La amiga desde la infancia y compañera de
docencia de la Villa de La Orotava,: HERMINIA GONZÁLEZ MÉNDEZ, remitió entonces
(31/03/2019) estas notas que tituló; “PREGÓN DE SEMANA SANTA 2019”: “…Señor Vicario Episcopal para la Vicaría
del Norte de Tenerife y Párroco de Nuestra Señora de la Concepción y San Isidro
Labrador
Señor Vicearcipreste de la Orotava en funciones
Sacerdotes de las diferentes parroquias de nuestro
pueblo
Comunidades religiosas
Señor Alcalde y miembros de la Corporación Municipal
Presidentes y juntas de gobierno de las distintas
Cofradías y Hermandades de La Orotava
Señoras, señores...
Es para mí un honor estar hoy aquí, ante ustedes, con
la gran responsabilidad de ofrecer el pregón que abre la Semana Santa de la
Orotava. Recuerdo aún aquel segundo paralizante, donde después de preguntarme
si quería hacer el Pregón, de mi voz sin dudarlo, salió un sí. Mi vida
cotidiana, mis días y noches cambiaron desde ese instante, hace poco más de
unos meses. En mi cabeza sólo rondaba el por qué dije que sí, me preocupaba no
tener palabras para describir una nueva representación de nuestra Semana Santa
Villera. Pero en mi corazón sólo existía el deseo de que algo mágico y poderoso
dejara que brotara de mi ser y fluyera todo, todo lo que durante mi vida he
vivido, aprendido y he compartido desde la fe y el amor por nuestra comunidad
religiosa. Y es que, en mi vida, la presencia de la Virgen María siempre me ha
acompañado en sus diferentes formas.
Estudié en la Concepción y la Milagrosa para finalmente
desempeñar mi profesión y vocación de maestra durante 41 años en el Colegio
Salesiano. Así, mi devoción por María Auxiliadora hizo que cada vez más, creciera
en mí el deseo de dedicar buena parte de mi tiempo a estar más cerca de las
actividades y cultos religiosos. Pronto vi que formaba parte de algunas de las
Hermandades de la Villa.
Ya se me notaba mi veneración hacia la Virgen cuando
después de mucho oírme hablar de ella, mis alumnos preguntaban por “tantas
Marías” y les decía: “es como tu mamá, es la misma, pero con diferentes
trajes”.
Y es así como empecé a escribir este pregón al que
llamo “María, mi inspiración”
Como dice el Papa Francisco:
“María era una joven de Nazaret, no salía en las redes
sociales de la época, y no era una “influencer”, como se dice hoy día a
aquellas personas que influyen fuertemente en otros, pero sin quererlo ni
buscarlo, se convirtió en la mujer que más influyó en la historia”.
El gran Padre y Doctor de la Iglesia, San Ambrosio,
dice de la Virgen María "Era de alma prudente y corazón blando y humilde,
grave y parca en el hablar, aficionada a lecturas santas, modesta en sus
palabras, muy atenta a lo que hacía, y buscando en todo siempre agradar a Dios
y no a los hombres.
El Vaticano II pone de manifiesto en sus textos la
actitud de María, actitud de fe y confianza aceptando la palabra de Dios,
actitud de disponibilidad y de amor abrazando la voluntad salvífica de Dios y
actitud de obediencia y humildad, sirviendo al misterio de la Redención.
Se deduce de todo esto que María no es el centro de la salvación,
pero está en el centro. No se colocó a sí misma, ni la colocaron los hombres,
sino fue Dios quien la puso para acompañar a su Hijo en su obra redentora.
Desde el corazón de María y llevados de su mano vamos a
mirar a Jesús en los momentos duros y difíciles de su Pasión y Muerte, de una
manera excepcional y única en esta Semana Santa de la Orotava, llena de
tradición y devoción, haciendo un recorrido por cada paso de la Virgen
acompañando a su Hijo por nuestras calles preparadas para la ocasión. No puedo
dejar de resaltar el esmerado cuidado con el que las Hermandades y Cofradías
tratan cada día la organización de los actos y su esfuerzo amoroso cargando y
acompañando a cada Paso desde las salidas de los templos hasta su regreso. Todo
engrandecido del fervor de los vecinos y visitantes, que con su paciente
caminar y esperas en las esquinas, miran y admiran tanta belleza. Belleza no sólo
por el valor histórico y artístico de todas las esculturas que se muestran en
nuestra Semana Santa, sino algo mucho más importante y profundo, por la fe
depositada en cada una de estas representaciones de la Pasión de nuestro Señor.
