Nació en Girona
el 22 de octubre de 1907 y, cuando contaba nueve años, sus padres se
trasladaron a Tenerife, primero a Buenavista y después a la Villa de La Orotava,
donde estudió en el popular colegio de San Isidro, con los Lasalianos.
Según sus
propias palabras su infancia y adolescencia fue como la de cualquier niño de la
época nacido en una familia de clase media-baja, con una madre catalana muy
afectuosa y amante de la lectura, de la cual mamó su apetito por los libros. De
su padre heredó quizás cierto individualismo, pues era un sobrio castellano que
había sido seminarista, luego voluntario en la guerra de Cuba y, finalmente,
ingresó en la Guardia
Civil; era aficionado a la música, poseía cierta cultura y
era capaz de hablar fluidamente en
latín.
Siendo muy
joven ya se descubrían en Luís Diego las inquietudes literarias y periodísticas
que tendría toda su vida, empezando a publicar poesía, prosa poética y ensayos
en la prensa de mediados los años 20, época verdaderamente interesante en el
ámbito cultural de las Islas, cuyo punto culminante fue la década de los
treinta, truncada por la
Guerra Civil.
Su primer libro -“Tenerife Espiritual”- se publicó en 1928 y refleja un veinteañero romántico, muy relacionado ya con el mundo cultural del momento. Si su primera pasión fue la literatura, la segunda fue la enseñanza. Finalizó en 1927 su carrera de Magisterio en la Escuela Normal de La Laguna y ganó las oposiciones en 1928, siendo trasladado por dos años a Galicia, concretamente a Castro das Seigas (provincia de Lugo). Este viaje tendría gran importancia en su vida profesional, porque allí conoció a Fermín Bouza-Brey, quien lo inició en la Etnología, que luego sería una de sus facetas profesionales. Allí también se inició en la Arqueología, participando en su primera excavación arqueológica en un castro Celta. Ambas experiencias las recordó toda su vida como algo extremadamente positivo para su formación. De la mano de Bouza-Brey, Diego Cuscoy se introdujo en el Seminario de Estudos Galegos, descubriendo la influencia galaico-portuguesa en la cultura tradicional canaria; y se interesó por las derivaciones didácticas de sus cartillas escolares, profundizando en el papel de la lengua como mecanismo de comunicación, enseñanza e identidad (Galván, 1987).
Su primer libro -“Tenerife Espiritual”- se publicó en 1928 y refleja un veinteañero romántico, muy relacionado ya con el mundo cultural del momento. Si su primera pasión fue la literatura, la segunda fue la enseñanza. Finalizó en 1927 su carrera de Magisterio en la Escuela Normal de La Laguna y ganó las oposiciones en 1928, siendo trasladado por dos años a Galicia, concretamente a Castro das Seigas (provincia de Lugo). Este viaje tendría gran importancia en su vida profesional, porque allí conoció a Fermín Bouza-Brey, quien lo inició en la Etnología, que luego sería una de sus facetas profesionales. Allí también se inició en la Arqueología, participando en su primera excavación arqueológica en un castro Celta. Ambas experiencias las recordó toda su vida como algo extremadamente positivo para su formación. De la mano de Bouza-Brey, Diego Cuscoy se introdujo en el Seminario de Estudos Galegos, descubriendo la influencia galaico-portuguesa en la cultura tradicional canaria; y se interesó por las derivaciones didácticas de sus cartillas escolares, profundizando en el papel de la lengua como mecanismo de comunicación, enseñanza e identidad (Galván, 1987).
Regresó a
Canarias, destinado al Sauzal y ansioso
de poner en práctica todas las innovaciones en el terreno de la enseñanza que
había asimilado, consciente de que en las Islas –con un 70% del analfabetismo-
hacia falta un fuerte impulso educativo. Aunque las condiciones socioeconómicas del momento no ponían las cosas
fáciles: los años de la II República, en medio de la
enorme crisis del 29, eran caldo de cultivo de los continuos enfrentamientos
sociales de aquellos años. El 14 de abril de 1934 se casó con Victoria Fernaud de la Rosa.
