El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; EVARISTO FUENTES
MELIÁN “ESPECTADOR”. Remitió entonces 05/07/2012, estas notas que tituló; “PREGÓN
DE LAS FIESTAS 2012 DEL PUERTO DE LA CRUZ”: “…Lectura que realizó el grupo
“LA PANDILLA” en la portuense Sala de Timanfaya. Pregón que ensayaron y
coordinaron en la casa de Manolito Yánez y que se celebró, la noche del martes 3 de julio, un sorprendente,
extraordinario Pregón de las Fiestas Mayores del Puerto de la Cruz. Fue como el
huevo de Colón. ¿Por qué mantener el Pregón en una sola persona o personaje?
El grupo La Pandilla, un grupo de amigos que se dedican a actividades diversas
de la Cultura, se inventaron un Pregón en grupo y el resultado fue, tal como le
dije al final a la esposa de un ex concejal que estaba presente:
“difícilmente superable”. No me gusta hacer colas, pero, por despistes
ya seniles, me puse por fuera de la Sala Timanfaya una hora antes de que
empezara el espectáculo. Había entre los ‘colistas’ gente de bien: arquitectos,
empresarios, amigos del ecologismo, ex futbolistas de calidad… Hablamos de todo
un poco, mientras la gente iba aglomerándose por fuera de las escalinatas y
rampas que el arquitecto Isabelino proyectó en tiempos en que había trabajo
arquitectónico para todos…
En fin, que me adentré algo atropelladamente en la
Sala, mientras el portero improvisado iba contando cada persona, hasta los dos
centenares que tiene de aforo el Timanfaya, inaugurado para cine en la
Navidad de 1980.
El grupo La Pandilla empezó su actuación. Un notable
para Julio, arquitecto municipal, que tiene tablas y sabe proyectar,
diseñar, dibujar su propia imagen, varios minutos en solitario, de pie
sobre las tablas y sentado en un banco de listones típico. Tomé apuntes, pero
no recuerdo el orden de salida a escena. Diré que Nemesio se puso serio, él que
siempre está tan de buen humor, para leer unas notas que resultaron de alguna
recóndita crítica a un Puerto pasado, presente y el que queremos para el
futuro. También actuó Miguel Ángel, hermano de Nievitas, desgraciadamente
fallecida aún joven que hizo tanto por el Puerto con su vocación cultural. Dijo
Miguel Ángel que una vez había venido en viaje de ida y vuelta, y después de
cargar a la Virgen del Carmen el martes de la Embarcación, se fue a la mañana
siguiente para Barcelona donde estaba trabajando temporalmente.
Antes actuó Milagros, que era una niña en 1954, y
detalló, con los recuerdos notables de su infancia, las vísperas de las
Fiestas, cuando estrenaban aquellos trajes limpios, bien medidos y pulcros,
pero que le producían escozor, y cuya madre le ordenaba no ponerse al
sol, para que no estuviera demasiado morena en las Fiestas.
Me entero, por el amigo Manolo Yanes Fuentes,
que los ensayos los hicieron en su residencia familiar de la calle del
Dr. Barajas, cerca del paraje conocido por El Santísimo, bajo la montaña
de La Horca, ¡qué inquietante coincidencia, horca y santísimo! Resulta
que Las Cumbres del Puerto, como no tiene monte, es la zona limítrofe con
Orotava y Realejos, barrio ‘ascensorista’ de La Vera, cuyo equipo de fútbol
estuvo muy cerca de ser rival de los Birrias del Tete la próxima temporada.
Un notable también para la pareja,
excelentemente seleccionada, de una zagala peninsular y un pibe
argentino, respectivamente masajista y profesora, y veterinario. Se
aturrullaron en algún enlace de su diálogo; es que hablan castellano con
‘dejes’ muy diferentes.
Y el que se lleva matrícula de honor, cum laude,
es el amigo Toño Castro (hijo de alcalde, y que casi lo pudo ser). Antoñito
Castro se comió el escenario, se paseó por él como si fuera su lugar de
trabajo, y es que yo creo que confundió la profesión, por muy bien que ejerza
su trabajo laboral, es que lo del teatro se le da de maravilla. Más aún por los
temas que sacó del baúl de los recuerdos: las ruletas trucadas (le faltó decir
que la tacha --clavo en peninsular -- del premio gordo, la ponía el ruletero
cambada para que la marca de la cejilla de la rueda de la fortuna no se parase
nunca en esa tacha). Y las escopetas de balines con el punto de mira desviado
en el tiro al blanco. Las norias de cuatro canjilones, que un servidor una vez
en otras Fiestas, las de la Victoria de Acentejo, con mis amigos Chago y
Quique, no por mi peso pero sí por el suyo, casi le rompemos el engranaje al
intentar subir medio en copas.
Oh, la Batalla de Flores, donde yo
quinceañero, percibí por primera vez en mi pubertad que las chicas del
Puerto se reían conmigo espontáneamente; quizá por ello me quedé y me
casé luego aquí.
Ah, la Carrera de Sortijas, cuya parodia en el
escenario del Timanfaya fue más que parodia pura realidad, rodeando la Plaza
por la izquierda, por sus cuatro esquinas (muchas tertulias de gente de
izquierdas, cerca de la ñamera de mi querida plaza, se desarrollaban allí,
incluso en tiempos del Generalísimo). El sketch de la sortija fue
muy aplaudido, cuando Mara se puso a llorar decepcionada porque no había
podido agarrar una cinta con la sortija. Jajaja. Maravillosa Mara, que antes de
empezar el espectáculo apareció con un brazo en cabestrillo, que todavía no sé
si fue pantomima o un golpe real de accidente con rotura de húmero,
cúbito o radio (ejemmm).
Un recuerdo final para Esperanza, una alma mater
de las fiestas hasta su fallecimiento en 2004. Con el recuerdo de Esperanza, el
guionista, arreglista, coordinador, un cerebro llamado Manolo Castañeda, dijo
unas palabras finales primorosas. A Castañeda es a quien hay que darle un
veinte sobre diez, si nos ponemos a calificar lo incalificable por
insuperable.
El número de baile de apoteosis final, con chicos y
chicas, abuelas, madres e hijas, todas guapas, todas jóvenes de espíritu,
puso a una noche, pregonera en grupo, el colofón inolvidable, con los ¡vivas!
muy bien entonados y acompasados del cantante invitado.
Nota.- La imagen del Cristo del Gran Poder iba
destinada a un pueblo de La Palma, pero por error se desembarcó aquí. La mar
mala, el marullo, impidió siempre que la imagen tan venerada fuera reembarcada
a destino palmero. Milagro.
Y una última observación: dice el refrán que “lo bueno
si breve dos veces bueno”; el espectáculo duro casi exactamente una hora,
muy bien de duración, ni corto ni largo.
Epílogo personal: Nadie se dio cuenta, pero yo estuve
todo el tiempo con un pañuelo en la mano, tomando nota para estas mal
pergeñadas líneas que acabo de plasmar en el papel digital. Fue una noche de
felices recuerdos, en que el pañuelo me sirvió, disimuladamente, para enjugar
un bosquejo de lágrima que repetidas veces acudió a mi lagrimal. Gracias
a La Pandilla, al coordinador guionista, al pueblo portuense en general, por
darme un rato de felicidad…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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