Al ritmo de bandas de música, el fuerte y a la vez
silencioso sonido de cornetas y tambores, vemos como cada año desfilan
ordenadamente detrás de nuestras imágenes la Comunidad Eclesiástica, las
autoridades, arropados por las hermandades, para cerrar después de las
agrupaciones de música, un gran número de fieles.
Comienza la Semana Santa, esta Semana Santa que deseo
describir a través de los ojos, el corazón, el sentir de María. María Madre.
María experimentó en sí misma la misericordia de Dios
para con Ella, desde el momento de su concepción hasta ser Madre Terrenal del
Hijo del Padre, así lo proclama el Magníficat, cuando en la visitación a su
prima Isabel lleva en su seno a Jesús, primer tabernáculo de la historia:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi Espíritu en Dios, mi Salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava,
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
Su nombre es Santo, y su misericordia llega a sus
fieles
de generación en generación...”
Y sí, “desde ahora me felicitarán todas las
generaciones”, fue un preludio, una anticipación de María viendo que su mensaje
perduraría en el tiempo, que lejos de apagarse se mantuviera vivo a través de la
devoción y la fe en la palabra de Nuestro Señor.
Estamos en tiempos contradictorios de creencias, de
desesperación, de sufrimiento en todo el mundo. Cada día vemos como miles y
miles de personas se enfrentan a los avatares de la vida. Si nos fijamos un
poco en cada uno de esos relatos de vidas rotas, en la mayoría de ellos se oye
una plegaria a María o a aquella María que con fervor vive en el corazón del
que sufre. Es así como sigue vivo el mensaje de Nuestra Madre, rodeando todo el
mundo. Porque hasta el que menos cree, en momentos difíciles y seguro que, en
silencio, aclama a nuestra Señora para rogar como ella lo hizo, y saber cómo
soportar momentos de desesperación.
María estuvo totalmente volcada en Jesús, su hijo
amado. Llegó el momento de su Pasión y Muerte, allí estaba Ella. De su mano, a
las puertas de la Semana Santa Villera, contemplamos los últimos momentos de la
vida de Jesucristo. Vamos a recorrer con Ella, este camino doloroso hasta el
sepulcro. Bien sabe la Virgen María cuánto ha costado nuestra redención, hemos
sido redimidos a precio de la Sangre y de la Muerte de su Hijo. Todo lo que
vamos a vivir es una historia de amor para el perdón de los pecados.
Así, María, en ese viernes de Dolores saliendo de la
Iglesia de San Agustín, en una procesión corta, pero solemne y de mucho
recogimiento, nos confía una hermosa misión: volvernos a los hermanos más
pequeños, a los desesperados, a los pobres, a los oprimidos, a los que no ven,
a los que reniegan... y María nos dice que la Casa del Padre, la Casa de Dios
está abierta para todos nosotros, sus hijos, que tengamos una actitud acogedora
a su misericordia.
Inmersos ya en nuestra Semana Santa, después de una
mañana casi siempre soleada, donde María está de espectadora de las actividades
de Jesús en su visita a los templos, empezando a vivir la angustia de lo que pronto
va a suceder, llega la tarde del domingo de Ramos y María sí acompaña a su Hijo
en la oración de Getsemaní.
Lo revivimos cuando la procesión sale lentamente del
templo de San Francisco, con gran dificultad por la estrechez del umbral de la
puerta. En el rostro de Jesús se aprecia el terrible trance por el que pasará:
traición, sangre, soledad... de ahí su oración al Padre: “si no es posible evitar
que yo sufra esta prueba, hágase tu voluntad”. Y María con su corazón
traspasado de dolor, le sigue.
¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar a
Pedro, Juan, Santiago y los demás apóstoles las palabras de la Última Cena:
“Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros”? Aquel cuerpo entregado como
sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo
concebido en su seno!
En un poema de Simón Abadía se describe esta escena:
“En una noche sonaron
Cerca de Getsemaní,
Lamentos de cobre y plata
En la tribu de Leví.
Son los olivos testigos,
De tu sangre carmesí,
Donde el dolor se hace negro
En manos del alguacil.
