El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (17/11/2019)
estas notas que tituló; “NIÁGARA TAMBIÉN NUTRÍA MEMORIA”: “…Han distinguido al profesor, investigador y escritor
realejero Álvaro Hernández Díaz con el reconocimiento denominado “Memorialista”
y uno cree que es motivo más que suficiente para saldar una vieja deuda con él,
además de congratularse por esa distinción, claro. Y es que desde hace mucho
tiempo tenemos pendiente un comentario sobre su libro Niágara de versos y prosas, editado
por María Elisa Díaz García y dedicado a la familia “con especial emotividad”.
Es de esas cosas que vas dejando y dejando, consciente de que un día hay que
hacerlo, porque su personalidad y su obra lo merecen. Hasta que llega ese día y
pocos mejor que éste, coincidiendo con el acto de concesión del título por
parte de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias. El Ayuntamiento de Los
Realejos fue el escenario del mismo, bajo la presidencia del alcalde en
funciones, Adolfo González Pérez- Siverio, y con asistencia del titular de la
citada Junta, Manuel Poggio Capote, además de otros miembros de la misma como
Octavio Rodríguez Delgado y Febe Fariña Pestano. Alumbrar, conservar y divulgar
la historia local componían el eje sobre el que bascularon las intervenciones
de los cronistas que coincidieron en señalar la incesante tarea de Hernández
Díaz como uno de los fructíferos ejemplos de lo que significa cultivar la
memoria.
De modo que, estimado Álvaro, enhorabuena. Sigue
haciendo uso de ese privilegiado amor por las cosas de casa y por la obra bien
hecha, reflejada en la creatividad poética, en el verso espontáneo sobre los
hechos cotidianos y en una sensibilidad que ha quedado reflejada, casi siempre
de forma silenciosa, pero siempre proclive a distinguir perfiles, valores y
hasta hechos históricos.
Y perdona nuestra deuda.
Porque Niágara
de versos y prosas claro que aporta “granos de constructiva arena y
de sabrosa sal en la construcción de un mundo mejor en paz, pan y lumbre para
todos”, como atinadamente escribes en el epílogo de tu obra. Esa era tu
aspiración: llegar a los ámbitos amables, a las cuatro paredes de los ambientes
domésticos y sociales más cercanos, allí donde sabes que hay gente aguardando
una escritura sencilla, accesible, reflejo de tantas vivencias, del intimismo
que más puede interesar y de tantos ambientes compartidos.
Los granos han hecho el granero donde el fecundo
memorialista -miren por dónde- labró su amor y su compromiso con la profesión,
el barrio, el fervor, la investigación y la historia. Sobre todo con esa que se
pierde por falta de voluntad, por descuido e insensibilidad. Solo el afán de
quien confía en que el granero un día estará lleno y guardará impresiones y
testimonios favorecerá que no se pierdan las esencias ni los personajes se
queden en los baúles del olvido, tan llenos en los pueblos donde ha tocado
convivir.
Eso se nota en este libro de Álvaro Hernández Díaz,
prologado “a ciegas” (pero de forma muy original y ecuánime) por su hijo, que
habla del hombre, mejor dicho, de la mano que mece la pluma, de ese hombre de
costumbres y rutinas, eso sí, “aderezadas por una curiosidad infinita” que
nutre en poemas, relatos, crónicas, humoradas y hasta alguna incursión teatral,
además de los documentos gráficos. Álvaro junior descubre a “una persona de
pasiones, a veces mal dosificadas. Un adicto al bolígrafo y la tecla, casi como
al buen comer. Y ahora que es “emigrante digital”, ¡no hay quien lo pare!”.
Fruto de tal curiosidad, el autor evoca poéticamente a
Lanzarote, “donde Espinosa ya intuyera/ al camello andar como Charlot/ en
cómica comparsa sobre el surco”, isla donde quiere dejar constancia de su amor;
en tanto canta unas sentidas malagueñas a Nuestra Señora de Los Remedios que
despiertan la vena lírica con las coplas de pie quebrado que dedica a La
Perdoma. La espiritualidad. El peso del pasado se nota también en los
fragmentos de una conversación mantenida en julio de 1972 con Marcos Hernández
Hernández, jornalero y combatiente forzado durante la guerra incivil española.
Nunca habrá existido pero el escritor puede presumir
de sus “tardes con Aline Masson”, la chica transculturada que pululaba en El
Socorro o en El Guindaste, hasta que desapareció. La ¿realidad? y la
imaginación que no debe quebrar un final apto.
Y así se suceden las páginas de Niágara..., una plétora de
sentimientos entrelazados en distintos géneros y en una escritura que parece
desordenada pero acaba siendo amena porque un ejercicio memorístico, bien
enfocado y expuesto, siempre despierta el interés de lectores que descubren una
personalidad y un escritor imaginativo del que aguardamos una nueva entrega.
Para cuando ello se produzca, si se tercia, versos y
prosas seguro que estarán cayendo y desembocando desde otras cataratas de
creatividad literaria. Y no tardaremos tanto en saldar la deuda. Asegurado.
¡Enhorabuena y suerte!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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