicilio, ni siquiera al de mis padres, va más allá, es un sentimiento familiar que emana de mis abuelos paternos, Isaac y Carmen, a lo más importante que tenemos; nuestro amor, fe y devoción por Él y su Madre. Por este motivo, siempre hemos estado prestos para ayudar y colaborar en todo lo que pudiéramos, tanto con la cofradía, como con la iglesia en sí, ya que antiguamente Sto. Domingo, nuestra sede capitular, no era Parroquia. Pues bien, empecemos por ahí, como decía, desde muy niña acudía con mi padre a la iglesia cada vez que tenía ocasión, me encantaba trastear por la sacristía y cuartos de la misma, siempre he sido curiosa y habida de aprenderde todo y más. Mi madre me recuerda siempre los malos ratos que le hacía pasar cuando, asistiendo a misa, me iba al altar y me colocaba al lado del sacerdote. ¡Divina inocencia la mía! Para, posteriormente, el sacristán cogerme de la mano y llevarme de nuevo con ella al ver que no hacía por marcharme de nuevo a mi sitio. Pero, ¿cómo podía ser de otra manera? Si para cualquier niño o niña de esa época las iglesias eran una fuente inagotable de aventuras. Según fui creciendo, empecé a decirles a mis padres que yo quería ir el Viernes Santo por la mañana, bien tempranito, a la procesión del Encuentro. No me quería perder lo que con tanto esmero y dedicación veía preparar y, así, con apenas 4 o 6 añitos, creo recordar, fue la primera vez que procesione al pie de Ntra. Madre, que era el sitio que habían escogido para mí. En esa época, pocos niños de tan corta edad acompañaban el cortejo como hermanos y menos aún, solos, con la única vigilancia de las celadoras desde su puesto detrás de Nuestra Madre. Y ahí iba yo, vestida de calle, sin hábito, pero orgullosa con mi cruz al cuello, la cual había sido realizada como todas las de la cofradía, en la carpintería de mi familia, que las donaba desinteresadamente. Recuerdo a mi tía y a mi abuela cociendo las cintas a las cruces un par de meses antes, esa era para mí la señal de que llegaba la Semana Santa y mi cara se iluminaba. Antiguamente, no era como hoy en día, que a lo largo del año se le realiza la festividad de veneración propia, en donde se aceptan a los nuevos cofrades o hermanos, imponiéndoles la insignia, que en este caso es una cruz de madera; sino que era el propio Viernes Santo cuando los nuevos hermanos eran aceptados, saliendo a procesionar por las calles de nuestra Villa. Evidentemente, yo lo veía como una obra de teatro, que con los años fue cambiando a lo que es, una catequesis viva en la calle. Al mismo tiempo, sabía que iríamos de paseo a La Laguna, tocaba ir al Convento de las Monjas Claras a recoger las pelucas de la Verónica y de la Magdalena. Ellas eran las que con cariño y amor se encargaban de realizar cada tirabuzón a mano, enrollándolos en papel para que no se deshicieran. ¡Qué misterio tenía ese torno en medio del callejón de piedra, alumbrado por una farola de poca luz! Yo, por esa época, no sabía lo que era un convento de clausura y mucho menos entendía porque no podíamos verlas como si hacíamos con otras congregaciones religiosas, hasta que ellas un día me lo explicaron, justamente a través de ese mismo torno. Sonrío al recordar una ocasión en la que mi padre, al recoger días después en la iglesia, guardó la caja que contenía las pelucas en casa y mi madre metió la mano sin mirar, buscando otra cosa, por lo que, al sentirlas, sin saber que era o pensando en lo que podía ser, pegó un chillido que oímos en todo el edificio. Pocos años después, cuando ya podía moverme sola por el pueblo, asistía el Domingo de Ramos a la bendición de los palmos en la iglesia de S. Agustín. Mi padre, que no podía acompañarnos porque esa mañana era de mucho ajetreo para la cofradía, ya que era el día en que se vestían y adecentaban las imágenes, se encargaba de que tuviera mi palmo listo, pero yo, lo que verdaderamente quería era que acabara pronto, para bajar literalmente corriendo por la calle del Agua, hoy Tomás Zerolo. Quería llegar lo antes posible a Sto. Domingo para no perderme nada, pero, yhoy en día lo entiendo, siempre que llegaba ya estaban todas las imágenes vestidas. La razón lógica era que siendo imágenes de candelero, no querían que perdiera la ilusión y descubriera, igual que ocurre con el misterio de los Reyes Magos, la verdad que se esconde debajo de las vestiduras. Precaución todavía hoy se tiene cada vez que hay niños merodeando por la sacristía o por el templo. Quiero en este punto nombrar, con especial cariño a Gloria y Nieves, camareras de la Virgen, ellas fueron las que me enseñaron todos los entresijos que lleva vestir a las imágenes y adecentar los pasos para la procesión. Ellas me enseñaron tantas y tantas cosas, como la forma de ponerle a las imágenes los camisones y las enaguas o la forma de cerrar los vestidos de manera invisible. Yo, simplemente, las ayudaba pasando horquillas y alfileres en mi etapa