Un maestro
innovador, lector de revistas especializadas, que aplicaba las últimas técnicas
pedagógicas, sólo podía tener problemas en El Sauzal
del año 1936, un ambiente rural y conservador, donde los impulsos republicanos
en la enseñanza eran considerados anticristianos y contrarios a la familia
tradicional. Otro maestro del mismo centro escolar le denunció, con los cargos
de realizar actividades anticristianas y de ser partidario de ideas
izquierdistas, por lo cual se le abrió un expediente de depuración. El texto de
su defensa es un excelente documento para entender su delicada posición, su
claridad de ideas y su capacidad literaria. De todas maneras, lo que mejor
contribuyó a salvarle de una pena mayor fue seguramente el respaldo de unos
familiares de su mujer, reputados militares del momento. Tras varios años de
suspensión de empleo y sueldo, en 1940 se le reincorporó al cuerpo, aunque
“desterrándolo” a una de las zonas más apartadas y deprimidas de Tenerife: Cabo Blanco en el municipio de Arona. En 1942 se le reintegró a su plaza del Sauzal y el castigo quedó reducido a una
sanción administrativa, que implicaba la incapacitación
para desempeñar cargos de confianza, la cual permaneció en su expediente hasta
la década de 1950.
Como a
tantos otros, la Guerra
Civil no sólo le supuso un trauma personal, sino que le
obligó a acomodarse a un clima social y político antagónico con su formación.
La estancia en Cabo Blanco le apartó de su familia y de su ambiente cultural,
pero lo puso en contacto con dos realidades que más adelante serían los ejes de
su actividad profesional: el pastoreo tradicional y la arqueología canaria. En
el libro “Entre pastores y ángeles” (Diego, 1941), narra algunas de sus
vivencias en aquel ambiente marginal de cabreros, y describe su primer
encuentro con una cueva sepulcral que rebuscó con sus alumnos (capítulo: El
collar de las cuentas de barro). Cuando en 1998 el Ayuntamiento de Arona reeditó este libro, acudieron a la
presentación varios antiguos alumnos suyos, que 58 años más tarde recordaban a
aquel profesor que les impactó tan positivamente en su dura infancia.
Al
regresar a su escuela del Sauzal, más
cercana a La Universidad
de Laguna, comenzó la estrecha relación con Elías
Serra Ráfols,
su gran maestro. En la zona de Tacoronte
y El Sauzal continuó las excursiones
arqueológicas, acumulando una pequeña colección de cuentas de collar y algunas
vasijas. En 1943 Elías Serra lo invitó a participar en una reunión en
la Universidad,
con el Comisario Provincial Juan Álvarez
Delgado, donde Diego hizo entrega de aquella colección y Álvarez lo invitó a colaborar con la
Comisaría.
No vamos a
tratar las interesantes facetas de Luís Diego como literato y como etnólogo,
sino que nos centraremos en el arqueólogo. Su trayectoria científica en este
terreno puede dividirse en tres etapas: Desde su vinculación a la Comisaría (1943) hasta
la fundación del Museo Arqueológico de Tenerife
(1958). A partir de ese momento se vinculó a la Comisaría Provincial
recibiendo en 1944 su nombramiento como secretario de la misma. Aunque Juan Álvarez era el Comisario Provincial, quien
realmente desarrollaba casi todas las actividades era Luís Diego. En 1947 se
produjo un duro enfrentamiento entre ambos, porque Álvarez publicó con su nombre un libro (Álvarez, 1947) elaborado por Cuscoy. Este último presentó una queja formal
a Julio Martínez Santa-Olalla, que investigó el asunto y advirtió la
injusticia que se venía cometiendo. Su primera decisión fue nombrarlo Comisario
Local del Norte de Tenerife en 1948,
pero tras unos años de tensiones, en 1950 finalmente Álvarez Delgado fue cesado y Diego Cuscoy nombrado Comisario Provincial. La Comisaría de
Excavaciones Arqueológicas en las Canarias Occidentales. Este primer periodo
fue un tiempo de formación bajo el magisterio de Elías Serra,
con quien cursó la Licenciatura
de Filosofía y Letras, aunque luego no le fue reconocido el título. Fue también
su época más positivista, con una intensísima
investigación empírica que generó un inmenso cúmulo de datos, y no poco
material arqueológico destinado a su proyecto de Museo, que ya venía gestando
como su principal ambición. El no entendía el trabajo de campo sin la
exposición posterior en un Museo, que a la vez actuara como aula didáctica en
la que se pudiese explicar la prehistoria de Tenerife.
