jueves, 7 de septiembre de 2017

TACORONTE PRECEPTO RELIGIOSOS USOS Y COSTUMBRES (SIGLOS XVI – XVII)



El amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, Remitió entonces (18/04/2012) estas notas que tituló; “TACORONTE PRECEPTO RELIGIOSOS USOS Y COSTUMBRES (SIGLOS XVI – XVII)”: “… Indiscutiblemente, los hábitos, usos y costumbres han cimentado los fundamentos esenciales del Derecho y demás leyes en casi  todas sus acepciones, pero ha sido especialmente la costumbre la  que, sin trámites ni formalidades legales, siempre se ha manifestado en una colectividad determinada a través de los hechos de la misma vida cotidiana, y como norma impuesta por el uso social. El valor de la costumbre constituyó rango de ley cuando no existían textos legales ni mucho menos jurisprudencia para regular la vida en una sociedad, por lo que la voluntad tácitamente expresada en los usos y hábitos consuetudinarios marcaba por lo general la norma de conducta.
En un sentido amplio y situándonos en los siglos XVI y XVII, las costumbre y los usos uniformes y duraderos se consideraban como derecho o fuero no escrito. Más tarde, en los siglos XVIII y XIX, especialmente en el comienzo del decimonono, la Novísima Recopilación encargada redactar por el monarca Carlos IV, entró en vigor  en 1805, un extenso cuerpo legal en cinco volúmenes que recogía   todas las disposiciones remansadas de épocas anteriores, al que  debía añadírsele cada año las normas promulgadas después de su  aparición. Años después, el Derecho se fue desarrollando a través de las nuevas corrientes políticas y civiles, con predominio de leyes  instituidas por organizaciones más avanzadas y modernas, cuyas  premisas emanaron tímidamente de las Cortes de Cádiz de 1812, debatiéndose a 10 largo del siglo entre proyectos inestables y constituciones cambiantes.
Precisamente, el Derecho Español vigente a finales del siglo XIX, en el, artículo 6 del Código Civil expresa su criterio respecto a  la costumbre al determinar que, a falta de contenido legal sobre un  asunto dado, el juez deberá acudir a la "costumbre del lugar". Esto tiene una explicación que puede ser discutible pero que se sustenta  en la lógica con el fin de llenar el vacío de un contexto social que no se contempla en la ley, entonces parece razonable acudir a la costumbre con el fin de dirimir cualquier cuestión o discrepancia.
Todo esto es tan complejo como la vida misma, pero la historia nos dice que la costumbre, el hábito y el uso forjan la naturaleza humana de una comunidad por la práctica continuada de las cosas, que por necesidad tiene que amoldarse a la idiosincrasia del núcleo social en que se desarrolla.
En cualquier caso nuestro análisis se centra en el pueblo de Tacoronte (Tenerife), sujeto del presente trabajo, cuyas normas de convivencia nacieron imbricadas en el yugo autocrático del Adelantado Alonso Fernández de Lugo, tras la conquista castellana de finales del siglo XV.
La historia de los tiempos, pretéritos que quedó escrita se muestra siempre sugerente para descubrir otra forma de vivir muy  diferente a la actual. Gran parte de la huella de aquel lejano acontecer está impresa en los antiguos documentos, fuente reveladora de inestimable valor para la sociedad del presente, pues a través de la  investigación y el estudio se constata cómo la cadena generacional que evoluciona en los pueblos se nutre de la sucesión inevitable de la herencia del pasado, que por imperativo lógico y natural se ha venido adaptando y transformando al pensamiento social de nuestra época contemporánea.
Las tradiciones, usos y hábitos surgen al impulso innato de una población incipiente que tiene que aprender a caminar por su propio pie, aplicándose al medio en que vive y acomodándose a los  dictados de la clase dirigente que la propia comunidad va asumiendo a través del quehacer cotidiano y las premisas que exige la supervivencia. Pero las costumbres y las creencias no provienen de la espontaneidad, sino de la propia evolución y de los conocimientos que van irradiando los más inteligentes, los que sin proponérselo se sienten capaces de conducir a la gente ignara de acuerdo con un criterio y una orientación más avanzada. Y la inteligencia de aquellos tiempos se encontraba mayormente en el seno de la Iglesia, depositaria inveterada del saber que enarbolaba la bandera de la cristiandad, cual argumento válido para dirigir y formar una comunidad dentro de un orden supuestamente coherente y bajo unos principios considerados inalienables.
