El amigo de la calle el Calvario de la Villa de La Orotava; Isidoro
Sánchez García (Ingeniero de Montes), remitió entonces (22/05/2020), estas
notas que tituló “INVASIÓN DE LANGOSTA PEREGRINA EN CANARIAS (1954)”: “…Como
consecuencia del coronavirus Covid-19 se publicaron muchos boletines oficiales
del estado y algunas órdenes ministeriales en estos tiempos de primavera. Una
de ellas fue la Orden SND/351/2020, de 16 de abril, por la que se autorizó a
las Unidades NBQ de las Fuerzas Armadas y a la Unidad Militar de Emergencias a
utilizar biocidas autorizados por el el Ministerio de Sanidad en las labores de
desinfección para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionado por el
COVID-19. Entre las resoluciones de la
Orden Ministerial destacaba la autorización específica de procedimientos de
desinfección aérea, a través de las técnicas de nebulización, termonebulización
y micronebulización. La lectura de la misma alteró a algunos ciudadanos
sensibles que me llamaron preocupados por el posible efecto que ello podría
suponer entre la ciudadanía, ya que “veían” aviones y helicópteros fumigando
desde el aire los pueblos de Canarias y de toda España, tanto los espacios
públicos como privados, en las actuaciones generales de desinfección. La verdad
es que también me sorprendió la medida y lo consulté con algunos compañeros
profesionales a los que también les llamó la atención. Incluso le envié una
nota a unos de los vicepresidentes del Gobierno de Canarias mostrando mi
preocupación al respecto.
Lo cierto fue que me puse a recordar las
plagas de langostas que cuando chico había vivido en Tenerife. Una en 1954 y la
otra en 1958. De esta última me acordaba mucho más ya que tenía 16 años y la
viví intensamente ya que estaba estudiando el Preu en los salesianos de La
Orotava y nos pusieron a dar caceroladas para asustar a los cigarrones de las
fincas. También porque mis padres nos llevaron a la familia, un domingo de
octubre, a ver la Virgen de Candelaria, con regreso por la carretera de la
Esperanza, cumbres de Izaña y el Portillo. Inolvidable la nube rosa que cubría
los cielos de la isla y tremenda la alfombra roja que se desparramaba a lo
largo y ancho de la carretera por la zona de Izaña. Hasta el sol cambió de
color.
De la pandemia del covid-19 volví a la
plaga de 1954 y acudí a mi biblioteca agroforestal para rebuscar información
acerca de las plagas de langostas y encontré un trabajo realizado por el
ingeniero agrónomo, José del Cañizo, y editado por la Estación de Fitopatología
Agrícola de Madrid en 1954. Se titulaba Invasión
de langosta peregrina en Canarias (octubre de 1954). El preámbulo dice
literalmente: “A mediados de 1954, grandes bandos o enjambres de langostas
procedentes del continente africano invadieron las islas Canarias. Algunos
bandos llegaron en vuelo y otros contingentes arribaron en grandes masas
flotantes a las playas meridionales y orientales de aquellas islas. En el
presente trabajo hacemos un resumen de las características de la invasión y de
la campaña realizada para su exterminio”.
Comenzó escribiendo los datos geográficos
de Canarias y continuó por el origen de las plagas, la organización de la
lucha, por las características de la invasión, la distribución de cebos, el
espolvoreo de insecticidas con avionetas, otros medios de lucha, y el
avivamiento en la isla de El Hierro. Cerró su trabajo con una cita a las
invasiones anteriores de la Schistocerca
gregaria en Canarias, conocida como la langosta colorada o el cigarrón
africano. Citó la invasión de 1910 y de 1932, y le llamó la atención la
cadencia con las que se produjeron, cada 22 años y además en octubre.
Al tratar el origen de las plagas el
autor explica el movimiento de las langostas. Nacen cerca del ecuador africano
entre agosto y octubre y suben en dirección norte cuando son adultas hasta
Mauritania, Marruecos, Argelia y Túnez. La emigración de los enjambres
mayormente tiene lugar por la región costera occidental y a veces se desvían a
Canarias por vientos atlánticos. Sus
descendientes, obligados por la sequía,
regresan a zonas tropicales donde crían. De hecho en la primera quincena
de octubre de 1954 fueron señalados y registrados en el Sahara español densos
bandos de langosta peregrina, procedentes del SE. y volando a gran altura en
dirección NO. Posiblemente se correspondían con lo observados en Nigeria a
finales de septiembre y primeros de octubre del mismo año.