Por tanto, fue entonces cuando desarrolló una actividad arqueológica de campo
más intensa, casi febril, en El Hierro, La Gomera y sobre todo en La Palma y Tenerife, localizando centenares de
yacimientos, y excavando varias decenas de ellos con procedimientos bastante
apresurados en muchos casos.
La gran
aportación de estos primeros años fue el descubrimiento de Las Cañadas del Teide como un gran complejo arqueológico, y su
vinculación a esta zona de la
Isla fue en buena medida espiritual, pues varios de sus
mejores poemas las redactó en las noches que pasó en los refugios pastoriles.
Mantuvo una campaña de defensa del patrimonio arqueológico y natural,
presentando denuncias y “memorandums” en
los Ayuntamientos y Gobierno Civil. También hizo lo propio en la prensa de los
años 40, marcando un hito en el periodismo de denuncia en el que destacó por su
particular contienda contra determinadas prácticas de los carboneros y
colmeneros, y la defensa de que Las Cañadas se convirtiese en Parque Nacional.
Al mismo tiempo, promovió la idea de incluir el patrimonio arqueológico entre
los bienes a proteger dentro del Parque, vinculándolo a las ofertas de ocio y
turismo de este espacio natural y de la globalidad
de la isla (Diego and Larsen, 1958). Aunque en esto fracasó, porque
los responsables públicos no entendieron que el patrimonio cultural pudiese
correlacionarse con el natural, ni que la historia y la arqueología pudiesen
interesar a los turistas.
En esas
largas caminatas y estancias en las tierras áridas del sur, en los acantilados
del norte, en las medianías, en las cumbres y en las Cañadas del Teide, o en los barrancos de La Gomera, entabló una
relación muy estrecha con el territorio, la cual indiscutiblemente influyó en que adoptara unos
enfoques ambientalistas que le
acompañarían toda su vida. En aquel momento, eso se materializó en asumir de
manera decidida el determinismo geográfico, propio de los planteamientos
histórico-culturales de la época y que le había transmitido Serra (Diego, 1951). Durante esos trabajos de
campo se relacionó con algunos pastores tradicionales de Rasca, Arico, Las
Cañadas, etc. que le sirvieron de guías e informantes, pero que en sí mismos
despertaron un interés muy grande en el Diego etnógrafo a la par que
arqueólogo. De esta manera empezó a configurarse en su pensamiento la idea de
que aquellos cabreros eran herederos de los pastores guanches y, por esa razón, adquirían valor
extraordinario como documento vivo. Así fue llegando al mismo razonamiento que
medio siglo antes formulara Juan Bethencourt
Alfonso, cuya obra desconocía él por aquel entonces.
Fue
también una época prolífica en publicaciones, aunque la inmensa mayoría de
ellas eran trabajos meramente descriptivos, en los que daba a conocer los
resultados de sus prospecciones y excavaciones, pues estaba convencido de que
toda investigación debía ser dada a conocer. Años más tarde sería bastante autocrítica con los procedimientos apresurados
que empleó en esos trabajos de campo, y con la calidad de las publicaciones de
esta primera etapa, particularmente con sus dos volúmenes de Informes y
Memorias. Pero también publicó ensayos sobre distintas categorías de evidencias
arqueológicas: adornos, hábitat, ajuares funerarios, cerámica, industria
lítica, etc.; y realizó el primer intento de síntesis de la prehistoria canaria
en su artículo Paletnología de las Islas
Canarias (Diego, 1954), que años más tarde convertiría en un libro.