Treinta monedas de plata,
O treinta maravedí,
Viene la turba encendida
Por el viejo sanedrín.
Por tu frente brota sangre
Que no es agua de alhelí
Solo te ves en tierra
Con corona de organdí.
Ya están cerrados los cielos
Por un solo querubín,
Los olivos están tristes
Son los de Getsemaní [...]”
Cogemos de nuevo la mano de María en la Iglesia de San
Agustín, para revivir el momento en que Jesús, al que le han quitado las
vestiduras, está esperando que lo crucifiquen. En silencio, con paciencia
infinita, humillado, ultrajado, insultado... Lo contempla María, con ojos
enrojecidos y el acero frio y desgarrado de una espada atravesando su pecho,
como símbolo de su pena.
“Cuantos hombres y mujeres hoy, se pueden sentir
identificados con este dolor ante la pérdida injusta de un ser querido”.
Aquí tienen al Hombre, dice Pilato, y se lava las manos
para indicar así, que él no tiene la culpa de lo que van a hacer con Jesús y lo
entrega para que lo crucifiquen. Pilato condena a un inocente para conseguir la
paz, para no alborotar a la ciudad. ¡Qué injusticia! Cuanta similitud con mucho
de lo que pasa hoy día.
Jesús, así presentado, maltratado, es la imagen viva de
lo que es nuestro mundo cuando le da la espalda a Dios, pero también es imagen
de esperanza porque Dios está del lado de los que sufren.
Pasan los primeros días de la Pasión y siguen las imágenes
de nuestra Semana Santa llenando las calles frías, silenciosas, con el subir y
bajar de gente deseosa de coger el mejor sitio para poder ver a su virgen o
santo preferido, aquella imagen que más inspiración le ha dado en su vida,
aquella en la que ha depositado la fe y la esperanza, aquella que le ha ayudado
en los momentos más difíciles o le ha acompañado en los más alegres.
Con este sentir llega el Jueves Santo marcando el
inicio del período más importante de ésta Semana, el Triduo Pascual, el más
repleto de acontecimientos, celebrándose desde la Misa vespertina del jueves en
la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección. Un tiempo para rememorar los tres días más
importantes del cristianismo donde Jesús en su pasión y muerte nos eximió de
culpa y dio la vida por medio de su resurrección.
Ahí está María, en silencio, con dolor, sabiendo que
todo lo que su Hijo está viviendo es por amor.
En este momento quiero recordar el Himno del Jueves
Santo del Papa Francisco, que simboliza el momento cumbre de tan solemne acto.
En la cena del Cordero
Y habiendo ya cenado,
Acabada la figura,
Comenzó lo figurado.
Por mostrar Dios a los suyos
Cómo está de amor llagado,
Todas las mercedes juntas
En una las ha cifrado.
Pan y vino material
En sus manos ha tomado
Y, en lugar de pan y vino,
Cuerpo y sangre les ha dado.
Si un bocado nos dio muerte,
La vida se da en bocado;
Si el pecado dio el veneno,
El remedio Dios lo ha dado.
Haga fiesta el cielo y tierra
Y alégrese lo criado,
Pues Dios, no cabiendo en ello,
En mi alma se ha encerrado.”
Mientras, en la misa, bajo la atenta mirada de la
imagen de la Virgen, se pone en escena el Lavatorio de los pies tal como lo
hizo Jesús a sus apóstoles. Una manifestación de amor sin límites al ser éste
un oficio reservado sólo a los esclavos. “Que orgullosa debía estar María
viendo a su hijo humilde, cercano a la gente”. El rostro de Jesús, reflejado en
el agua sucia de la palangana, es el rostro del que se despoja de su rango y se
convierte voluntariamente en el esclavo de todos y dará su vida por nosotros.
Al término de la misa se reserva el Santísimo para la
comunión del día siguiente en un lugar preparado para ello, el Monumento. Se
adora a Jesús durante toda la noche obedeciendo su petición: “quédense aquí y
velen conmigo”. En silencio, sin bendición, ni despedida, se acaba la
celebración. Las hermandades se turnan para acompañar al Santísimo,
arrodillados, sintiendo con sus rezos y lecturas cada segundo de su dedicación
al recogimiento más íntimo, cansados sus pies de tanto caminar, pero deseosos
de cumplir con ese compromiso.
