La amiga del Puerto de la Cruz; MILAGROS LUIS BRITO remitió
entonces (05/07/2018), el Pregón de las Fiestas Mayores del Puerto de la Cruz 2018,
que tituló; “EL PUERTO ES MEZCLA…”: “…No lo recuerdo.
He intentado estas semanas atrás escarbar
en mi memoria. No puedo afirmarlo con exactitud, aunque creo que también fue
por un pregón. Era alcalde Marcos Brito, y pregonaba el Trofeo Teide, Pier
Luigi Cherubino, en julio del año 2010. Asistía en mi entonces condición de
Consejera de Deportes del Gobierno de Canarias, y creo que esa fue la última
ocasión que me senté de este lado del Salón de Plenos.
Hubo otras muchas veces antes.
Comparecencias públicas, actividades de
representación, mociones de censura; debates y ardientes defensas de las ideas
sobre cómo organizar las cosas públicas.
Fueron muchas las ocasiones en las que
tuvimos el inmenso honor, en este Salón de Plenos, de representar a la
ciudadanía.
Años después, mentiría si no les digo que
me tiemblan las rodillas, y faltaría a la verdad si no les cuento el inmenso
orgullo que siento. El orgullo de aquella niña que nació en la Maternidad
vieja, con el auxilio de Don Celestino Cobiella. La niña que creció y aprendió
a sentir en la Finca de La Piedra Redonda, que vivió en La Vera, y que ahora
descansa en la Calle Luis Rodríguez Figueroa.
La calle que lleva el nombre de un hombre
del Puerto de la Cruz, Diputado en Cortes, poeta, abogado; aquel al que el
horror de la Guerra Civil hizo desaparecer -del que yo me enamoré cincuenta
años después-, y que fue protagonista en el acto que presidió, en mayo de 1984,
Francisco Afonso.
De su mano, tras la procesión, en un acto
en plena calle, por fuera del Hotel Marquesa, recibí el Premio de Investigación
Histórica “José Agustin Alvarez Rixo”, por el trabajo sobre “Luis Rodríguez
Figuera, un portuense en la vida de Canarias”.
Aquel día se grabó con fuego en mi vida.
El alcalde de la ciudad, en uno de sus
últimos actos públicos, me entregaba un premio de investigación, que llevaba el
nombre del gran cronista, polígrafo -y también alcalde de este pueblo-, José
Agustín Alvarez Rixo, por un trabajo de recuperación de la memoria histórica -aunque
entonces no se llamara así-, en cuyas pesquisas tanto me ayudó el europeísta y
abogado desde este pueblo, Manolo López.
Alcalde, gracias; muchas gracias. Gracias
por la propuesta para Pregonar las Grandes Fiestas de julio de 2018, y por la
confianza que ello supone. Gracias a ti, alcalde, a la Corporación que
presides, y al concejal de Fiestas. Gracias a todas las personas que hoy nos
acompañan.
Señoras, señores, hoy tengo ante mi el
inmenso privilegio de pregonar Las Fiestas de Julio, las nuestras; las más
propias, las del Gran Poder de Dios, La Virgen del Carmen y San Telmo. Nos toca
pregonar, para festejar, para disfrutar esa mezcla de emociones, de
sentimientos, de diversión… Sería incapaz de ponerle límite a cada una de esas
sensaciones.
Porque, en el Puerto de la Cruz, en las
Fiestas de julio, ¿cómo separar los sentimientos de la diversión? ¿Cómo
distinguir entre los datos históricos y las percepciones culturales? ¿Cómo
segregar la más pura expresión de la religiosidad, del sentimiento y de la
pertenencia social?
No, no es fácil delimitarlo. Porque las
Fiestas son expresiones colectivas construidas a lo largo de los años, y con
aportaciones variadas, diversas, plurales. Y si hay un ejemplo de pueblo que ha
construido su identidad colectiva con múltiples aportaciones mezcladas, ese es
el Puerto de la Cruz.
Cuando estando fuera de la isla -o de
Canarias- alguien me pregunta, ¿por qué es distinto el Puerto? Nunca he dudado
en responder, porque tenemos una historia diferente.
Porque hemos construido nuestro modelo
económico de otra manera. Porque vivimos con la aportación cultural de todos
los naturalistas y viajeros que pasaron por Canarias. Porque la implantación
del turismo, además de ser los primeros, no separó los visitantes de los
residentes. Porque El Puerto es pura mezcla, es el resultado de la aportación
de múltiples capas de conocimientos, de valores, de religiones; de intereses,
de solidaridades y de capacidad creativa.
