viernes, 6 de julio de 2018

LAS VENTAS DEL REALEJO BAJO Y OTROS


Mi amigo de La Vera; Villa de La Orotava – Puerto de la Cruz: JOSÉ PERAZA HERNÁNDEZ remitió entonces (06/07/2018) estas notas y foto, que tituló; “LAS VENTAS DEL REALEJO BAJO Y OTROS”: “…Recorrido por las calles del Realejo Bajo, en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado. Recordando sus antiguas ventas, bares, tiendas y otras vivencias…
En el pasar de los años, volver al recuerdo de lugares o momentos entrañables de la niñez, te hace encontrarte contigo mismo, con tus vivencias y cuando son agradables, al pasarlo a la escritura reconfortan y parecen vivirlos otra vez. En esta nostálgica distancia, /guardo en la memoria /el verme con ojos de niñez, /escamoteando los sueños /recordando semblanzas.
  Voy a recrearme, haciendo un recorrido por el pueblo donde nací, por sus callejones y calles empedradas, otras asfaltadas, algunas otras de adoquines; con sus pequeñas casas de piedras y barro techadas en tejas, otras señoriales. Calles con un solo vértice, que era la plaza e Iglesia del pueblo y a su vez, encuadernado por barrancos y platanales. Me estoy refiriendo a mi pueblo del Realejo Bajo, en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Lo voy hacer, haciendo mención a sus ventas, pequeños comercios, personajes etc… indagando de una manera un poco superficial, el recuerdo de ventas desaparecidas, por la evolución del comercio moderno o por fallecimiento de sus dueños y que estuvieron de alguna manera, dando vida durante años, al quehacer diario de los habitantes de este pueblo.
Desde esta escalinata donde me encuentro, en la plaza de abajo de la Concepción, dejo de recrear la vista contemplando los dos dragos gemelos y subiendo la calle Cruz Verde, me dirijo a la parte alta del pueblo, donde está situado el cementerio de San Francisco y su siempre guardián en la entrada del majestuoso drago.
Frente al mismo, estaba la bodega que regentaba la familia “Misteralto” Migue Velasco, con su buen vino blanco tradicional, acompañado siempre por chochos, Manises. Ya empezando a bajar la calle de la Cruz Verde y por debajo del cementerio, se encontraba la venta y bodega de Don Antonio “el alemán”, no es que lo era, sino es un apodo que se les añadía al nombre de las personas, para mejor identificarlas. A esta venta como tantas otras, las vecinas hacían sus compras diarias casi siempre fiadas, pagando al final de semana o al mes, que era cuando sus maridos cobraban el salario, también se despachaba vino blanco acompañado con algo de condumio, pan con chorizo, Manises  etc…  siempre con el buen trato a los clientes. Recuerdo un gran  parral de uvas, que servía de sombra en la parte trasera o patio con vista al Realejo de Arriba, finca con su gran charca de los  Iglesias y barranco de Godínez.  
Vamos bajando tres calles de empinadas cuestas, Cruz Verde, el Molino y calle el Medio, por esta del centro nos encontramos, con un camino o callejón, conocido en la actualidad por el Don Manuel “el cachimba” que va a dar a la del Molino y en su esquina la ventita de D. Manuel que despachaba vinos, bocadillos y golosinas, D. Manuel era un excelente guitarrista y conocedor del folclore canario, aprovechaba sus conocimientos en los instrumentos de cuerdas, para enseñar a los jóvenes, formando grupos de tocadores cantores y bailes folclóricos por los años sesentas. Volviendo a la calle el Medio, nos encontramos con el bodegón el Tapón, su dueño gran aficionado a la casería, se reunían aparte de vecinos, personas aficionados a la caza. Enfrente vivía el “ratonero”, persona conocido por haber sido un buen fontanero y mas abajo la vivienda de D. Pedro conocido por “Perico el relojero”. En esta calle y en una casa de dos pisos, estaba en la parte baja la venta de doña Josefina y en la parte alta la escuela de niños de    Don Esteban.
