El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava;
EVARISTO FUENTES MELIÁN “ESPECTADOR”, remitió entonces (09/03/2019), estas
notas que tituló; “MÁSCARAS Y SOSTENES”: “…Que el Carnaval se ha desmejorado al
organizarse concienzuda y ruidosamente, es cosa sabida por la gran mayoría de
habitantes del orbe mundial. La mascarita que estuvo
entrando cada año a lo largo de varias décadas, mediados del siglo XX, en la
casa de un familiar mío, no se volverá a repetir nunca jamás. ¡Eso
sí que eran máscaras y no las de ahora! Conocía detalles muy íntimos de la
familia, pero nunca se supo quién coño era.
Se ha desmitificado
la esencia del Carnaval, por muchas murgas y comparsas que quieran ponerle. Las
máscaras fueron prohibidas en los primeros años de posguerra y más tarde
paulatinamente consintiéndose, pero bajo el nombre enmascarado de Fiestas de
Invierno.
Y no podemos
olvidar lo del aspecto sexual: antes, para ligar con una máscara (léase
sobajeo), tenías que ir a salas de bailes famosos; en cada localidad tinerfeña
había una, empezando por el Parque Recreativo de Santa Cruz, que se llamaba
popularmente Parque Restregativo…Y
en los pueblos también los había, por ejemplo: el cine Olympia, convertido en
sala de baile, en el Puerto, y el cine Atlante (q.e.p.d.) en La Orotava. Lo de
la libertad sexual ha cambiado desde la prohibición pacata y cursi al polo
opuesto de la permisividad total.
No se lo creerán
ustedes, queridos lectores, pero al salir muy temprano a la calle este último
lunes de carnaval, observé en la acera de la avenida principal
portuense, un sostén femenino color negro azabache. Es de suponer –con mi
imaginación calenturienta de viejo más que verde---que la fémina de marras se
desvistió, hizo el acto sexual con su novio y luego, en medio de un
emporretamiento mayor que el edificio Belair, salió tan fresca, avenida
adelante, olvidándose de su pieza íntima.
Aquí me quedo. Pero
quiero terminar con una anécdota: ojeando y hojeando rápidamente la prensa del
día, me encuentro una foto con cuatro mujeres vestidas de riguroso luto; en
principio creí que eran cuatro llorosas viudas del miércoles de Ceniza, día del
entierro de la sardina. Pero, al fijarme bien en la foto, me llevé una ingrata
sorpresa: eran cuatro mujeres en Arabia Saudita, vestidas de negro hasta la
coronilla, paseando ¿alegremente? por una calle de su localidad.
Epílogo: no les
queda nada a esas mujeres árabes con el rostro tapado, para llegar a poder
dejar olvidado su sujetador interior en medio de la calle. Cien años, por lo
menos…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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