Un libro del
amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, el cual nos narra la
historia de este popular Barrio tacorontero: “…La historia es un espejo donde la gente puede
contemplar su pasado y su presente, un legado en el que reencontrarse con un
tiempo que inexorablemente ha superado épocas y devorado existencias.
Sin embargo
van quedando muchos recuerdos que se transmiten a las generaciones herederas;
son esas reminiscencias que no se van de la memoria de cada uno porque marcaron
las líneas divisorias de un acontecer, y que grabaron las huellas de una
idiosincrasia apegada por la experiencia del vivir. Muchas noticias se pierden
y otras no se olvidan del todo, y cuando se van escapando los mejores años,
siempre permanece la remembranza que no envejece. Si cada momento que vivimos
va engrosando un caudal histórico inagotable, todo lo que huye del presente no
tiene por qué deshilacharse en pequeños olvidos para dormir en las penumbras
del pasado. Por ello es de suma importancia no esperar más a que la historia
se diluya en el curso del tiempo, antes al contrario dar a conocer el origen y
la evolución del espacio en que vivimos para bien de la cultura y de la
sociedad.
Pienso que
toda esa historia que reposa en los anales del tiempo hay que hacerla revivir con
la máxima intensidad para que no desvanezca, llanamente porque nuestra
personalidad actual es parte de ella, receptora de las incontables secuencias
que han forjado nuestra forma de ser. El ayer es un paradigma intocable del que
nos podemos fiar siempre; y todavía más, es el modelo que nos permite corregir
errores y emular lo bueno que nos legaron nuestros antecesores. Yo lo entiendo
así.
La breve
reflexión abre la puerta a un relato que intenta recuperar el pulso de un
tiempo que antaño comenzó a entretejer un acontecer interesante, pues así son
todas las historias cuando los hechos expresan la realidad humana de un lugar,
ya sea un caserío, barrio, pueblo o ciudad.
Recuerdos que
nacen de la fragua familiar, del laboreo de la tierra, de la siega, la trilla y
la criba, entre el dulce olor a vino, entre trigales y cultivos, entre
aventuras de amor y desamor, entre la naturaleza física y existencial que se
funde armonizando una sociedad nueva cada día, una sociedad que se debate en
mil batallas cotidianas para sobrevivir con dignidad. Es la memoria que se
graba en el alma y ahí se queda, en cada uno de esos lugares, en su tiempo y
cronología, sintiendo latir el patriotismo de la tierra que fue nacencia y
cimiento.
Considero
importante y de todo punto necesario traer el pasado al presente. Y una vez
hecho así, sería ingrato negarse a transmitir en lo posible los acontecimientos
que acaecieron, muchos de ellos dignos de ser rememorados y traídos a la
actualidad para engrosar nuestro bagaje cultural, aun cuando no podemos contar
con las imágenes que quedaron incrustadas en las retinas de nuestros abuelos y
bisabuelos, hoy ausentes, empero protagonistas de la sabiduría popular que
transmitieron y heredamos. Todo ello por algo tan evidente como que el
valor de la historia está en la impronta humana que se forja en el diario
vivir, en la evolución de la sociedad de toda época. Cuántas respuestas a
tantas dudas permanecen camufladas en el paisaje, a veces muy cerca de donde
pisamos asfalto o cemento en lo que era atajo o camino polvoriento para llegar
más pronto a un lugar de otra parte.
Nuestros
ascendientes tenían los pies en la tierra, lo único que les importaba, lo único
que perduraba. Para ellos tierra cálida y enjundiosa, empapada con el sudor del
esfuerzo, cuna de fértiles sembraduras y de amargos sinsabores. Todo por una
poderosa razón: existir. Entonces vida con pocas alternativas, vida sencilla la
de aquella existencia con pocos signos de cambio, entre terrenos paniegos y
parras sarmentosas, observando cómo los campos de labrantío trepan hasta las
medianías altas, o al lado contrario escrutando la línea del horizonte desnudo
tratando de ver lo imposible, recorriendo con la mirada el ancho mar que
esconde otros mundos en un más allá ignorado y tantas veces soñado.
