martes, 5 de julio de 2022

PREGÓN DE LAS FIESTAS MAYORES (FIESTAS DE JULIO) DEL PUERTO DE LA CRUZ, AÑO 2022.

Fotografía compartida con CHAGO MELIÁN en su cuenta del facebook.

 

El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (05/07/2022) el pregón de las Fiestas Mayores (Fiestas de Julio) del Puerto de la Cruz, año 2022.

Leído por el cantante tinerfeño SANTIAGO MELIÁN  SUÁREZ. En las escalinatas del Jardín Botánico del Puerto de la Cruz, el miércoles 29 junio/2022, titulado: “SENCILLAMENTE, UN SENTIMIENTO”: “…Sencillamente, un sentimiento

Pregón de las Fiestas de Julio 2022

Escalinatas del Jardín Botánico

Puerto de la Cruz (Tenerife)

Miércoles 29 junio/2022

Señor alcalde:

Dignísimas autoridades:

Candidatas al reinado:

Señoras y señores:

 

Permitan que, en primer término, agradezca personalmente el encargo que me han encomendado:   oficiar de pregonero de las Fiestas de Julio del Puerto de la Cruz, cometido que asumo con gran sentido de la responsabilidad y comprometido, desde el mismo momento de la aceptación, a estar a la altura de las exigencias.

 

Porque estos festejos son un acontecimiento fervoroso y popular, como pocos en las islas; porque me han precedido destacados e ilustres profesionales de las ciencias y las artes; y porque emprender una nueva fórmula de participación, más allá de un canto frente al océano y ante la venerada imagen, supone un ensayo que, ante todo, acentúa los sentimientos y el afecto que me unen a esta ciudad, tan llena de creatividad y amigos que me han dispensado un trato que me siento obligado a corresponder.

 

Portuenses, visitantes, amigos todos: no soy orador ni cronista, ni mucho menos escritor. Hoy me dirijo a ustedes con el simple pero noble propósito de pregonar, con alma y corazón, las que son unas fiestas singulares, de indiscutible sabor marinero y de ámbito cosmopolita que hace honor a la vocación cosmopolita que esta ciudad ha sabido ganarse para proyectarse al mundo con ese espíritu de acogida e integración que la hace todavía más atractiva y encantadora.

 

Acepté con honor tal petición que me hizo el Ayuntamiento y la verdad, he de decir, que para mi no es fácil ya que nado en otras aguas, como la música y la pintura. Esto de hablar y escribir, sobre la historia, episodios, costumbres y personajes, del presente y del ayer, infunde verdadero respeto. Pero al Puerto, a sus gentes y representantes, no se le puede negar una petición, máxime después de haber compartido tantas vivencias juntos.

 

Soy natural de un pueblo de mar donde el brezo y el salitre han sido parte de mi vida. Una aldea marinera, al pie del macizo de Anaga, llamada Punta del Hidalgo que pertenece al municipio de San Cristóbal de La Laguna.

 

Una ‘punta’ donde los rompientes son constantemente abrazados por la blanca espuma y teñidos con los azules marinos, cerúleos y turquesas, que nuestros mares y cielos nos reglan en su proceso de esplendor.

 

Así es mi Punta del Hidalgo, igual a su tocaya Punta Brava. ¡Quién no ha contemplado una puesta de sol en esas maravillosas costas de nuestras amadas ‘puntas’!

¡Quién no ha escuchado desde esas zonas ese constantemente renovado sonido del mar bravío! El canto de las gaviotas y las pardelas. Respirando la maresía inconfundible, mientras nos embelesamos por los ardientes tonos rojos y naranjas de nuestros atardeceres. Somos isleños y podemos gritar con orgullo que, con nuestra sangre, corre el salitre del mar y el fuego los volcanes de un pueblo tesonero y emprendedor. Y como esa Naturaleza nos ha obsequiado con un paisaje único, es consecuente que aspiremos a ser felices aquí. Y también, a compartir esos ideales con quienes nos visitan desde otras latitudes.

