lunes, 4 de septiembre de 2017

TACORONTE - HISTORIA. BARRIO DE SAN JUAN Y MEDIANÍAS DE LA COSTA



Un libro del amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, el cual nos narra la historia de este popular Barrio tacorontero: “…La historia es un espejo donde la gente puede contemplar su pasado y su presente, un legado en el que reencontrarse con un tiempo que inexorablemente ha superado épocas y devorado existencias.
Sin embargo van quedando muchos recuerdos que se transmiten a las generaciones herederas; son esas reminiscencias que no se van de la memoria de cada uno porque marcaron las líneas divisorias de un acontecer, y que grabaron las huellas de una idiosincrasia apegada por la experiencia del vivir. Muchas noticias se pierden y otras no se olvidan del todo, y cuando se van escapando los mejores años, siempre permanece la remembranza que no envejece. Si cada momento que vivimos va engrosando un caudal histórico inagotable, todo lo que huye del presente no tiene por qué deshilacharse en pequeños olvidos para dormir en las penumbras del pasado. Por ello es de suma importancia no espe­rar más a que la historia se diluya en el curso del tiempo, antes al contrario dar a conocer el origen y la evolución del espacio en que vivimos para bien de la cultura y de la sociedad.
Pienso que toda esa historia que reposa en los anales del tiempo hay que hacerla revivir con la máxima intensidad para que no desvanezca, llanamente porque nuestra personalidad actual es parte de ella, receptora de las incontables secuencias que han forjado nuestra forma de ser. El ayer es un paradigma intocable del que nos podemos fiar siempre; y todavía más, es el modelo que nos permite corregir errores y emular lo bueno que nos legaron nuestros ante­cesores. Yo lo entiendo así.
La breve reflexión abre la puerta a un relato que intenta recu­perar el pulso de un tiempo que antaño comenzó a entretejer un acontecer interesante, pues así son todas las historias cuando los hechos expresan la realidad humana de un lugar, ya sea un caserío, barrio, pueblo o ciudad.
Recuerdos que nacen de la fragua familiar, del laboreo de la tierra, de la siega, la trilla y la criba, entre el dulce olor a vino, entre trigales y cultivos, entre aventuras de amor y desamor, entre la naturaleza física y existencial que se funde armo­nizando una sociedad nueva cada día, una sociedad que se debate en mil batallas cotidianas para sobrevivir con dignidad. Es la memoria que se graba en el alma y ahí se queda, en cada uno de esos lugares, en su tiempo y cronología, sintiendo latir el patriotismo de la tierra que fue nacencia y cimiento.
Considero importante y de todo punto necesario traer el pasado al presente. Y una vez hecho así, sería ingrato negarse a transmitir en lo posible los acontecimientos que acaecieron, muchos de ellos dignos de ser rememorados y traídos a la actualidad para engrosar nuestro bagaje cultural, aun cuando no podemos contar con las imágenes que quedaron incrustadas en las retinas de nuestros abuelos y bisabuelos, hoy ausentes, empero protagonistas de la sabiduría popular que transmitieron y heredamos. Todo ello por algo tan evidente como que el valor de la historia está en la impron­ta humana que se forja en el diario vivir, en la evolución de la socie­dad de toda época. Cuántas respuestas a tantas dudas permanecen camufladas en el paisaje, a veces muy cerca de donde pisamos asfalto o cemento en lo que era atajo o camino polvoriento para lle­gar más pronto a un lugar de otra parte.
Nuestros ascendientes tenían los pies en la tierra, lo único que les importaba, lo único que perduraba. Para ellos tierra cálida y enjundiosa, empapada con el sudor del esfuerzo, cuna de fértiles sembraduras y de amargos sinsabores. Todo por una poderosa razón: existir. Entonces vida con pocas alternativas, vida sencilla la de aquella existencia con pocos signos de cambio, entre terrenos paniegos y parras sarmentosas, observando cómo los campos de labrantío trepan hasta las medianías altas, o al lado contrario escru­tando la línea del horizonte desnudo tratando de ver lo imposible, recorriendo con la mirada el ancho mar que esconde otros mundos en un más allá ignorado y tantas veces soñado.