Mientras tanto, avanza por la nave central de la
parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, Jesús Crucificado en la procesión
del Mandato. María lo acompaña. De nuevo María, haciéndonos recordar la frase
de Juan: “Les voy a dar un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros
como yo los he amado”, mira a Cristo crucificado y aunque Él se siente
abandonado diciendo “Padre, ¿por qué me ha abandonado?” descubre ahí el amor
infinito y misericordioso de Dios. No es derrota sino triunfo de la vida y el
amor, y María Dolorosa con una mano en su pecho roto por el dolor, nos tiende
la mano como sus hijos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”
“Dame tu mano, María,
La de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
En esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
Tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
Quiero ver si se retrata
Esa lividez de plata,
Esa lágrima que brilla [...]
Transcurre la procesión, por las adoquinadas calles de
la Villa, con gran solemnidad. Mujeres, hombres y niños acompañan por las
aceras a la comitiva procesional. Casi siempre bajo un cielo gris que despide
el ultimo rayo del atardecer, llega la noche y con ella el frio. En las caras
de la gente se reflejan inmensos mensajes de admiración, pasión, fervor,
curiosidad y a saber cuantas cosas pasan por el pensamiento de cada uno de nosotros,
pero y ¿qué estará pensando María? Tal vez está en cada uno de nosotros el dar
respuesta a estos pensamientos. Quien no ha mirado fijamente los ojos de la
Dolorosa en algún momento de su recorrido o en aquellos momentos de paradas
silenciosas, donde la mirada de la Virgen dice aquello que justamente
necesitamos oír. Una mirada viva que llega al alma, una mirada de aliento que
hace pensar hasta al que más dudas puede sentir. ¿Puede ser este ese
pensamiento de María, darnos aquello que necesitamos a través de su acogedora y
tierna mirada? Unos hemos encontrado la fe, otros la esperanza e incluso
algunos empiezan a descubrir nuevamente la fe perdida. María Madre, acogedora y
siempre atenta ante el dolor.
“...Déjame que te restañe
Ese llanto cristalino
Y a la vera del camino
Permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
La orla negra de tu manto
A los pies del árbol santo
Donde tu fruto se muestra
Capitana de la angustia:
No quiero que sufras tanto [...]”
Sin perder mucho tiempo, dejamos el templo de la
Concepción y encaminamos nuestros pasos hacia el pendiente callejón de Altavista.
Hay que cogerlo con paciencia y con cuidado, ya que el tacón puede meterse en
algún agujero. Llegamos a casa de Carmen, es ya tradición. Nos reunimos la
familia y amigos, un buen grupo y por turnos, pues no cabemos todos a la vez. Vamos
cenando esa sopa de arroz y mariscos que ha preparado con cariño Jorge...
“picantita” para él.
“¡Rápido, rápido, queda poco tiempo!... ¡No, no, aún no
se oyen tambores!”
Un hecho familiar que se repite en muchos hogares,
recogidos y preparados para la ocasión, sin más alarde que el de reponer fuerza
para continuar con devoción y pasión los recorridos de la siguiente procesión.
Llega la gran noche, aquella que según dice una copla:
“La noche del Jueves Santo
Brilla más clara la luna
Para alumbrar el camino
Al Cristo de la Columna.”
Nos apresuramos para llegar a la plaza de San Juan, que
ya está abarrotada. Dos largas filas de hermanos colocados a los bordes de las
aceras empiezan a desfilar calle abajo. Estandarte, Cruz de guía, manga y
ciriales... la gente habla en voz baja... van saliendo también muy lentamente
la Magdalena, San Juan... se aproxima Jesús atado a la columna, con su mirada
baja, después de padecer todas las humillaciones escuchadas. Detrás María, haciéndonos
sentir ese dolor que se refleja en su rostro. María ha querido llegar hasta el
final en los sufrimientos de Jesús, no rechazó la espada que había anunciado
Simeón: “una espada de dolor te atravesará el alma”.
Los latigazos sobre el cuerpo de su hijo, flagela el
alma de María. Ante esto calla, es la voluntad de Dios. Esa mirada al cielo con
el corazón sangrante y desgarrado, repite una vez más: “Hágase Tú voluntad”.
Poco a poco se va haciendo el silencio, y parece que todo se para, hasta la
respiración. Sólo retumban los tambores en la noche cerrada, en una noche
triste de amargura contagiada y se escucha una copla de malagueñas, ahogando el
suspiro de almas esperanzadas.