Llegando a los alrededores de la plaza de San Sebastián, se encontraba la venta de Don Manuel “el rana”, donde se vendían todo tipo de comestibles, recuerdo el bidón de petróleo con su grifo, para su venta a granel para las cocinillas, quinqueles o capuchinas caseras y las cestas de sardinas y pescado salado. En este lugar, hacemos una parada para nombrar aunque sea de una forma efímera, la ermita de San Sebastián, la hacienda de Los Príncipes (origen del reparto de las tierras y solares del lugar por parte del Adelantado a los colonos, para que las trabajasen e hiciesen sus casas) con la casa de la Parra alta, lugar habitual de vacaciones y descanso de Don Guillermo Pérez Camacho y la casa de la Parra baja (casa del lagar). Enfrente y  más  reciente, las escuelas de niños y niñas de San Sebastián.
En la calle La Acequia, que está entre la del Medio y la Cruz Verde, estaba el correo de Don Pepe y el vendedor al por mayor de cigarrillos, tabacos, golosinas etc…Don Tomas “el siete”, encontrándose cerca el cuarto de ensayos de la  banda de música la Filarmónica,   que luego se trasladó al puente del Realejo Bajo.
Antes de seguir pueblo abajo, nos vamos camino de Tigaiga. /Habían unas casas pequeñas /envueltas entre platanales, /en sus caras se reflejaban la mar, /la cumbre les daban en las espaldas y por haber había, un sueño una esperanza. Pasando por Barroso, nos encontramos la venta y bodega, primero a nombre de María Josefa y después de Nono, persona muy conocida por su buena trayectoria como jugador de futbol en el equipo del Realejo. Luego bajamos por el camino del Quinto donde en su final, estaba un chalet conocido por el de “los alemanes” con    una gran granja de gallinas que tenían en el lugar, aparte    vendían duces y tartas alemanas. Llegamos a Tigaiga y encontramos la venta de Don Francisco (D. Paco el del Aserradero).  
Estamos hablando de ventas, que en esos años, prácticamente los víveres se vendían a granel, el azúcar, lentejas, garbanzos, arroz etc.…
despachándose envueltos en lo que llamaban papel vaso y el líquido como el aceite, vinagre, petróleo, incluso el vino venían en bidones o garrafones, vendiéndose en botellas, que las vecinas traían destinadas para ello; había otra pequeña venta, la de Perico “el manco” y subiendo un camino que nos llevaba a Icod Alto, estaba la venta de “María la Chacona”. Entrando para dentro (como se decía), estaba  el bar de Cándido, que también servía de sede o lugar de reunión de aficionados y directiva del equipo de futbol C.D. Hispano, con su presidente de siempre “Juan primo”. Luego estaba la venta de Paula, la panadería de Pedro y Candelaria, con leña y sabor a matalahúva y tortas de mantecas, llegando al final de la calle con la plaza del barrio,  su ermita y  la bodega de “los Carrasco”, famosa por sus vinos y la especialidad en carne conejo, cazuelas, papas   trasquiladas…
Volviendo al centro del pueblo, nos encontramos en los alrededores de la plaza e Iglesia de la Concepción,    la venta de lácteos, frutas, verduras… de Don Gonzalo, con su sombrero de siempre de color gris y franja negra, junto al lado de la casa de Doña Bienvenida y su marido Don Pepe “el sochantre”,    en años posteriores estuvo el “bar    de D. Augusto”. En la misma calle, estaba la fábrica de bebidas gaseosas y sifones, muy popular llamada “la gota Canaria” regentada por Don Juan, (recordar, que en un cuarto de esta casa, ensayaba a mediado de los sesenta el famoso conjunto musical Los Vampiros Rojos).    Haciendo esquina de la misma calle de la Iglesia, en el edificio en lo que hoy es Asociación de Vecinos, estaba en la parte baja la escuela de niñas de Doña Ángeles y en la parte alta, la de niños con su maestro Don Domingo García Estrada, que a su vez hizo de alcalde, antes y después de la unión de los dos pueblos (el de arriba y el de abajo). Volviendo a las ventas y a pocos metros unas de otras, estaban la de Don Vicente el de Encarnación, más abajo la venta de Don Alfonzo, el bar “13” y la venta del    “Pariente”, donde vivía en la misma casa el practicante Don Dionisio. Hacemos mención, al quiosco de la plaza de la Concepción, propiedad del Ayuntamiento, regentado en esos tiempos por Tomás Bencomo, siendo un lugar acogedor, donde en las mañanas los niños-as compraban sus golosinas al salir de las escuelas y personas mayores acudían a tomar el café,   leer la prensa y por la tarde noche el juego de la baraja o el dominó, acompañado del vasito de vino o la cerveza correspondiente. Recuerdo personas habituales del quiosco, como eran D. Benito Correa, D. Agustín Toste, D. Pepe Toste, Elías, Benigno, Antonio, Ramón, el galano y tantos otros…
En la parte trasera de la iglesia o calle Cruz Verde, estaba la panadería de Don Agustín, con su panadero Don Sebastián conocido por “Chano,” ayudado por Fidel y su cuñado D. José mas conocido por “Peperosa”. Debajo de la mencionada panadería, se encontraba un solar, donde anteriormente fue el primer cementerio del pueblo y después carpintería y vivienda de la familia de D. Rafael “el sacristan”.  Como dijimos anteriormente, en estos años el sistema de los fiados era muy usado, donde los venteros o venteras, apuntaban las compras de sus clientes en una libreta, pagando semanalmente y otras veces mensual. Así eran aquellos tiempos difíciles, como la vida misma.
