Fotografía
que remitió entonces (2015) mi amiga de la Villa de La Orotava MONTSE QUINTERO,
referente a la desaparecida espadaña del Convento de San Nicolás de La Villa de
La Orotava.
Atentando
que cometieron las autoridades orotavenses al principio de los años cincuenta
del siglo XX, de destruir el centenario e histórico convento y templo de San
Nicolás, para edificar en su lugar las oficinas del Correo – Telégrafo, y
edificio de sanidad y seguridad social en la calle Cólogan de la Villa.
Esta
magnífica espadaña era similar a la que se conserva en el ex convento agustino
de Nuestra Señora de Gracia, parece que se soterró junto con el resto de
materiales del convento en la construcción de los graderíos del Estadio
Municipal de Los Cuartos de La Villa de La Orotava.
La
panorámica habla por sí sola, espadaña de estilo plateresco construida en
piedra molinera, se ve que desaparecieron sus campanas y a través de sus arcos,
podemos observar la techumbre del ex convento, y el platanal que existía al
norte de la Villa.
El Convento de las monjas dominicas de San Nicolás, se fundó
según Viera y Clavijo, por los años de 1626. Siendo su instaurador Don
Nicolás de Cala, clérigo presbítero, deseoso de fundar en la
Villa de La Orotava un monasterio de monjas dominicas, donde
pudiesen profesar, solicitó pasasen a la Villa norteña algunas
religiosas de la Laguna, a quienes daba vivienda en sus propias casas.
Pero aconteció la desgracia de que apenas se habían apeado las fundadoras,
cuando el devoto presbítero murió de repente y, no queriendo sus herederos
continuar las piadosas ideas del difunto, padecieron las religiosas notables
incomodidades, pues sólo libraban su subsistencia y los adelantamientos del
edificio en las limosnas de los fieles, de modo que éste no tuvo su complemento
hasta que, habiéndose conferido el patronato, en 1632, a Don Diego
Benítez de Lugo, les fabricó la capilla mayor con todo esmero. Desde entonces
este célebre monasterio de San Nicolás obispo y su digna comunidad lograron
toda suerte de conveniencias, estando bajo la dirección y obediencia de los
religiosos dominicos. Pero llegó a los principios del siglo XVIII una época
memorable, en que mudaron de semblante las cosas. Viera hablaba del tiempo en
que, habiendo declinado las monjas de esta sujeción a aquellos padres, se
entregaron a la ordinaria del obispo, suceso famoso en que sin duda mediarían
grandes divisiones, grandes revueltas y recursos. Se encontraba cerca del monasterio,
con cuya iglesia comunicaba por una tribuna, la casa de los marqueses de
Celadas, sus patronos, edificio el más bello y suntuoso de la Villa y
se había espaciado en varias ocasiones el rumor popular de que por allí se les
había de quemar a las monjas el convento. Este pronóstico, que unos despreciaba
y otros temían, asegurando que por las noches se solía observar en el cielo el
fenómeno de no sé que llama sobre la casa del marqués, se edificó en la
referida del 31 de Agosto, entre doce y una, incendiándose súbitamente, con
increíble voracidad, y en cuatro horas, a tiempo que todos dormían. Por más
prisa que se dio el pueblo, nada perezoso en tales casos, ya el fuego se había
apoderado del monasterio, de donde apenas pudieron escapar las religiosas, quemada
alguna y casi todas chamuscadas. El vicario Don Juan Delgado Temudo las recogió
en una casa inmediata al colegio de los jesuitas, en cuya iglesia colocó las
especies sacramentales. Allí estuvieron algunos meses, excepto unas cuantas de
la antigua parcialidad de los frailes que, con beneplácito del obispo y del
provincial, pasaron a albergarse al monasterio del Puerto de La Orotava,
que es de la misma orden. Pero como las otras no habían encontrado en la casa
que habían ocupado ni la comodidad ni la seguridad precisa, resolvieron echarse
sobre el inmediato colegio de los jesuitas, desalojarlos y apoderarse de él,
hasta que se reedificarse su convento. Subió, pues el monjío con los jesuitas y
toda la nobleza a tomar posesión de la casa, donde se acomodaron del mejor modo
que pudieron, y permanecieron en ella más de un año. El marqués de Celada, el
obispo Don Lucas Conejero y varios caballeros deudos de las monjas
contribuyeron para la pronta reedificación del convento; de modo que antes de
un año de la quema pudieron volver a habitarle, bien que se quedaron las otras
en el del Puerto. Tardo algunos años en perfeccionarse el edificio,
especialmente la iglesia, que por último se dedicó con memorables regocijos en
1737. Pero tuvo muy corta duración este segundo monasterio, pues aquellas
vírgenes religiosas, que parece que se dormían con las lámparas encendidas,
despertaron otra vez atónitas en medio de las llamas, la noche del 27 de julio
de 1761, saliendo apresuradamente de entre ellas. Ardió todo el convento, y
después de haber andado errantes, se retiraron a las casas del coronel Don Juan
Bautista de Franchi. Era vicario Don Domingo Delgado, sobrino del otro vicario
de la quema anterior. Estuvieron allí alojadas, hasta que a solicitud del
coronel Don Juan de Franchi Grimaldi, su inmortal bienhechor, se reedificó el
tercer monasterio que tuvieron ya por fin, del cual tomaron posesión el día 8
de Junio de 1769, habiendo vuelto de aquel retiro en procesión solemne, al
tiempo que su iglesia, ya reparada, servía interinamente de parroquia, con
motivo de estarse fabricando el nuevo templo de la
Concepción de la Orotava. Al final del siglo XIX, el monasterio
ocupaba una gran manzana, así nos indican los historiadores Alloza Moreno y
Rodríguez Mesa: En un plano levantado en los primeros años del siglo XIX, se
comprueba la superficie y los limites que llegó a tener después de sucesivas
ampliaciones el ex-convento de San Nicolás, alcanzando a cubrir una manzana de
considerables proporciones. Tras la exclaustración de órdenes religiosas en
1835 el monasterio pasa al Ayuntamiento de La Orotava, colocándose allí el
Teatro Power.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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