Todos esos valores que nacen al abrigo de la experiencia y de  las enseñanzas recibidas reflejan la vida y el espíritu de un pueblo, aunque la población fuera poco cultivada y nada exigente debido a  las circunstancias históricas de la época. Nadie puede ignorar ni  desmentir que la respuesta al estímulo paternal de la Iglesia surgió con el nacimiento de un pueblo que arraigó en la concepción cristiana, cuyos cimientos se forjaron con solidez a través del tiempo, marcando un estilo de vida que en lo que concierne a este pueblo de Tacoronte se fraguó mayormente a finales del siglo XVI y en todo el  cobijo y amparo a través de las normas de índole eclesiástica, bajo el temor de Dios. Posiblemente la historia no ofrezca explicaciones  razonables del porqué se produce talo cual evolución, pero la Fe  bien instruida parece ser la causa determinante.
TACORONTE es un vocablo aborigen que permanece desde el  tiempo de los guanches y que da nombre a la ciudad de nuestros días. En origen, la etimología del término tiene todas las trazas de  aludir a la propia configuración geográfica del territorio, como  lugar de montañas o conos volcánicos, deducción que se ajusta a la  realidad de su entorno oro gráfico cuando fue uno de los nueve menceyatos de la Isla, cuya demarcación ocupaba una extensa zona  entre los límites actuales de La Victoria de Acentejo y de Tegueste,  antes de la conquista castellana.
La última y decisiva batalla de la Conquista de Canarias tuvo  lugar en la Navidad de 1495 en estas tierras norteñas, en el lugar  donde hoy se levanta el pueblo de La Victoria de Acentejo, mediana que dividía los reinos aborígenes gobernados por el mencey  Acaymo de Tacoronte y el mencey Bencomo de Taoro. Sometida la  Isla y consumada la capitulación, Alonso Fernández de Lugo asumió el poder único arbitrando un nuevo orden jurídico y social que  postergó la cultura ancestral de los guanches y todos sus códigos de  conducta tribal.
A partir de entonces, el lugar de Tacoronte comenzó una  nueva andadura bajo las ordenanzas de los regidores castellanos, surgiendo la nueva vecindad en Santa Catalina', desde donde lentamente se fueron abriendo caminos y creando caseríos dispersos.
En Santa Catalina se erigió la primera ermita, entre 1504 y 1508, data que aparece documentada. Todo el término al soco de las heredades que iban recibiendo los colaboradores de las huestes conquistadoras. Los guanches fueron desposeídos de sus tierras y pertenencias, incluso despojados de su lengua y creencias, siendo relegados al servilismo y a los oficios menos deseables, cuando no perseguidos como alzados aquellos que resistían frente al orden establecido. Es cuando comienza a gestarse una nueva civilización asomando los primeros albores del  siglo XVI.
Trasladando nuestra visión hacia aquellos siglos, por medio de las fuentes documentales investigadas podemos enjuiciar con meridiana claridad que aquella vecindad enteramente ocupada en el  laboreo de la tierra y en el cuidado del ganado como elementos esenciales para vivir, sumida en el analfabetismo y en el desconocimiento de muchas cosas, estaba siempre en un plano de inferioridad ante los que ostentaban el poder, el saber, la escritura y el don  de la palabra. Ante tal situación, la intermediación de la Iglesia fue vital, ya que de otro modo la corruptela de otras creencias pudo haber hecho presa fácil en la ignorancia, y visto lo acontecido a través de la historia, el proceder eclesiástico fue eficaz y productivo para fomentar el concepto de familia, núcleo indiscutible de cualquier comunidad.