Cuando habla de la organización de la
lucha, el ingeniero Del Cañizo cuenta el proceso llevado a cabo por las
autoridades responsables la hora de actuar en la batalla contra la invasión de
las langostas. Al principio los agricultores no estaban muy satisfechos con los
cebos de veneno y actuaron por su cuenta, quemando combustibles y haciendo
caceroladas para espantar las langostas, hasta que se adoptó el plan oficial
del tratamiento. Conllevaba la utilización de los insecticidas adecuados y las
avionetas con equipo de espolvoreo enviados por el Ministerio de Agricultura.
Se procedió a actuar en Gran Canaria y
Tenerife, así como en La Palma, La Gomera y El Hierro. La llegada de las
avionetas sirvió para extinguir la plaga y para levantar la moral de los
agricultores. La campaña se dio por terminada a primeros de diciembre; primero
en Gran Canaria y luego en Tenerife. Un mes o mes y medio en una y otra isla.
La invasión se hubiera cortado ante si se hubiera dispuesto inmediatamente de
los elementos precisos. La alarma generada en los agricultores fue intensa ante
la amenaza de destrucción de sus cultivos, la principal riqueza de las islas
entonces.
Los primeros envíos de insecticidas y
materia de aplicación se hicieron por ocho aviones trimotores del Ejército y el
resto en diversos buques. En la batalla aérea participaron seis avionetas tipo Piper Cub, monoplano, de la sociedad
Aerotécnica S.A. y dos aviones biplanos de la compañía de Servicios Agrícolas
Aéreos S.A. Colaboraron las autoridades civiles y militares así como las
Cámaras oficiales Agrarias y los agricultores en general. Igualmente el
personal agronómico y forestal de las dos provincias al igual que la Base Naval
de Canarias controlando la llegada de posibles
bandos o bolas flotantes de langostas por las costas de las islas.
Las características de la invasión se
retrata en informes facilitados por los ingenieros agrónomos jefes de las
provincias de Tenerife y Las Palmas, Jorge Menéndez y Francisco Guerra,
respectivamente. En sus informes señalan que la invasión se inició en el
atardecer del día 14 de octubre cuando llegaron los primeros enjambres de
langosta en vuelos a las costas meridionales de Tenerife y Gran Canaria,
ocurriendo el grueso de la invasión en la mañana del día 15, en que grandes
nubes de langostas rojas llegaron por las costas del Sur y del SE. de las islas
y casi simultáneamente en todas las islas. Poco después llegaron a la playas
grandes masas flotantes de bolas de langostas arrastradas por las corrientes
marinas y al llegar a tierra se deshacían
dispersándose los insectos, secaban sus alas al sol emprendiendo vuelo
incorporándose a los bandos que les precedieron. En Gran Canaria se salvaron
del ataque de las langostas los municipios de Arucas y Las Palmas mientras que
en Tenerife todos los municipios fueron invadidos por la langosta o el cigarrón
africano.
Además de la distribución de los cebos
venenosos le siguió en importancia el espolvoreo de insecticidas con avionetas
como otro medio de lucha. En la isla de Tenerife y después de la llegada el 21
de octubre de 1954 comenzaron a actuar las avionetas espolvoreando insecticidas
sobre las grandes masas de langostas concentradas en los municipios del norte
de la isla principalmente en Tacoronte y El Sauzal. Tenían su base aérea en el
aeropuerto de Los Rodeos. La cantidad de insecticida comprobada como eficaz por
los ingenieros agrónomos fue la de 25 Kgs/por hectárea, de un producto H.C.H.
Las avionetas despegaban al amanecer e iban cargadas de insecticidas para
esparcirlas en los sitios señalados la tarde anterior. El espacio a tratar se
balizaba con banderas blancas, distanciadas entre 50 y 100 metros, aunque
también se usaban como señales focos de humo producidos al quemar aceite
pesado, lo que servía orientar a los pilotos sobre la dirección del viento.