En las medianías bajas de Tacoronte se conserva el orgullo, medido orgullo del origen más lejano del pueblo, cuando toda la zona era centro neurálgico del gran poblado guanche perteneciente al menceyato de esta parte norte de la Isla, Menceyato de Tacoronte, primero bajo el mando del mencey Rumén, y por vía sucesoria de su hijo Acaymo, según la versión de antiguos historia­dores. Sobre los riscales que caen hasta los rompientes costeros habitó un pueblo indígena curtido y avezado, con excelente maña en la actividad pastoril cuidando nutridos hatos de ganado menor, principalmente cabrío. También aguerridos nativos que con arrojo y valentía defendieron esta tierra y desafiaron con denuedo las ape­tencias de conquistadores ambiciosos. El extenso menceyato de Tacoronte acabó sus días en el ocaso del siglo XV para dar paso a otra historia muy distinta. Y ya se sabe, los saqueadores siempre se quedan con el botín.
Hace más de cinco siglos, ahogado el fragor de la última batalla, la historia despuntó con una realidad diferente, triste rea­lidad que acabó con el rastro de una cultura ancestral para dar comienzo a otra, ya fuera simplemente porque la vida ha de ir ade­lante, no hacia atrás, o porque la existencia ha de emprender nue­vos caminos donde encontrar otros sueños e ilusiones, otro futuro. En ese ambiente de zozobra despierta otra etapa a partir del año 1496, cuando una pequeña vecindad se acurruca en el entorno donde al poco se construye la primera ermita bajo la advocación de Santa Catalina Mártir de Alejandría. Desde este germen huma­no y muy lentamente, la vida se va expandiendo y ganando espa­cio a través de caminos y senderos que acogen nuevas familias, que en el transcurrir del tiempo formarían núcleos vecinales con personalidad propia.
A esos pequeños enclaves vecinales queremos llegar con la crónica, intentando desgranar los hitos históricos que nos ha per­mitido la investigación y el estudio, sabiendo que en los tiempos aciagos quedaron muchos detalles rezagados. Pero no por ello vaci­lamos en llevar al lector lo que ha deparado el acontecer de los tiempos en cada uno de los parajes que con su ventura lograron for­mar comunidad. No obstante, los viejos senderos de otro tiempo que fueron abandonados por la evolución, perdieron el señuelo de tantas huellas y carriles trillados con el ir y venir de lavanderas, labriegos, bestias y acarreos. Fueron caminos de andar y desandar, con pena o felicidad; paisajes bucólicos y agrestes que la moderni­dad ha transmutado en asfalto, cemento o granito, incluso borrando servidumbres tradicionales que casi nadie recuerda, quizá por algunas personas que sienten como se disuelve su memoria tratan­do de evocar sus mejores tiempos.
La orografía donde se sitúa esta narración es historia viva, aunque imposible conocer todos los entresijos de las épocas lejanas que vivieron nuestros antecesores. Cuando menos ponemos a dis­posición de la cultura el fruto de una investigación, la más riguro­sa y la más posible a tenor de las fuentes documentales que la sus­tentan. No es nada fácil planear sobre las vidas perdidas, ni sobre los lugares que antaño constituyeron sus hogares, sin embargo los archivos y datos encontrados han sido lo suficientemente genero­sos como para desvelar a grandes y pequeños rasgos la geografía física y humana de los distintos núcleos vecinales de las medianías bajas de Tacoronte, antiguo asentamiento aborigen depositario de un acontecer que no merece ser pasado por alto…”
El PRÓLOGO ES de Rufino Pérez de Leceta Aguirre, Párroco entonces de San Juan Bautista (Tacoronte):“…El conocer la historia de nuestro pueblo o de nuestro barrio nos ayuda inevitablemente a amar más nuestra tierra, a valorar esta geografía concreta donde nosotros afrontamos el día a día y revivimos los recuerdos del pasado. Nos ayuda también a valorar lo que nuestros antepasados, con tanto esfuerzo y fatiga, nos han legado.