Su
colaboración estrecha con Serra y con la Universidad se
proyectó en numerosas contribuciones en la Revista de Historia Canaria. Algunas de las menos
conocidas, pero muy interesantes, fueron sus recensiones a publicaciones de
otros colegas suyos, haciendo a menudo una crítica sutil pero demoledora sobre
la metodología o los resultados, como las que dedicó a trabajos de Sebastián Jiménez
Sánchez. En realidad, los dos
Comisarios-Delegados Provinciales siempre mantuvieron posiciones teóricas,
metodológicas e incluso ideológicas diferentes, cuando no totalmente opuestas
y, aunque mantenían una relación cortés, nunca llegaron a colaborar estrechamente.
De manera que no exageramos al decir que Luís Diego tenía un pobre concepto de Sebastián Jiménez,
que empeoró con el paso del tiempo. Por el contrario, mantendría una buena
colaboración con el Museo Canario de Las Palmas, sobre todo a partir de que se
creara el Museo Arqueológico de Tenerife,
lo cual era más llamativo si tenemos en cuenta que la relación de Sánchez con
el Museo de su “jurisdicción” era de tensa coexistencia.
Luís Diego
Cuscoy en Las Cañadas (Tenerife), localizando escondrijos con cerámica.
La
Comisaría de Excavaciones Arqueológicas en las Canarias Occidentales.
Probablemente estemos ante los sempiternos problemas derivados de los
conflictos de competencias, que han salpicado la historia de la arqueología
hasta la actualidad y de los cuales no estuvieron exentos los Comisarios en sus
respectivas provincias. El mayor objetivo de Diego en estos años fue crear un
Museo Arqueológico. La
Comisaría General disponía de escasos recursos y Santaolalla
había encargado a los Comisarios que se vincularan a las Diputaciones
Provinciales, para conseguir cobertura económica. Por suerte para Diego, era
presidente del Cabildo de Tenerife Antonio Lecuona Hardisson, un hombre culto y
sensible a estos temas quien, como punto de partida, creó en 1951 el Servicio
de Investigaciones Arqueológicas de Tenerife (S.I.A.), del que Luís Diego fue
nombrado Director. Por fin, en mayo de 1958 abrió sus puertas el Museo,
exhibiendo los fondos por él acumulados, más los que vinieron del Museo
Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz, la mayor parte de los cuales
procedían, a su vez, de dos entidades decimonónicas ya desaparecidas: la
sociedad El Gabinete Científico y la colección particular conocida como Museo
Villa Benítez.
Desde la
creación del Museo Arqueológico hasta 1970. En la mayor parte de este periodo
siguió su relación con la
Universidad, impartiendo clases prácticas a los alumnos de
Historia en el Museo Arqueológico. Pero al final se fue enfriando, porque nunca
llegó a superar el problema de su Licenciatura y por sus desavenencias sobre
competencias profesionales con profesores con los que había colaborado en el
pasado, como los catedráticos Juan Álvarez y Telesforo Bravo. A partir de
entonces sólo mantuvo relación con Elías Serra y algunos de los colaboradores
de éste, como Juan Régulo o Leopoldo de la Rosa, cuyos ámbitos científicos eran ajenos a la
arqueología. Sus intervenciones arqueológicas de campo disminuyeron
notablemente en cantidad, pero mejoraron en el plano del método. Su interés se
concentró en unos pocos temas. Por una parte, las necrópolis y los ajuares,
sobre todo de Tenerife; por otra, la arqueología de El Hierro; y aumentó su
atracción por la arqueología de La
Palma, donde buscaba el refrendo a su teoría difusionista del
poblamiento de Canarias: Una primera oleada neolítica norteafricana habría
afectado a toda Canarias, y posteriormente llegarían otras oleadas con orígenes
diversos (una de ellas desde la Europa Atlántica), afectando a una o varias
islas.
Los
petroglifos y los diferentes estilos cerámicos palmeros podrían ser la prueba
de todo ello, por lo cual empezó a estudiar estaciones de grabados rupestres y
excavó en cuevas con estratigrafías, como Belmaco y el Roque de la Campana, pero no supo
seguir esas complejas secuencias estratigráficas y concluyó que en Canarias no
era posible emplear el método estratigráfico.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL.
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