infantil. También me enseñaron como teníamos que quitar los “papelitos” de las pelucas para no desarmar los rizos, siempre he pensado que con lo entretenido que era para nosotras, para ellas era, valga la redundancia, una manera de que tanto los demás niños que iban, como yo, nos estuviéramos un rato quietos, sin corretear a su alrededor. ¡La verdad que tenían todos una paciencia de santos! Y más adelante, cuando el misterio ya no existía, me enseñaron como tenía que hacerlo yo para que todo fuera “como tenía que ser”. Todavía, hoy, están muy presentes entre nosotros y siempre procuramos que las imágenes lleven alguna pieza que les haya pertenecido. Los años siguientes fueron muy duros, con la iglesia cerrada por obras durante muchísimo tiempo, los recuerdo con angustia, ya que la cofradía mermo sus hermanos, al no hacerse presente salvo el Viernes Santo. De hecho, en más de una ocasión no se sabía si llegarían a salir a la calle. También recuerdo a la cofradía formando en el callejón anexo a la iglesia y los cinco pasos colocados en la puerta lateral como si de un puzzle se tratara, ya que no había espacio útil para ello en la iglesia con las obras. A ellos, a ese grupo de personas, hermanos y hermanas de la junta directiva, que en la etapa más difícil se empeñaron en seguir sacando la procesión, les debemos el estar hoy en día aquí y ser lo que somos, una hermanad sencilla y humilde, pero con grandes retos, que poco a poco se van haciendo realidad. Con el pasar de los años, siendo ya una jovencita, los Jueves Santo por la mañana, como es tradición en la Villa, tocaba visitar las iglesias para ver los tronos ya preparados para esos días junto a mi abuelo Isaac. Al llegar siempre revisaba que las bazas, que fueron su mayor contribución, aun no siendo cofrade, estuvieran como él decía: “como tienen que estar”. Recuerdo a mi padre con un martillo chiquito colocando los clavos que sujetaban las cuelgas y encajes de los tronos. ¡Cómo ha cambiado todo! Existe la cinta de velcro y las planchas de vapor que lo facilitan todo enormemente. También descubrí porque me gustan tanto los gladiolos y los lirios o, más bien, tener flores en casa. Las sacristías eran un hervidero de flores, jarras y esponjas; creo que es el momento que más desordenadas y sucias pueden estar, pero a la vez, lo más hermoso que podemos contemplar, al ver esas manos creando esos jardines en miniatura que acompañan y lustran los pasos procesionales, tanto de Nuestro Padre y Su Madre como los demás Santos que acompañan al cortejo procesional. Y nos trasladamos a esa mañana fría de viernes, que aun estando despejada, la brisa de la madrugada nos cala en el cuerpo ¿O serán los nervios? Por fin llegó el día tan esperado, donde todo ese trabajo sale a la vista de las miles de personas que se agolpan en la calle alrededor de la iglesia para ver salir el cortejo y más tarde el encuentro de la Madre con el Hijo. O simplemente, ver como S. Juan sale corriendo a anunciar lo que ha visto, con el consiguiente murmullo y risas de los niños presentes en ese escenario que se crea entorno a la plaza Patricio García. Y qué decir de esa bajada al paso de la banda, viendo a S. Juan con Nuestra Madre, sabiendo que la conduce, tal vez, al último encuentro con su Hijo antes de la crucifixión; nos hiela el espíritu y nos acongoja el corazón. Para después tener esa reflexión desde el balcón en torno al momento que vivimos, en el más absoluto de los silencios, no me gusta pensar en un sermón, ya que considero que no lo es. Otro momento para mi precioso, desde una perspectiva visual y si queremos hasta recreativo, es en la vuelta a casa, una vez que se ha producido el encuentro, como decimos coloquialmente, al pasar por la calle La Carrera del Escultor Estévez, antes de llegar a la confluencia con la Plaza del Ayuntamiento, y en la bajada de la calle Tomás Zerolo, por ser cuando, desde el estandarte, pasando por la manga y los ciriales, hasta los cinco pasos ordenados junto a la cofradía y las bandas de música; dan una visión única de la totalidad del cortejo procesional, ya que desde la salida de la iglesia hasta el momento del encuentro las distintas imágenes transitan por calles diferentes recreando lo que ese día ocurrió. En ese momento, es donde vemos reflejado todo nuestro trabajo y amor por Él y su Madre, aunque como he dicho anteriormente, ya lo principal e importante ha sucedido, solo nos queda volver al templo hasta el año que viene. Ver entrar al Señor y a su Madre, La Dolorosa, y pensar ya están en casa, sanos y salvos, como si fueran mis hijos los que regresan a casa después de una fiesta, es una sensación placentera que año tras años se repite en mi corazón. Y sé que no solo lo siento yo, para muchos cofrades, y en especial, para la junta directiva, la entrada es ese suspiro, esa exhalación, como si no hubiéramos respirado desde que salimos por la mañana, al saber que