 

Sí, mi apreciado Puerto de la Cruz: ¡Cómo te he caminado adentrándome en tus calles, con tu inestimable cultura extranjera y tu gente marinera, en diálogos de mar y convivencia sana y fructífera. Y la Virgen del Carmen, siempre la Virgen, presidiéndolos, con alegría, desenfado y afán positivo.

 

Como dice esta cuarteta inédita del ilustre periodista portuense, Salvador García Llanos, a quien agradeceríamos que se prodigara más en este género:

                              “Subo al Taoro y te canto;

                              yo te canto, pueblo mío,

                              y desde aquí hasta el bajío

                              que resiste con su llanto”.

 

Un pregón, ya se sabe, invita a evocar, a hacer memoria. Muchos de los que estamos aquí conocimos un Puerto de la Cruz esplendoroso, animado, bullicioso y sandunguero.

 

Los jóvenes –porque alguna vez fuimos jóvenes- teníamos la inquietud de explorar mundos nuevos. En nuestros pueblos, la diversión, por lo general, eran bailes de sociedad o verbenas populares. En cines –sin proyecciones en aquellos días- o en plazas públicas, en casi todos los pueblos, ahí es donde teníamos la libertad respetuosa de divertirnos.

 

¡Pero ‘La Meca’ era el Puerto! Sin duda.

 

El Puerto de aquel entonces –hablamos de los sesenta y setenta, hasta bien avanzados los ochenta- acogía un turismo excepcional, de medio-alto poder adquisitivo, que dejaba divisas y aspiraba a fijar aquí, especialmente en invierno, su segunda residencia.

 

A este lugar, dinámico y siempre encantador, acudíamos con ganas de vivir a todo ritmo. Esas noches portuenses se abrían de par en par, eran ‘el no va más’. Estar en su núcleo, después de haber cogido tres guaguas, era ya una proeza. ¿Quién tenía coche propio en aquellos años?

 

En esos tiempos, todos los hoteles y salas, en sus parrillas disponían de su propia orquesta o grupo musical. ¡Y muy buenos, por cierto!

 

Yo quedaba prendado con su sonido en directo y ello significó para mí todo un descubrimiento ya que, con el paso de los años, hacía lo mismo en esas noches musicales del Puerto.

 

A ver: ¿quién no iba a una discoteca –y en aquel entonces había muchas- y ahí cerrábamos la noche?

 

Bueno, ya de madrugada esperábamos la guagua en los portones de pensiones o casa de huéspedes cercanas a la plaza del Charco. Allí, en en las inmediaciones del refugio pesquero, estaba la parada –sería una exageración llamarla estación- y más de uno dábamos una cabezadita en el interior del portal. Muchas veces, para hacer tiempo hasta la llegada del autobús –término solo utilizado por migrantes o visitantes-, nos adentrábamos en la playita del muelle para ver llegar los barcos cuyos tripulantes terminaban su faena. Venían llenos de sardinas, chicharros y caballas y les ayudábamos con sus parales a subirlos a sus sitios pertinentes. Por esa gratificante ayuda estos buenos  marineros o pescadores nos obsequiaban con pescado.

 

Cuando regresábamos en la guagua, al llegar al destino, el cobrador nos tocaba y muchas veces gritando, nos decía:

-¡Hey! Que hemos llegado.

 

Por eso siempre decíamos: “Sí, señor. La onda –entonces la palabra ‘movida’ no había sido patentada-  está en el Puerto”. Y hasta allí íbamos todos. Por eso les digo:

 

                              “Hay una perla en el Puerto

                              que brilla más que la luz;

                              donde el alma se recrea

                              que es mi Puerto de la Cruz”.

 

Tiempos juveniles. Aventureros. Osados. El Puerto nos brindaba sus alicientes. Que no eran pocos, desde luego.

 

Y con esos precedentes, llegó el momento en el que ya tuve una participación más activa con este querido pueblo y sus manifestaciones. Les cuento:

 

En 1974, trabajando en la ‘Barbacoa Tacoronte’ con mi grupo Aguacada, en una actuación apareció un ciudadano americano, don Carlos Brill, con su esposa Lei. Al finalizar el espectáculo se acercó hasta nosotros , dijo que le gustaba mucho el grupo y, sobre todo, mi forma de cantar.

