Fotografías de mi colección particular
tomada de mi cámara.
El amigo del Puerto de la
Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS. Remitió entonces (04/09/2021) estas notas
que tituló; “CONTINGENCIA EN EL DEBUT”: “…El profesor portuense José Javier Hernández se recreó
con “Tres historias apasionadas del viejo Puerto” su puntual cita con la
memoria del escritor uruguayo, su gran amigo, Eduardo Galeano, nacido el 3 de
septiembre de 1940. Arrancaba así el nuevo curso en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias (IEHC) y de paso conmemoraba el cincuenta aniversario de
la publicación de Las venas
abiertas de América Latina, la obra que encumbró a Galeano. Con un
ejemplar y la boina forrada en pana que le regaló sobre la mesa, para
testimoniar la amistad que les unió, Hernández leyó un fragmento final dedicado
al escritor: la fecha que perpetuaba la memoria quedó sobradamente justificada.
Las
tres historias escogidas por el conferenciante estaban tan cargadas de ternura
descriptiva que la evocación de los personajes y del costumbrismo portuense
resultó un ameno paseo por el tiempo. Ya adelantó Margarita Rodríguez Espinosa,
directiva del IEHC, que iba a ser así.
José
Javier Hernández describió el peculiar y paciente caminar de Adelita Benítez,
especialmente el día en que, en su habitual paseo,sustituyó su bolso habitual
por una vieja tapa de caldero. Inexplicable, salvo confusión incomprensible.
Habló
del hongo en su segunda historia. El hongo que se cultivaba y aparecía en las
casas, cuyos moradores se atrevían a curiosear e investigar… y hasta degustar
algunas cualidades. El hongo, sin clorofila, con sus características biológicas
y con su reino propio, diferente del animal o vegetal.
La
tercera historia apasionada la dedicó al matrimonio Cándido Chávez y Carlota
Savatry, ella de nacionalidad francesa, sensible con el hecho cultural y con el
mundo de la ilustración. El compromiso de ambos con los afanes educativos y los
avances de la enseñanza en tiempos de la posguerra española fueron condensados
en una atinada síntesis descriptiva de la personalidad de ambos.
Ya
que José Javier Hernández hizo un guiño durante su exposición a lo que nos
ocurrió el día del fallecimiento de la señora Savatry, contemos brevemente.
El
hecho sucedió en los primeros años de la década de los sesenta. Con 11 años,
cursábamos primer año de bachillerato cuando los promotores del festival lírico-musical
incluido en la conmemoración de la festividad de Santo Tomás de Aquino
(entonces, 8 de marzo), en el colegio de Segunda Enseñanza Gran Poder de Dios,
nos encomendaron el papel de presentador. Ensayamos con evidente entusiasmo,
igual que los demás alumnos. Nos preparábamos para el que iba a ser nuestro
debut en un escenario. Pero...
Llegó
el día del festival, programado un domingo al mediodía en el antiguo colegio de
los padres agustinos. Antes de empezar, expectación y ganas de que todo saliera
bien. El público llenó el salón de actos. Profesores y familiares entre los
asistentes.
Cinco
minutos antes del comienzo, se presenta Ofelia Espinosa Córdoba, que, además de
enseñar algunas asignaturas, oficiaba como secretaria del colegio y con rostro muy
serio transmite a Jesús Hernández Martín, profesor y director de la
programación cultural de la conmemoración, una mala noticia:
-Acaba
de fallecer Carlota Savatry. Vamos a pensar en la suspensión del acto.
Doña
Carlota era una de las componentes del Patronato del Colegio, siempre muy
apreciada. Hernández negó con la cabeza:
-¿Cómo
vamos a suspender? La gente ya está sentada y los chicos, aparte de haber
ensayado muchos días, están muy ilusionados. Sería una faena desbaratar todo
esto.
Y
a continuación se le ocurrió la solución. Con voz determinante, nos señaló y
dijo sobre la marcha:
-Matías
Prats (como coloquialmente nos llamaba ‘el maestro’), sal al escenario y tras
saludar, dices que se va a guardar un minuto de silencio en memoria de doña
Carlota Savatry, benefactora e integrante del Patronato del Colegio de Segunda
Enseñanza Gran Poder de Dios. Rogamos que se pongan en pie.
Dicho
así, era fácil de memorizar y expresar. Pero nos negamos. No pudimos con el
trance, aquello resultaba muy riguroso o muy exigente.
-No,
don Jesús, yo no digo eso.
La
cara de Ofelia era un poema y los alumnos más cercanos que vivieron de cerca el
momento no salían de su asombro.
Hasta
que el propio Jesús Hernández Martín, muy circunspecto, asomó su rostro entre
las gruesas cortinas y dijo aquellas palabras que no pudimos, no quisimos y no
supimos manifestar.
El
silencio era imponente y transcurrido el minuto reservado, corrieron las
cortinas y ya liberados, escuchamos la primera ovación de la jornada. Luego
cumplimos el cometido de presentación que nos habían asignado.
El
debut, en cualquier caso, registró esta contingencia…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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