Ahora estamos, en estas escalinatas de la plaza de abajo y comienzo de la calle el Cantillo (en esos tiempos registrada oficialmente como calle José Antonio). En este lugar conocido por “la esquina”, se encontraba la vivienda de Los Plateros y en la misma un bar o cafetín, con su futbolín, billar… y la barbería de Don Vicente el Platero, que luego en su cierre se trasladó a San Agustín, quedando solo una peluquería para señoras. Al otro lado de la calle, estaba la venta de doña Tildita y por debajo la vivienda de Don Antonio Melo y su esposa Doña Tomasa, donde en lo bajo tenían el molino de gofio, en su parte trasera la tostadora,  y en la que daba a la calle, la máquina de moler el millo que lo dejaba hecho gofio (atendido por Carmelo). Además  en su finca de los Príncipes y en verano se realizaba la siembra del tabaco, que una vez desojado, cocido y secado en los tendales, se traían a unos salones de su casa, donde quedaban encerrados hasta su puesta a punto, para su traslado a las tabaqueras. Bajando por el margen izquierdo de la calle, nos encontramos con la casa parroquial y su bello balcón del siglo XVII,  donde en esos años, vivía el párroco de la Iglesia de la Concepción Don Antonio Socas, a continuación un pequeño taller de coches de la familia Plasencia. Por el lado derecho, la escuela de niñas de Doña Pepita, la carpintería de los hermanos de Asunción y otra carpintería  en la casa de D. Manuel y doña Josefina llevada por su yerno (Felipe).
Continuando calle abajo ahora empedrada, dirección a San Vicente, (los grillos cantaban a Dios /bajo las piedras escondidos, /en noches de luna llena /en mis calles que no olvido. /Habían unas casas terreras /cubiertas de tosca pared, /tejados de barro y madera /el recuerdo invita volver) estaba la vivienda de doña Carmen la que hacía los rosquetes, al lado la venta de Miguel de la familia de los Angelinos,    que después de su fallecimiento, la atendió su sobrino Miguel Aurelio y al igual que algunas otras ventas, las vecinas del lugar hacían sus pequeñas compras y los hombres se reunían en los atardeceres por la parte trasera de la venta, para aliviar sus cuerpos del trabajo duro de la platanera, hablando de sus cosas, acompañados por el vasito de vino y otros menesteres. A continuación, nos encontramos con la capilla de la Cruz del Cantillo, donde por el mes de mayo, como tantas otras se celebraban sus fiestas, con sus papadas, sus bailes amenizados por altavoces y el rezo que se hacía a la Cruz nombrando mil veces a Jesús y decía así: hoy renuncia Satanás, de mi parte no tendrás, porque el día    de la Cruz, digo mil veces Jesús, Jesús, Jesús…
Pasando la pila de agua publica que había por debajo de la Cruz (en esos tiempos pocas familias tenían agua en sus casas) vivía Doña Eusebia (mi madre) la que hacía los colocantes o (crocantes) paras las bodas y que aparte de adornar las mesas, se servía para su degustación junto con los rosquetes y dulces al final del banquete. Luego estaba, el taller de Don Francisco Hernández (el chacón), donde hacían las bayonetas y otras herramientas para los trabajos en las galerías de aguas, por debajo la zapatería de Don Vicente el zapatero, conocido por (Vicente el tambor) y la casa de Raúl   hijo de don Agustín “el títere”, que tenía un carrito de venta de caramelos, pastillas    chupetes… y se ponía por fuera del cine de San Agustín. Llegando a San Vicente se encontraba la venta de doña Candelaria, o más conocida por “Yaya la de la venta”.