 

Su esposa Lei era de Hawaii y nos explicó que quería traer un ballet polinésico con bailarinas y un maestro samoano, quien nos enseñaría a tocar la música y la percusión tribal del folklore de aquel archipiélago. Nos encantó el reto.

 

El 13 de agosto de 1976 llegó el elenco de guapas hawaianas junto al maestro samoano y a los pocos meses comenzamos a trabajar en el hotel Parque San Antonio. Estuvimos mucho tiempo entre este recinto y la sala ‘Aloha Hawaii’, luego denominada ‘Tenerife Palace’, donde ofrecíamos diariamente, en temporada invernal, un espectáculo que gozó de gran aceptación.  A veces hacíamos doblete, en la otra sala, la ‘Cueva romántica’.

 

Y aquí, en esta sala portuense, vino al mundo el tema que se consideraría el buque insignia de  mi repertorio musical. Les digo:

 

En ese tiempo, había un grupo llamado “Los Tequila” que se inclinaron por las corrientes musicales sudamericana y elevaron el género del bolero. Su solista, Manolo Mena, en paz descanse, vino un día a la sala y me pidió que le cantase en su boda el ‘Ave María’, de Franz Schubert.

 

Me proporcionó una cinta de casette, con su grabación en napolitano. Allí se empezó a fraguar la interpretación que, de alguna, es sostén de mi trayectoria.

 

Con dos pianistas y en directo, un 26 de abril de 1981, canté mi primer ‘Ave María’. Quiero resaltarlo porque fue en la Iglesia de la Peña de Francia. Allí estaba Francisco Afonso Carrillo, el mítico alcalde. Dos años después, y de la mano de mi apreciado amigo, al que quiero y respeto, José Ramón Castilla Yanes, alias Pepín, introducían como algo consustancial en la tarde del Carmen festivo portuense, cuando se celebra la  tradicional embarcación y la procesión marítimo-terrestre, el canto del Ave María desde el balcón de la familia del doctor Gerardo García Fernández.

 

Lo que se ve desde ese balcón, el sentimiento que se palpa de miles de personas, que se palpa desde arriba,  es inenarrable. Me es muy difícil describirlo. Desde ese entonces, solo un año he dejado de cantar el Ave María, al encontrarme en América con conciertos programados y contratados.

 

Incluso en estos dos años de penosa pandemia, he cantado a la Virgen marinera, a la patrona de los marineros y de los pescadores. En uno, en la Iglesia de la Peña; y en el otro, en la representación grabada desde el refugio pesquero, en los exteriores de la Casa de la Aduana. Aquí lo hice con mi querido amigo Tony Acedo con el que levamos al cielo nuestros cantos entre el arrullo de los cargadores y cofrades de San Telmo y de nuestra venerada Virgen del Carmen.

Portuenses, visitantes, amigos todos: yo soy un hombre de mar. He nacido y vivido entre el murmullo de las olas de este Atlántico azul que nos baña, entre pandorgas, bicheros y cañas, entre acantilados y valles, en bajíos y bellos rincones donde se escucha el  silencio y se habla con Dios, con el alisio y la maresía.

 

Así voy curtiendo mi vida y mi canto, abrazando lugares de mis islas y su cálida gente y aprendiendo de todo para así cuidar el legado que nos dejaron nuestros ancestros.

 

Cuidemos y luchemos por pueblos como este, al que quiero y admiro desde los sentimientos que soy capaz de albergar y cuya fiesta vengo a pregonar, en tanto le dejo también mi visión pictórica del Gran Poder de Dios, en la confianza de unir este texto a la composición musical de la familia Ortí, tan pletórica y tan espléndida a la hora de cantar las bellezas y las cualidades de esta ciudad que tanto inspira y sugiere.

 

Siempre me he sentido un portuense más. Lo digo sinceramente, como brota mi canto. Hoy, más que nunca, cantaré y gritaré:

 

¡Viva el Puerto de la Cruz!

 

Muchísimas gracias…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL


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