Afortunadamente, para nosotros no ha permanecido inaccesible la lejana historia de aquellos siglos, gracias, en su mayor parte, al celo clerical, que además de evangelizar y catequizar, impulsó asimismo la cultura y supo guardar en sus anales los registros fidedignos que hoy nos ayudan a descubrir los eslabones y entresijos que ilustran aquella forma de vida, de pensamiento y de conciencia. El apacible y persistente empeño de la Iglesia logró un sentimiento más social y humano sobre el concepto existencial, postulando la observación divina como medio de experimentar la fe y comprender los misterios de la salvación, y por ende el respeto entre unos y otros. Con el tiempo, las costumbres y tradiciones que han quedado rezagadas, aunque no olvidadas, han sido modificadas o sustituidas por otras, aun cuando aquéllas permanecen testimoniando el devenir de un ayer lejano que hoy forma parte del acervo cultural de un pueblo. Es lo que ocurre también con determinados usos y hábitos de antaño, que sin tener una utilidad definida en la actualidad, indudablemente forjaron en gran parte la identidad y la característica esencial de una civilización.
El contenido de este trabajo de investigación se basa precisamente en la amalgama de normas que tuvo su vigencia en los siglos XVI y XVII, tiempo en el que el fundamento práctico y consuetudinario del vecindario de Tacoronte traza un abismo respecto a nuestro pensamiento actual como para entenderlo con claridad, aunque de su análisis y estudio podemos aprender y comprender de qué manera se desenvolvía aquella comunidad que, a caballo entre los dos siglos, acogía unos mil habitantes más o menos.
Es innegable que la Iglesia tuvo mucho que ver en aquellos tiempos de antaño, ya que a pesar de su carácter obligatorio también ofrecía un servicio orientador que compensaba los peligros de la ignorancia y el desconocimiento. Con los principios religiosos se perfilaban los fundamentos de una sociedad, sellando de manera  indeleble la conciencia colectiva de aquellas generaciones emergentes de Tacoronte. En efecto, la Iglesia mostró su compromiso en unas circunstancias históricas, dado que la vecindad de la época  carecía de medios esenciales para generar en las familias el fomento de los valores que ennoblecen a las personas, que ayudan a disolver sobre lo que es correcto y lo que no lo es. Analizando aquel  devenir se comprueba cómo la comunidad evolucionaba de forma  coherente y razonable al cobijo de la orientación eclesiástica.
El trabajo, la fe, la moral y la disciplina formaban la consigna propia de un pueblo que no sólo podía supeditarse a la lucha por la  subsistencia material sin más, porque el mero hecho de vivir en comunidad requería siempre observar unas pautas de conducta que habían de adecuarse al momento en que se vivía y a la proyección que sugería el mañana más inmediato.
La disciplina que se alude en esta introducción es la misma que la Iglesia impuso también a su brazo clerical bajo los predicados del Concilio de Trento", celebrado hacia la mitad del siglo XVI. 
En él quedó totalmente definido y esclarecido el reconocimiento y  la soberanía de la autoridad pontificia, la cual venía atravesando períodos de cismas y divisiones. Pero los pocos vecinos de Tacoronte, sumergidos en el labrantío de las tierras y en el cuidado de su  ganado, poco podían entender de estas cosas en un feudo rural aislado y ausente de otras corrientes políticas, civiles y eclesiásticas. 
Sin embargo, hasta Tacoronte llegaron los sacros principios que  daban sentido a la existencia, a la razón que todo ser humano necesita para comprender los beneficios de la fe cristiana, beneficios que  se extrapolaban al buen orden social que debe presidir toda comunidad.
La investigación para realizar ese trabajo se ha centrado expresamente en las costumbres más cotidianas que practicaban los vecinos de Tacoronte, que son las que provienen de las normas de comportamiento, obligaciones, responsabilidades y creencias, casi  todo ello bajo la égida del Obispado de Canaria. Sin embargo cabe señalar que el análisis sea parcial e incompleto por necesidad, ya  que resulta impensable que las fuentes documentales recogieran todos y cada uno de los detalles de la vida diaria en aquellos tiempos tan distantes y arcanos.
Por otra parte, ha sido tarea ardua interpretar las huellas del  pasado en este trabajo de investigación. Los escritos y documentos  cuya grafia y sintaxis eran inteligibles en su época, hoy se nos  muestran retadores y sugerentes ante el deseo de traducir fielmente a nuestro pensamiento actual las secuencias que acontecieron hace  más de cuatro siglos…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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