“Atado en una columna
La multitud te miraba
Y tu madre silenciosa
con lágrimas en los ojos
Con dolor te contemplaba.”
Al toque de trompeta firme y sonora, continúa la
procesión desfilando ordenada por la pendiente calle León. Los hermanos de las
cofradías cuidan cada paso con esmero, tratando que nuestros Jesús y María,
sigan su camino pausado hasta la Plaza del Ayuntamiento. Es un movimiento de
gente por los callejones y calles aledañas para ocupar un sitio en la plaza. Allí
es el punto de encuentro de algunos familiares, que desde niños siguen la
tradición de ser ahora los que suben a sus hijos pequeños a la baranda para ver
la entrada de tan solemne procesión. ¡Qué emoción se siente cuando a paso muy
lento, suben Jesús y María a la plaza y se escucha el “Adiós a la Vida” de
Puccini, interpretada por la banda de música de nuestra Villa! ¡Qué
sobrecogedor momento!
Por la mente de María pasarán tantos recuerdos:
Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén, la muerte de su
esposo José...Por nuestra mente también pasarán recuerdos de muchas Semanas
Santas compartiendo la fe.
Los cantos, los honores, el esperado Sermón en el
balcón del salón del Ayuntamiento, desde donde se puede divisar la multitud de
fieles a esta Santa Noche. Suele ser siempre una noche de frio, incluso de
temor a que pueda caer la lluvia y tener que agilizar los pasos por las calles
pendientes de San Francisco hasta San Juan.
Pero la fe hace presencia y responde el tiempo a las plegarias de tantos
creyentes y el tiempo se comporta y es entonces cuando se volverán a escuchar las
preciosas y sentidas coplas de malagueñas.
Con mucho cansancio, pero con mucho ánimo en el corazón,
nos preparamos para recibir la mañana del Viernes Santo.
Muy temprano acudimos a acompañar a nuestro Padre Jesús
Nazareno. Esta vez en la parroquia de Santo Domingo. La noche anterior fue
larga y de grandes acontecimientos, se nota en las caras de todos. Aun así,
hemos sido puntuales para la procesión del Encuentro. Una escenificación de
esos momentos tan tremendos de la pasión de Jesús, condenado a muerte por
Pilato, teniendo que cargar el madero en el que van a colgar su cuerpo ya
destrozado. Alguien le ayuda...
“...Sobrelleva la cruz de su agonía
Descarnando sus pies en la andadura.
Sube por el sendero, con dulzura,
A cumplir la sagrada profecía.
Cargado con la cruz de salvación
Camina el redentor, desamparado,
Es el justo, por odio condenado
A morir, acusado de traición.
Cae tres veces, cansado, el galileo.
Arguyen que no llegará al Calvario.
Para cargar la cruz, feliz gregario,
Eligen a Simón, el cirineo [...]”
Su Madre está ahí, le sigue en silencio con las manos
juntas, parece pedirnos ayuda, su rostro refleja ese enorme dolor al ver a su
Hijo. El momento se acerca y Ella sabe que está unida a Jesús, pero que se
somete a sí misma en obediencia, haciendo entrega de su hijo en la Cruz para
redención de la humanidad y desde ese instante, queda convertida en Madre de la
Iglesia.
“...Te han taladrado siete espadas,
Sus dobles filos te han herido,
Fueron las penas anunciadas
Que en un principio has asumido [...]”
Cuando ya ha salido tímidamente el sol, todo está
dispuesto para iniciar el difícil camino del Nazareno. Un camino que se divide en dos para acoger
los pasos de la Verónica, la Magdalena, San Juan y la Dolorosa, subiendo por la
“calle del Agua”, doloridos, extasiados, ansiosos hasta la Concepción, mientras
que Jesús Nazareno, con su Cruz ayudado por Simón, y entregado a su causa, avanza
por la calle Viera hasta la Plaza de Casañas. Es en esta plaza donde tiene
lugar el Encuentro.
Mucha gente madruga, se arremolinan buscando el mejor
sitio para ver lo que se va a representar.
Es la evocación de la cuarta estación del Vía Crucis:
“Jesús encuentra a su Madre”
“…Por el rastro de la sangre venía
llorando el alba,
del mejor sol de justicia,
María Virgen sagrada,
pues San Juan le dio el
aviso del modo que le trataban.