Las avionetas después de un vuelo de
reconocimiento del terreno balizado, a unos 50 y 100 metros de altura, según la
topografía del terreno, la vegetación y la velocidad del viento, descendían a
5, 10 o 20 metros para efectuar el espolvoreo en sucesivas pasadas, paralelas y
contiguas, teniendo en cuenta la dirección del viento para volar
perpendicularmente a ella y dejando a un lado la nube de polvo que permanecía
suspensa en el aire. Las avionetas monoplanos resultaron más efectivas por
cuanto eran más ligeras y de mayor capacidad de maniobra que los biplanos, pese
a contar con motor más potente y carga
mayor.
En Gran Canaria se utilizó el aeropuerto
de Gando más alguna que otra pista de aterrizaje improvisado en zonas aisladas.
Las avionetas ligeras podían aterrizar en una pista de 90 metros y la capacidad
de carga del depósito era de 350 kgs. de polvo pero por razones obvias solo
cargaban 200 kgs de polvo.
Los reconocimientos para localizar los
lugares donde se concentraban las langostas se hacían a la caída de la tarde cuando bajaban las temperaturas. Buscaban
matorrales y cardones para pernoctar revoloteando torbellinos. De hecho el
tratamiento contra los enjambres se hacía mientras las langostas estaban
posadas incluso en las primeras horas de la mañana cuando estaban entumecidas
por las bajas temperaturas. Estos reconocimientos previos del terreno eran
indispensables para la efectividad de la lucha aérea, al localizar los
enjambres y seguir sus movimientos. De ahí la importancia de contar con
emisoras portátiles entre el personal técnico. Los datos aportados por los
ingenieros agrónomos de ambas provincias indicaron que el consumo de
insecticida H.C.H 25%, espovolreado en Gran Canaria, fue del orden de 46.788
Kg. mientras que en Tenerife fue de 67.380 Kg. lo que supuso un gasto total de
114.168 kg. En ambas islas se trataron 4.566 hectáreas, a razón de 25 kgs. por
hectárea, durante 152,5 horas de vuelo.
Otros medios de lucha complementarios se
utilizaron también en la batalla contra las langostas rojas. Me refiero a los
tratamientos terrestres con espolvoreadores y pulverizadores pequeños, algunos
de motor, así como la quema nocturna de matorrales y cardones que se rociaban
con gasolina para exterminar las langostas acumuladas en ellos. Todo ello un
poco fuerte, no había impacto ambiental, pero era lo que se daba entonces.
Capitulo aparte lo ocupó el avivamiento
de langostas rojas en la isla de El Hierro ya que se detectó en enero de 1955,
la presencia de algún enjambre que llegó a la madurez sexual y realizó la
puesta en zonas del sur y del SE. del municipio de Valverde, como Tamaduste y
las Playas.
Los daños fueron mínimos, en opinión de
los técnicos agrarios, teniendo en cuanta la intensidad de la plaga. Los
agricultores de las islas afectados por la crisis de la plaga no coinciden con
esta valoración. Y eso que ni los plátanos, las viñas, las papas y los tomates
no fueron muy afectados por la fecha de la invasión.
Para acabar el trabajo el ingeniero
agrónomo José del Cañizo hizo especial referencia a las invasiones anteriores a
1954, en particular a las de 1910 y 1932, sin olvidar las referencias
históricas de Juan Nuñez de la Peña a las invasiones de los siglos XVI y XVII, con especial mención a la de 1586-87 y
a la de 1607 en Tenerife donde hubo muchas rogativas y procesiones. Asimismo
resaltó la gran invasión de octubre de 1659 que alcanzó a todas las islas de
Canarias, y a las citadas por José Viera
y Clavijo.
El paralelismo entre la pandemia del
Covid-19 y la invasión de langostas peregrinas en Canarias da mucho que pensar.
Como bien me indicó un amigo psiquiatra ecuatoriano, el Dr. Guerrero, que es
admirador de Alejandro de Humboldt: <<Ahora tenemos que resetear nuestra
mente y cuidar nuestra vida>>…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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