domingo, 10 de septiembre de 2017

A DON GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ GALDÓS



El amigo desde la infancia de La Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ. Remitió entonces (30/04/1995) estas notas que tituló; “A DON GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ GALDÓS”.
Publicadas en LA PRENSA, EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), domingo 30 de abril de 1995: “…EL día tres de abril 1995, cercano a cumplir los 97 años, se extinguió la vida de don Guillermo Camacho. De la tristeza que nos produce su muerte, consuela la fortuna de haber podido contarse, a sí mis­mo, la razón de su propia vida, desde una clarividente vejez, ausente de ella esa decrepitud que tantas veces oscurece y hace casi vegetal la vida de los ancianos. En mis frecuentes visitas a su casa, podía comprobar la pervivencia de su memoria, de su inteligencia y de su espíritu.
Escucharle fue asistir a una amena lección, su conversación llana ya la vez humanista nos traía a la mente figuras bien dibujadas, historias finas y sentenciosas, dichos llenos de buen sentido, y siempre las ejemplares vivencias de un caballero cristiano. No pude acudir a la última despedida, pero al conocer su muerte vinieron a mí los gratos recuerdos de su amistad ahora definitivamente perdida. Poseía el amigo desaparecido una extraordinaria inteligencia, una vastísima cultura, unidas a una memoria formidable, cualidades que le conferían una personalidad difícilmente superable, porque además unía a estas cualidades humanas, virtudes teologales, fe profunda, que afloraba y daba un tono trascendente y bondadoso a su trato.
Había nacido en Santa Cruz de Tenerife, el 12 de mayo de 1898, hijo del general de Artillería  don
Guillermo Camacho, y de doña María del Carmen Pérez Galdós y Ciria, sobrina de don Benito. En la capital tinerfeña realizó sus pri­meros estudios, en los P.P. del Corazón de María, «los padri­tos», como el gustaba llamarles. Después, a la muerte de su abuelo materno el teniente general don Ignacio Pérez Galdós, la familia se trasladó a Las Palmas, y allí, en el Colegio de San Agustín, termi­nó su bachillerato, con califica­ción de sobresaliente.
Con dieciocho años ingresó en la Academia de Infantería de Toledo; durante esa época pasó muchas de sus vacaciones en Madrid, donde trató familiarmen­te a su tío abuelo don Benito Pérez Galdós, por entonces escritor consagrado y famoso. En 1919 recibió el despacho de alférez y realizó su bautismo de guerra par­ticipando en acciones tan impor­tantes como el desembarco de Alhucemas.
Fue en 1928 cuando alcanzó el empleo de capitán, e ingresó pos­teriormente en la Escuela Superior de Guerra, obteniendo en ella el diploma de Estado Mayor. En el Regimiento de Artillería de Las Palmas realizó las prácticas regla­mentarias, para ser destinado más tarde al Protectorado de Marrue­cos. Una grave lesión, en acto de servicio, le motivó la amputación de su pierna derecha, y la separa­ción del Ejército; antes pasó un corto período en el Servicio Topo­gráfico Militar, del que fue retira­do, ingresando entonces en el Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria. Con ocasión de nuestra Guerra Civil (1936-39) volvió a prestar servicios auxilia­res en el Estado Mayor del Gobierno Militar de Las Palmas.
Después de nuestra contienda, deseoso de completar su forma­ción humanística, inició estudios superiores en la Facultad de Filo­sofía y Letras de la Universidad de La Laguna, concluidos brillante­mente en 1944. Ejerció después como profesor de Historia, Filo­sofía y Lenguas Clásicas, en la capital de la provincia oriental, en los colegios masculinos de San Antonio de Padua, San Ignacio de Loyola, Viera y Clavijo, este últi­mo dirigido por el inolvidable genealogista don Pedro Cullen del Castillo; y en los femeninos del Sagrado Corazón, y de las Tere­sianas, en ellos trabajó hasta su jubilación, dejando en sus alum­nos un excelente recuerdo como pedagogo.
Don Guillermo había casado en Barcelona, en 1935, con la dis­tinguida dama catalana doña Pilar de Alós y Fontcuberta, hija de los marqueses de Dou. De ellos proceden doña Concepción, fallecida en 1989; doña María del Carmen, casada con don Juan Domingo Jiménez Fregel; y doña Mercedes, licenciada en Historia, esposa de don Manuel Sarmiento Peñate.
Camacho fue escritor eminen­te, que comprendió las aspiracio­nes de su tiempo y se unió a los más auténticos intereses de su tierra; investigador capaz, y autor de buenos trabajos periodísticos, además de elocuente conferen­ciante; tuvo la amabilidad, para el que escribe estas líneas, de hacerle una magistral presentación de su libro «Las familias de Chaves y Montañés de Tenerife», en 1990. Su prosa es erudita, espontánea y clara, proyectan la imagen de un individuo sincero e inteligente, pleno de equilibrio moral y de autodominio, pero por encima de todo son los trabajos de un fervo­roso creyente. Nunca participó activamente en la vida pública, pero en privado dio testimonio de sus opiniones que eran las de un hombre prudente y tolerante, siempre fiel a sus convicciones monárquicas y liberales.
Poseyó don Guillermo nume­rosas distinciones y condecoracio­nes, así la Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermene­gildo; dos Cruces Rojas al Mérito Militar en Campaña; fue Hijos­dalgo a Fuero de España; de la Noble Esclavitud de San Juan Evangelista, de La Laguna; Hijo Adoptivo de la Villa de Los Rea­lejos, municipio que perpetúa su nombre en una de sus más carac­terísticas vías públicas, cercana a la Hacienda de los Príncipes, que en vida fue su residencia realejera.
Su conocimiento fue para mí continua enseñanza y fuente de armonía, porque como afirma Michel Yquen de Montaigne (1533-1592) «La relación y correspondencia la crean las amis­tades verdaderas y perfectas».
Nuestros temperamentos afines, su desinterés y llaneza, propicia­ron el mutuo entendimiento, así como lo intachable y generoso de su afecto.
Montaigne también dijo que: «El último extremo de la perfec­ción en las relaciones que ligan a los seres humanos, reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el interés y la necesidad privada o pública for­jan y sostienen, son tanto menos generosas, tanto menos amistades, cuanto que a ellas se unen otros fines distintos a los de la amistad considerada en sí misma».
En fin, volviendo al principio, digo que Dios concedió a este sin­gular canario larga vida, este hombre que supo hermanar en su amor nuestras dos provincias, siempre enraizados y conocedor de ellas, gozó hasta el último ins­tante de una esplendida luz men­tal; envidiable conversación amena y erudita.
Campechano y afable, para con todos; la muerte se llevó con él una parte de nuestra memoria colecti­va, y aunque su magisterio perma­nece en sus escritos, desconsuela su ausencia. Pero nos conforta la esperanza del creyente, y el pensa­miento de aquella frase, tan repe­tida por él, «Dios es sobre todo un padre amante», y en esa seguri­dad, estoy seguro, habrá acogido Dios el alma de este varón de vir­tud que en vida fue Guillermo Camacho…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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