Por el medio de las tropas
aquella paloma blanca,
aquella hermosa azucena,
aquella luna eclipsada
y encontróse con su hijo y
el dolor la traspasaba.
Con el corazón le dice:
-Hijo, ¿cómo no me hablas?
Mi bien, ya no me conoces,
mírame rosa temprana tu
madre soy ¡Jesús mío!
Vesme aquí desamparada,
afligida más que todo
sin hallar alivio en nada.
Y con este sentimiento, fue
siguiendo las pisadas,
del hijo la tierna madre,
que fue primición divina
que todos lo veneraban […]”
Qué desolación siente María cuando experimenta el
abandono de los discípulos a los que tanto quería. Sólo Juan, roto de
sufrimiento al ver a su Maestro, retrocede con estupor para ir al encuentro de
la Madre. Se produce lo que todos estaban esperando. Juan corre al encuentro de
María. Juan el discípulo amado está a su lado para consolarla después de una
rápida carrera por los adoquines inquietantes y resbaladizos para los cofrades,
que tiene como reto cada año, hacer que San Juan llegue lo antes posible a dar
ese consuelo a María, y él, también la toma de la mano, para llegar juntos ante
Jesús. En la plaza de Casañas y entre los jardines y las estrechas calles que
se cruzan, los fieles sienten en su corazón con emoción contenida, la
sensibilidad que Juan está mostrando por María y por Jesús. Llega el momento en
el que esa Madre encuentra a su Hijo.
Silencio, pausa y hasta alguna lágrima corre por alguna
mejilla de madres y padres que recuerdan también momentos de sus vidas donde
han tenido que acompañar a sus hijos en situaciones difíciles.
“... ¿Dónde está ya el mediodía
Luminoso en que Gabriel
Desde el marco del dintel
Te saludó: -Ave María?
Virgen ya de la agonía,
Tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
Ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario
Cítame en Getsemaní [...]”
Siguen los hermanos haciendo sus velas en el Monumento,
mientras escuchan la banda de música con sus lánguidos compases.
Movimiento de gente de un lado a otro, en una mañana
que se hace corta para hacer el desayuno y caminar calle abajo, curiosamente la
calle del Calvario, que en este día toma mayor sentido al acoger la procesión
que desde el pequeño Santuario del Cristo se encaminará sobre el medio día a la
Parroquia de la Concepción. Qué singular que de una Ermita tan pequeña salgan
cinco tronos: Nicodemo, José de Arimatea, San Juan, la Magdalena y María con su
Hijo, cogiéndolo con gran pena y resignación en sus manos. Qué recogimiento y
pasión se muestra en el caminar de los cofrades que se van turnando para cargar
una vez más estas imágenes, llegando a la Concepción y regresar de nuevo al
Santuario, bajo la mirada perdida de María, quizás pensando en ese momento en
el que Jesús pronuncia esta frase: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!”
¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los
pocos discípulos que quedan lo bajan de la Cruz?
En esos instantes el dolor y la fe se funden.
“... Desenclavan a tu Hijo.
Presurosa te lanzas y le abrazas.
Su rigidez helada te conmueve,
Te haces llama,
Se subleva el volcán de tu dulzura
Y el fuego por tus besos se derrama.
Apoyada tu frente en sus cabellos
Gimes la última nana [...]”
Jesús en el regazo de María. Está muerto. ¡Qué fuerte
es María!, ha sostenido en sus brazos el peso de un Dios vivo y el peso de un
Dios muerto: Jesús, su Hijo.
Ya bajamos la calle Calvario, se acerca la hora nona,
hora en la que Jesús muere, las tres de la tarde, estamos muy cerca del
santuario del Cristo, las velas han alumbrado el recorrido a María sin
apagarse, como la llama de su fe, que no se extinguió y siguió encendida y
luminosa.
Regresamos a casa para reponer fuerzas, tenemos que
darnos prisa porque comienzan los cultos del Viernes Santo, segundo día del
Triduo Pascual.
Tarde triste en San Juan del Farrobo. Sobre las 7 de la
tarde, los últimos rayos de sol detrás de la palmera parecen decir: “todo se ha
cumplido”. María Madre, entierra a su Hijo. Ya no tiene lágrimas que derramar.
Un dolor inmenso imposible de describir, atraviesa su pecho. Sin decir nada,
cojámonos de la mano de María y acompañémosla en tan tremendo trance.