Y lo digo yo que hoy ante ustedes pregono.
Una niña que se destrozó las rodillas jugando en una finca de plátanos en el
límite fronterizo con La Orotava. Una niña que fue a una Escuela de niñas -en
San Nicolás-, que no tenía luz eléctrica ni agua corriente, y que aprendió con
una maestra, Carmen Rosa García Estrada, madre de quien muchos años después
sería mi compañera de Corporación y de gobierno municipal, Luz Marina Martín.
Una niña que aprendió a saborear las Grandes
Fiestas del Puerto cuando estrenó la EGB -porque yo estrené la EGB- en los
antiguos Grupos Escolares de la Plaza de la Iglesia, hoy Centro de Educación
Infantil y Primaria Tomás Iriarte.
Fue ese el momento de contacto con Carmita
”la Culata”, con Concha Álamo; con Chelo y Carmen Rosa, las niñas de Punta
Brava; con Toño y Pedro “el Pirulín”, el mejor portero de fútbol que ha dado el
pueblo; con Mingo Linares, con Toño Vera, con Carmita Armas Lindskog, con
Olivia, con las hermanas Asensio; con mi prima Cayita, con la familia “Chascamillo”;
fueron ellas y ellos quienes me acercaron de otra manera a la fiesta, en el
muelle, con diversión.
Hasta ese momento mi madre me había
obligado a desfilar -literalmente- en la procesión, en silencio y luciendo el
traje que estrenaba. Porque sólo estrenaba en las Fiestas, para ir a ver y a
acompañar al Gran Poder, a la misa de la Virgen del martes y a la procesión
hasta que “la estrella de los mares” era embarcada, para continuar más tarde
por las calles de “La Ranilla”.
De niña mis Fiestas Grandes eran
religiosidad y respeto. Caminaba admirando aquel hermoso Cristo de La Piedra.
Aquel Cristo sentado, con la cabeza coronada, en actitud de meditación,
esperando que terminaran de prepararle el patíbulo para la crucifixión. Aquel
Cristo del Gran Poder de Dios que medita sentado en un rico trono, mostrando su
entrega voluntaria al suplicio. Las espinas, las llagas y la fría roca del
asiento contrastan con la rica túnica bordada, su cuidada cabellera, y con los
angelotes que lo rodean. Aquel Cristo que llegó al Puerto, y no quería irse
porque cuando intentaban embarcarlo el mar enfurecía. ¡Cuántas veces busqué en
su resignación mi esperanza!
Naturalmente, según fui creciendo me iba
alejando de las rigideces religiosas de la infancia, y me iba acercando al
disfrute festivo de mis amigas. Fui capaz de comprender y saborear la vertiente
lúdica, la de la camaradería; la de los tollos compartidos en el muelle. La del
salitre tras los baños, entre divertidos y atrevidos. La del sentimiento ante
los gritos de la “No pasa nada, La Virgen está embarcada”. Aprendí a valorar el
sobrecogimiento ante la “Salve Marinera”. Pude sentir el vértigo ante aquellas
barcas que compartían autoridades religiosas, políticas y pescadores, y de las
que desaparecían los límites sociales.
En la
barca, con la Virgen o con San Telmo, y con el mar no siempre en calma, quienes
únicamente tenían poder eran quienes llevaban el timón, ellos; los marineros. Es un privilegio que te ayuden a volar desde
las escalinatas del muelle hasta la barca donde ya está ella, La Virgen del
Carmen. Cuando se inicia la procesión en el mar, los límites desaparecen. Todo
se funde, ves a tu pueblo y a su gente rodeándote, mientras empiezas a navegar;
a llorar, a tragar sal; a temer por mantener el equilibrio; a sentirte un ser especial.
Cuando doblábamos la punta del muelle viejo, yo solo vivía sentimientos
mezclados.
Eran las mismas mezclas que experimentaba
cuando corría el barranco de 7 ojos, y mi padre me sacaba en sus hombros, para
llevarme a la casa de mi abuela en el Taoro. En frente de la Iglesia Anglicana,
a la casa donde vivían aquellas mujeres que lucían un impecable pelo blanco:
Hortensia, Higinia, Isabel, Chona; aquellas mujeres que tomaban te, a la sombra
del Hotel Tigaiga, bajo la presencia permanente de Don Enrique Talg. En el
Taoro había cosas que tardé mucho en comprender. En realidad, solo las vi
claras cuando me senté en la British Library, o en los Archivos Nacionales del
Reino Unido, localizados en Kew, en Londres.