Tenemos que pasar el barrio de San Vicente (con la ermita y su santo del mismo nombre y el calvario) para entrar, en la carretera general que nos lleva al mirador de San Pedro. Parándonos en el barranquillo, encontramos la venta de Don Felipe “bacalao,” persona muy conocida en el pueblo, por el grupo corográfico que organizaba con los vecino-as del barrio en las fiestas de carnavales, donde participaban en los    del Puerto de la Cruz con mucho éxito. También recordar, a la persona de Pepe el del barranquillo que vivía en este lugar, gran maestro en la pesca del pulpo en las costas del Guindaste.
Aunque, la venta de Don Felipe es la ultima hacia el norte, nos acercamos al mirador de San Pedro, donde se encuentra su ermita     (muy popular el arco de flores y frutas que se coloca en su entrada en las fiestas del santo) y así    gozar de las vistas que nos ofrece el lugar. Toda una alfombra verde de fincas de plataneras, hasta las mismas costas de la playa del Socorro y el Guindaste(piscina natural de baño donde aprendíamos a nadar en aquellos tiempos), el paraje de Rambla de Castro con su gran casona, castillo o fortaleza y su playa, algunas casas salpicadas donde vivían los medianeros y entre ellas la conocida por “las cuatro ventanas”.
 Ya de vuelta al pueblo, regresamos por la carretera de San Vicente,  haciendo mención al bar y venta de doña Flora, después llevado el negocio por sus hijos Salvadorillo y Raúl, como buenos pescadores no faltaban los pescados y pulpos, preparados y acompañados por el buen vino. Decir que este bar fue conocido posteriormente por el “bicho”, el motivo fue que hubo en unas cuevas del barranco lindante llamado de Godínez, unos fuertes sonidos o resoplidos, que se escuchaba por las noches, parecidos a los de un gran pajarraco, bicho o ave desconocida y que muchas gentes, no solo del pueblo sino de otros lugares, venían a escucharlo y al mismo tiempo hacían la visita al bar.
Por la carretera de San Vicente y antes de llegar al Puente, pasamos por Puerto Franco, en donde estaba la venta de víveres de Don Heriberto mas conocido por (Feliberto), otra ventita pequeña donde  de compraba las  cuerdas para la guitarra y su dueño era Don Urbano y Martina y en la esquina con las Toscas la panadería y venta de rosquetes de doña Carmen. Un poco más arriba, el taller de mecánica de coches y de gran prestigio de Don Cesáreo, al lado izquierdo la casa de comidas del “Pachincha”.
Llegamos al Puente o entrada al barrio de San Agustín,    en una de sus esquinas estaba la carnicería de de la familia de los Ojedas ( con su matadero), en la otra esquina una tienda de venta de ropas y otros artículos a nombre de Don Nicolás y el bar el Puente. Al otro lado pasando el barranco Godínez, el bar de Don Narciso o más conocido por el bar del “Chirre” y un poco mas allá, saliendo del pueblo, la venta de “Fefe”.
Ya volviendo y a la entrada de San Agustín, contemplamos la acogedora plaza de Las Flores, hago mención a unos versos propios referente a la misma: /Cuatro laureles como abanderados, hacen de guardianes sombríos /a la fuente de las promesas juradas/./Unos lagrimosos susurros salpican húmedas iñameras/, donde se refugian deseos de monedas olvidadas/, selladas por secretos confesados/. /Balaustres blanquecinos te aíslan de las colmenas/ y racimos de geranios guardan tus silencios. /Desde fuera miran a tus adentros, ojos melancólicos/ recordando el    amanecer de tu siempre primavera/. /Cuatro palmeras exuberantes, flanquean en tus esquinas, /alcanzando las alturas, para guardar la hermosura, de tu vientre florecido. /Y en este letargo ausente, en que me encuentro adormecido/, un día sembré el amor de mi vida/ y a esta plaza de las Flores he vuelto,/ a buscar su semilla. Haciendo memoria y en una de las esquinas de la plaza de Las Flores, empezando a bajar la calle Puerto estaba la casa del “practicante” Don Narciso, era uno de los dos oficialmente que habían en el pueblo, (se entiende que sus trabajos consistían en poner inyecciones acudiendo a la casa del vecinos que las necesitaba). En esa misma calle, se encontraba la casa del médico y también clínica del doctor Don Joaquín García Estrada.
Empezando a bajar la calle de las Toscas hoy García Estrada, nos encontramos quizás la mas antigua de las    farmacias del pueblo, la de Don Antonio Hernández, junto a las plaza de las Flores. Por debajo   estaban la    panadería de Don Salvador,    la venta de Don José “Quirina” y el guachinche de Pepe el rubio. Es importante mencionar en esta calle    la casa de la familia Espinosa,    donde vivió en ella   Don Agustín Espinosa García, nacido en el Puerto de la Cruz y que a partir de los doce años, se trasladó a vivir en esta casa propiedad de sus abuelos,   considerado como el gran escritor del surrealismo español, en la actualidad después de varias ventas, la casa se encuentra en propiedad del Ayuntamiento de Los Realejos. Bajando a la salida a Puerto Franco, estaba la venta de Nicol y la zapatería de Don Severiano.
Volvemos al núcleo de San Agustín, subiendo por el margen izquierdo de la calle del mismo nombre, existían ventas de diversas variedades, estaba el famoso surtidor de Don Benito, (se ponía la gasolina a los vehículos de una manera manual, con una palanca que tenía el surtidor, dándole para delante y para detrás bombeaba el líquido y por medio de una manguera se surtían los depósitos de los coches), justo al lado estaba la ferretería  y también bazar de productos de decoración de Don Néstor Chávez, a continuación la central de teléfono del pueblo, (donde había que ponerse en contacto con la señora que atendía la centralita, para que te pusiera en contacto, con la persona que ibas a hablar por teléfono). luego el bar de Socorro, un poco mas arriba estaba la librería y bazar de don José María Chávez, donde se ponían los boletos, loterías…  a continuación un almacén de Don José Siverio Pérez de venta de productos de construcción, maderas electrodomésticos etc… un poco más arriba el molino de gofio de Don Isidro, mas conocido por “Isidro el de la luz”.
Empezando a bajar por el otro lado la calle San Agustín, estaban el taller de los hermanos Plasencia, por encima las oficinas de correos que llevaba Don Pepe, después pasaron al Realejo Bajo. A continuación el bar y en su tiempo casa de comidas “el Rubio”, la venta de víveres de Don Tomas Díaz, parada de taxis y el teatro cine Realejos, que en esos tiempos sin televisión, era lugar obligado para ver la película correspondiente, casi siempre del oeste americano o una de romanos y algunas veces las que decíamos de amor…
legamos a la plaza del Carmen con su santuario y nos viene al recuerdo, momentos vividos en el pasado, cuando se quemó el convento antiguo de los Agustinos y que en esos tiempos albergaban, aparte de la ermita del Carmen, diversas dependencias municipales, como el Ayuntamiento, el juzgado municipal, delegación de abastos, academia de música, escuelas publicas de niños y niñas   etc… decir que sucedió al mediodía del 21 de febrero de 1952. En los años siguientes se construyó el santuario de la Virgen del Carmen, lugar de gran devoción a su imagen. (Hay escritos e incluso libros publicados de los vecinos    Don Elpidio Toste o del canónigo de la catedral de San Cristóbal de la Laguna Don José Pérez Siverio referente a ello),    por lo que seguimos el andar que nos lleva estos apuntes de recuerdos, sobre las ventas del    Realejo Bajo, por la calle de la Alhóndiga (conocida por calle Gral. Franco), haciéndolo con el bar Venecia, mas conocido por el bar de “Tine” su propietario. Luego estaba la barbería de Don Vicente Platero, la tienda de doña Carmita donde vendía paños, calados, manteles etc.. a continuación estaba la ferretería como se dice de toda la vida los Siverios, con su principal valedor llamado Pepe el de la ferretería, se vendía lo que hacía falta para arreglos de las casas o decoración, aparte se atendía    el reparto de botellas de gas butano al pueblo, por medio de unos vehículos pequeños. Junto al lado, estaba la gestoría de Don Elpidio Toste, a continuación la venta conocida por la “recovita” propiedad de de Don Felipe y doña Eulalia, con una gran variedad de víveres, en el mismo edificio vivía el taxista de los primeros del pueblo, siempre al servicio de quien lo solicitaba Don Andrés Toste y Armando el que vendía pescado y en tiempos de las cometas, hacia un cometón    que pasaba las nubes y cuando bajaba regresaba mojado. Justo enfrente y haciendo esquina con la plaza del Carmen, estaba la tienda de Don Pepito “Pepón”, donde se vendían desde una ajuga de coser a un dedal, corbatas, sombreros, bañadores o tela para hacer ropas.
Hacemos parada al llegar a la sociedad recreativa casino Realejos, lugar de encuentro de socios para leer la prensa y juegos de dominó, barajas… recordando los globos de gas que se lanzaban al aire,   con motivo de festividad de San Juan y los bailes de carnavales que se celebraban, como anécdota contar, que al entrar las mascaras con las caras tapadas a la sala de bailes, tenían que pasar por una habitación en su entrada y quitarse la careta, si era mujer entraba al baile gratis, si era hombre tenían que pagar.
Seguimos calle adentro para llegar al punto de partida, estando al lado del casino, la venta de doña Manola Toste, estanco de ventas de tabacos y cigarrillos de Don Pepe conocido por el “cañón”, que aparte los vendía también al por mayor, por los comercios y bares del norte de la isla y la oficina del notario del pueblo. Entre la calle de la Alhondiga y la calle de la Virgen se encontraba el colegio privado de San Agustín, cuyo director era Don Rafael Yanes, asistían alumnos de los pueblos del norte de la isla, a hacer estudios superiores. Luego encontramos mas cerca en el tiempo, el primer supermercado existente en el pueblo, el de Don Antonio Batista, que recién llegado de Venezuela lo instaló, siendo una novedad que los vecinos-as no se quedaban fuera del mostrador, sino que podían entrar dentro y despacharse por si mismo, a diferencia de las ventas tradicionales, que consistían en un mostrador de madera que separaban al ventero que despachaba y al cliente y sobre el mostrador estaban la pesa el libro de apuntar, los fiados y el papel donde envolvían los víveres que se despachaban. Frente al supermercado el camino de “Siete Fuentes”   y en el mismo estaba la afamada fabrica de fuegos artificiales “foguetería de los hermanos Tostes”  cuyo propietario era Don Marco Toste, que luego se trasladaron a la Azadilla, un poco mas abajo  vivía Perico el “cachorro”, que con su trompeta amenizaba a los vecinos del lugar al mediodía (a la hora de comer), con su buena interpretación de “El silencio”. Luego siguiendo la calle, nos encontramos con el callejón de “las Tenerias” y en su entrada, la zapatería de Don Tomas conocido por ”Tomas el peleta” y una embotelladora de lejías, propiedad de un hijo suyo llamado Rufino, conocido por ser cantante o trompetista de la orquesta “Taoro”. En esos tiempos y en ese camino un  poco mas arriba, estaba la herrería de Don Erasmo, muy conocido en el valle por  su buen trabajo, sobre todo para herramientas para la agricultura.
Siguiendo en dirección al mismo Realejo Bajo, encontramos el bodegón de Don Francisco Hernández conocido por “Paco el mono”,  la carnicería también de los Ojedas y pasando el barranco Godínez la foguetería de voladores de Don Sebastián (“Chano”). Lindando al lugar, un camino que nos llevaba a un pequeño campo de futbol, donde en tiempo mas lejano, jugaba el “Unión Viera” y en los años que estamos recordando, entrenaba el equipo de futbol infantil San Agustín, cuyo   entrenador Don Antonio Oliva, sacó grandes jugadores no solo para la U.D.Realejos, sino también para el C.D. Tenerife. En la ladera del mismo barranco, estaba una casa donde vivía Carmen, conocida por “Carmita la de “la ladera”, que acudía a poner inyecciones a las casa de los  vecinos-as que lo solicitasen.
Antes de llegar al comienzo del recorrido, escalinatas de la plaza de los dos dragos, estaba la venta de Don Pepe, conocido por “Pepe el cubano” y el almacén de venta al por mayor a las ventas bares del pueblo y otros lugares del valle, conocido por “Los Angelinos”. Al final me quedo con el recuerdo de niño, cuando mi madre me  mandaba al igual que otros niños, a comprar a la venta y le decía al ventero “mi madre… que lo apunte en la libreta”.
Y así a mi manera, he paseado mi mente por la niñez, recordando las calles, sus ventas, bares, tiendas, personajes etc… (Se me habrán quedado cosas que contar, ventas que nombrar o algún fallo cronológico), pero es normal y lo achaco a la cabeza, que a esta edad, la tengo un poco confusa y distraída…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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