Sale el cortejo procesional: asisten todas las
hermandades de la Villa, con sus respectivos estandartes, las mangas y ciriales
de las parroquias. Santos varones, la Magdalena, San Juan, y en el momento de
la salida del Señor muerto y la Dolorosa, las cornetas interpretan “el toque de
Oración”.
Van calle abajo, poco a poco atravesando todo el centro
de la Villa y regresando, ya en plena noche, al lugar del que salimos, San
Juan. La empinada calle de Los Tostones se hace interminable para los
cargadores, un esfuerzo más y llegamos.
La Iglesia está abarrotada, parece no caber nadie más,
niños sobre los bancos, a hombros de sus padres... una gran expectación... “¡Ya
llegan los estandartes!... dice una señora a mi lado, repitiéndose así una
tradicional señal para que las personas que están esperando la llegada de la
procesión guarden silencio.
Las imágenes van entrando y colocándose alrededor de la
tumba donde se depositará el cuerpo de Jesús.
Todos están expectantes, Jesús y María entran al compás
de Tosca. Si ya se había hecho el silencio, en este momento aún se hace más,
podría decirse que se puede tocar. Las notas de Tosca vuelven a sonar. El rostro
de María, sus manos, su mirada clavada en el cuerpo yacente de su Hijo, hace
que un profundo sentimiento de pesar aflore en nuestros ojos, en nuestra piel...
Con un fuerte golpe al cerrar el sepulcro es imposible
dejar de sentir que el corazón se encoje. Se encoje irremediablemente ante la pérdida,
el vacío que nos deja en ese instante pero que se verá más tarde reconfortado
con la resurrección.
El templo, en el que minutos antes no cabía un alma, se
va despejando poco a poco. Mientras, esperamos a María en su soledad... la
soledad, una de las penas más profundas de los seres humanos. ¡Qué dura la
soledad de María! De Ella podemos aprender como con resignación afrontó este
trance.
En estas horas tan tristes, seguimos a María desde San
Juan hasta la Ermita de la Piedad en la procesión del Retiro.
De regreso a casa, después de tantos acontecimientos
vividos, aún nos queda la procesión de la Soledad en la Parroquia de la
Concepción. Se han apagado las luces de las farolas, y con un sigilo inmenso, se
camina un pequeño recorrido a la luz sólo de las velas, en manos de hombres y
mujeres, con riguroso luto y pesar.
En palabras de Juan Pablo II,
Después de que Jesús es colocado en el sepulcro,
María es la única que mantiene
viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y
sorprendente de la Resurrección.
La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo
constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve
el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las
palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.
Llega el domingo de Pascua, la fiesta más importante
para los católicos al tomar sentido nuestra religión con la resurrección de
Jesús. Se enciende el Cirio Pascual para representar la luz de Cristo
resucitado hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.
Celebrando la Resurrección de Cristo se abre el camino
a la esperanza.
Se cierran los templos, pero no nuestros corazones que
permanecerán abiertos a la fe, a la vida, al amor.
Cierro este Pregón que gracias a “María, mi
inspiración”, he podido escribir. Debo reconocer que tímidamente empecé a
redactarlo recordando tantas Semanas Santas con mi familia, dejándome envolver
por las vivencias de tantos vecinos, amigos y conocidos de los que podría
contar muchas anécdotas. También pensé que lo que debía hacer era una
descripción día a día de lo que supone esta semana para cada parroquia para
cada cofradía, para nuestro pueblo. Pero no, lo que ocurrió es que me deje
cautivar por la personalidad de María y conseguí poder vivir cada párrafo de
este escrito como si ella misma me lo estuviera contando. Y eso es lo que
espero, que este Pregón haya podido calar un poquito en vuestros corazones.
Para terminar, recitaré un poema de José Zorrilla, no
sin antes agradecer el haber sido invitada a este acto que con tanto cariño y
responsabilidad he tratado de responder.
“Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da,
y tiéndenos, María, tu maternal mirada,
donde la paz, la vida y el páramo está.
Tú, bálsamo de mirra; tú, cáliz de pureza;
tú, flor de paraíso y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la divina sangre del que murió en la cruz.
Tú eres, oh María!, un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el edén tocar.
Impela, oh madre augusta!, tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con compasiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.”
¡FELIZ SEMANA SANTA Y FELIZ PASCUA DE
RESURRECCIÓN!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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