Fue allí donde entendí que el “Don Ríos”
del que hablaban, en realidad era el Vicecónsul Read. Y es que para entender la
Historia del Puerto hay que recorrer los Archivos del Ministerio de Asuntos
Exteriores Británico. Allí leí la correspondencia consular. Allí está descrita
la historia económica, el comercio de los plátanos y el vino, el papel de la
Casa de la Aduana, la relación con los comerciantes irlandeses, y las
relaciones consulares tejidas entre las familias inglesas que se asentaron y la
población local. Allí está recogida la cultura que se plasmaba en la
imaginería, o en las relaciones políticas. Allí se describen las batallas
sordas que se vivieron durante la Primera y Segunda Guerra Mundial en las
aguas, y la presencia de submarinos en nuestras costas. Submarinos como
aquellos que se dice que vigilaba Wolfgang Köhler desde la “Casa de Los
Machangos”, en La Costa. Uno de los padres de la Psicología de la Gestalt, y el
hombre que sentó las bases de las nuevas teorías del aprendizaje y se mostró
contrario a los métodos conductistas.
Esa aportación cultural amasada es la que
ha hecho posible la construcción sólida del Puerto; esa es nuestra herencia y
nuestra identidad. Esa es la mezcla que permitió que el entonces Presidente del
Gobierno de Canarias, Jerónimo Saavedra, inaugurara “La Esfera Armilar”, en el
Parque San Francisco; la obra del Premio Canarias de Bellas Artes, y
queridísimo amigo, Pepe Dámaso. Es la cultura mezclada que nos hizo disfrutar
de la sabiduría, en este mismo Salón de Plenos, de José Saramago, y que tanto
me gusta revivir junto a su viuda, Pilar del Río.
La mezcla permitió fundir botánica, lava,
costa y arte en el Lago Martiánez, bajo la exigente batuta de César Manrique;
el Lago que ahora estrena cuarentena. La mezcla permitió la magia inigualable sobre
la arena de “El Charcón” con “Los Gofiones”, celebrando sus treinta años, junto
a Kepa Junquera por las Fiestas de San Juan. La mezcla de los Hermanos Iriarte
y los libros. La mezcla de Mueca y Periplo. La mezcla de la presencia impoluta
de Jorge Valdano, ante la disertación de Ángel Cappa, en el Instituto de
Estudios Hispánicos de Canarias.
El Puerto de la Cruz se siente diverso
dentro, y se encuentra fuera.
Se vive aquí, cuando te impregna. Y te
emociona fuera, cuando te lo nombran.
En ocasiones hasta cuesta digerirlo, como
aquella vez en Berlín, cuando me dieron lecciones sobre cómo era el lugar desde
el que Alexander von Humboldt subió al Teide, describiendo los pisos de
vegetación en altura. O aquella otra ocasión en que una señora con los ojos
llorosos, al pie de los Mogotes del Parque Nacional de Viñales, en Pinar del
Río, me preguntó: ¿Eres de un sitio que se llama Puerto de la Cruz? Sí, le
respondí, ¿Por qué? “Porque de allá, de un sitio que llaman La Dehesa, era el
papá de mi mamá”.
En otro momento, un funcionario alemán de
la Comisión Europea, me dijo en Bruselas, “yo también soy de allí, del Puerto
de la Cruz; mis padres fueron de luna de miel, y yo nací nueve meses después”.
Mucho más divertido fue un encuentro, hace
apenas un par de meses. Subía las escaleras de un restaurante en Manchester.
Sabía que iba a encontrar gente de Canarias. Se me acercó una mujer joven y me
dijo, “Hola, yo soy de Tenerife, del Norte”. Le respondí: Ah, yo también; ¿de
qué sitio? Del Puerto de la Cruz. ¿Del Puerto? Sí, mis padres vivían en San
Nicolás, pero ahora se cambiaron a Tucán… ¡Ni adrede! Era la pequeña de la
familia que regenta el restaurante “La Bandera”, cuyo cocinero comparten con el
Manchester City, y el lugar al que acude con cierta frecuencia David Silva. Y dicen
que también Pep Guardiola.
El Puerto se lleva -lo llevamos- dentro, y
se proyecta fuera.