Esto me lleva a agradecer a Nicolás Pérez García el esfuer­zo que viene haciendo en estos últimos años para ofrecemos la historia de nuestro pueblo de Tacoronte y, ahora más en concreto, la historia de nuestro barrio de San Juan con todos los rincones que se fueron vinculando al mismo, y más en particular, a esta ermita o iglesia parroquial, hoy de San Juan. Como párroco de este pequeño templo, no puedo menos que apreciar el esfuerzo y el trabajo que nos ha brindado nuestro amigo Nicolás, para poder conocer mejor la historia y vicisitudes de este templo y todo lo que en torno a él han vivido nuestros antepasados. Qué maravilloso es releer y gozar con el recuerdo de lo que han sido estos barrios que configuran el núcleo poblacional más importante de la medianía baja de Tacoronte.                                                                          
Los dos patronos, San Antonio Abad, titular primero de esta ermita y San Juan Bautista, titular actual de esta Parroquia, son los dos ejes en torno a los cuales se ha configurado la mayor parte de la vida de nuestros antecesores y también en estos momentos de la  nuestra. Nos sentimos orgullosos de que haya sido este nuestro templo el primero que se construyera en la comarca, sin menoscabo del protagonismo que alcanzaron también Los Perales y San Jerónimo, ya que los tres parajes formaban un todo, como muy bien señala el autor de este libro.
El ver descrita maravillosamente la vida del campo de nues­tros vecinos de esta zona y cómo tuvieron que ir evolucionando de unos cultivos a otros como medio de subsistencia, desde los cerea­les y la vid en los primeros tiempos hasta el cultivo del tabaco, algo­dón, tomate y plátanos y pasando por la cochinilla, nos hace com­prender lo dura y sacrificada que tuvo que ser la vida de nuestros familiares y vecinos en épocas pasadas y la capacidad e ingenio que tuvieron para ir adaptándose a las necesidades que iban surgiendo, para poder ir afrontando el futuro nada fácil de sus familias.
Les invito a adentrarse en estas páginas, que seguro han de acoger con emoción, para gustar y re gustar lo que ha sido la histo­ria de este barrio de San Juan y de todos sus rincones, tan íntima­mente relacionados con él. Las fiestas tanto de San Antonio, en relación con la bendición del ganado, como la de San Juan Bautista, vinculada a las hogueras de la noche de San Juan, han propiciado que todos los moradores de esta zona baja de Tacoronte se fueran congregando en tomo a su templo. Es la crónica de lo que fueron nuestros ascendientes y de lo que con tanto tesón y sacrificio nos legaron y que es necesario conocerla para que apreciemos más esta herencia y nos comprometa a seguir escribiendo esta historia en torno a San Juan, que a nuestros descendientes les tocará vivir y sabrán valorar.
Me gustaría evocar, antes de concluir este prólogo, que, sin merecerlo, ha querido brindarme con tanta generosidad el autor de este libro, tal como él mismo lo relata, al poeta Emeterio Gutiérrez Álbelo en una de las poesías que dedica al barrio de San Juan: Ha dos años, Ermita, que a ti acudo / con el vivo fervor de los romeros. /  A ofrendarle el exvoto de mi alma, / moldeado en la cera de mis versos. / Ermita de San Juan, barquilla anclada /  sobre la pleamar de los viñedos. /  Nave de amor que en tu costado ostentas / el nombre claro del Piloto inmenso. / Ermita de San Juan junto al camino, / la de amplia nave y la del traje austero. / Ermita de San Juan, firme atalaya / de fuertes muros y hondos basamentos. / Ermita de San Juan, barquilla anclada / sobre la pleamar de los viñedos…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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