El amigo de la ciudad de Tacoronte;
NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, Remitió entonces (18/04/2012) estas notas que tituló; “TACORONTE PRECEPTO RELIGIOSOS USOS Y COSTUMBRES
(SIGLOS XVI – XVII)”: “…
Indiscutiblemente, los hábitos, usos y costumbres han cimentado los fundamentos
esenciales del Derecho y demás leyes en casi todas sus acepciones, pero
ha sido especialmente la costumbre la que, sin trámites ni formalidades
legales, siempre se ha manifestado en una colectividad determinada a través de
los hechos de la misma vida cotidiana, y como norma impuesta por el uso social.
El valor de la costumbre constituyó rango de ley cuando no existían textos
legales ni mucho menos jurisprudencia para regular la vida en una sociedad, por
lo que la voluntad tácitamente expresada en los usos y hábitos consuetudinarios
marcaba por lo general la norma de conducta.
En un sentido
amplio y situándonos en los siglos XVI y XVII, las costumbre y los usos
uniformes y duraderos se consideraban como derecho o fuero no escrito. Más
tarde, en los siglos XVIII y XIX, especialmente en el comienzo del decimonono,
la Novísima Recopilación encargada redactar por el monarca Carlos IV, entró en
vigor en 1805, un extenso cuerpo legal en cinco volúmenes que recogía
todas las disposiciones remansadas de épocas anteriores, al que
debía añadírsele cada año las normas promulgadas después de su
aparición. Años después, el Derecho se fue desarrollando a través de
las nuevas corrientes políticas y civiles, con predominio de leyes
instituidas por organizaciones más avanzadas y modernas, cuyas
premisas emanaron tímidamente de las Cortes de Cádiz de 1812,
debatiéndose a 10 largo del siglo entre proyectos inestables y constituciones
cambiantes.
Precisamente,
el Derecho Español vigente a finales del siglo XIX, en el, artículo 6 del
Código Civil expresa su criterio respecto a la costumbre al determinar
que, a falta de contenido legal sobre un asunto dado, el juez deberá
acudir a la "costumbre del lugar". Esto tiene una explicación que
puede ser discutible pero que se sustenta en la lógica con el fin de
llenar el vacío de un contexto social que no se contempla en la ley, entonces
parece razonable acudir a la costumbre con el fin de dirimir cualquier cuestión
o discrepancia.
Todo esto es
tan complejo como la vida misma, pero la historia nos dice que la costumbre, el
hábito y el uso forjan la naturaleza humana de una comunidad por la práctica
continuada de las cosas, que por necesidad tiene que amoldarse a la
idiosincrasia del núcleo social en que se desarrolla.
En cualquier
caso nuestro análisis se centra en el pueblo de Tacoronte (Tenerife), sujeto
del presente trabajo, cuyas normas de convivencia nacieron imbricadas en el
yugo autocrático del Adelantado Alonso Fernández de Lugo, tras la conquista
castellana de finales del siglo XV.
La historia de
los tiempos, pretéritos que quedó escrita se muestra siempre sugerente para
descubrir otra forma de vivir muy diferente a la actual. Gran parte de la
huella de aquel lejano acontecer está impresa en los antiguos documentos,
fuente reveladora de inestimable valor para la sociedad del presente, pues a
través de la investigación y el estudio se constata cómo la cadena
generacional que evoluciona en los pueblos se nutre de la sucesión inevitable
de la herencia del pasado, que por imperativo lógico y natural se ha venido
adaptando y transformando al pensamiento social de nuestra época contemporánea.
Las
tradiciones, usos y hábitos surgen al impulso innato de una población
incipiente que tiene que aprender a caminar por su propio pie, aplicándose al
medio en que vive y acomodándose a los dictados de la clase dirigente que
la propia comunidad va asumiendo a través del quehacer cotidiano y las premisas
que exige la supervivencia. Pero las costumbres y las creencias no provienen de
la espontaneidad, sino de la propia evolución y de los conocimientos que van
irradiando los más inteligentes, los que sin proponérselo se sienten capaces de
conducir a la gente ignara de acuerdo con un criterio y una orientación más
avanzada. Y la inteligencia de aquellos tiempos se encontraba mayormente en el
seno de la Iglesia, depositaria inveterada del saber que enarbolaba la bandera
de la cristiandad, cual argumento válido para dirigir y formar una comunidad
dentro de un orden supuestamente coherente y bajo unos principios considerados
inalienables.