Fuera estuvo conmigo en los Campamentos de
Refugiados en Tinduff, en el trabajo de coordinación de los veranos por la paz.
Fuera estuvo con la red de Escuelas
Solidarias de Canarias, con aquel trabajo ejemplar desarrollado en el Instituto
María Pérez Trujillo de La Vera, para proyectos de cooperación en el sur de
Senegal.
Fuera sientes el Puerto cuando te acercas,
desde Isla Margarita o Archipiélago de Coches, a ese otro Puerto La Cruz del
litoral Venezolano, camino del Parque Nacional de Mochima.
De la Virgen del Carmen te acuerdas
especialmente cuando sientes el calor -húmedo y pastoso- en Mariel. En aquel
viaje a la Provincia de La Habana, en representación de los Municipios
Canarios, el Puerto de la Cruz se hermanó con el Municipio de Mariel. Aquel
punto costero que tanto invita a recrear las conversaciones de Ernest Hemingway
con Gregorio Fuentes. Esas costas de las que, a finales de los noventa del
siglo pasado, salían montados en una balsa “los marielitos”, rumbo a Estados
Unidos.
La mezcla fuera se transforma en lágrimas
cuando en Nueva Zelanda recreas El Teide -al que acaban de designar Patrimonio
Mundial de la Humanidad-, descubriéndolo desde el Castillo de San Felipe. Las
lágrimas ruedan mejilla abajo cuando en San Petersburgo, ante la tumba de
Agustín de Betancourt, y en representación de tu pueblo, lees una lápida que
recoge “Aquí yace un hombre nacido en Las Islas Canarias”.
Religiosidad y cultura.
Tradición y vanguardia.
Sin complejos.
Eso es El Puerto. Ahí está la base de sus
Grandes Fiestas en Honor del Gran Poder de Dios, La Virgen del Carmen y San
Telmo. Sin complejos y sin miedos reivindicamos las Fiestas. Y sin miedo y con
asertividad debemos enfrentar el futuro. Nuestro futuro.
Por eso hoy, ante ustedes, sintiendo la
presencia del Gran Poder, de La Virgen y de San Telmo, yo quiero pregonar.
Y pregonar es hacer notorio en voz alta algo para que llegue a conocimiento de todas y todos.
Yo quiero pregonar por el recuerdo de
nuestras mujeres pensadoras.
Por María del Carmen Betancourt y Molina,
la mujer que creció a la sombra de sus hermanos, describió la máquina
epicilíndrica y los tintes sintéticos, y que pone nombre de mujer a un premio
de investigación, por primera vez en la Historia de Canarias.
Por Conchita Rodríguez, la primera mujer
concejala de este pueblo, en la década de los setenta del siglo pasado, y que
tantas puertas abrió a quienes fuimos detrás.
Pregono por las mujeres que nos visitaron y
quisieron quedarse. Por Dulce María Loynaz, por Agatha Christi, por Vicky
Penfold, y por el espíritu de aquellas creadoras de Gran Canaria que en los
años cincuenta y sesenta, se refugiaban en el ambiente cultural de libre
pensamiento del Puerto de la Cruz.
Pregono por el recuerdo de todas las
mujeres invisibles que han construido este pueblo. Por las protagonistas de
aquella Historia oral que nunca fue escrita. Especialmente por las mujeres
pescadoras.
Hoy quiero pregonar por la reivindicación
de la libertad y la tolerancia.
Por quienes quisieron construir y pelearon
por la equidad.
Quiero pregonar por descubrir el futuro que
queremos, por diseñarlo. Por construirlo juntas, juntos. Por las ilusiones y anhelos
de quienes aquí viven, en el Barrio de La Ranilla o en La Vera; en El Tejar o
en La Paz; en El Durazno o en San Antonio; en Punta Brava o en El Taoro; en La
Higuerita, Las Arenas; en La Asomada, La Dehesa o El Botánico.
Hoy, ante ustedes, en las vísperas de Las
Fiestas, pregono para soñar El Puerto que cada uno, o cada una de nosotras
deseamos.
Y porque esos deseos individuales sumen
para dar vida al Puerto de la Cruz posible.
El Puerto de la Cruz amado.
El Puerto de la Cruz deseado.
¡VIVA EL GRAN PODER DE DIOS!
¡VIVA LA VIRGEN DEL CARMEN!
¡VIVA SAN TELMO!
¡¡¡FELICES FIESTAS!!!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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