En las
medianías bajas de Tacoronte se conserva el orgullo, medido orgullo del origen
más lejano del pueblo, cuando toda la zona era centro neurálgico del gran
poblado guanche perteneciente al menceyato de esta parte norte de la Isla,
Menceyato de Tacoronte, primero bajo el mando del mencey Rumén, y por vía
sucesoria de su hijo Acaymo, según la versión de antiguos historiadores. Sobre
los riscales que caen hasta los rompientes costeros habitó un pueblo indígena
curtido y avezado, con excelente maña en la actividad pastoril cuidando
nutridos hatos de ganado menor, principalmente cabrío. También aguerridos
nativos que con arrojo y valentía defendieron esta tierra y desafiaron con
denuedo las apetencias de conquistadores ambiciosos. El extenso menceyato de
Tacoronte acabó sus días en el ocaso del siglo XV para dar paso a otra historia
muy distinta. Y ya se sabe, los saqueadores siempre se quedan con el botín.
Hace más de
cinco siglos, ahogado el fragor de la última batalla, la historia despuntó con
una realidad diferente, triste realidad que acabó con el rastro de una cultura
ancestral para dar comienzo a otra, ya fuera simplemente porque la vida ha de
ir adelante, no hacia atrás, o porque la existencia ha de emprender nuevos
caminos donde encontrar otros sueños e ilusiones, otro futuro. En ese ambiente
de zozobra despierta otra etapa a partir del año 1496, cuando una pequeña
vecindad se acurruca en el entorno donde al poco se construye la primera ermita
bajo la advocación de Santa Catalina Mártir de Alejandría. Desde este germen
humano y muy lentamente, la vida se va expandiendo y ganando espacio a través
de caminos y senderos que acogen nuevas familias, que en el transcurrir del
tiempo formarían núcleos vecinales con personalidad propia.
A esos pequeños
enclaves vecinales queremos llegar con la crónica, intentando desgranar los
hitos históricos que nos ha permitido la investigación y el estudio, sabiendo
que en los tiempos aciagos quedaron muchos detalles rezagados. Pero no por ello
vacilamos en llevar al lector lo que ha deparado el acontecer de los tiempos
en cada uno de los parajes que con su ventura lograron formar comunidad. No
obstante, los viejos senderos de otro tiempo que fueron abandonados por la
evolución, perdieron el señuelo de tantas huellas y carriles trillados con el
ir y venir de lavanderas, labriegos, bestias y acarreos. Fueron caminos de
andar y desandar, con pena o felicidad; paisajes bucólicos y agrestes que la
modernidad ha transmutado en asfalto, cemento o granito, incluso borrando
servidumbres tradicionales que casi nadie recuerda, quizá por algunas personas
que sienten como se disuelve su memoria tratando de evocar sus mejores
tiempos.
La orografía
donde se sitúa esta narración es historia viva, aunque imposible conocer todos
los entresijos de las épocas lejanas que vivieron nuestros antecesores. Cuando
menos ponemos a disposición de la cultura el fruto de una investigación, la
más rigurosa y la más posible a tenor de las fuentes documentales que la sustentan.
No es nada fácil planear sobre las vidas perdidas, ni sobre los lugares que
antaño constituyeron sus hogares, sin embargo los archivos y datos encontrados
han sido lo suficientemente generosos como para desvelar a grandes y pequeños
rasgos la geografía física y humana de los distintos núcleos vecinales de las
medianías bajas de Tacoronte, antiguo asentamiento aborigen depositario de un
acontecer que no merece ser pasado por alto…”
El PRÓLOGO ES
de Rufino Pérez de Leceta Aguirre, Párroco entonces de San Juan Bautista
(Tacoronte):“…El conocer
la historia de nuestro pueblo o de nuestro barrio nos ayuda inevitablemente a
amar más nuestra tierra, a valorar esta geografía concreta donde nosotros
afrontamos el día a día y revivimos los recuerdos del pasado. Nos ayuda también
a valorar lo que nuestros antepasados, con tanto esfuerzo y fatiga, nos han
legado.