Todos esos
valores que nacen al abrigo de la experiencia y de las enseñanzas
recibidas reflejan la vida y el espíritu de un pueblo, aunque la población
fuera poco cultivada y nada exigente debido a las circunstancias
históricas de la época. Nadie puede ignorar ni desmentir que la respuesta
al estímulo paternal de la Iglesia surgió con el nacimiento de un pueblo
que arraigó en la concepción cristiana, cuyos cimientos se forjaron con solidez
a través del tiempo, marcando un estilo de vida que en lo que concierne a este
pueblo de Tacoronte se fraguó mayormente a finales del siglo XVI y en todo el
cobijo y amparo a través de las normas de índole eclesiástica, bajo el
temor de Dios. Posiblemente la historia no ofrezca explicaciones
razonables del porqué se produce talo cual evolución, pero la Fe
bien instruida parece ser la causa determinante.
TACORONTE es
un vocablo aborigen que permanece desde el tiempo de los guanches y que
da nombre a la ciudad de nuestros días. En origen, la etimología del término
tiene todas las trazas de aludir a la propia configuración geográfica del
territorio, como lugar de montañas o conos volcánicos, deducción que se
ajusta a la realidad de su entorno oro gráfico cuando fue uno de los
nueve menceyatos de la Isla, cuya demarcación ocupaba una extensa zona
entre los límites actuales de La Victoria de Acentejo y de Tegueste,
antes de la conquista castellana.
La última y
decisiva batalla de la Conquista de Canarias tuvo lugar en la Navidad de
1495 en estas tierras norteñas, en el lugar donde hoy se levanta el
pueblo de La Victoria de Acentejo, mediana que dividía los reinos aborígenes
gobernados por el mencey Acaymo de Tacoronte y el mencey Bencomo de
Taoro. Sometida la Isla y consumada la capitulación, Alonso Fernández de
Lugo asumió el poder único arbitrando un nuevo orden jurídico y social que
postergó la cultura ancestral de los guanches y todos sus códigos de
conducta tribal.
A partir de
entonces, el lugar de Tacoronte comenzó una nueva andadura bajo las
ordenanzas de los regidores castellanos, surgiendo la nueva vecindad en Santa
Catalina', desde donde lentamente se fueron abriendo caminos y creando caseríos
dispersos.
En Santa
Catalina se erigió la primera ermita, entre 1504 y 1508, data que aparece
documentada. Todo el término al soco de las heredades que iban recibiendo los
colaboradores de las huestes conquistadoras. Los guanches fueron desposeídos de
sus tierras y pertenencias, incluso despojados de su lengua y creencias, siendo
relegados al servilismo y a los oficios menos deseables, cuando no perseguidos
como alzados aquellos que resistían frente al orden establecido. Es cuando
comienza a gestarse una nueva civilización asomando los primeros albores del
siglo XVI.
Trasladando
nuestra visión hacia aquellos siglos, por medio de las fuentes documentales
investigadas podemos enjuiciar con meridiana claridad que aquella vecindad
enteramente ocupada en el laboreo de la tierra y en el cuidado del ganado
como elementos esenciales para vivir, sumida en el analfabetismo y en el
desconocimiento de muchas cosas, estaba siempre en un plano de inferioridad
ante los que ostentaban el poder, el saber, la escritura y el don de la
palabra. Ante tal situación, la intermediación de la Iglesia fue vital, ya que
de otro modo la corruptela de otras creencias pudo haber hecho presa fácil en
la ignorancia, y visto lo acontecido a través de la historia, el proceder
eclesiástico fue eficaz y productivo para fomentar el concepto de familia,
núcleo indiscutible de cualquier comunidad.
Afortunadamente,
para nosotros no ha permanecido inaccesible la lejana historia de aquellos
siglos, gracias, en su mayor parte, al celo clerical, que además de evangelizar
y catequizar, impulsó asimismo la cultura y supo guardar en sus anales los
registros fidedignos que hoy nos ayudan a descubrir los eslabones y entresijos
que ilustran aquella forma de vida, de pensamiento y de conciencia. El apacible
y persistente empeño de la Iglesia logró un sentimiento más social y humano
sobre el concepto existencial, postulando la observación divina como medio de
experimentar la fe y comprender los misterios de la salvación, y por ende el
respeto entre unos y otros. Con el tiempo, las costumbres y tradiciones
que han quedado rezagadas, aunque no olvidadas, han sido modificadas o
sustituidas por otras, aun cuando aquéllas permanecen testimoniando el
devenir de un ayer lejano que hoy forma parte del acervo cultural de
un pueblo. Es lo que ocurre también con determinados usos y
hábitos de antaño, que sin tener una utilidad definida en la actualidad,
indudablemente forjaron en gran parte la identidad y la
característica esencial de una civilización.
El contenido
de este trabajo de investigación se basa precisamente en la amalgama de normas
que tuvo su vigencia en los siglos XVI y XVII, tiempo en el que el fundamento
práctico y consuetudinario del vecindario de Tacoronte traza un abismo respecto
a nuestro pensamiento actual como para entenderlo con claridad, aunque de su
análisis y estudio podemos aprender y comprender de qué manera se desenvolvía
aquella comunidad que, a caballo entre los dos siglos, acogía unos mil
habitantes más o menos.
Es innegable
que la Iglesia tuvo mucho que ver en aquellos tiempos de antaño, ya que a pesar
de su carácter obligatorio también ofrecía un servicio orientador que
compensaba los peligros de la ignorancia y el desconocimiento. Con los
principios religiosos se perfilaban los fundamentos de una sociedad, sellando
de manera indeleble la conciencia colectiva de aquellas generaciones
emergentes de Tacoronte. En efecto, la Iglesia mostró su compromiso en unas
circunstancias históricas, dado que la vecindad de la época carecía de
medios esenciales para generar en las familias el fomento de los valores que
ennoblecen a las personas, que ayudan a disolver sobre lo que es correcto y lo
que no lo es. Analizando aquel devenir se comprueba cómo la comunidad
evolucionaba de forma coherente y razonable al cobijo de la orientación
eclesiástica.
El trabajo, la
fe, la moral y la disciplina formaban la consigna propia de un pueblo que no
sólo podía supeditarse a la lucha por la subsistencia material sin más,
porque el mero hecho de vivir en comunidad requería siempre observar unas
pautas de conducta que habían de adecuarse al momento en que se vivía y a la
proyección que sugería el mañana más inmediato.
La disciplina
que se alude en esta introducción es la misma que la Iglesia impuso también a
su brazo clerical bajo los predicados del Concilio de Trento", celebrado
hacia la mitad del siglo XVI.
En él quedó
totalmente definido y esclarecido el reconocimiento y la soberanía de la
autoridad pontificia, la cual venía atravesando períodos de cismas y
divisiones. Pero los pocos vecinos de Tacoronte, sumergidos en el labrantío de
las tierras y en el cuidado de su ganado, poco podían entender de estas
cosas en un feudo rural aislado y ausente de otras corrientes políticas,
civiles y eclesiásticas.
Sin embargo,
hasta Tacoronte llegaron los sacros principios que daban sentido a la
existencia, a la razón que todo ser humano necesita para comprender los
beneficios de la fe cristiana, beneficios que se extrapolaban al buen
orden social que debe presidir toda comunidad.
La
investigación para realizar ese trabajo se ha centrado expresamente en las
costumbres más cotidianas que practicaban los vecinos de Tacoronte, que son las
que provienen de las normas de comportamiento, obligaciones, responsabilidades
y creencias, casi todo ello bajo la égida del Obispado de Canaria. Sin
embargo cabe señalar que el análisis sea parcial e incompleto por necesidad, ya
que resulta impensable que las fuentes documentales recogieran todos y
cada uno de los detalles de la vida diaria en aquellos tiempos tan distantes y
arcanos.
Por otra
parte, ha sido tarea ardua interpretar las huellas del pasado en este
trabajo de investigación. Los escritos y documentos cuya grafia y
sintaxis eran inteligibles en su época, hoy se nos muestran retadores y
sugerentes ante el deseo de traducir fielmente a nuestro pensamiento
actual las secuencias que acontecieron hace más de cuatro siglos…”
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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