todo se ha desarrollado correctamente o, mejor dicho, que todo ha salido a pedir de boca, sin incidencias destacables, puesto que, la perfección no existe y en este tipo de actos aún menos. Pero esto no termina aquí, falta recoger todos los pasos, redomas, jarras y demás enseres de la cofradía, volver a cambiar de ropa a las imágenes y vestirlas con las de diario para volver a sus nichos u hornacinas; es como desandar lo ya andado y se tiene que hacer sin tiempo para descansar, ya que hay que preparar el templo para la Vigilia Pascual al día siguiente, pero esto que realizamos el Sábado por la mañana, mientras esperamos la Resurrección del Señor, es otra historia que será contada en otro momento y, tal vez, por otras personas. He de reconocer que desde mi puesto estos años como hermana mayor, mi manera de ver el trabajo y la procesión ha cambiado de perspectiva. Debe ser la responsabilidad que conlleva saberte la cabeza visible de la cofradía, responsable de seguir, como dije anteriormente, catequizando de manera intuitiva a todas las personas que nos miran y siguen por las diversas calles del municipio, llenando el corazón de alegría a las personas que de una u otra manera ya no pueden acudir a pedirle su Gracia a Él, tanto pertenecientes o no a la cofradía. Ver esas caras a su paso no tiene precio, te llena el alma y comprendes por y para que trabajamos sin descanso, robando nuestro tiempo libre a familia y amigos durante esos meses previos. Han sido años que, con la pandemia, pensé que no viviría igual y así ha sido. Anteriormente, la vivía con mucho recogimiento, como siempre al pie de nuestra Madre, ese puesto sigue siendo mío, contemplando ese rostro de dolor sereno que con los años he llegado a comprender, es mi particular penitencia y suplica a una madre que, como yo, quiere lo mejor para los suyos. Sin embargo, desde el confinamiento nos privó de su presencia a este año que reconozco haber ido más pendiente de todo que de Él, nuestro Nazareno, porque aunque el imaginario sea distinto, quisiera que comprendieran que en el fondo son el mismo, ese Ser al que recurrir cuando la zozobra nos alcanza, porque así es la condición humana, o al que dar las gracias por todo lo que en realidad nos concede y da sin pedir mucho o nada a cambio, que es lo que deberíamos hacer para ser buenos cristianos. Quiero dar las gracias en este punto a mi junta directiva, que me ha dado tanto en estos años, me han demostrado que querer es poder y que todo se puede cuando se trabaja unidos y con un mismo objetivo. Así como, a la junta de esta Cofradía del Puerto de la Cruz por hacer que, por unos días, mi conciencia hiciera un recorrido por mi vida nazarena, porque de ella he aprendido lo que sí y lo que no nos aporta en nuestra vida diaria. Además, pensando y tratando de decidir cómo realizar este pregón, apareció derepente el recuerdo de mis años de trabajo en la carpintería familiar, que une a mi familia paterna con esta casa. Hablo de la refundación de esta Cofradía, cuando necesitaron que se les confeccionaran los palos que portan las redomas con las que procesionar, encargo que tuve el inmenso placer de recoger y cuando estaban hechos hacer entregade los mismos, por lo tanto, algo de mí también va en ella. Asimismo, quiero señalar que, lo que no sabía y descubrí hace poco, es que llevo perteneciendo a esta Cofradía desde que se fundó oficialmente la sección femenina de la misma, cuando solo tenía cuatro añitos. ¡Quien me lo iba a decir! Con razón no recuerdo la imposición de mi cruz, como dije insignia de nuestra cofradía. Y tal vez por ese motivo mis hijos pertenecen a la misma desde que eran pequeños, pero no como tradición que también, sino como decisión propia de ellos, ya que espere a que ellos mismos lo pidieran, como he dicho muchas veces no se trata de hacer números sino corazones de amor al Señor. En fin, muchísimos recuerdos de una Cofradía que, vividos día a día, supo volver a resplandecer al amanecer del Viernes Santo, donde María, la Madre, sale al encuentro de su Hijo en su camino hacia el calvario en el monte del Gólgota, acompañándolo hacia su crucifixión y posterior muerte. En mí siempre llevo esa cruz de madera, que me recuerda que Él, en su camino de tormento, cargó y sigue cargando con todas las injusticias de nuestro mundo, pero no nos olvidemos de Simón de Cirene, ese gran desconocido que sin saberlo, cargó con todo el peso que Jesús llevaba en su alma para, luego, desaparecer sin llamar la atención. Seamos pues, nosotros como él, con nuestra humildad y buen hacer, sin alardes, ni aspavientos, ayudemos a Jesús con esa pesada carga en nuestro vivir diario hacia los demás. Y que la Gracia de nuestro Señor nos acompañe siempre en nuestro caminar por esta vida que nos ha tocado transitar. Muchas gracias a todos…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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