Esto me lleva
a agradecer a Nicolás Pérez García el esfuerzo que viene haciendo en estos
últimos años para ofrecemos la historia de nuestro pueblo de Tacoronte y, ahora
más en concreto, la historia de nuestro barrio de San Juan con todos los
rincones que se fueron vinculando al mismo, y más en particular, a esta ermita
o iglesia parroquial, hoy de San Juan. Como párroco de este pequeño templo, no
puedo menos que apreciar el esfuerzo y el trabajo que nos ha brindado nuestro
amigo Nicolás, para poder conocer mejor la historia y vicisitudes de este
templo y todo lo que en torno a él han vivido nuestros antepasados. Qué
maravilloso es releer y gozar con el recuerdo de lo que han sido estos barrios
que configuran el núcleo poblacional más importante de la medianía baja de
Tacoronte.
Los dos
patronos, San Antonio Abad, titular primero de esta ermita y San Juan Bautista,
titular actual de esta Parroquia, son los dos ejes en torno a los cuales se ha
configurado la mayor parte de la vida de nuestros antecesores y también en
estos momentos de la nuestra. Nos sentimos orgullosos de que haya sido
este nuestro templo el primero que se construyera en la comarca, sin menoscabo
del protagonismo que alcanzaron también Los Perales y San Jerónimo, ya que los
tres parajes formaban un todo, como muy bien señala el autor de este libro.
El ver
descrita maravillosamente la vida del campo de nuestros vecinos de esta zona y
cómo tuvieron que ir evolucionando de unos cultivos a otros como medio de
subsistencia, desde los cereales y la vid en los primeros tiempos hasta el
cultivo del tabaco, algodón, tomate y plátanos y pasando por la cochinilla,
nos hace comprender lo dura y sacrificada que tuvo que ser la vida de nuestros
familiares y vecinos en épocas pasadas y la capacidad e ingenio que tuvieron
para ir adaptándose a las necesidades que iban surgiendo, para poder ir afrontando
el futuro nada fácil de sus familias.
Les invito a
adentrarse en estas páginas, que seguro han de acoger con emoción, para gustar
y re gustar lo que ha sido la historia de este barrio de San Juan y de todos
sus rincones, tan íntimamente relacionados con él. Las fiestas tanto de San
Antonio, en relación con la bendición del ganado, como la de San Juan Bautista,
vinculada a las hogueras de la noche de San Juan, han propiciado que todos los
moradores de esta zona baja de Tacoronte se fueran congregando en tomo a su
templo. Es la crónica de lo que fueron nuestros ascendientes y de lo que con
tanto tesón y sacrificio nos legaron y que es necesario conocerla para que
apreciemos más esta herencia y nos comprometa a seguir escribiendo esta
historia en torno a San Juan, que a nuestros descendientes les tocará vivir y
sabrán valorar.
Me gustaría
evocar, antes de concluir este prólogo, que, sin merecerlo, ha querido
brindarme con tanta generosidad el autor de este libro, tal como él mismo lo
relata, al poeta Emeterio Gutiérrez Álbelo en una de las poesías que dedica al
barrio de San Juan: Ha dos años, Ermita, que a ti acudo / con el vivo fervor de
los romeros. / A ofrendarle el exvoto de mi alma, / moldeado en la cera
de mis versos. / Ermita de San Juan, barquilla anclada / sobre la pleamar
de los viñedos. / Nave de amor que en tu costado ostentas / el nombre
claro del Piloto inmenso. / Ermita de San Juan junto al camino, / la de amplia
nave y la del traje austero. / Ermita de San Juan, firme atalaya / de fuertes
muros y hondos basamentos. / Ermita de San Juan, barquilla anclada / sobre la
pleamar de los viñedos…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario